En las montañas de Arizona hay un pequeño y agradable pueblo llamado Sedona. Allí reside Canción Estrellada, el chamán que tiene el don de perpetuar la filosofía ancestral de su pueblo a través de historias y canciones. Llegué el viernes. Me recibieron con una sonrisa sincera y el habitual gran abrazo. Tras dejar mi mochila en la habitación de invitados, me senté en el sofá de la veranda. La fresca brisa otoñal me hizo buscar una manta. Era una típica tarde de otoño. El cielo azul enmarcaba las formaciones rocosas granates que caracterizan la hermosa región. Sentado en su mecedora, el chamán llenó de humo el horno de piedra roja de su indeleble pipa. Tras encenderla, dio unas cuantas caladas mientras dejaba que el balanceo de la silla arrullara sus pensamientos. Amablemente, quiso saber cómo estaba. Por aquel entonces, trabajaba como ejecutivo publicitario y dirigía una agencia de publicidad junto a otros socios, cada uno responsable de un sector. Financiera, administrativa, comercial y creativa eran las áreas bajo el mando separado de los cuatro socios. Decía que la buena relación del pasado había desaparecido. Reinaba un malestar parecido a una guerra librada en la oscuridad y en silencio. La camaradería y la alegría de antaño habían dado paso a una convivencia formal y contenida. Había una clara desconfianza sobre si los demás socios dirigían de la mejor manera posible los sectores de los que eran responsables. Era la sensación de una casa que parecía desmoronarse por dentro, con los cimientos agrietados, aunque siguiera teniendo una bonita fachada y las paredes pintadas de vivos colores. Canción Estrellada fue sucinto en su observación: «Estás recorriendo el camino del miedo» ¿Miedo?
No había miedo, dije. No tenía miedo de mis compañeros y dije que lo mismo. El chamán no dio muchas explicaciones. Sólo dijo: «El miedo es la raíz de todos los sufrimientos y conflictos; la ignorancia es la semilla de todos los miedos». Luego dijo que hablaríamos de ello más tarde.
Al día siguiente, como todos los sábados, el enorme césped de su casa estaba abarrotado. En Sedona, se había convertido en una tradición que Canción Estrellada contara ricas historias sentado bajo el frondoso roble del patio trasero, hablando de la antigua filosofía de su pueblo. La gente extendía mantas sobre la hierba, compartía aperitivos y sonrisas. Era una auténtica ceremonia mágica abierta a todo el que quisiera participar. La magia es transformación. Así se sentían todos al final de estos encuentros. Algo bueno despertaba en cada corazón. A menudo hacían falta días para que la idea se metabolizara en conocimientos y herramientas, luego en sabiduría y trabajo.
Fueron increíbles las transformaciones que se iniciaron tras escuchar a un simple narrador que hacía analogías con las situaciones cotidianas que vivimos, sin darnos cuenta de las preciosas puertas que están disponibles pero que no siempre son visibles. Están ahí, pero no las vemos. Por eso creemos que no hay otros pasadizos ni salidas insólitas. En la monotonía de nuestros días, repetimos nuestros errores como si fueran inevitables.
Aquel sábado, como de costumbre, el ritual comenzó con el redoble del tambor de dos caras. Una canción suave y rítmica cantada en el dialecto nativo calmó poco a poco los ánimos, permitiendo que los oyentes se volvieran más receptivos. Canción Estrellada narró: «En tiempos inmemoriales, había un pueblo muy próspero en el que sus habitantes vivían en armonía. Se ayudaban unos a otros. La caza era abundante y las cosechas abundantes en cada estación. Aunque unos tenían más, otros menos, todos tenían lo que necesitaban y eran felices por ello. El trabajo se consideraba sagrado, al igual que el cuidado de los demás. Al final de cada semana celebraban la abundancia en animadas fiestas. El comercio con otros pueblos era justo y satisfactorio. Hasta que el líder de la tribu partió al encuentro del Gran Creador. Como no había consenso sobre quién ocuparía el puesto, comenzó una feroz disputa por la sucesión en el cargo. Las intrigas, las discordias y las ofensas se convirtieron en moneda corriente en la aldea. Con ellas llegaron el odio, la intolerancia y la impaciencia. Al poco tiempo, la tribu se vio azotada por un periodo de grave sequía. Los cultivos se dañaron, la caza desapareció. El tiempo trajo incertidumbre sobre la supervivencia. Surgieron ideas vacías y certezas extraviadas, disociadas de los fundamentos genuinos. Olvidaron la belleza de formar parte de un mismo todo».
