Allá estaba. La bicicleta apoyada en el poste fue la primera cosa en la que reparé cuando doblé la estrecha y sinuosa calle del taller de la elegante ciudad cercana a la montaña que abriga al monasterio. El sol del atardecer se reflejaba en las calles de piedra y matizaba las construcciones con tonos pasteles. Como la tienda de Lorenzo, el zapatero amante de los libros de filosofía y de los vinos tintos, no funcionaba en horarios regulares, encontrarlo era siempre un juego de azar. Me saludó con la alegría y la elegancia habituales. Preparó café fresco y cuando nos sentamos ante las tazas humeantes, fuimos sorprendidos por la llegada de una sobrina del artesano. Una joven bonita, educada y con rasgos de incertidumbre en el rostro; había venido a pasar unos días de descanso en el interior. Después de los saludos de rigor, la joven fue bastante objetiva. Siempre oía al tío hablar sobre la importancia del desapego. Ella era paciente de un prestigioso sicoanalista de la capital y en la última consulta, le aconsejó que no abandonara sus deseos, pues esto significaba desistencia y, en consecuencia, una señal de debilidad.
Lorenzo escuchó con paciencia y en silencio. Al término, ante la mirada afligida de la sobrina, dijo con voz serena y suave: “Soy un lector interesado y un observador atento. No obstante, como sabes, no tengo formación académica. Apenas digo lo que siento y expreso mi visión sobre todas las cosas. El riesgo de que esté equivocado es enorme”. Me entrometí y bromeé diciendo que los alquimistas son autodidactas. Era innegable la magia del artesano en transformar plomo en oro, o al menos en lo referente a transmutar en luz las sombras que habitan en todos nosotros. La joven insistió en que él hablara, ya que le encantaba escuchar la opinión del tío, que clasificó como desconcertante. El zapatero le pidió que se sirviera un café y que se sentase. En seguida dijo: “La palabra tiene el poder de vestir y revestir una idea. Ella da forma al pensamiento, de ahí su gran poder. Los antiguos decían que somos hechiceros de palabras, pues con ellas podemos sembrar coraje o esparcir miedo. Digo esto, por la necesidad de adecuar lo que pienso en el exacto contexto, con la mejor palabra”.
“Desapego no es desistencia. No, de ninguna manera. Desapego es transformación, herramienta indispensable para la evolución”. La joven lo interrumpió y dijo que no estaba entendiendo. El artesano sonrió con ternura y le explicó: “Sufrimos con condicionamientos culturales, sociales y ancestrales que ejercen una fuerte influencia en la formación de las ideas, en la interpretación de las emociones y, en consecuencia, influyen en nuestras decisiones. Muchas veces, esta influencia compulsiva nos lleva a crear metas y deseos que relacionan el éxito y la felicidad con objetivos meramente materiales y con placeres sensitivos. La gran mayoría de las veces están ligados a dinero, fama, poder y sexo. El ego quiere los aplausos y los brillos de la tribu, conquistas aparentes, y no nota el vacío que esto ocasiona a largo plazo. En algún momento, la persona más atenta percibe que los conceptos que estructuraron su trayectoria pueden estar obsoletos, ya que no se tradujeron en la felicidad prometida y con ello entiende que es necesario cambiar de ruta. Seguir la melodía con el viejo patrón a medida que la ópera avanza, ya no sostiene la ligereza ni la plenitud de la canción. Aquella sinfonía ya no llega al corazón. Resta apenas un enorme vacío, donde el sonido no se propaga”. Hizo una pequeña pausa para observar los ojos atentos de la sobrina antes de concluir: “Entonces, se percibe que es necesario reinventar los conceptos que nos hicieron andar un largo trayecto sin llegar a ningún lugar. Se comienza a entender que el éxito no se mide con la regla financiera y sí con el compás de la plenitud. Tener no lo es todo y sí ser todo. El desapego se refleja en la transformación de las viejas formas. Es alquimia pura”. La joven volvió a interrumpirlo para que fuera más claro. Lorenzo no se hizo de rogar y dijo: “Lo que denominamos ‘viejas formas’ es un conjunto de ideas, preconceptos y condicionamientos que nos atan a patrones que, en algún momento, se muestran anticuados pues se vuelven ineficientes o inútiles. Es la hora de la metamorfosis. La transmutación es vital para dejar atrás toda aquella manera de pensar y de vivir que no sirve más, pues no ofrece el contenido vital que impulsa la evolución. Es entender que todos los deseos se desdibujaron al conquistar la verdadera felicidad, pues no proporcionaban los colores de la inconfundible sensación de paz. Es hora de entrar en el capullo para entender y, después, liberar los sueños; de que la oruga deje de arrastrarse y despliegue las alas de mariposa”.
