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El evangelio gnóstico (1)

Aún era de madrugada cuando el tren me dejó en la estación. Después de casi dos años, volvía a andar por las estrechas y sinuosas calles con asfalto secular de piedras. Debía estar alegre por volver a la elegante villa situada en la falda de la montaña que abriga el monasterio. El matrimonio de una de las nietas de Lorenzo, el zapatero amante de los libros y de los vinos, me animó a suspender los quehaceres profesionales. El trabajo es muy importante por el perfeccionismo espiritual que proporciona, pero las amistades también son valiosas por la misma razón. Ambos son sagrados cuando nos hacen mejores personas; de lo contrario, se mantienen apenas en la esfera mundana. Cancelé reuniones y proyectos con clientes que no traerían inconvenientes por el aplazamiento. Los demás compromisos, se los delegué al equipo con el cual trabajaba hacía bastante tiempo y era de total confianza. Hay que equilibrar las necesidades de supervivencia con las de trascendencia; en realidad, una debe estar contenida en la otra. “La verticalización de la vida gana sentido cuando está en sintonía con la horizontalidad de la existencia. Las dos varas de la cruz que se encuentran en el punto central. Aplicar los valores del cielo al mundo es alinear el ego con el alma. La perfecta armonía no consiste en solamente hacer canciones para las estrellas que iluminan las noches oscuras; tampoco en construir los barcos seguros indispensables para la travesía de los mares agitados, sino usar una para orientar la navegación de la otra”, me dijo cierta vez el Viejo, el monje más antiguo de la Orden. 

Las luces tenues de los centenarios faroles de hierro se proyectaban en los pozos formados por la lluvia de la madrugada. El sonido de mis pasos era acallado por el rugido del viento, que parecía componer una sinfonía al atravesar las calles, como si fuera el soplo de una flauta. Un escenario cinematográfico desperdiciado por un desentendimiento. Perdemos la belleza del mundo cada vez que cerramos la ventana del alma. Mi incomodidad había sido causada por una llamada hecha por el director de una gran empresa. Él se mostró insatisfecho con las decisiones que yo había tomado antes de viajar. Era la única cuenta grande de la agencia, todas las demás eran de bajo presupuesto. Él amenazaba con rescindir el contrato si yo no volvía de inmediato para asumir de cerca el control de la campaña. De nada valieron los argumentos para asegurar que yo estaría en contacto con el equipo responsable por la creación y elaboración de las piezas cada vez que fuera necesario. Además de confiar en el personal que trabajaba conmigo, yo no tomaba vacaciones hacía mucho tiempo. Necesitaba descansar el cuerpo que se tensiona ante las responsabilidades, ocupar la mente con otros asuntos para continuar expandiéndome y alimentar el espíritu con fuentes diversas de lo cotidiano y de la rutina, que aún siendo buenas y claras, no deben ser las únicas.

Me alegré con la invitación de Lorenzo. Aprovecharía para visitar el monasterio y ver al Viejo. Extrañaba al zapatero y al monje. El matrimonio fue lindo. Los novios parecían encantados con tal felicidad y amor. La iglesia estaba llena, repleta de flores e iluminada por centenas de velas. Vi al Viejo sentado al lado opuesto de donde yo estaba. De lejos me saludó y sonrió. Al final de la bella ceremonia, felicité a los novios y le di un fuerte abrazo a Lorenzo. No fue posible intercambiar más que pocas palabras. Él fue bastante solicitado por los invitados, una situación ya esperada. Busqué al Viejo, pero no lo encontré. Me informaron que él había regresado al monasterio, en lo alto de la montaña próxima a la ciudad, después de la ceremonia. Me quedé preocupado. Al día siguiente, muy temprano, pedí un taxi para que me llevara allá. Cuando llegué, me quedé tranquilo al saber que su salud estaba bien. Sin embargo, no podríamos tener largas conversaciones como solíamos hacerlo, pues aquel día él comenzaría a impartir un simposio sobre el Evangelio de Tomás. Era restringido a los monjes considerados iniciados, denominación usada para aquellos que habían profundizado en los estudios hasta un punto que yo todavía no había alcanzado.