«Algunos atribuían los días difíciles al hecho de que la aldea había comerciado con mercaderes desconocidos, adoradores de dioses extraños. Otros estaban convencidos de que las dificultades eran fruto de la ira divina porque la tribu no había decidido su liderazgo, lo que aumentó la tensión y la agresividad entre los habitantes en un intenso intercambio de acusaciones. Por si fuera poco, la aldea se vio asolada por una enfermedad inusual. Síntomas como fiebre alta asociada a dificultad para respirar estaban acabando con la existencia de un número creciente de habitantes. Hubo quien huyó al bosque para evitar el contagio; hubo quien se refugió en casa por miedo al peligro y quien acudió a la plaza del pueblo para protestar airado por la situación. A pesar de las diferentes actitudes, había algo en común: todos exigían que se castigara a los responsables de las tragedias sufridas por la tribu. Sin embargo, ni siquiera había consenso sobre quién era el culpable de la catástrofe».
Hizo una pausa antes de continuar con el relato: «Un comerciante de frutas exóticas, una caravana de peregrinos que había pernoctado en las afueras de la aldea, hechiceros de tribus vecinas e incluso el matrimonio entre una chica y un chico de familias que se habían convertido en rivales fueron algunas de las muchas causas que se señalaron para explicar por qué tantas almas fueron enviadas al Gran Misterio en tan poco tiempo. Por si fuera poco, el hambre también daba miedo. Aunque ninguna teoría parecía contentar a todos, llegaron noticias de que los que huían se convertían en presa fácil de los depredadores del bosque, los que se escondían en casa sucumbían a la tristeza y el abandono, mientras que los que protestaban en la plaza quedaban exhaustos y consumidos por el odio.»
Canción Estrellada arqueó los labios en una leve sonrisa al darse cuenta de la atención del público y continuó: «En el punto álgido de la crisis, apareció en el pueblo un hombre que, con un discurso elocuente, pronunció no sólo las palabras que la gente quería oír, sino que sabía cómo poner fin a la tragedia. Argumentó que, durante el periodo de mayor riqueza, no hubo preocupación por compartir la abundancia con los pueblos más necesitados. El castigo de los dioses era la razón de la tragedia. Pero también era la solución. Dijo que sabía qué tribus se enfrentaban a dificultades aún más graves que aquella. Si todos estaban de acuerdo y se mostraban generosos, él se encargaría de recoger una parte de las posesiones de cada habitante para donarla a los miserables. Los argumentos parecían sensatos y coherentes. A nadie le importaba desprenderse de una pequeña parte de lo que tenía, dadas las enormes bendiciones que obtendrían. Se sentían llenos de esperanza en un mañana mejor. El hombre lloró de emoción, agradeció al pueblo su generosidad y partió con su carro, tan lleno de pertenencias que tuvieron que enganchar dos caballos más para mover tanto peso». Canción Estrellada arqueó las cejas y concluyó la primera parte de la historia: «Nunca más volvieron a saber de aquel hombre, ni de ninguna tribu que se hubiera beneficiado de las donaciones de la aldea. La enfermedad y el hambre eran rampantes».
El chamán tomó un sorbo de agua y continuó: «Las reacciones fueron diversas. Algunos se hundieron en el abatimiento, otros querían dar caza al impostor. Sin embargo, no hubo ni más ni menos que tristes lamentos o gritos de rabia».
