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Ante el alma

El tambor de dos fases de Canción Estrellada, el chamán que tenía el don de llevar la sabiduría de su pueblo a través de las palabras, sonaba con ritmo acompasado cuando llegué a su “lugar de poder.” Este lugar era próximo a su casa, en lo alto de una montaña en Arizona, en una pequeña planicie donde, además del bello paisaje y profundo silencio, me llamaba la atención un árbol muy antiguo en equilibrio improbable, en la punta de un peñasco. Él decía que todos tienen un lugar donde sienten con mayor intensidad la unión con el Gran Misterio, lo invisible que permea y actúa en lo visible, en armonía entre la fuerza y la sutileza de la vida.

Mi viaje para encontrar al chamán estaba programado hacía meses, pero cerca a la partida lo pospuse varias veces dados algunos acontecimientos. Todo comenzó con un evento en el cual mi agencia de publicidad, aunque pequeña, había sido premiada por la originalidad de un anuncio. Una famosa actriz, mujer lindísima, había sido contratada para presentar la ceremonia de premiación. Fue ella quien se me aproximó cuando nos tropezamos en el cóctel que tienen lugar una vez terminada la ceremonia, elogió mi trabajo y mostró interés en saber más. Me enamoré al oír el sonido de sus palabras mientras miraba aquel rostro angelical, enmarcado por su cabello rizado que le caía por los hombros expuestos. Allí comenzó un romance y también mi agonía.

Los primeros días fueron de mucha euforia. Además del trofeo, aquella noche me había sido dada una mujer con la que la gran mayoría de los hombres sueña. A todo lugar que íbamos las personas se volvían para observarnos. Yo me sentía enorme y poderoso; sin embargo, esa relación trajo varios cambios tanto personales como profesionales. El más significativo fue la culminación de la relación con la antigua novia, que ya llevaba un buen tiempo; ella, aunque no tenía ni una pequeña parte de la belleza y del glamur de la actriz, era una persona adorable. De buen humor, inteligente y sensible, colaboraba de manera decisiva para tener una convivencia extremamente agradable. Como vivía en otra ciudad, nos veíamos sólo los fines de semana. Eran días de paseos al aire libre, óptimas conversaciones y muchas carcajadas. A veces, nos gustaba permanecer en casa, tanto en la de ella como en la mía. Un libro, una taza de café y la presencia del otro eran suficientes para alegrarnos el alma; la vida parecía suave. Con la actriz, estaba siempre en fiestas importantes, reuniones sociales en casa de alguien reconocido, en restaurantes finos, entre reflectores y paparazzis. Era como si me fuese permitida la realidad de un mundo conocido sólo en la ficción. La vida giraba en rotación acelerada.

El otro cambio estuvo relacionado con mi trabajo por dos motivos. Uno debido a que comencé a necesitar más dinero para costear mi reciente vida social. No era barato mantener aquella existencia deslumbrante. Tuve que cambiar el estilo básico de vestir; pasajes aéreos y hoteles elegantes pasaron a hacer parte de mi cotidianidad y este dinero no sobraba en mi cuenta corriente, pero no fue sólo eso. Inconscientemente me sentía obligado a ganar “un premio todos los días” para que mi bella y famosa enamorada continuara admirando a su anónimo par. Esto hizo con que mi humor y paciencia se alteraran con las personas que trabajaban conmigo, trayendo varios malentendidos. Pasé a buscar a los viejos amigos sólo para que me admiraran; ellos rápidamente se cansaron. La ligereza me había abandonado y, de alguna manera, aquella vida me embriagaba y yo quería más. Sin darme cuenta, mi vida era un espiral descendiente de agonía y desequilibrio, hasta que cierto día peleé con la joven y competente jefe del equipo de creatividad de mi agencia; yo le exigía perfección y genialidad. Mi socio me llamó para conversar y me aconsejó tomar las vacaciones postergadas. Pensé en rehusarme, pero fui sorprendido con el término del romance con la bella actriz a través de un mensaje por celular. Al día siguiente vi en internet fotos de ella con su nueva pareja, un conocido director de cine. En ese instante, cuando miré a mi alrededor, todo parecía destruido. En ese momento partí al encuentro de Canción Estrellada.