Conocía un poco sobre los evangelios. Existen más de cuarenta, escritos desde los inicios de la era cristiana, período en el cual fueron sembradas las ideas revolucionarias fundamentadas en el amor y en las demás virtudes, como instrumentos de transformación y evolución. Una época cuyos seguidores, entre los cuales los apóstoles, se autodenominaban “Los Hombres del Camino”. Consta en la tradición que fue Pablo quien acuñó el término Cristianismo por considerarlo más adecuado a la causa. La Iglesia Católica reconoce apenas cuatro evangelios como canónicos, o sea, que se adecuan a las reglas y directrices que establece como estándar del conocimiento de la verdad divina o cósmica. Los de Mateo, Marcos y Lucas son considerados sinópticos por narrar diversos hechos de la vida humana de Jesús en una misma secuencia y de modo similar. El cuarto, el de Juan, es más poético y de una espiritualidad delicada, más relacionado con la esencia crística del paso de Jesús que con los acontecimientos mundanos vividos por él. Me gusta resaltar el párrafo inicial del Libro de Juan, escrito originalmente en griego, donde la palabra Logos, fue traducida como Verbo. No está errada, pero la misma palabra acepta otras interpretaciones y podría haber sido vertida con el significado de Consciencia; entonces, la bellísima apertura de ese Evangelio se elevaría a instancias mayores de comprensión en una nueva y esotérica lectura: “Al principio era la Consciencia, y la Consciencia estaba junto a Dios y la Consciencia era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios”. Vale una buena reflexión. La amplitud del entendimiento será siempre personal.  

Los demás evangelios son considerados apócrifos. Palabra también originaria del griego, apócrifo significa oculto, misterioso, aunque en nuestro idioma quepan interpretaciones despreciativas. De estos, los libros atribuidos a Bartolomé y Tomás, entre algunos otros, son considerados gnósticos por el altísimo contenido espiritual y directrices que ofrece al conocimiento de la verdad cósmica. Como en los demás, poseen un lenguaje codificado, sin embargo, de dificultad más elevada dada una mayor profundidad. Para entender el motivo de tal hermetismo, tenemos que considerar el peligroso contexto histórico de persecuciones de la época, además de la necesidad de sobrepasar los rigurosos preconceptos ancestrales anclados a través de los siglos. Se trata de una lectura singular, de acuerdo con la capacidad de entendimiento adquirida por cada lector y que exige una mirada crítica y sensible, capaz de una interpretación fuera de los patrones establecidos como únicos y verdaderos, sin la cual alejaría muchas de las posibilidades de comprensión contenidas en los textos y aún más allá de ellos. Si consideramos cada palabra como una cápsula de ideas, éstas tendrán la belleza, profundidad y claridad según el grado de consciencia de quien las interpreta.

“A vosotros os es dado comprender los misterios del Reino de Dios, mientras al pueblo solo le hablo en parábolas”, habría dicho Jesús a los discípulos, conforme consta en varios evangelios. Un lenguaje adecuado a cada interlocutor, al nivel de la capacidad personal de entendimiento. Un escalón a cada vez. Así, aunque la verdad esté disponible desde siempre, cada cual a su tiempo, todos llegarán a lo alto de la comprensión. “Porque nada está oculto que no sea manifestado”, también afirmó el gran maestro, en el sentido de existir la necesidad de alejar las apariencias que esconden la esencia. “Cuando tu visión sea sencilla, todo el universo se transformará en luz”, enseñó. 

El Evangelio de Tomás no habla de pasajes o hechos vividos por el maestro. El apóstol anota ciento catorce aforismos o frases dichas por Jesús cuando estuvo reunido a solas con los discípulos. Según la antigua tradición cristiana, Tomás siguió divulgando las enseñanzas crísticas en Oriente, donde entró en contacto con aquella riquísima cultura milenaria. Tal vez, y no por casualidad, los aforismos anotados por Tomás muchas veces remiten a un lenguaje de Lao Tsé, en su Tao Te Ching. En Madras, India, está la catedral de Santo Tomás, donde supuestamente está la tumba del apóstol. 