El público seguía el suspenso con verdadero interés. Canción Estrellada relató: «Un día, una mujer que vivía en las montañas lejanas, considerada una hechicera porque conocía el poder de las hierbas y tenía una fuerte conexión con otras esferas dimensionales, cuya fama asustaba a todas las aldeas cercanas por las historias que hablaban de sus innumerables maldades, aunque nadie las había presenciado jamás, atravesó la puerta de la tribu sin pedir permiso ni autorización. Se sentó en la plaza, sacó una flauta de la bolsa que llevaba y entonó varias canciones en tonos suaves y acogedores. Encantados por la melodía, como si las canciones hablaran a aquellos corazones endurecidos que llevaban mucho tiempo apartados de la miel de la vida, poco a poco, la gente se fue acercando a la hechicera. Al principio, se mantenían a una distancia respetuosa o incluso temerosa. A medida que la dulzura de las canciones acariciaba sus corazones, los habitantes se acercaban aún más. Hasta que una persona recordó la fama de la hechicera y advirtió que la música sería como el queso en una ratonera. La hechicera dejó de tocar su flauta y comentó con voz serena: Si el amor se ve como una trampa, sí, el corazón siempre será traicionero. Luego añadió: Sin embargo, si el corazón se ve como un centro de fuerza y equilibrio, entonces en el amor está la curación. Había algo extrañamente agradable que emanaba de aquella mujer de la que tanto se hablaba.
Un niño interrumpió la historia para decir que la hechicera era un ángel disfrazado. Todos rieron, incluida Canción Estrellada que estaba encantado con la inesperada aportación y continuó: «La mujer explicó que el drama comenzó cuando la tribu se vio envuelta en las vibraciones deletéreas del odio, la intriga, la discordia, la impaciencia y la intolerancia. Esto afectó al egregor de la aldea, es decir, a la sutil capa energética de protección que rodea a una persona o grupo unidos en un mismo propósito. La enfermedad, en contra de lo que muchos podían imaginar, fue una medida indispensable para restablecer la armonía perdida tras el largo periodo de sequía. Sin embargo, la incomprensión del lenguaje de la vida hizo que el miedo estableciera un imperio. El egoísmo y el separatismo se avivaron cuando surgieron dificultades. Como resultado, la inconstancia de las lluvias, la imprevisibilidad de los días venideros y la inseguridad sobre la supervivencia, en lugar de unir a la tribu, fueron el motivo de que se dejaran dominar por el miedo. Perdidos, sin saber dónde buscar orientación o soluciones, se dejaron vencer por la desesperación. El mal tiempo ha existido desde el principio de los tiempos, al igual que las enfermedades. Son necesarios. Serán buenas o malas, como todas las crisis, dependiendo de cómo cada persona consiga entenderlas y afrontarlas.»
«Un aldeano dijo que no podía entender cómo la enfermedad y el hambre podían traer algo bueno. Todo lo que veía era muerte y miseria. Depende, dijo la hechicera. Si lo miras a través de la lente del miedo, la dificultad, sea cual sea, te asustará, amenazará tus sueños, robará la alegría de tus días y tratará la muerte como una pérdida. Habrá desesperanza. Cuando la lente se nuble, será imposible ver ninguna salida; habrá desesperación». A continuación explicó: «Siempre existirá la posibilidad de mirar con los ojos del amor los acontecimientos considerados malos y desagradables, ya sean enfermedades o cataclismos de todo tipo, desde emocionales hasta financieros. La imprevisibilidad del tiempo es sólo uno de ellos. Sean lo que sean, las dificultades sirven para mostrar las puertas de una transformación hasta entonces imperceptible para quien es insensible a los acontecimientos que le rodean, así como sus significados inevitables. Las personas y las situaciones que nos rodean tienen una conexión con nosotros. Nadie está obligado a hacer nada. Sin embargo, la atención y el compromiso con los demás son esenciales para alcanzar la felicidad personal.»
«Todos necesitamos amor, pero debemos darnos cuenta de que la mejor forma de recibir un abrazo es abrir los propios brazos», aclara la hechicera. El miedo separa a las personas por el egoísmo que provoca. Cuando el miedo une a las personas, es a través de la dependencia y la coacción, nunca a través de la voluntad y la libertad. Es un vínculo impulsado por intereses oscuros, nunca por el ímpetu de la luz. El amor, en cambio, es la amalgama que unifica los fragmentos, revela la belleza oculta, despierta el poder desconocido y nos hace completos. Ya sea en el equilibrio de la individuación o mediante la fuerza de la completud».