La puerta de la casa del chamán nunca estaba trancada. Entré, dejé mi equipaje en la sala y le pregunté a una vecina por él. Ella dijo que Canción Estrellada había salido más temprano llevando su tambor, una mochila terciada y una manta. No tuve duda en dónde lo encontraría. Cuando llegué, él tan sólo me miró y continuó entonando una bella canción en su dialecto nativo. Lo asumí como un permiso. Me senté en frente suyo. Al final, nos saludamos y le pedí ayuda; le dije que era mi gurú, que sabía de su intensa conexión con la esfera invisible y le rogué que intercediera por mí en busca de auxilio. Agregué, sin ser necesario, que yo estaba muy mal. También le conté por todo lo que había pasado. El chamán me miró con compasión y habló con firmeza: “No soy un gurú. Renuncio a ser ese personaje pues entiendo que, en vez de ayudar, interfiere”. Hizo una pequeña pausa y explicó: “La conexión se hace posible cuando hay un encuentro con lo sagrado. Puedo orientar con relación al encuentro, nunca substituirlo. Lo sagrado habita dentro de ti. Ese encuentro es personal e intransferible.”

Ponderé que estaba completamente desorientado y sabía de su enorme poder. Le confesé que necesitaba que me condujese por un atajo. Yo no podría soportar una larga espera. El chamán me explicó con paciencia: “La naturaleza no da saltos; en la espiritualidad también se anda despacio. No hay atajos. Existe apenas el Camino. No es posible llegar al destino sin enfrentar toda la travesía. Ella te moldea y te prepara, y aunque también existe la indispensable solidaridad durante el recorrido, el Camino es solitario; nadie podrá hacerlo por ti. Las dificultades surgen en la exacta medida de las lecciones que nos son necesarias; aprovecha cada una de ellas. El Camino nos devuelve según la exacta medida de nuestros pasos, pues es sabio, justo, amoroso. Si a veces te parece riguroso, no lo dudes, son las necesarias correcciones de ruta, con la firmeza adecuada según la incomprensión del andariego. Un día serás un maestro, un maestro de ti mismo; todos lo serán, cada cual a su tiempo.”

Le dije que no sabía cómo hacerlo. Canción Estrellada, a su manera, no me negó su ayuda y dijo: “Lo absoluto es la luz. La casa de la luz es el alma; el sendero hacia el alma es el silencio; el encuentro sucede cuando el alma se manifiesta. El encuentro ocurre al profundizar en sí mismo, donde no hay máscaras ni ilusiones, entonces es posible el entendimiento, la transformación y el retorno para compartir con el mundo las virtudes de ese nuevo ser. Diferente y mejor a cada día, en sucesivos trayectos de ida y vuelta, como valiosos trechos de un viaje sin fin.”

Hizo una pausa y continuó: “Es más, ese tal poder que me atribuyes es sencillo y está disponible para todos; basta aprender a usarlo. Cada persona es única, pero nadie es especial; de lo contrario, la escala de armonía y justicia del universo quedaría rota. Todo poder surge cuando llevamos al ego a conocer al alma. El poder crece a medida que el ego se alinea con el alma y pasan a entonar la misma melodía; entonces, el alma participa cada vez más de las elecciones del ego. A través del alma las sombras que tanto motivan al ego y que se ocultan bajo el manto de las pasiones tan comunes a todos nosotros serán, poco a poco, iluminadas y transmutadas en luz. Las pasiones darán lugar al amor. Todo lo que es instrumento de dominación se transforma en herramienta de liberación. Esa es la cura. Así nacen las alas.”