El Viejo me recibió con su delicadeza peculiar. Con una sonrisa sincera, un fuerte abrazo y palabras dulces, se mostró alegre por encontrarse conmigo. Después me explicó que no podía darme la deseada atención en aquel momento, pues el simpósio sobre el Evangelio de Tomás pronto iniciaría e hizo una aclaración: “Según una respetable vertiente cristiana, el autor de este Evangelio no sería Tomás. En los papiros encontrados en Egipto está escrito que Estas son las frases secretas dichas por Jesús vivo, tal vez una manera de decir que fueran anotadas por quien las oyó. Más adelante, aclara que Dídimo Judas Tomás las escribió. Dídimo, en griego, es Tomás, en copto, significan la misma cosa: gemelo. Consta que Judas Tadeo sería gemelo de Santiago y la manera usada para diferenciar uno del otro apóstol, también llamado Judas, el Iscariote. No obstante, la intención de nuestro estudio no es discutir cuestiones históricas ni dirimir dudas sobre la autoría del texto. Vamos a atenernos solamente a entender las lecciones ofrecidas y, por ahora, codificadas”. Le pedí disculpas por el hecho de haber llegado sin avisar y en un momento inapropiado. Yo sabía que no podía asistir al curso por aún no estar graduado y le dije que nuestras demoradas conversaciones, que yo tanto apreciaba, quedarían para otro momento. El monje, como es común en las personas gentiles, deshizo mi aflicción y me dijo: “Nada es por casualidad. Quédate y participa del simposio”. Enseguida, mostró su enorme generosidad: “Así como los demás, agregarás valor con tu presencia”. De inmediato, acepté la invitación. 

Me dirigí al auditorio y me acomodé. Para mi sorpresa, quien estaba sentado a mi lado, era el director de la multinacional que amenazó con rescindir el contrato con la agencia si yo me alejaba durante el período de la campaña. Nunca lo había visto en los muchos períodos de estudios en que estuve en el monasterio ni sabía que era un monje, como son denominados los miembros de la OEMM – Orden Esotérica de los Monjes de la Montaña. Federico era su nombre. No era difícil imaginar que él era miembro hacía más tiempo que yo o se había dedicado más a los estudios, al estar acreditado para aquel curso. El espanto de él fue aún mayor al verme. Federico se quedó taciturno, dejando nítida su contrariedad con mi presencia.

Después de las explicaciones preliminares sobre el Evangelio de Tomás, el Viejo dijo que seguiría el estudio sobre cada aforismo sin obedecer la secuencia con que aparecen en el texto. Siguiendo la propia intuición, abrió el simposio explayándose sobre la frase veintisiete: «Si no ayunáis en la faz del mundo, no encontraréis el Reino; si no guardáis el día de reposo como día de reposo, no veréis al Padre.

Me rasqué la cabeza ante la dificultad del enigma. De hecho, el aforismo tenía un lenguaje semejante a la poesía del Tao. El Viejo con su inconmensurable sabiduría nos facilitó la interpretación: “¿Qué sería ayunar en la faz del mundo?”. Ante el silencio del auditorio, prosiguió: “Aquellos que son hambrientos por las cosas del mundo, engordan sin crecer. Día tras día, viven la vida como si estuvieran en un restaurante. Experimentan todos los platos del menú, se sacian solo por breves momentos, sin que ninguna refección los alimente”.

“Viven la vida por placer. ¿Están equivocados? ¡Claro que no! Todos deben vivir placenteramente. La pregunta que sigue es fundamental para explicar la anterior. ¿Cuál es el placer que buscas? Si es el poder de sentirse el mayor de todos, serás llevado a dominar a quien amenace tus deseos. Si es la vanidad del espectáculo de los aplausos, manipularás tus relaciones como una cajita de maquillaje, siempre con la intención de esconder imperfecciones y resaltar virtudes aún inexistentes. Si es la carcajada de una ironía escandalosa, mostrarás el vicio de despreciar a alguien para sentirte bien, aunque sea por breves instantes. Si es la de insistir en el discurso para conducir multitudes como ondas que destruyen todo por donde pasan, en la ilusión de transformar al mundo antes de apaciguarte a ti mismo, esparcirás sufrimiento en vano, por no conocer la búsqueda ni entender el resultado pretendido. Si son apenas los placeres sensoriales de cama y mesa sin los sentimientos y razones profundas del alma, te mantendrás frágil y hambriento. Si es el acúmulo de bienes en la esperanza de ser precavido ante los inevitables imprevistos de la vida, tendrás al miedo como señor y la ganancia como patrón. Para ellos, el mundo será un lugar repleto de desafectos y problemas; la existencia no pasará de un viaje desagradable y, al final, frustrante”.

