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TAO TE CHING (Vigésimo sexto Umbral – El Dominio del Reino)

Llevaba el pelo y la barba largos y desaliñados, típicos de quienes tienen poco tiempo para tantas prioridades que deben renunciar a algunos cuidados personales. Inclinado sobre un enorme tablero de madera, con otros dos a su alrededor, dibujaba mientras calculaba. Levantó la cabeza para mirarme cuando se dio cuenta de que me acercaba. Sin demora, volvió a concentrarse en su trabajo. La habitación era grande. Había mesas, libros y papeles por todas partes. Le pregunté qué estaba haciendo. Sin mirarme, respondió: “Pronto invadirán Siracusa. Tengo algunas ideas que ayudarán a defender la ciudad”. Su voz tenía un tono suave y dulce. Le dije que parecía muy tranquilo ante un ataque inminente. El hombre se encogió de hombros y dijo como una obviedad: “La pesadezes la raíz de la ligereza”. Le pedí que me lo explicara mejor. Aclaró: “Todo barco necesita algo pesado para tener mejor gobierno y equilibrio. Este peso, situado en la parte más profunda del barco, se llama lastre. Como protege al barco de los movimientos aleatorios de las olas superficiales, protege la función del timón y le permite mantener el rumbo y el rumbo. Con nosotros no es diferente. La claridad de ideas y la serenidad de emociones constituyen el lastre de todo individuo, impidiendo que estemos a merced de las inconstancias de las situaciones y de los días. Este equilibrio nos da la fuerza necesaria para superar las inevitables tormentas de la existencia. Siempre habrá un sesgo hacia la claridad y la serenidad, el equilibrio y la fortaleza ante los momentos difíciles y complicados. La tensión, el miedo, la tristeza y el sufrimiento significan no comprender el poder fundamental. El dominio sobre uno mismo”.

Se volvió hacia mí y me dijo: “Desprenderse de la parte para ver el todo. Para poder observar un asunto en todos sus aspectos, es esencial mirar a través de la lente de lo insólito, más allá y por debajo de la superficie. Recuerda que no sólo el viento impulsa los barcos; los buenos marineros aprovechan los movimientos invisibles de las corrientes marinas para llegar a donde nunca antes habían estado”. Al notar mi curiosidad, continuó: “Se puede conocer el mundo leyéndolo con los ojos. Pero se puede añadir un contenido inestimable a cada situación. El alma posee las lentes con las que cada individuo se entenderá a sí mismo y a la vida. Tienen el poder de definir la amplitud y la profundidad con las que creamos la realidad. Dentro y fuera de nosotros.

El hombre prosiguió: “Hay más riqueza y contenido en lo intangible de la vida que en lo que podemos tocar, comprar y tener. Los ojos de la cara son como ventanas que sólo muestran superficies y apariencias; una pequeña parte del todo. La belleza y el encanto de los pensamientos y sentimientos, así como sus imperfecciones y malentendidos, pasan desapercibidos. Por eso sentimos ira, frustración, dolor o tristeza. Las lentes del alma nos muestran el lado oculto y valioso de cada situación. Y permiten un equilibrio perfecto. Sin el lastre del equilibrio, se pierde el impulso, la fuerza y la ligereza de la vida”.

Dije que vivir era complicado. Quería saber cómo no perder nunca el equilibrio y la fuerza ante las situaciones complicadas. El hombre respondió: “La quietud domina la confusión”. Sonrió ante mi expresión de incomprensión y me explicó: “La quietud nos devuelve al estado primordial anterior al origen de la creación. De este modo, todo puede recrearse, transformarse y redimirse en sí mismo. Nunca olvides que tu esencia es luz pura; ahí encontrarás siempre todo el equilibrio y la fuerza que necesitas. Buscar tu esencia es volver al origen de la creación, un lugar sagrado donde todas tus preocupaciones pueden reordenarse. No podemos evitar que las tormentas sacudan la superficie de la existencia, pero impedir que lleguen a nuestro núcleo es una elección que determina nuestro grado de pertenencia”.

Apoyó el grafito en el tablero de dibujo y añadió: “Cuando nos volvemos hacia la quietud en el torbellino de los acontecimientos, redescubrimos la verdad y las virtudes que dejamos atrás. Juntas, forman el timón y las velas del barco capaz de superar las noches de tormenta y llevarnos a los puertos seguros de la existencia. Esto es fundamental para acabar con el sufrimiento, deconstruir los miedos y poner fin a cualquier dependencia externa. El vicio de la desesperación deja paso a la alegría del aprendizaje constante. La dulzura perfecciona la firmeza”. Mientras yo asignaba estas ideas, añadió: “Por eso el sabio viaja todos los días sin perder su equipaje”. Volví a quedarme confuso, sin saber a qué equipaje se refería. El hombre me explicó: “Cada día, el sabio reflexiona profunda y ampliamente sobre las cuestiones que le rodean, así como sobre qué ruta será la más adecuada para continuar su viaje, la que le lleve más allá de donde siempre ha estado dentro de sí mismo. Convertirse en una persona diferente y mejor, un poco más cada día, es su único y verdadero bagaje”. Frunció el ceño y dijo: “El equipaje del viajero es el propio viajero”.

En un papel en blanco, dibujó un triángulo y dijo: “Un vértice representa la expansión de la conciencia; el otro, el florecimiento de las virtudes; el tercero, el perfeccionamiento de las elecciones. Este es el triángulo de la evolución. Este es también el contenido que cabe en el equipaje. Nada más podrá ir con él.