Agregué que él emanaba una energía fuerte que hacía con que las personas se sintieran bien a su lado. Canción Estrellada sonrió con humildad y dijo: “Claros o turbios, irradiamos los sentimientos que traemos en el corazón y las ideas que mueven nuestras elecciones. Eso determina la frecuencia de nuestras vibraciones y la tranquilidad que proporcionamos a quien está alrededor. Ante el conflicto podemos actuar con irritación y violencia o con serenidad y mansedumbre. Cuando nos movemos en frecuencias de ligereza y paz las soluciones se hacen más claras, sabias, justas y amorosas; esto suele revelar cuánto del alma ya se manifiesta en el individuo. No obstante, nos acostumbramos a los impulsos de las pasiones, a los vicios de los condicionamientos socioculturales, a la opinión ajena. Consideramos normal desistir de los sueños. Llegamos a convencernos de que la oscuridad es un buen lugar con el absurdo argumento de que no existe otro. Entonces sufrimos por el vacío que creamos, como aquellas ciudades cinematográficas que son sólo bonitas fachadas, sin cualquier estructura en sus bases, y se derrumban con una leve ventisca. Entrar en el Camino es cambiar el sentido de la existencia”.

Canción Estrellada me entregó la mochila y la manta y dijo: “Aquí tienes todo lo que necesitas para pasar algunos días en soledad. Adelante hay una naciente con aguas límpidas. Vuelvo para buscarte.” El susto me enmudeció. Atónito, me quedé mirando al chamán descender la montaña con su tambor de dos caras, mientras intentaba concatenar las ideas.

En la mochila había frutas secas y fósforos. Encendí una hoguera con la llegada de la noche y, dado el cansancio del viaje, dormí profundamente. El primer día, me aburrí rápidamente. Pronto el bello paisaje se volvió fastidioso y el canto de los pájaros una pesadilla. Consideré una estupidez lo que Canción Estrellada hacía conmigo. Pensé en no permitirlo, levantarme e irme. Aquella monotonía me irritaba. Me vino a la mente todas las situaciones recientes. Recordé cómo mi bella y famosa enamorada había sido cruel y desleal conmigo; yo le había ofrecido lo mejor que tenía en mi corazón, sin contar los gastos que desmoronaron mis finanzas. ¿A cambio qué recibí? Dolor y desilusión. Después pensé en la pelea con la jefe de creatividad de la agencia, en cómo ella había sido ingrata con las oportunidades de trabajo que le había ofrecido. Sin duda, era una insolente. El día fue doloroso y cuando llegó la noche ante la hoguera, me costó dormir; me sentía incómodo por estar en un mundo difícil para vivir.

Al segundo día desperté de mal humor, pues los pajaritos picaban las frutas secas que me servían de alimento; los espanté con insultos como si fuesen enemigos. En seguida devoré todo, vaciando la bolsa. Procuré calmarme. Me senté al borde del peñasco y pensé que tenía dos elecciones centrales: Podría bajar de la montaña inmediatamente y abandonar las enseñanzas que Canción Estrellada me había propuesto, de cuya utilidad yo dudaba, o intentar adaptarme a la situación para extraer lo mejor que pudiese proporcionarme, haciendo con que fueran días más agradables hasta el retorno del chamán. Opté por la segunda opción. Con el pasar de las horas, sentí hambre. Me interné en el bosque en busca de algo comestible. No demoré mucho en encontrar un arbusto repleto de pequeñas moras. Coloqué varias en la mochila y regresé. Aquel paseo, sumado al hecho de haber superado la dificultad del hambre, me hizo bien. Al final de la tarde encendí la hoguera y permanecí observando el atardecer por un tiempo que no puedo precisar. Cuando percibí, el fuego había consumido la leña y el cielo estaba salpicado de estrellas. Noté que ya no observaba más el paisaje; observaba dentro de mí. Pensaba en cómo podría realizar ese “encuentro conmigo” o el “encuentro con mi alma” del cual Canción Estrellada tanto hablaba. En la práctica, ¿cómo era eso? No tenía la menor idea.

Me distraje maravillado con la belleza del cielo y las infinitas estrellas que lo iluminaban; no recordaba la última vez que había reparado en las estrellas. Vino a mi memoria una imagen enviada por una sonda espacial pasando por Saturno que mostraba como la Tierra no dejaba de ser una pequeña gota de agua en el océano de la Vía Láctea. Los astrónomos sostienen que el Sistema Solar no es más que un minúsculo detalle ante la inmensidad del Universo, el cual según los físicos vive en expansión continua. Imposible no enfrentar la realidad de cómo nos creemos grandes y especiales, cuando en verdad somos pequeños y singulares, como la Tierra; en eso reside tu belleza y la mía.

