Cuando doblé la esquina y no vi la clásica bicicleta de Lorenzo, el zapatero amante de los libros y de los vinos, recostada en el poste en frente a su taller pensé que no estaba con suerte aquel día. Los horarios improbables e inusitados de funcionamiento de la zapatería ya eran leyenda en la pequeña y elegante ciudad, localizada en la falda de la montaña que acoge al monasterio. Yo estaba triste. Desde siempre, la relación con mi madre había sido complicada, como si amor y dolor alternasen en el palco de la vida, generando memorias que interferían en los días por vivir. Tuvimos otra discusión y yo quería reunirme con el buen artesano. Necesitaba hablar para recordar lo que ya sabía y oír para aprender lo que todavía no sabía. Era hora de almuerzo y decidí ir a un agradable restaurante cerca de allí. Como si la casualidad existiera, cuando entré me deparé con el zapatero sentado en la mesa con una mujer más joven que él. Yo no la conocía. Cuando me aproximé percibí que ellos estaban tomados de las manos y tenían el rostro mojado con lágrimas. Retrocedí pero él me vio, sonrió de manera sincera y me llamó. Me regaló un fuerte abrazo y me presentó a la joven. Era su hija menor. Ella había salido muy temprano de casa. Después de muchas peleas con el padre abandonó la universidad sin la debida conclusión y permaneció años sin dar noticias. Yo conocía la historia y sabía que Lorenzo la había buscado durante mucho tiempo sin éxito. Ella acababa de volver. La alegría por el reencuentro transbordaba en ambos.
Fuimos presentados y la joven fue muy amable. Habían terminado de almorzar, ella le pidió la llave de la casa al padre; necesitaba un baño y algún descanso. Feliz, se despidió. Lorenzo me pidió que me sentara para comer. Ordenó otra copa de vino tinto para acompañarme. A solas, el artesano me contó que la hija había regresado después de constantes decepciones y frustraciones por las cuales había pasado; venía en busca de apoyo y auxilio. Le comenté que era una excelente oportunidad para tener una seria conversación y para que fuera riguroso, ya que sólo lo había buscado porque el mundo había sido hostil con ella. Él sonrió levemente y dijo: “No, Yoskhaz. La vida ya le aplicó las lecciones más duras, es mi oportunidad para hacer la diferencia, para dar la otra mejilla. Ella necesita comprensión y cariño, además de mucho amor”.
Bebió un sorbo de vino y agregó: “Todos, por la incomprensión de sí mismo, parten rumbo a un país distante para encontrarse hasta entender que aquello que buscan está en casa; entonces tarde o temprano regresan”. Lo interrumpí para decirle que no había entendido esta última parte. Él explicó: “Es un viaje que todos hacen, sin excepción. Algunos sienten la necesidad de viajar con el cuerpo; no obstante, todos lo realizan en espíritu, dentro de sí”. Insistí diciendo que no comprendía. El zapatero fue didáctico: “La insatisfacción y la angustia se fundamentan en la fragmentación del ser. Dividido entre los deseos del ego y las necesidades del alma, el ser alimenta dudas que dependiendo de cuánto ya se conoce, de cómo lidia consigo mismo y con las propias emociones, del refinamiento de las percepciones y, en consecuencia, con la situación presente, podrá generar factores de paralización, fuga o evolución. El hecho desagradable puede generar una inseguridad capaz de llevarlo al completo estancamiento dejándose dominar por el miedo; a una fuga ante la dificultad para equilibrar los instintos primarios con los deseos más nobles; o a usar el momento para entender mejor la búsqueda por la esencia que lo ilumina, en la jornada para la superación de las dificultades que lo limitan en ese momento”.
“Todos traemos herencias sociales, culturales y ancestrales que componen los archivos tanto del ego como del alma. El ego está ligado a los placeres inmediatos y sensoriales, a los instintos impulsados por las sombras, a los aplausos, a la seguridad de la vida por el control de la voluntad ajena, a la dominación, a la posesión, al brillo social. El alma es la parte del ser preocupada con el desarrollo de las virtudes, los sentimientos fraternos, la evolución, el encanto de la vida por la libertad de los otros y de sí propio, el desapego, la Luz personal. A cada elección separamos aún más las partes o las aproximamos, en un proceso de armonización y posterior plenitud”.
“En diferentes niveles, todos perciben esa división interna. Entre mayor el abismo, más dolorosa es la herida. Unos prefieren ignorar la fragmentación y le conceden total poder a las propias sombras. Son los que desean dominar a los otros, las situaciones que los cercan o viven en función de acumular bienes materiales; miedo, egoísmo, vanidad y ganancia son las sombras que dominan a esos individuos; suelen estar rodeados de personas con iguales intereses simulando afecto y, aunque nieguen o intenten disfrazar las apariencias, son profundamente infelices y amargados. Presta atención, ellos aparentan poseer gran fuerza externa, se sostienen en el orgullo de la ilusión de creerse mejores, en la arrogancia de sentirse poderosos, pero en el fondo son frágiles y desean auxilio para salir del sótano oscuro en que se encuentran. Nunca admiten sus errores, permanecen estancados, el ego viajó a un país distante, lejos de casa y no admite volver. El alma es la verdadera casa del ego, que insiste en negarla, en la búsqueda por la felicidad en un lugar distante, fuera de sí mismo. En ese momento, ellos se hacen esclavos de las propias sombras”.