«A continuación explicó que, a causa del miedo, los habitantes se aislaron en su propio interés, tratando cada uno de escapar del hambre y de la muerte sin preocuparse de quién estaba a su lado, cuando deberían haber buscado soluciones conjuntas y actuar con solidaridad recíproca. El egoísmo empobreció el diálogo, convirtiéndolo en una mera pulseada por ver quién se imponía. Nadie parecía ser capaz de ver a nadie. El debate se volvió deshonesto, ya que cada uno dio prioridad a sus propios intereses. La hechicera dejó claro que los conflictos más crueles no se disparan. Surgen de la insensibilidad, la brusquedad y la indiferencia. Ésta es la verdadera miseria humana, incluso cuando se está rodeado de abundancia económica y abundancia material. El desequilibrio que genera este comportamiento es inconmensurable. Una mente desequilibrada nubla el corazón. La ausencia de buenos sentimientos restringe las mejores ideas. Las opciones se limitan a puertas afines a la miopía. El desequilibrio genera debilidad. El cuerpo se vuelve vulnerable a las invasiones oportunistas. La enfermedad debilita lo físico para reequilibrar lo mental y fortalecer lo emocional. Es una propuesta para poner a cero el reloj de arena de la vida y volver a empezar. Hay quien lo entiende y aprovecha la oportunidad; hay quien se siente agraviado y la desperdicia. Un cuerpo es exactamente como un pueblo; cuando la mente y el corazón están en armonía, hay fuerza y equilibrio. De lo contrario, cuando prevalece el miedo, sólo quedarán ruinas».
«La hechicera dijo que aún había tiempo para revertir la situación. Todo lo que tenían que hacer era unirse bajo un mismo propósito e hizo una analogía: La aldea es el camino hacia la supervivencia de sus habitantes. La discordia, las intrigas y las ofensas lo enturbian y lo llenan de baches, dificultando el tránsito de todos. El comportamiento incontrolado empantanará inevitablemente el camino; el egoísmo hará que se rompan las ruedas de los carros. Es esencial pavimentar el suelo que todos pisan. De lo contrario, todos los desplazamientos se verán comprometidos. Al comprender que el camino es común a todos los viajeros, la solidaridad se convierte en el comportamiento habitual. Sólo en la ligereza del viaje encontramos la alegría del destino».
«Bajo la guía de la hechicera, algunos habitantes han iniciado una revolución. No de las que luchan por el trono o por hacerse con el poder político, sino de las que transforman la forma de ser y de vivir de cada individuo. Incluso sin el apoyo de todos, todo empezó cuando algunas personas cambiaron sus percepciones; su sensibilidad hacia todo y todos los que les rodeaban se volvió más refinada. La solidaridad brotó en la tierra fértil del amor; la empatía floreció; poco a poco, el miedo empezó a desvanecerse como gotas de rocío en contacto con el sol de la mañana. Encantados por el ejemplo y también por los resultados, otros habitantes se entusiasmaron por hacer sus propias revoluciones. El miedo fue destronado, dando paso al amor. Todo el mundo pasó a ser importante para todo el mundo. Cuando se miraba a otra persona, no se veía sólo un cuerpo, sino que se hacía un esfuerzo sincero por ver el alma que la animaba. Cada día más, en la medida de sus capacidades y necesidades individuales, todos cuidaban de todos los demás mientras eran cuidados por todos los demás. No todo fue fácil. Hubo innumerables dificultades que, a medida que surgían, no se veían con los ojos del miedo, la desesperación o la injusticia, sino que se analizaban a través de las lentes del amor, el aprendizaje y la transformación. El afecto floreció, el cariño dio sus frutos. Lo siguiente que supieron fue que la enfermedad había desaparecido, envuelta en el misterio que la había provocado en primer lugar. En la tarde de un día cualquiera, mientras estaban atentos y dedicados a hacerlo lo mejor posible, encantados por la belleza que estaban creando, pero que hasta entonces desconocían, llegó la lluvia. Pronto los campos reverdecían y la caza acudía a pastar».