“Aquí se hace imprescindible distinguir correctamente entre deseo y sueño. El deseo está ligado al ego, a la vanidad, al prestigio social, a las conquistas meramente materiales, a las pasiones, al brillo. El sueño es el propósito del alma, de lo más profundo del ser y refleja los dones y talentos utilizados en las conquistas inmateriales de amor y dignidad para la evolución espiritual. Está ligado a la luz. Mientras el deseo alimenta el orgullo, el sueño le da sentido a la humildad; el deseo lleva a las condecoraciones de la aldea y a los titulares de las revistas, el sueño hace con que, en silencio, el cielo entre en fiesta; el deseo quiere la fama del brillo, el sueño ansía la llegada de la mañana. Entender el sentido y la diferencia entre deseo y sueño es percibirse inmortal y convertirse en andariego de un viaje sin fin. Saber que estamos aquí para aprender, transmutar, compartir y, entonces, proseguir”.
“Desapego no es desistencia, así como desapego no es cobardía. Al contrario, es una decisión de profundo coraje soltar lo que muchas personas alrededor aclaman como victoria. Lo que la mayoría llama de gloria para ti ya no tiene ningún valor. Creer que desapego es cobardía es lo mismo que engañarse al pensar que ser manso y pacífico, al decidirse por la no violencia como instrumento de lucha, es característica de los cobardes. Es no entender la esencia de la vida, la fuerza revolucionaria de la paz. Es necesario fuerza de voluntad y coraje inconmensurables para renunciar a las referencias sociales y culturales en la construcción de un nuevo ser, ahora comprometido con las verdaderas conquistas, aquellas que no se oxidan, que no pesan ni se deterioran. Es escoger la fruta por el poder multiplicador de la semilla y no por el brillo efímero de la cáscara”.
“A menudo veo profesionales exitosos y famosos, sin cualquier dificultad financiera, con condiciones para usufructuar de toda la comodidad y tecnología que la modernidad ofrece. Sin embargo, están envueltos en una esfera de depresión, pánico, miedo, completamente perdidos. Alcanzaron el más alto escalón de la jerarquía proyectada por los antiguos conceptos. Tienen dinero, son realmente buenos en lo que hacen, reciben el justo homenaje por sus realizaciones, no obstante comprimidos de ansiolíticos, cajas de antidepresivos, interminables terapias, fanatismo de todo orden, deseos inconfesables de suicidio rondan a esas personas como fantasmas en mansiones asombradas. No tuvieron el entendimiento para cambiar la apariencia por la esencia, prefirieron vivir ante la expectativa del mundo en vez de permitir que el silencio les susurrara la propia verdad y les indicase el Camino. Faltó coraje para desapegarse de los deseos y vivir los sueños. Están en el vacío vital; sienten sed de luz”.
Hizo una pausa, miró a la sobrina con seriedad y dijo: “Desapegarse de las pasiones para que el amor florezca no es para los débiles. El amor está reservado a los fuertes. Es imposible amar sin desapego. Es imposible ser libre sin desapego. Sólo así nos permitimos la ligereza para que las alas se manifiesten. Sin ellas no se llega a Tierras Altas, donde se cimientan los pilares de la paz. Solamente quien entiende la dimensión del desapego es capaz de comprender la distancia entre el amor y la pasión”, explicó Lorenzo. La joven quiso saber cómo diferenciar el amor de la pasión. El buen artesano sonrió levemente de alegría y dijo: “Imagínate a una persona atravesando un desierto, bajo el sol abrasador y con mucha sed. Ella encuentra una enorme jarra con agua fresca y se sacia hasta la última gota. Esta sensación es pasión”. Permaneció algunos instantes en silencio y cerró los ojos para hablar despacio, de manera sentida: “Amor es cuando enfrentamos el mismo desierto, bajo el mismo sol y la misma sed. Encontramos la misma ánfora con agua… bebemos la mitad… y la dejamos por la mitad para quien viene atrás”.
Una lágrima escapó por el rostro de la joven que en seguida se iluminó con una bella sonrisa. Ella abrazó al elegante zapatero en sincero agradecimiento. No pronunció palabra y se fue. Ya no era más la misma que había entrado hace poco al taller.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.