“Otros, un poco más conscientes, optan por sofocar los instintos primarios y los recuerdos traumáticos en verdadera guerra contra sí mismos, con la ilusión de esconder las sombras, ante el riesgo de permitir su aparecimiento furtivo y la pérdida inesperada de control. A menudo las sombras se manifiestan como explosiones nerviosas o decisiones inaceptables de personas aparentemente calmadas y sensatas. ‘No creo que fulano haya hecho eso, él siempre parecía tan equilibrado’, es la frase que solemos oír en esos casos. Aprisionar las sombras es una guerra sombría que acabará llevando al individuo al descontrol, a accesos repentinos de furia o a seguir hacia el otro lado, igualmente negativo, de la depresión, del desánimo o del pánico. Intuyen que necesitan regresar a casa, pero todavía no saben cómo. El ego está perdido en el bosque de las sombras. Desesperados, intentan huir de sí mismo. Quedan aprisionados con las sombras como carceleras”.
Algunos, no obstante, pueden verse en el espejo con sinceridad; están dispuestos a profundizar en el autoconocimiento. Aceptan la existencia de sus sombras y las abrazan con amor. A cada consejo oriundo del ego, el alma lo convida a conversar con cariño a fin de mostrarle que siempre existen diferentes posibilidades, como si fuese un niño que necesita ser educado con amor para volverse un adulto mejor. Cualquier memoria desagradable que traiga culpa o trauma, ya que nunca será olvidada, no debe ser castigada o repelida cuando se presenta. Al contrario, es una excelente oportunidad para ser tratada con sabiduría, compasión, humildad, equilibrio, perdón y, principalmente, amor, en trabajo incansable de mostrar que cada uno actúa según la exacta medida de su capacidad de mente y corazón, en aquel momento del proceso evolutivo. Tanto tú como el otro. Al entender que el error es permitido a todos en la escuela de la perfección, dejamos de envolvernos en la tristeza, que tanto corroe, o debatirnos por la culpa, que tanto paraliza, para asumir la responsabilidad de hacer diferente y mejor de allí en adelante. Así iniciamos el trayecto de regreso a casa. En el ejercicio de armonizar el ego y el alma para que se hagan uno, siempre teniendo las virtudes como guía, la Luz acaba disipando definitivamente las sombras; esto integra el ser y lo libera”.
“Cuando el ego está desorientado parte a un país distante con el deseo de encontrar la miel de la vida. Las experiencias vividas, sumadas a la ampliación de la consciencia y a la capacidad amorosa, lo hacen percibir que la búsqueda de los bienes valiosos e imperecederos tienen como destino el otro lado de sí mismo, el alma. Entonces, ese día, regresa a casa y sucede el gran reencuentro”.
“Este grado de equilibrio se llama madurez y se refleja en la mejoría de todas nuestras relaciones. Es la sedimentación de la virtud de la armonía en el ser y la posibilidad de vivir en paz.” Añadió que su hija estaba comenzando a experimentar esta última enseñanza y concluyó: “El movimiento interno siempre se refleja en la actitud exteriorizada”.
Argüí que era muy fácil arrepentirse después de ‘estrellarse contra el mundo’. Lorenzo levantó las cejas e hizo una pregunta retórica: “¿No es así con todos?”, en seguida prosiguió el raciocinio: “Como en la parábola del hijo pródigo, abandonamos la casa en busca de lo mejor que la vida tiene para ofrecer, ilusionados con riquezas y placeres. Las tempestades nos obligan a buscar un puerto seguro. El regreso a casa marca la sedimentación de la humildad en el ser: sólo tendrá espacio para crecer aquel que se admite pequeño y se coloca a disposición de las lecciones. Al entender que la conquista del tesoro es el desarrollo de las propias virtudes, el andariego admite el rumbo equivocado, da media vuelta y armoniza el ego con el alma. Esta virtud, la humildad, permite iniciar el Camino y será indispensable para atravesar el primer portal”. Volviendo a referirse a la hija, dijo: “Tratarla de manera severa es hacer lo mismo que el mundo ha hecho. Ella ya aprendió estas lecciones. Recibirla con amor es hacer diferente y mejor. Es entregarle lo que necesita”.
Terminó el vino y pidió permiso para retirarse. Deseaba estar al lado de la hija. Me dio un abrazo y lo vi salir del lugar, estaba radiante de alegría. Pedí una torta de chocolate como postre y percibí cómo todo aquello se aplicaba a la relación con mi madre. Aún sin conversar sobre ello con el zapatero, él me había proveído de todas las respuestas que yo necesitaba. Ya habíamos sido muy rigurosos uno con el otro; muchos cobros y exigencias, ninguna paciencia y poco respeto para aceptar las diferencias y los límites del otro. Era hora de invertir aquel juego y permitirme hacer diferente para que yo pudiese descubrir lo mejor de los dos. Corrí a la estación y compré un pasaje en el próximo tren. Almorzaría con mi madre el domingo. Yo estaba, de varias maneras, volviendo a casa.
Gentilemente traducido por Maria del Pilar Linares