Percibí que era primordial que incorporara ese concepto para equilibrarme con todo y todos a mi alrededor. En aquel instante entendí la importancia de la humildad para descubrir quién soy; para situarme en la inmensidad y hacer parte de ella, con todas sus posibilidades. Pensé en cómo eran ridículos todo mi orgullo y vanidad, dos de las pasiones que me movían y que supuestamente me engrandecían, pero en el fondo tan sólo escondían mi fragilidad. Reí de la ignorancia que me aprisionaba en el sufrimiento. Entendí que para renacer era necesario entender quién todavía no soy para solamente después concebir todo aquello en lo que puedo transformarme. Imposible alcanzar eso sin humildad. La humildad es la palanca de la evolución. Mientras crea que soy especial, superior a todo y a todos a mi alrededor, estaré negando la necesidad de la evolución y desperdiciando el poder concedido por el universo, al renunciar a las transformaciones y expansiones ofrecidas. En aquel instante quedó claro que el gran viaje no era para Londres, Nueva York o Pequín, y sí para encontrar y dar voz a mi alma, pues en ella nace toda mi fuerza.

No recuerdo a qué hora me dormí. En el tercer día desperté revigorado. Los pájaros se hartaban con las pocas moras que habían sobrado. Sonreí. Me levanté sin prisa y me deleité por largo tiempo con el bello paisaje de las montañas, las cuales me parecieron mucho más bonitas. Recordé la noche anterior y pensé en cómo podría aplicar la humildad como herramienta de transformación. Vino a mi mente el romance con la actriz. En vez de sentirme humillado, bañé los hechos con la luz de la humildad. Admití que me había involucrado porque lo escogí, movido por las pasiones del orgullo y de la vanidad. En verdad, nunca hubo amor, sólo mi ego sediento por brillo engañándome con relación a los sentimientos implicados. Me permití viajar al mundo de ella. La ilusión me llevó a vivir los valores de vida escogidos por ella, ni correctos ni errados. Lo contrario a esto sería volver a resbalar en la idea de que soy especial o superior, concepto donde surgen el distanciamiento y la separación que tanto sufrimiento causan. Soy único, ni mejor ni peor; tan sólo diferente. Por ello la importancia que cada individuo tiene, todos singulares y bellos, para completar y colorear el maravilloso mosaico de la vida.

Entendí que ella no me había hecho ningún mal deliberadamente, apenas vivía de la manera que conocía y que le gustaba. Ella tenía ese derecho. El extraño en aquel mundo era yo; por lo tanto, las consecuencias me fueron justas. Cabía a mí respetar, aprender y seguir adelante. Yo no podría exigir de ella la perfección que yo tampoco tenía para ofrecer. Me perdoné y la perdoné a ella. Fue cuando me sentí envuelto en una agradable atmosfera de libertad y compasión. Decidí que cuando volviera buscaría a mi otra novia, anterior a la actriz, para decirle que había sido un tonto. No sabía si ella aceptaría rehacer el romance, pero la idea de intentarlo me alegró.

Con igual sentimiento, envolví mentalmente la situación con la joven que lideraba el equipo de creatividad de la agencia. Con honestidad, era preciso confesarle que la ganancia y el desequilibrio habían imperado sobre mis pretensiones. En realidad, yo le había transferido las ambiciones, deseos y deficiencias de mi ego exacerbado. No satisfecho, la culpé provocando conflicto. Por justicia, yo tenía que admitir su enorme competencia y talento. Faltaba decirle lo que acababa de hablar para mí mismo: el premio ganado por la agencia era un mérito más de ella y de su equipo que mío. Las exigencias eran frutos de mi desequilibrio. Iría a buscar a la joven, pedirle disculpas y manifestarle que me sentía feliz por tenerla trabajando a mi lado.

