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LOS LABERINTOS DE LA VIDA

Todo sábado por la mañana hay una deliciosa feria en la plaza principal de la pequeña ciudad próxima a la montaña que acoge el monasterio. Las calles son sinuosas y estrechas, pavimentadas con piedras para no negar su origen medieval. Golosinas, artesanías, encurtidos, quesos, frutas y hortalizas frescas son vendidos por los habitantes y agricultores de la región. La música alegre interpretada por jóvenes y ancianos en el centro de la plaza colorea el estado de espíritu que predomina en el rostro de todos. En aquel día, el sol agradable de la primavera calentaba las primeras horas frías de la mañana y las coloreaba con tonos típicos de la estación. El Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, me había inivtado a acompañarlo a la feria con la disculpa de que necesitaba comprar miel para la receta de una tarta apetecida por todos los monjes. En verdad, él admiraba mucho el intercambio espiritual entre toda la gente, tanto dentro como fuera del monasterio. Con su sonrisa franca, ojos brillantes y hablar pausado, conversaba con todos aquellos que se cruzaban ante sus pasos lentos pero firmes. Era impresionante percibir como él era apreciado, a pesar de no poseer ni un níquel para ofrecer. En determinado momento se encontró con una jóven mujer, muy bonita y bien vestida, cuya familia, proprietaria de vasta extensión de tierras en los alredores, remontaba a una aristocracia tendiente a desaparecer. Su fisonomía demostraba tristeza, sus ojos parecían sin vida. Ella se veía contenta al encontrarse al Viejo y nos invitó a sentarnos en una cafetería cercana.

Con nuestras tazas humeantes en frente, la mujer comenzó a desfilar su enorme tristeza relacionada a los infortunios del destino. A pesar de la gran herencia que le había sido destinada y de tener acceso a lo más caro del mundo, no podía ser feliz ni encontrar encanto en las cosas. Nada le daba alegría. El viejo monje la oyó con sincero interés por largos minutos, sin decir palabra. Al final, con los ojos encharcados, una lágrima escurrió por el bello rostro de la jóven. Él le ofreció una sonrisa amable y le preguntó: “¿Tú sabes que es un laberinto?”. La jóven afirmó con la cabeza y respondió que era una maraña de corredores que parece no llevar a ningún lugar, cuya salida es difícil de encontrar. “La vida, a veces, se presenta como un laberinto”, comentó el Viejo de manera enigmática construyendo su raciocinio. La mujer quiso saber más. Él la miró a los ojos con dulzura antes de completar: “Quien no sabe a dónde necesita ir estará siempre perdido”. “El viajero busca la salida por las paredes externas de los corredores cuando, en realidad, la puerta está en su interior. Éste es el secreto del más sofisticado laberinto que ya existió, la vida”.

La bella mujer lamentaba su fracaso en la carrera cinematográfica que tanto deseaba. Había estudiado canto y danza; recibía elogios por parte de los profesores de artes dramáticas por su desempeño; no obstante, a la hora de las audiciones era reprobada y con duras críticas por parte de directores y productores. Añadió que estaba tan triste que ya no tenía coraje de ver cualquier película. El Viejo tomó un sorbo de café, la miró con dulzura -su piel arrugada denotaba las medallas de toda una existencia- y le dijo: “No todo elogio es sincero ni toda crítica es justa”.

La jóven entendió que él le estaba aconsejando que insistiera en la carrera frustrada. El monje fue vehemente: “No digo que persistas, tampoco que desistas. Cualquier palabra en este sentido sería ligereza y arrogancia de mi parte. Es necesario que cada cual sepa leer las letras de su propio libro; que perciba a dónde quiere llevarlo el flujo del destino. Algunas veces el Universo quiere que tú insistas, enfrentes los desafíos inherentes a tu perfeccionamiento y fortalecimiento; en otras es necesario desistir de los deseos pues no hacen parte de la necesidad de evolución de tu ser, que exije seguir en otra dirección, en busca de tu verdadero sentido. Entender esto es decodificar la Vida”.

