“La necesidad de dominar al otro permea todo mal desde el inicio de los tiempos”, dijo Canción Estrellada, el chamán que tenía el don de trasmitir la sabiduría de su pueblo mediante la palabra, cantada o no. La noche llegaba a hurtadillas extendiendo su bello manto de estrellas en el firmamento. Él me había pedido que encendiera la hoguera mientras llenaba de humo el hornillo de piedra roja de su inseparable pipa. Conversábamos sobre el hilo que teje la cortina de sombras que nos impide ver claramente. Exponía su punto de vista: “La raíz de ese mal es la ignorancia y la comprensión equivocada sobre el miedo. El Gran Espíritu nos ofreció el miedo como herramienta para alertanos sobre los peligros inherentes a la vida, comunes en la naturaleza. Los ruidos en la noche oscura, los predadores traicioneros, el peñasco resbaladizo. Sin embargo, en vez de integrarnos con la naturaleza, en absoluto respeto con todos los seres que la componen, decidimos dominar todo lo que la envuelve, en total descontrol del ego inseguro. A algunos animales los domesticamos; a los que por su temperamento salvaje no fue posible, los matamos o los encerramos en jaulas como trofeos a ser exhibidos. No satisfechos, también decidimos dominar a las personas en nuestras relaciones. En estado primitivo de sabiduría, la libertad ajena asusta al considerar que solamente estaremos seguros si dominamos todo y a todos a nuestro alrededor. La alegría de la convivencia es cambiada por el deseo insensato de ser dueños de las personas y de las cosas con las cuales nos relacionamos. Así, debido a condicionamientos sociales, culturales y ancestrales escogimos el conflicto en vez de la armonía. Muchos se ilusionan con ese ejercicio vano de poder, sin percibir que se hacen esclavos de lo superfluo y víctimas infelices de sus engaños”. Hizo una pequeña pausa para soplar la pipa y mantener el hornillo encendido, después dijo: “Entonces, surgen los sufrimientos inherentes para quienes quieren la vida según las riendas de sus deseos. Son los jardineros de las lágrimas y de la agonía”.
“Es imprescindible enfrentar el miedo, pues la cobardía no mejora el destino de nadie. No te menosprecies por sentir miedo. Sólo hay coraje donde antes existía miedo. La sabiduría consiste en entender el miedo. El miedo es la semilla de la flor del coraje. Todo comienza con una sucesión de malentendidos. La ignorancia nos hace creer que tan sólo conquistaremos la paz al dominar lo que nos asusta. Para empeorar, acabamos viciando al ego con sensaciones de poder al interpretar la subyugación del otro como una victoria. Sólo existe paz en la alegría de escoger por amor. Sólo existe amor cuando se entiende que conquistar la propia libertad también consiste en respetar la libertad ajena. Una no existe sin la otra”.
Mencioné la dificultad de convivir con los otros, aunque no percibía la sombra de la dominación tan presente entre las personas. Canción Estrellada desvió los ojos que estaban fijos en las llamaradas, me miró con compasión y dijo: “¿Cómo no, hijo? Veamos por ejemplo los celos, una emoción muy común a todos. Nace de la ignorancia por no tener una exacta comprensión del amor. El amor, por definición, es un sentimiento ligado no sólo a la libertad, sino también a la propia evolución del ser. Entre más amor y libertad quepa en las elecciones, más iluminada será la criatura. Por tanto, no se debe amarrar o imponer condiciones a la existencia de esas virtudes. Si se encadena o se imponen tributos de cualquier naturaleza, con seguridad, no hay libertad ni amor”.
Frunció el ceño, gesto que hacía cuando hablaba seriamente y dijo: “Una persona tiene cierta admiración por otra y le proyecta toda su deseo de vivir el amor. Sin embargo y en paralelo, un enorme miedo de que su sentimiento, de alguna manera, no sea correspondido lo invade. ¿Qué hace? Dispara uno o varios de los mecanismos de dominación. Controles, límites, cobros, prohibiciones de diversos tipos. ¿Percibes que es muy parecido a como siempre se hizo con los animales en tiempos remotos? Lo que no se puede domesticar, se intenta aprisionar. Y lo peor, en casos más graves, se agrede, destruye o mata”.
El chamán me pidió que le pasara un cobertor para abrigarse pues la noche comenzaba a enfriar. En seguida, prosiguió: “Los celos son una sombra que se manifiesta en el preciso instante en que surge el miedo de perder a la persona amada; ¿pero cómo perder lo que no se puede tener? Se debe sentir y vivir el amor, lo que es muy diferente de intentar controlar o aprisionar al otro. ¿Notas la diferencia? En vez de alzar el propio vuelo y permitir el vuelo ajeno como respeto y admiración al amor y a la libertad, negamos la belleza del Camino cada vez que manipulamos para podar las alas de alguien. Sin percibirlo, acabamos pisando las flores de nuestro propio jardín. Por esto oímos equivocadamente que ‘no hay paz en el amor’. Claro, nos rehusamos a entender el amor”.
Permanecimos un largo periodo sin pronunciar palabra. Yo observaba el fuego, él viajaba en las estrellas. Resolví romper el silencio y le pregunté en qué otras situaciones el deseo ancestral de dominación nos llevaba al mismo comportamiento de antaño. Canción Estrellada explicó con paciencia: “Todavía nos comportamos como si apenas fuera posible la dualidad en ser señor o esclavo; una eterna e inevitable relación entre poseedor y poseído. En la tribu, en el trabajo, en la familia o en la cama. ¿Por qué? Inseguridad es la respuesta. Tenemos dificultad en convivir con y como seres libres. La libertad parece asustar y amenazar. ¿Por qué? Simplemente porque no fuimos educados para relacionarnos de modo saludable con la libertad y con el amor. Cuántas veces hicimos uso de la fuerza bruta, del poder financiero o de la lógica tortuosa, como elementos para cercar y dominar al otro, cercenando su libertad de elección, ya sea porque ella nos incomoda por rehusarse a aceptar cualquier comando, ya sea tan sólo para ejercitar la nefasta sensación de dominación. Así, sin percibirlo, insistimos en sustentar la apariencia en frágiles estructuras que llamamos de ‘orden’ en vez de hacer un cambio definitivo hacia la paz. El orden es de razón social; la paz es un tesoro exclusivo del alma plena. El orden es el deseo de los dominadores; la paz, una conquista de los libertadores de sí propio”.
Quise saber cómo escapar de todo ese proceso nocivo y obsoleto de dominación. Canción Estrellada volvió a fruncir el ceño y dijo: “Una valiosa lección es entender que ‘cualquier persona sólo tendrá sobre tí el poder que tú le consientas a ella’. No le concedas a nadie tal poder, pues cada vez que lo hagas conocerás la agonía y el sufrimiento de la esclavitud moderna. Nacimos para volar, no para decorar la jaula ajena. En sentido inverso también se aplica: abandona la idea, bajo cualquier pretexto, de ser dueño de alguien. Jaulas o alas. Es una decisión que tomamos todos los días”.
“A lo sumo, vigila y vigila. No al otro, sino a tí mismo, pues nadie será un enemigo tan poderoso como las sombras que te aconsejan. Dominador o dominado, ambos se pudren en la misma cárcel. Dentro de la necesaria interdependencia de todas las relaciones, la libertad es presupuesto indispensable para la alegría y para la paz”. Hizo una breve pausa y concluyó: “Y del amor, lógicamente”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.