Cuando percibí, no había montañas, pájaros ni bosque, sólo absoluto silencio. Fui envuelto por una agradable sensación de ligereza. Sin saberlo, había llegado a la puerta de mi alma. La humildad y la compasión me habían llevado hasta allá. Las virtudes son los vehículos adecuados para transportar el ego hacia el alma.

Si la humildad y la compasión me habían elevado el ánimo y permitido tal ligereza, si la honestidad y el coraje en el trato conmigo mismo me había ofrecido una breve noción de justicia y perdón, pensé en cómo me sentiría al incorporar a mi manera de ser y vivir, otras virtudes además de estas, como la gentileza, la mansedumbre, la paciencia, la sensatez, la pureza, la fe, de las cuales, como casi todos, ya había oído hablar, pero todavía no conocía.

Pasó un largo tiempo hasta que Canción Estrellada volvió. Cuando el chamán vio mi semblante sonrió satisfecho. No fue necesaria cualquier palabra para explicar. Le agradecí por haberme proporcionado aquella vivencia. El hombre que bajaba de la montaña era otro de aquel que la subió. El chamán extendió una manta, se sentó, encendió su inconfundible pipa con hornillo de piedra roja, fumó varias veces, me la entregó como ceremonial de comunión entre almas y dijo: “Muchos buscan una experiencia espiritual; la mayoría, solamente ante un problema de difícil solución. Llegan en busca de ayuda rápida y ansían por algún fenómeno sobrenatural. Los dolores del alma necesitan ser entendidos y transformados, de dentro hacia fuera. Ninguna experiencia religiosa o filosófica alcanzará los niveles mínimos si el individuo no se aventura a salir de la superficie de la existencia y profundizar en su interior; allí está el alma. El alma es la esencia del ser, la cuna del amor, el vínculo con la vida, es tu parte en el todo.”

“Sólo a través del alma podemos experimentar toda la fuerza y poder del universo. Arqueó los labios con una leve sonrisa y concluyó: “Cuando las pasiones nos mueven, el amor queda relegado; cuando el amor es olvidado, renunciamos a nuestra esencia. Cuando nos alejamos de nosotros mismos, quedamos sin conexión con el Gran Misterio.” Hizo una pausa y agregó: “Lejos del alma la vida pierde claridad, sentido y sabor.” Me miró a los ojos antes de finalizar: “No obstante, mantén la humildad y perfecciona las demás virtudes todos los días. Sólo llegaste, por primera vez, a la puerta de tu alma; ni siquiera entraste. Allá adentro existe un mundo aún desconocido y fantástico a ser revelado. Deléitate!”.

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

3 comments

Cristina Contreras abril 5, 2018 at 10:26 am

Es en nuestro interior donde habitan las respuestas que tanto buscamos y son nuestras elecciones las que nos acercan o alejan de ellas, estamos en un mundo que nos programa a recibir satisfacción inmediata y que concibe el trabajo duro como un camino hacia el éxito medido en prestigio o dinero, trabajar a diario por transformar nuestra oscuridad en luz no se anunciaría nunca en ningún comercial, sin embargo todos buscamos ese camino sin saber que ya tenemos incorporada la ruta desde antes de nacer. Mil gracias Yoskhaz, sus lecturas iluminan mi sendero.

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Juan Carlos Luna mayo 8, 2018 at 12:06 am

Simplemente exquisito, era justo lo que necesita leer para entender y saber, amo estas lecturas llenas de sabiduría y conocimiento, y así despejar las dudas y poder evolucionar cada día mas como persona, mil gracias por todo este contenido por esos mensajes que llegan al alma y tocan el corazón , magnifica labor, felicitaciones, esta pagina la amo, sigan asi, saludos

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Martha Lucia Grajales septiembre 10, 2020 at 11:33 pm

Personas dadoras de Luz !!! manifestada en una prosa dulcemente guiada por la magia magistral de la vivencia!!! Han sido mis compañeros en este retiro/ encierro post pandemia…. gracias … Les deseo mucha inspiración!!!! Y de Todo Lo Mejor!!!

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