“Epicteto, un filósofo estoico grecoromano, cuyo pensamiento tuvo gran influencia en los primeros cristianos, enseñaba que vivir por el placer era perfeccionar las virtudes y expandir la consciencia. Esto permitiría elecciones liberadoras al primar los valores que trascienden la materia y dignifican al individuo. Él decía que todo en la vida tiene dos aspectos fundamentales. Existe aquello que nos pertenece; todo lo demás, lo poseemos apenas como usuarios. En verdad, nuestras posesiones son solamente las que agregan atributos al espíritu, o sea, las virtudes, la consciencia y las elecciones; todas inmateriales. Lo restante, como las propiedades, los empleos, la fama, la reputación y hasta el cuerpo, dado que es transitorio, efímero y susceptible a las intemperies de la existencia, como cárceles y limitaciones en función de persecuciones o enfermedades, poco o nada sostienen la belleza de la vida. Para el filósofo, los valores del espíritu desobstruyen el camino e impulsan la existencia. Además de ser insuperables. Ya las conquistas ligadas a los condicionamientos del mundo, todavía conectadas a los patrones ancestrales de miedo e ignorancia, son débiles y causa de todos los sufrimientos, por las dependencias que crean y terminan esclavizando. Vale también recordar que Epicteto era griego y, aunque fue vendido como esclavo en Roma y sometido a malos tratos a punto de quedar manco muy joven, fue un hombre libre, feliz, digno y amoroso, que vivía en paz. Sus ideas fueron como estrellas guías que condujeron varias generaciones por las noches oscuras de la existencia hasta el amanecer del alma”.

“¿Debemos renunciar a las cosas del mundo? De nuevo, la respuesta es no.  Sin embargo, los bienes materiales no fueron dispuestos en el mundo solamente para consumo. Esto apenas engorda al comensal. Toda la materia existe con la finalidad de servir como instrumento a la transformación del individuo. Trabajar sin la intención de acumular, usufructuar sin la intención de poseer, relacionarse sin el deseo de dominar, vivir sin oprimir. Así ayunamos. Esto nos fortalece, pues entre menos precisemos de las cosas del mundo más libres seremos”.

“Ayunar es renunciar a los vícios, a las necesidades aparentes sin las cuales creemos no poder vivir. Cuando se habla de vícios, solemos restringirnos a aquellos más comentados como el tabaco, el alcohol, los ansiolíticos, entre otras drogas lícitas o no. Sin embargo, hay mucho más. Existen, por ejemplo, los vicios intelectuales que impiden pensar fuera de los estándares y preconceptos establecidos, imperceptibles a la mayoría de las personas. Tenemos también las crueles dependencias emocionales cuyo menú tiene como ingredientes el orgullo, la vanidad, los celos, la ganancia, entre otras sombras, todas indigestas por el resentimiento, la envidia e irritación que provocan”. Se encogió de hombros como quien comenta lo obvio: “Al alejar el ego del alma nos distanciamos de nosotros mismos; entonces no habrá ningún Reino”.

El Viejo bebió un sorbo de agua y prosiguió: “La parte posterior del aforismo parece explicar y reforzar lo anterior. ¿Qué sería guardar el sábado como sábado, bajo el riesgo de no ver al Padre?”.

“En las antiguas tradiciones, mientras le era recomendado al individuo que durante la semana cuidara de los asuntos pertinentes a la supervivencia, el sábado estaba destinado a la trascendencia. En otras palabras, alertaba para cuidar de las necesidades de la existencia sin descuidar los valores imprescindibles de la vida. Lejos del alma, el ego es como un perro desorientado que morderá al propio dueño. Al ignorar el alma, el ego se entristece por la sensación de abandono que lo invade. Al lado del alma, el ego se vuelve un can de guardia para protegernos de las maldades del mundo. Vive en el mundo sin olvidar nunca mover el cielo dentro de ti. Cuando lo logramos, nos sentimos protegidos e iluminados”. 

Hizo una breve pausa para que todos absorviesen aquellas palabras y finalizó: “¿Qué significa no lograr ver al Padre? Él, el Padre, reside en la consciencia de cada persona, como Juan orientó en la apertura de su evangelio. Estamos cara a cara con Dios cuando late en nosotros la fuerza de percibirnos enteros, solamente posible cuando el ego cesa de menospreciar el alma y se armoniza con ella”. Miró a los monjes como si revelase un secreto e hizo una pregunta retórica: “¿Ya notaron cómo somos muchos dentro de nosotros? Dentro de la mente de cada individuo parece haber una sala de conversación, como si muchas personas unas veces dialogaran y otras discutieran, en búsqueda de orientación y soluciones. En verdad, somos muchos en uno. Ego y alma son los interlocutores principales, pero hay otras influencias. Recuerdos, preconceptos, valores, intereses, frustraciones, sueños, miedos, reflexiones, intuiciones, instintos, son algunos integrantes que participan en cada decisión tomada. Es indispensable que todos ellos miren en una misma dirección y tengan unidad de propósito. Es necesario entender el destino para establecer una ruta. De lo contrario, andaremos sin salir del lugar. Veré al Padre cuando sea capaz de encontrarlo en mi propio rostro”.

