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El enigma de la paciencia

El Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo del monasterio, parecía encantado con los rosales del patio y los podaba como buen jardinero. Le pregunté si podía hacerle compañía. Él asintió con la cabeza y sus ojos indicaron un banco próximo para sentarme. Permanecimos en silencio por buen tiempo alimentando el alma con la quietud de las horas, hasta que le pregunté si podíamos conversar. El monje arqueó los labios en breve sonrisa que interpreté como un consentimiento. Expuse mis reflexiones y dudas sobre la virtud de la paciencia y su importancia para la felicidad. Él me escuchó sin decir palabra, después tomó el alicate del bolsillo, se acomodó en un banco a la sombra en frente a mí y dijo mientras se distraía con una pequeña oruga en la palma de la mano que acababa de arrancar del rosal: “La paciencia es alimento indispensable del alma en el camino hacia la plenitud del ser, en donde reside la paz”, hizo una pausa por algunos instantes como si buscara las mejores palabras y prosiguió: “Sin embargo, la paciencia es una virtud valiosa que posee un precioso enigma. La llave para descifrarlo es la sensibilidad”.

De repente quise saber más. El Viejo me miró a los ojos y dijo: “Antes de cualquier cosa, hay que tener buena voluntad con todo y con todos. Entender que las personas se comportan de acuerdo a su nivel de consciencia y carga emocional momentánea y pretérita, ayuda a que la paciencia encuentre lugar dentro de nosotros. No sirve de nada enseñarle a un niño a calcular una raíz cuadrada si todavía no domina las cuatro operaciones básicas de la matemática o explicarle algo mientras está adormecido. En nuestras relaciones personales no es diferente. Tener éste entendimiento es percibir el paso del mundo, al entender que las relaciones se desarrollan de acuerdo con la evolución y las posibilidades de los interlocutores. La naturaleza no da saltos. Poco a poco todo y todos se perfeccionan”.

Pensando haber entendido, dije que restaba esperar que cada cual ampliase su horizonte para las transformaciones indispensables en lo más profundo del ser. De plano el Viejo refutó: “¿Tan sólo esperar? Ese no es el enigma de la paciencia”. “No podemos olvidarnos de ofrecer lo mejor ante cualquier acontecimiento que se presente, desde las más banales a las más complejas situaciones, donde la paciencia es parte esencial de este paquete. Esto es una premisa para el andariego del Camino. Sin embargo, la paciencia no siempre excluye una actitud enérgica ante determinados momentos cotidianos. Al contrario, ella tiene que hacerse presente principalmente en los momentos que exigen firmeza en las acciones”.

Acomodó la pequeña oruga dentro de una caja de fósforos, más tarde la soltaría en el bosque, y dijo: “Ser paciente no significa ser permisivo con el mal, ciegos a la injusticia, tolerantes con la violencia u omisos al error cuando se presenta la responsabilidad de actuar. En otra variante, existe el momento de aclarar y ayudar, como un farol que ilumina la embarcación en la noche oscura, evitando que naufrague en las rocas de la existencia. No siempre podrás evitar el desastre, pero señalarás la posibilidad de otra ruta”. Hizo una pequeña pausa, me observó por instantes y continuó: “No obstante, esa indispensable interferencia es bastante delicada y revela mucho de tí mismo. Por lo tanto, debe ser hecha con cuidado para que no sea un ejercicio de orgullo y vanidad del ego que se satisface al imaginarse, por instantes, superior al otro. Tampoco se debe crear alboroto para no avergonzar a aquel que está errado, mas que tenga tan sólo la pura finalidad de mostrar una visión diferente sobre determinada situación. No olvides que la paciencia nunca intenta convencer, apenas iluminar, pues es un acto de amor. Bondad, generosidad y, especialmente, humildad son presupuestos indispensables de la paciencia”, explicó el monje.

Le comenté que nunca me había dado cuenta de cómo la paciencia era compleja. “Sí, al contrario de lo que muchos piensan, ser paciente no significa ser conformista y sí un transformador; sin alarde, lejos del moralismo castrador, sin el deseo de humillar, de vengarse o de buscar aplausos en los escenarios sociales. Por otro lado, la paciencia no puede servir para maquillar la cobardía o la pereza. La paciencia es para los fuertes pues escogieron renunciar a la violencia para enfrentar las dificultades. El ser que domina la virtud de la paciencia es pacífico y pacificador; utiliza la paz como fuerza de transformación. Es suave, pero a la vez firme; nunca agresivo. Sus palabras y actitudes sirven como bálsamo para calmar los corazones de los que aún viajan afligidos; alumbra a los navegantes perdidos en las rutas sombrías de la existencia”.

Pregunté cómo conocer el momento de esperar o de actuar ante cada situación. El monje me miró como si ya esperase la pregunta y respondió: “Este es el enigma de la paciencia, Yoskhaz. Volvimos al inicio de la conversación cuando te expliqué que la sensibilidad era la llave del secreto. La sensibilidad no es más que la percepción acertada del Camino. Esto hace con que el andariego ofrezca siempre lo mejor de sí, en infinito perfeccionamiento ante las metamorfosis indispensables de la evolución. Es la parte que le cabe y que nadie hará por él. Por otra parte, trae consigo la calma al saber que las Leyes No Escritas son inexorables, aún cuando el resultado esperado no sea inmediato, pues a menudo envuelve cuestiones que el andariego desconoce. Nada en el universo escapará del alcance y poder del Código. Entonces, es continuar sembrando con ahínco y aguardar la magia de la vida en la primavera que siempre llega”.

Le dije que entendía, pero le pedí que fuera más didáctico. El Viejo rió y se esmeró: “Hablo de las Leyes del Amor, Retorno, Afinidad, Ciclos, entre otras. Son las Custodias del Camino y dirigen el proceso evolutivo. La mente las decodifica poco a poco y nos muestra que cuando cambiamos nuestra manera de andar cambia también el Camino y el paisaje. El corazón se deleita con la nueva ligereza del ser. Los deseos del ego lentamente se alinean con los principios dignos del alma. La sabiduría pasa a iluminar las heridas del alma y el amor las envuelve con su inconmensurable poder de curar. Así pasamos del embrutecimiento a la sensibilidad, de la agonía a la paz”. Después de una pequeña pausa concluyó: “Aprendemos sobre el momento de actuar o la hora de esperar mediante la sabiduría y el amor, pero sin la paciencia esas virtudes desaparecen”.

Cerré los ojos por un tiempo indeterminado. Cuando volví el Viejo todavía estaba sentado frente a mí. Me observó con su enorme dulzura y finalizó: “No traigo ninguna novedad. La sabiduría y el amor son muy antiguos, están en el mundo desde el comienzo de los tiempos. La transmutación del plomo en oro era la incesante búsqueda de los alquimistas pues es la gran batalla de la vida. Se trata de una metáfora para iluminar las sombras que habitan en cada uno de nosotros. Esta es la Piedra Filosofal y créelo, la paciencia es un poderoso ingrediente en la magia de esta caldera”.

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

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