“Todos deseamos ser lindos, ricos, famosos y amados. El ego, motivado por convenciones sociales, todavía primitivas, nos impulsa en este sentido. ¿Pero cuáles son las necesidades reales de tu alma? Tan sólo evolucionar”. El viejo monje volvió a beber un sorbo de café antes de proseguir: “Aún nos preocupamos más con la apariencia que con la esencia, como si lo mejor de la fruta fuese el color de la cáscara en vez de la dulzura de su contenido. Tenemos que entender nuestra inmortalidad a través del espíritu que somos; cada cual recibe la lección que le corresponde en aquel momento del Camino, para realinear los deseos del ego con los intereses del alma, en un viaje con infinitas escalas. La dificultad financiera de algunos puede explicar la necesidad del valor por el trabajo; la abundancia financiera de otros puede ser una dura prueba de compasión en la realización de obras preciosas, mediante el ejercicio de la sabiduría refinada del amor. La enfermedad del cuerpo puede ser um remedio milagroso para el espiritu, así como la ausencia de belleza estética puede significar la oportunidad para construir un encanto, mediante gestos nobles que muestren que la luz que mejor seduce es la que brilla de dentro hacia afuera, y con ello diferenciar lo eterno de aquello que inexorablemente será devorado por el tiempo”. Dió una pequeña pausa y en tono de broma dijo: “Este viejito arrugado que tienes en frente ya fue un lindo jóven que despertó la pasión de muchas mujeres. Sin embargo, estaba atormentado y dificilmente tenía la paz que poseo hoy. En el fondo, lo que importa es el equipaje que podemos llevar en el chaleco del alma, el corazón”.

La jóven mujer le preguntó si él le aconsejaba hacer algo. El Viejo le respondió de repente: “En lo absoluto. Mi intención no es establecer reglas, apenas intento ejemplificar como la Inteligencia Cósmica ajusta el aprendizaje individual. A veces ella crea dificultades para perfeccionar al viajero; otras, le ofrece puentes sobre abismos para permitir la evolución en el infinito viaje hacia la Luz. Son innumerables las posibilidades y cada cual tiene que entender su propio proceso con sabiduría, amor, alegría y humildad”.

La bella mujer intentava metabolizar todo lo que el Viejo le decía y esperaba que, antes de que él se retirara, le hablase sobre lo que consideraba más importante: ¿Cómo saber si era el momento de insistir o de desistir? El monje tomó el último sorbo de café antes de comentar: “Hay tres maneras. La primera es aprender a escuchar nuestra intuición. La intuición se hace presente cuando tu alma aconseja a tu ego o, mejor aún, cuando la voz de los ángeles es oída. El riesgo más común, en estos casos, es confundir nuestros miedos y deseos con la verdadera intuición”.

Él continuó de forma pausada. “La segunda es prestar atención a las señales y saber interpretarlas. La vida nos habla a través de ellas, lo que las hace un poderoso aliado para percibirnos de la mejor manera. No obstante, es importante recordar que aunque recorramos el lado asoleado del camino, habrán momentos de dificultades y desafíos que exigirán esfuerzo y paciencia, coraje y humildad. El riesgo, en este caso, es ver señales inexistentes. Es necesario aprender a ver. Hay que saber que esto no es fácil mas indispensable” y quedó en silencio como si los pensamientos navegaran en el Infinito.

Ansiosa, la jóven lo trajo de vuelta al recordarle que todavía no le había mencionado la tercera manera. El monje sonrió y dijo: “Cada vez que el Camino te presente una bifurcación donde, de un lado se muestra la avenida de la fama, y del otro se indica la calle del amor, toma esta última. O andamos por amor o estaremos posponiedo el viaje”. La mujer quiso saber cual es el riesgo en este caso. “Ser feliz”, respondió el Viejo.

La bella mujer tenía los ojos húmedos. Estaba sinceramente emocionada. Sonrió y le agradeció al monje con un beso en la mejilla. Él la tomó de las manos de forma fraternal y finalizó: “Todos imaginan que la salida está en las paredes externas, pues quieren conquistar el mundo, cuando en verdad el secreto es seguir hacia el centro del laberinto donde encontrarán la verdadera puerta. La llave para abrirla es el corazón y el destino final es el encuentro contigo misma. ¡Entonces, el mundo será tuyo!”.

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