“Una buena señal es cuando percibo el placer que existe en el cariño silencioso de un abrazo apretado, en el afecto de una sonrisa sincera, en la fuerza de una elección honesta, cuando oigo con paciencia, exponiendo mis razones con serenidad, me permito un punto de vista diferente y escojo por amor. Estas son las riquezas eternas de la vida, imperecibles en el tiempo, la prueba de hurto y que no necesitan autorización de ley. Basta atención y voluntad. Nada más”.

“Las plenitudes existen para ser vividas en el mundo, pero no pertenecen a él. Son tuyas, pues están dentro de ti. Para tenerlas, mientras te deleitas con los gustos y aprendes con los disgustos del mundo, tendrás que encontrar el cielo en ti mismo”. 

Al final de la conferencia hubo un animado debate, aunque la claridad con que el Viejo había manifestado sus ideas facilitó bastante el entendimiento del contenido filosófico. Federico era uno de los que más hablaba, mostrando una enorme capacidad de articulación de su pensamiento. Quieto en el rincón del auditorio, yo estaba encantado en ver cómo a partir de un frase hermética, de difícil interpretación o aparentemente sin sentido para muchas personas, el Viejo construyera un raciocinio que tenía inconmensurable valor y sentido para la vida, al mismo tiempo que mostraba todo el poder y la fuerza que pueden contener en cada individuo a partir de nuevas y diversas perspectivas de consciencia.

Enseguida, fuimos al comedor para almorzar. Aproveché que Federico estaba solo en una de las mesas y me senté en frente. Él me miró con indiferencia y dijo irritado que no desperdiciara la oportunidad que tenía. Respondí que la conferencia había sido maravillosa y, con seguridad, después de metabolizarla me traería muchos beneficios. El director de la multinacional dijo que se refería al contrato de publicidad que la empresa tenía con la agencia. Le expliqué que no tenía de qué preocuparse y cité una famosa enseñanza bíblica: “Conocemos el árbol por los frutos. El resultado del trabajo mostrará su debido valor. Antes de esto, cualquier análisis es prematuro”. Federico volvió a amenazar con rescindir el contrato si yo no regresaba inmediatamente para acompañar de cerca el proyecto. Dijo que ya debería haber hecho eso, pero estaba dispuesto a darme una oportunidad. Agregó que si me veía en el monasterio al día siguiente significaría que mi plazo se había agotado. Antes de terminar el almuerzo, se levantó y me dejó con la sensación amarga de tener una espada en el cuello. 

Como teníamos una tarde sin ninguna actividad, aproveché para sentarme en la agradable terraza, en frente a las montañas, donde a mí siempre me gustaba meditar y reflexionar. La situación me era muy incómoda. Había visto como Federico era un hombre inteligente y persuasivo. Las personas quedaban encantadas con sus argumentos. Sus palabras fluían con facilidad y lógica. Llegué a considerar la posibilidad de regresar aquella tarde. No obstante, yo había hecho una meticulosa estrategia antes de viajar. Había planeado todos los detalles con cuidado, confiaba plenamente en el equipo de creatividad, además de conversar con ellos siempre que era necesario. Todo seguía conforme los planes, no había qué temer, salvo la exigencia de Federico. Cuestioné si yo no estaba, de hecho, equivocado al estar allí y no en la agencia, al final, me pagaban para comandar la campaña. En contrapartida, si yo había hecho la cosa de manera correcta, según el límite de mi consciencia, yo podría estar en paz, independiente de la decisión que él tomase, a pesar del perjuicio financiero que podría causarme. De lo contrario, me volvería esclavo de su intransigencia. Si había dinero en juego, mi libertad no sería una de las fichas.

