“Cada vez que piensas, hablas o actúas motivado por las pasiones densas y pesadas, alimentas el poder de las sombras, dentro y fuera de tí” dijo el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden. En seguida concluyó: “Por más absurdo que pueda parecer, nadie te perjudica más que tu mismo, créelo. Esto aplica para todos”.
Estábamos apenas los dos sentados en el comedor del monasterio, apreciando el sabroso té que el Viejo preparaba con una mezcla de hiervas que recogía del bosque cercano, mientras admirábamos la puesta del sol entre las montañas. Él me había invitado a conversar al percibir la alteración de mi comportamiento después de recibir una llamada telefónica. El monje me ofreció una taza acompañada de una pregunta: “¿Cuál es el único precepto del Código de Ética de la Orden?” Como permanecí callado, él mismo respondió: “Nunca alimentar las sombras”. Hizo una pequeña pausa para que yo, lentamente, madurara la idea y prosiguió: “ ¿Sencillo, cierto? Al final todos somos buenos y, en principio, no queremos compromiso con el mal”. El monje esperó que yo estuviera de acuerdo antes de corregir: “Errado, no es nada fácil. Tenemos una enorme dificultad en identificar las propias sombras y todo lo que las estimula, dentro y fuera de nosotros”. Volvió a callar por instantes y dijo: “El gran truco de las sombras son sus mil disfraces, al punto que piensas que ellas no se esconden en tus entrañas”.
De inmediato hice la pregunta obvia de cómo identificar las sombras. Él arqueó las cejas como siempre lo hacía cuando quería que fuera con calma y dijo: “Aceptar la existencia de las sombras que hay en nosotros es el primer paso para no permitir que nos dominen. Cuando las negamos o las ignoramos, autorizamos a que se muevan furtivamente en nuestro inconsciente, encontrando una posición cómoda para manipular ideas y emociones que se verán reflejadas en nuestras decisiones. Admitir que somos espíritus en la tercera dimensión, o sea, que estamos con la vestidura de un cuerpo físico provisional, aún en escala evolutiva, habitados por sentimientos densos que necesitan ser iluminados y transmutados”. El monje me miró fijamente a los ojos y dijo con seriedad: “Esta es la gran batalla de esta existencia” y completó: “Repetiré esto tantas veces como sea necesario por ser fundamental para la conquista de la plenitud”.
“Por lo tanto, el discurso de que los celos, la rabia, la envidia, el orgullo, el miedo y otros sentimientos pesados no te pertenecen, es hacer el papel de tonto al abrazar una sombra muy peligrosa, en estado aún más primitivo, la ignorancia”. Tomó un sorbo de té y continuó: “Sin embargo, las sombras poseen otros trucos:
– Nos prestan una de sus innumerables máscaras y nos hacen creer que somos lo que todavía no hemos alcanzado;
– Nos convencen de aceptar el papel de víctima, al creer que el mundo conspira contra nosotros;
– Nos ofrecen pasajes para huir de la realidad hacia nubladas planicies de ilusión, con el fin de evitar enfrentar la verdad, sin la cual no habrá cura, transformación y evolución”.
Volvió a quedarse en silencio por instantes y continuó: “Hay muchos más, no obstante, la maniobra más cruel es cuando las sombras nos convencen de que apenas quieren protegernos y nos alientan a dar rienda suelta a las emociones más oscuras, conduciéndonos a preferir los instintos primitivos de sobrevivencia en vez de los sentimientos nobles de convivencia. Esta es la trampa. Terminas confundiendo venganza con justicia; celos con amor; crítica con consejo; ignorancia con verdad, y lo peor, no te das cuenta del error”.
Yo todavía no había entendido cómo hacer para identificar las sombras. El Viejo fue didáctico: “Presta atención al sentimiento que verdaderamente mueve cada una de tus decisiones. Después cuestiona si la próxima vez puede ser diferente y mejor. No lo dudes, siempre es posible. Sólo existe evolución cuando hay transformación. Si tu eres exactamente el mismo de hace mucho tiempo, desconfía de ti mismo; existe algo que necesita cambiar. Así nos sumergimos en un proceso de autoconocimiento para que, poco a poco, identifiquemos las sombras que interfieren en nuestro discernimiento. Todo ser con reducida capacidad de discernimiento es un prisionero de sí mismo”.
“Entonces, podemos dar el próximo paso que consiste en iluminar y transmutar esas sombras. Lo que era resentimiento se vuelve perdón; la envidia se altera por sincera admiración; los celos se modifican al comprender que el amor revela las alas, nunca las cadenas”. Bebió un sorbo de té y prosiguió: “El trabajo es pesado, exige sabiduría y voluntad, además de mucho amor, por supuesto. Sin embargo nunca lo dudes, posees todos esos atributos adormecidos en el alma. Basta tener el valor de despertarlos para la batalla. En esa fase entendemos que mientras las sombras traen negación, agonía y nos aprisionan, la Luz está comprometida con la verdad, la libertad y la alegría. Sólo así transformamos sufrimiento en paz. Esta es la cura”.