«Hubo una gran ceremonia para celebrar la vida. Durante el acto, la hechicera les dijo que se marchaba porque ya no tenía nada que hacer allí. Le pidieron que se quedara y dirigiera la tribu a partir de entonces. Ella se negó: No es necesario. Ya has comprendido que siguiendo la voz tranquila del corazón, la mente se aclarará. Las puertas impensadas se harán visibles. Las elecciones serán suaves y respetadas. Donde hay amor, no hay conflicto; todas las dificultades se convierten en experiencias de aprendizaje. Aunque se necesitan personas que dirijan la tribu, los líderes son innecesarios para quienes saben adónde van. Quien necesita un líder es incapaz de afrontar su propia libertad».
«Algunos lugareños se ofrecieron a llevar a la hechicera de vuelta a las montañas. La mujer les dio las gracias, pero les explicó que un colega la recogería. Para sorpresa de todos, el hombre que vino era el que se había llevado gran parte de la riqueza de la tribu con la promesa de calmar la ira de los dioses y aliviar el castigo impuesto a la aldea. Dentro de su carro estaban las pertenencias ofrecidas en la ocasión. Una vez devueltas las cosas, la hechicera explicó: «Los ojos del miedo debilitan y desequilibran; en cualquier condición, los días serán dolorosos. Abandona la idea del castigo del Gran Creador. Él es amor, sabiduría y justicia. Con el amor no se negocia, con la sabiduría no se regatea y la justicia no se compra. Cada desequilibrio sirve para mostrar que algo necesita ser reconstruido y perfeccionado. Sé amoroso, sabio y justo; así podrás mover el Universo a través de ti mismo. Éste es el auténtico poder. Aunque haya dificultades, cada día será alegre, porque no faltará la Luz».
Nadie volvió a ver a la hechicera. Las tribus vecinas decían que seguía haciendo maldades. Sólo había un pueblo que ya no compartía su miedo. Nunca había sido la más rico, pero se había convertido en el más próspero».
La gente sentada en el césped prorrumpió en aplausos. Satisfechos con la agradable mañana de sábado que les había proporcionado aquel encuentro, se despidieron del chamán y regresaron lentamente a sus casas. A solas, le pedí al Canto Estelar que retomara la conversación de la tarde anterior, cuando hablamos del ambiente desagradable que reinaba en la agencia de publicidad. Utilizó mis palabras para explicarme: «El clima desagradable es la enfermedad que ha asolado el pueblo. Si los socios no saben manejar la libertad que tienen, la agencia se hundirá. Es necesario comprender la insatisfacción que les separa, llevando a cada uno a ocuparse de su propio sector sin una conexión adecuada con la empresa. Son partes de un mismo todo; los engranajes que no funcionan sincronizados hacen que la máquina se averíe. Este distanciamiento genera desconfianza y miedo. Todo el mundo se entrega a la vanidad, cree que puede protegerse con orgullo y toma decisiones sobre sus departamentos sin preocuparse de cómo perjudicarán a los demás. Una persona que toma medicación para los riñones sin preocuparse de que pueda provocar un fallo hepático morirá».
Luego me recordó: «Esto se aplica al pueblo de la historia, a la agencia donde trabajas, igual que se aplica a nuestras relaciones afectivas, personales y profesionales. No hay excepciones».
Salimos al balcón. Nos sentamos. Encendió su inconfundible pipa con su cazoleta de piedra roja. Le comenté que aquellas reuniones en el patio eran un hermoso ceremonial por el bien que hacían a tanta gente. Dijo: «Vivo solo, pero no vivo solo. Eso sería imposible, la vida no tendría sentido. Cerrar las manos es negar el amor. No hay mayor ignorancia. El miedo surge de nuestra falta de comprensión del amor. Sólo del amor. Aunque tengas todo el poder político y financiero, sin amor sólo te quedará la miseria. Aunque hayas leído todos los libros de una gran biblioteca, hasta que no te comprometas con el amor, no sabrás nada». Dije que no todo el mundo pensaba así. Canción Estrellada dio una calada a su pipa, se encogió de hombros y concluyó: «Hay quien cree que puede superar el abismo antes de aprender a volar.»
Gentilmente traducido por Leandro Pena.