Noté que en los discursos de Federico había una gran satisfacción por influenciar a las personas a su alrededor y lo hacía con enorme placer. La cantidad de admiradores era más importante que la calidad de las ideas. Por tanto, de acuerdo con mi consciencia, volver no sería una decisión sensata y basada en buenos argumentos, sino un mero deseo de Federico, sustentado por un vicio de comportamiento ligado a la manipulación de las personas a su alrededor, como ejercicio necesario para exaltar el orgullo y la vanidad. Si el desajuste era suyo, no me cabía alimentar sus sombras al permitir que influenciaran mis elecciones. De lo contrario, yo decidiría orientado por el miedo, un pésimo consejero. Agigantar las sombras de Federico despertaría las mías y me llevarían a la oscuridad. No se trataba de terquedad, sino de principios. Al seguir firme en mi código de ética, yo me mantendría en la luz. Con base en ese raciocinio, la elección no fue tan difícil.

Al día siguiente, Federico me evitó en el desayuno. Cuando entró un mensaje a mi celular, yo ya estaba preparado para la noticia. Era de la agencia avisando sobre la rescisión del contrato. Yo no podía evitar que él tomara cualquier decisión, pero podía impedir que lo mejor de mí se perdiera. Este es el único e inconmensurable poder que tengo. Yo sabía que las pérdidas financieras serían grandes, pero las ganancias existenciales eran mayores. Nada de lo que pueda perder por circunstancias ajenas a mi voluntad merece cualquier lágrima o lamento. Son todas cosas del mundo; efímeras y pasajeras. Todas accesorias, ninguna esencial.

Los días pasaron. Yo proseguí en el simposio con bastante alegría y ligereza. Hasta osé participar más intensamente de los debates. Me sentía fortalecido. Al percibir mi cambio, el Viejo vino a conversar conmigo. Comentó que yo estaba de mejor humor. Le conté lo ocurrido y sobre las elecciones tomadas. Confesé estar encantado con ese poder y pretendía usarlo cada día más. El monje arqueó los labios con una sonrisa como quien concuerda. Agregué que las lecciones del Evangelio de Tomás me habían ayudado bastante. Enseguida, me atreví a hacer un análisis de la personalidad de Federico y de las dificultades que tenía. En ese instante el Viejo frunció el entrecejo y me interrumpió con seriedad: “No juzgues, o llevarás las de perder”. 

“Si consideramos en el juicio solo los hechos, despreciaremos otros aspectos importantes. Por más que se conozca a alguien, poco sabemos sobre esta persona y los motivos de sus sufrimientos. Esto demuestra la inconsecuencia de los veredictos mundanos. Más grave aún, al juzgar incluímos todos los factores que todavía sangran en nosotros. Debido a que la balanza no está equilibrada solamente por nuestras virtudes, como nos gusta creer, sino que también está influenciada por las frustraciones y sombras que todavía alimentamos, a cada juicio quedamos presos más al mundo por considerar situaciones típicas de sufrimiento, insatisfacción y tristezas que nos atormentan, muchas de las cuales están ocultas en rincones oscuros del inconsciente. Evitala lujuria típica de las pasiones densas y aléjate de las tentaciones de los juicios, pues mientras estés hambriento por cuestiones relativas a la existencia no podrás digerir la trascendencia. Para construirse a sí mismo no es necesario destruir a nadie”. Hizo una pausa y concluyó: “Eres el camino. Todo lo demás es paisaje”.

Avergonzado, bajé la cabeza. Un bello paso aquí, un tropiezo adelante. Yo había ayunado de las cosas del mundo, pero no supe guardar el sábado. La aplicación de las lecciones cósmicas exige una atención sin fin. 

Permanecí observando al Viejo mientras se alejaba con sus pasos lentos, pero firmes.

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

4 comments

Martha Lucía Grajales H mayo 5, 2021 at 12:28 pm

Eres una ángel querida María Del Pilar, gracias por acompañar tan bellamente con estas traducciones este momento …Cuan diferente para la humanidad ..Los abrazo con gran afecto, deseo q el cielo le siga «dictando» a «nuestro» querido Yoskhaz estas maravillosas reflexiones/pensamientos/ sabidurías/enseñanzas..un abrazo desde Medellin, Colombia.

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Lourdes mayo 5, 2021 at 9:30 pm

GRACIAS INFINITAS POR TUS LECTURAS QUE SON LECCIONES PARA MI… GRACIASSS

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Macias Cardona julio 6, 2021 at 1:05 pm

Hola María del Pilar buen día, gracias por compartir tan valiosa información, estoy interesado en conocer el nombre del libro, estaría agradecido profundamente.

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Yoskhaz julio 8, 2021 at 5:33 am

Macias, bom dia!!
O título do livro é Manuscritos. Por ora, o temos apenas em português. Veja em http://www.yoskhaz.com
Obrigado pelo carinho e interesse!!!

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