Permanecimos largo tiempo sin pronunciar palabra. El monje tenía la mirada perdida en las montañas que se veían desde la ventana; mientras tanto yo intentaba encajar todas las palabras en la mente. Él rompió el silencio: “A cada decisión somos linterna que ilumina los pasos de toda la gente o neblina que impone a los otros nuestras propias tempestades. De ahí la importancia de un corazón puro y de una mente despierta, características de un espíritu libre, al momento de elegir entre las infinitas posibilidades que tenemos”.
En seguida, el monje abordó otro aspecto de la misma cuestión: “En contrapartida estamos sujetos a captar la energía liberada por otras fuentes. Buenas o malas, individuales o colectivas, estamos expuestos a todo tipo de carga vibratória. La Física Cuántica ya probó lo que los alquimistas percibieron hace tiempo. Todo es energía en el universo; hasta lo que se denomina materia no es nada más que energía condensada. Somos centros generadores y receptores de energía, querámoslo o no. Generamos energía con nuestros sentimientos, pensamientos y actitudes. De esta manera afectamos a todos los que están a nuestro alrededor, haciendo con que se sientan bien o mal, dependiendo del tipo de carga vibratória que emanamos, sutil o densa, según el amor o el dolor, del nivel de consciencia involucrado en cada emoción, idea, palabra o acción”.
Tuve curiosidad en saber cómo protegerme de las cargas energéticas ajenas que tanto incomodan y perjudican. El Viejo dijo prontamente: “Quien camina recto no necesita tener miedo de lo oscuro”. Sonrió y complementó: “Antes de preocuparte por los otros es necesario que prestes mucha atención en tí mismo. Es muy importante que vigiles cada sentimiento y pensamiento, pues en algún momento se materializarán en palabras y actitudes. Cuando nos movemos con la intención de pacificar e iluminar todo lo que nos envuelve, se crea un campo de fuerza a nuestro alrededor que nos fortalece y protege. Este es el mejor escudo”.
“Acepta a los otros con las imperfecciones que les son inherentes, con la serenidad de saber que tú todavía no posees perfección para ofrecer. Da siempre lo mejor de ti sin cobrar tributos por esto. Las virtudes son semillas del jardín del universo y, por tanto, no son negociables. Entre más las compartimos, más se multiplican. Sé sincero contigo y esfuérzate para que tus elecciones reflejen el mundo maravilloso de tus sueños, así estarás siendo sincero con todos. No creas en todo lo que oyes, así sean elogios o críticas, pues las palabras suelen proyectar el corazón confuso del interlocutor”.
“Lo más importante, no menosprecies tus pequeñas acciones, aquellas que parecen no tener importancia. Ellas tienen gran poder al alimentar las sombras que, poco a poco, se expanden, contaminan y se instalan en el inconsciente de quien está desprotegido, generando desequilibrio, desesperanza, agonía, depresión o violencia. Es necesario tener cuidado para no construir las trampas que aprisionan, tanto a nosotros como a los otros. La vida es un viaje fantástico desde que seas capaz de ver la belleza que existe en todo y en todos. Vale recordar la lección del Maestro: Cuando tu ojo es bueno, todo el universo es luz”.
Le pregunté si todo ese movimiento energético estaba sujeto a la Ley de Acción y Reacción. El Viejo sonrió satisfecho y concordó meneando la cabeza. Entendí que atraería hacia mí la misma carga y calidad energética que emitiera. “Protegiendo a los otros de nuestras propias sombras, acabamos protegiéndonos de las sombras, individuales o colectivas, del mundo. Al armonizar la emoción densa que me invade, impidiendo la contaminación de mis decisiones, inicio el proceso de iluminación y transmutación, al desarmar las crueles trampas contra la paz. El secreto es ofrecer siempre lo mejor y no posponer el importante encuentro que cada cual tendrá consigo mismo, etapa esencial para el perfeccionamiento del ser. Traer lo inconsciente al consciente es fundamental para decodificar la vida”.
Aquí me tomo la libertad de abrir un pequeño apéndice. En esa época, después de aquella conversación, el Viejo me sugirió el siguiente ejercicio: permanecer siete días consecutivos sin lamentarme de algo o criticar a alguien. Para ello, era preciso domar mis impulsos más densos. A cada falla reiniciaría la cuenta. Demoré varios meses para completar la prueba, aparentemente simple. Confieso que no fue fácil, pero fue una bellísima e inolvidable lección de autoconocimiento y plenitud. Entendí que cada vez que nos acercamos al mal aumentamos su poder. Sin embargo, lo contrario también es verdadero y transformador. Es pura Luz.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.