Todo texto o palabra es sagrada si tiene la fuerza de iluminar el camino. Entre los muchos libros que nos sirven de guía en este infinito y fantástico viaje, la Biblia se mantiene como fuente inagotable de sabiduría y amor, elementos indispensables para nuestra transmutación personal. Así, poco a poco, transformamos el mundo.
Narran los evangelistas, en varios pasajes de los cuatro libros, que Jesús al entrar en cualquier casa o lugar saludaba a todos de manera serena, «que la paz sea contigo».
Por algún tiempo creí que se trataba de un error de traducción, ya que la Escritura fue hecha en arameo para posteriormente ser traducida al griego y solamente después llevada a los demás idiomas. Todos conocemos la dificultad de traducir de un idioma a otro. Pensaba que el verbo correcto sería esté em lugar de sea. «Que la paz esté contigo» me parecía la construcción correcta y, por lo visto, para muchos otros, pues ya ví textos y sacerdotes referirse así a la palabra del maestro. Yo estaba equivocado.
Considero que no hay letra equivocada, falta o exceso en aquellas páginas, rostro iluminado, inspiración de sus escritores, después reunidos en un único libro, éxito editorial atemporal y sin precedentes para el bien de toda la humanidad.
Jesús era el orfebre de la palabra y confeccionaba sus discursos y parábolas con tal riqueza que permite hasta hoy nuevas y hermosas interpretaciones según el nivel de todo el mundo. No tengo duda de que «la paz sea contigo» es la correcta y más sabia traducción.
Todos anhelamos el paraiso, lugar donde no se conozca el sufrimiento y la felicidad sea inmensa. Al preguntarle donde se localizaba ese santuario, Él enseñó que no lo encontraríamos en ninguna provincia o país, pues siempre llevaremos nuestro dolor por donde andemos, al menos mientras permitamos que este exista. Explicó que el amor y la sabiduría son el mapa y la brújula que guian a la más bella de todas las catedrales que late viva dentro de nosotros. La vida es tratamiento y cura. Es el encuentro de lo divino que habita en cada uno.
El Reino de los Cielos está situado en el centro de tu corazón. Sus ladrillos están hechos de la paz indispensable que buscamos para atravesar el largo sendero de la vida. La serenidad y la alegría son necesarias para colorear la belleza que hay en todo y en todos. Inclusive en nosotros.
La paz es personal y es compartida sin cualquier esfuerzo por quien ya la alcanzó, construida internamente en lo profundo del alma por la ingeniería del entendimiento y de la tolerancia.
Estar es diferente de ser. Muy diferente. El estar es una estación, ser es el viaje en sí. Estar es transitorio, momento pasajero condicionado por autorización de una u otra situación ocasional, que por tener estas bases es frágil. El ser es permanente, erguido mediante experiencias y percepciones que al mostrarse iluminadas se vuelven inquebrantables, siendo incorporadas a tu manera de ver y actuar. Sabiduría entremezclada con amor que se sedimenta por sí y a través de sí, como catedral de piedra sobre piedra, indestructible a las peores tempestades debido a la solidez de sus cimientos. Riqueza inmaterial que ningún rey o juez será capaz de confiscar, ni un ladrón de robar. Es parte infinita de tu alma, verdadero y eterno tesoro. Estará contigo por donde andes.
Ser es mucho más que estar.
«Que la paz sea contigo» es una bonita bendición y una enseñanza de valor inestimable del maestro.
Texto gentilmente traducido por Maria Del Pilar Linares.