Le comenté que no siempre era fácil saber adónde ir a continuación. Asintió y dijo: “El viaje está lleno de escollos. Aunque hay paisajes intrigantes, hay que mantener la calma y estar atento”. Sin que tuviera que preguntarle, el hombre aclaró: “La existencia está llena de enormes tentaciones de ganancias indebidas y recompensas inmerecidas. Cada privilegio señala una injusticia”. Arqueó las cejas y añadió: “El sabio no se deja engañar por el flujo de la multitud, por las ilusiones de las sombras, ni se deja aprisionar por las ataduras de condicionamientos ancestrales. Todo en él se expande; siempre hay algo que espera ser transformado. Sabe que es el creador de su propia criatura. Tendrá que inventarse a sí mismo en cada momento de su camino, sin alejarse de su verdad ni renunciar a las virtudes que ha establecido, ni olvidar las que aún debe conquistar. Así es como se transforma la realidad.

El hombre prosiguió: “Como la corriente que arrastra con velocidad las barcas a la deriva, muchos se dejan llevar por invitaciones que, aunque dulces, son venenosas para el alma. Creen en las ventajas de los atajos que ofrecen las sombras. Ajeno a los rugidos y estruendos, a las burlas y mofas, el sabio navega sereno y sin prisas para no desviarse de su rumbo ni perder la orientación. Para muchos, va por detrás, cuando en realidad va por delante. La verdad y la virtud son el mapa y el timón del auténtico poder. Se encogió de hombros y comentó: “Quien viaja en la luz no queda atrapado en la oscuridad”.

Luego señaló: “Sin embargo, no basta con mantener la calma, es esencial permanecer atento”. Sin que tuviera que preguntárselo, me explicó: “Permanecer atento es más que la precaución necesaria contra los peligros y males que existen en el mundo, pero sobre todo contra los que habitan en el interior del propio viajero. El viajero nunca es arrancado de sí mismo por los rigores y las dificultades del mundo, sino por negar su propia esencia, por apartarse de las verdades que le guían y de las virtudes que le mueven. Es esencial ver más allá de la niebla banal de la apariencia que encubre la oportunidad de avanzar que ofrece cada problema o dificultad. La verdad tiene capas ocultas de comprensión. Este conocimiento te da acceso al dominio sobre el reino de ti mismo”.

Le comenté que nadie cometería la locura de perder semejante poder. El hombre filosofó: “¿Cómo puede perder su reinoun príncipe que posee diez mil carros ?”. Me sobresalté, pues no entendía nada. Sonrió y dijo: “Muchos reyes, aunque tengan poderosos ejércitos y vastas riquezas, sucumben a sus propios errores, desperdiciando excelentes oportunidades de ser prósperos y gobernar con sabiduría y amor, proporcionando bienestar al pueblo. Se involucran en conflictos sin sentido que llevan al agotamiento y a la destrucción de sus reinos. La historia está llena de ejemplos. No es diferente para cada uno de nosotros. Tenemos múltiples dones, talentos y enormes posibilidades. Sin embargo, perecemos porque no comprendemos la verdadera lucha. En la incomprensión de nuestras opciones, desperdiciamos las posibilidades de una existencia. Empobrecemos la vida cada vez que dejamos escapar la oportunidad de un aprendizaje insólito por falta absoluta de calma y atención”.

El hombre hizo un gesto con la mano como quien señala el final de algo y dijo: “La incoherencia seca la raíz, la confusión derriba el gobierno. Los bellos palacios no simbolizan la prosperidad de un reino. Son los malentendidos que los habitan los que establecen sus ruinas”. A continuación, articuló su propio argumento: “La coherencia de tus elecciones con la verdad que ya has alcanzado y las virtudes que has añadido funcionan como raíces amplias y profundas. De este modo, podrás mantener el equilibrio y la firmeza ante las situaciones más difíciles, igual que un árbol permanece inquebrantable durante las tormentas más rigurosas. La incoherencia entre la savia de las raíces y el fruto de las elecciones es la causa de la confusión que debilita y desequilibra a una persona. Cuando esto ocurre, al individuo se le nubla la vista, la realidad le parece nebulosa, las situaciones le parecen ruidosas y amenazadoras, y las soluciones parecen imposibles. Sólo se oyen ruidos y rugidos. Sin poder acudir a la quietud y al silencio de su propia esencia, surgirá la absurda convicción de que los conflictos y el sufrimiento son inevitables. Nacerá la incredulidad en tu propia capacidad para superar las dificultades mediante revoluciones intrínsecas. La confusión se convierte en la única realidad conocida. Como son momentos en los que el individuo no se da cuenta de la responsabilidad que tiene por estar donde está, culpa al mundo del desorden y la insatisfacción que hay en él. La claridad y la suavidad desaparecerán entre las brumas del conflicto. Se acumula el engaño sobre todas las cuestiones que les rodean. El individuo se convierte en depredador de sí mismo. El reino es tomado por las sombras que lo habitan y orbitan. Quedarán fragmentos de una historia que pudo ser, pero no fue”.

El matemático encendió una placa cóncava de bronce pulido con la llama de una vela. El intenso reflejo de la luz prendió fuego a una hoja de papel. El fuego se convirtió en un mandala. Una vez más, crucé sin quemarme.

Poema veintiséis

La pesadez es la raíz de la ligereza,

La quietud domina la confusión.

Por eso el sabio viaja cada día

Sin perder de vista su equipaje.

Aunque haya paisajes intrigantes,

Él permanece sereno y atento.

¿Cómo puede un príncipe?

Dueño de diez mil carros de guerra

Perder su reino?

La incoherencia seca la raíz,

La confusión derriba el gobierno.

Gentilmente traducido por Leandro Pena.

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