Li Tzu, el maestro taoísta, retiró las hiervas de la infusión y llenó nuestras tazas con té. Sentado en la mesa de la cocina, me encontraba en la pequeña villa china para un período más de estudios sobre el milenario texto del Tao Te Ching. Medianoche, el gato negro que vivía en la casa, nos observaba acostado encima de la nevera. Comenté que me parecía muy agradable la casa de Li Tzu. Aunque sencilla, tenía una atmósfera acogedora, y daban ganas de permanecer allí. Los muebles de madera, el jardín de bonsáis, el perfume de los inciensos, la cantidad de velas encendidas en diferentes ambientes, el silencio que alternaba con la suave música zen para las clases de meditación, yoga o del propio Tao, creaban un ambiente propicio para que el cuerpo se serenara, liberando la mente para viajar a lugares nunca antes visitados. Agradecido, el maestro taoísta sonrió y dijo: “Nuestras casas suelen reflejar quienes somos. En apariencia la casa habla de la clase social, de las posibilidades financieras o incluso de la actividad profesional del propietario, pero esto importa poco o casi nada. Pienso que el valor de una casa está en su esencia, pues toda casa tiene ‘alma’, que es reflejo del alma de quien allí habita. Repara que existen casas lujosas, decoradas con obras de arte y objetos muy bonitos de diseñadores, sin embargo tenemos la sensación de que están vacías. Son casas ‘de vitrina’. Otras, aunque estén bien arregladas, con todas las cosas en su debido lugar, nos causan confusión e incomodidad al punto de tener dificultad hasta para pensar libremente cuando estamos allí. Algunas casas tienen un clima tenso, como si fuesen campos de batalla. Son casas en la que generalmente no sentimos deseo de volver. No obstante, hay casas que son alegres y animadas, que demuestran el optimismo, la esperanza, la confianza y la comunión de las personas que viven en ellas. También están las casas que parecen templos. No en el sentido religioso, sino por la paz que transmiten, por la quietud que calma los ánimos, por la ligereza que proporcionan, por el abrazo con que nos acogen”. Mencioné que la casa de él, sin duda, era del último estilo. Li Tzu volvió a sonreír en agradecimiento. Le pregunté qué podía hacer para que mi casa también fuese así. El maestro taoísta explicó: “Debes estar en paz contigo mismo. Tu energía ocupará todos los rincones de la casa”. Quise saber sobre la decoración, el jardín y la mascota. Li Tzu me miró de manera divertida y dijo: “Todo es muy sencillo. Deja que la casa cuente la historia de quien la habita”. Retruqué diciendo que no había entendido. Él ejemplificó: “Los objetos de la casa tienen dos categorías. Los necesarios y los narrativos. Los necesarios son aquellos utensilios de los que precisamos dada su utilidad, como la heladera o las ollas. Los narrativos son los objetos que, de alguna manera, han hecho parte de la vida o poseen significados importantes para el dueño de la casa, como si fueran escenas que componen una película”.
Señaló una pequeña campana monasterial: “La traje de Bután. Fue un período de gran enriquecimiento espiritual para mí”. Enseguida me mostró un rosario que reposaba sobre el armario: “Fue un regalo del Viejo después de una misa en el Santuario de Fátima. Ese rosario me hace recordar una amistad sincera que existe hace más de medio siglo, desde que fuimos contemporáneos en una universidad inglesa”. Miró al gato negro que nos observaba con pereza y señaló: “Siempre me han gustado los animales. Medianoche fue recogido en la calle después de ser atropellado. Era un cachorrito. Lo cuidé en aquella época; hoy él cuida de mí, siempre atento cuando necesito trasmutar vibraciones, algo que los gatos realizan con maestría”. Hizo una pausa y dijo: “Casi todos los objetos narran un pedazo de mi historia. Esto ayuda a anclar mi energía en este espacio físico. De una manera divertida, es como una revista de historietas de mi existencia”. Quise saber sobre el jardín de bonsáis. Li Tzu explicó: “Así como el Tao, el bonsái es otra de las varias artes milenarias de los pueblos orientales. Mantenerlas vivas y transmitirlas a las próximas generaciones son mis dones. Ejercitar mis dones con amor me permite vivir mis sueños. Es como danzar en las alegres escenas espirituales del universo”. Hizo una pequeña pausa para concluir: “Los bonsáis ayudan a embellecer la casa, además de promover la armonía del ambiente con su buena energía”. Se encogió de hombros como quien dice algo obvio y concluyó: “Así son hechas las casas”.
Fuimos interrumpidos con la llegada de una francesa. Monique era su nombre. Ella había ido a la villa china para hacer dos semanas de terapia con el maestro taoísta. Acababa de llegar. Estaba profundamente abalada con la ruptura de su matrimonio de veinte años. El marido le reveló que estaba apasionado por otra persona, hizo las maletas y se fue. Un final inesperado. Confesó que no podía lidiar sola con la situación. Una vez fue invitada a acompañarnos al té, se sentó y derramó todo su drama. La necesidad de hablar es un comportamiento muy común en personas que viven situaciones semejantes. Contó que se había dedicado exclusivamente al esposo en las dos últimas décadas de su vida. Siendo joven, abandonó sus proyectos personales para acompañarlo. Se empeñó en satisfacer todos sus deseos, cuidar de la casa con esmero, recibir a los amigos con ahínco, cuidar para que nada le faltase, hacerle los platos preferidos, los mejores vinos… Ella vivía en función de hacerlo feliz. Sin embargo, el marido siempre encontraba motivos para reclamar; algunas veces de manera agresiva. Monique dijo que había soportado todo pensando que él cambiaría algún día, por creer que el matrimonio hacía parte de su destino. También confesó que por haberse dedicado exclusivamente al marido, acabó dependiendo económicamente de él. El juez había decretado una pensión que mal daba para subsistir. Una amiga era quien había asumido los costos del viaje y de la terapia con Li Tzu, pues ya había ido a la pequeña villa china años antes para estudiar con el maestro taoísta. En resumen, el mundo de Monique según ella se había desmoronado. Estaba deprimida y ya no le hallaba gracia ni sentido a la vida.
Li Tzu escuchó todo con atención, sin cualquier interrupción. Las terapias con el maestro taoísta siempre iniciaban con una entrevista. Él explicó que el testimonio de Monique ya había surtido efecto aunque de manera involuntaria. Dijo que le parecía interesante dar continuidad a la conversación, no solo para aprovechar el momento, sino también la informalidad con que se dio, sin que ella filtrara sus ideas y emociones. Era maravilloso que todo hubiese salido a la luz. Explicó que no está bien aprisionar las ideas y emociones en los cuartos oscuros del ser. Le pidió permiso a la mujer para que yo participase de la conversación; ella dijo que no había problema.
El maestro taoísta fue al meollo de la cuestión: “En resumen, todo sucedió porque tú abandonaste tu sueño, cualquiera que haya sido, en función de mostrarle a tu marido que podías agradarlo siendo la esposa ideal. Renunciaste a tus proyectos para servir a los intereses de él. La amargura y la tristeza se aproximan cuando olvidamos nuestro sueño para vivir el sueño de otra persona”.
“Quien vive el sueño ajeno se pierde a sí mismo”.
Monique lo interrumpió para comentar que había sido una buena persona, dedicada al matrimonio y no veía nada de malo en eso. Li Tzu explicó: “Dedicarse a una relación no tiene ningún problema; es admirable. No obstante, no se puede abandonar a sí mismo en función de eso o de cualquier otra cosa. Cuando alguien desiste de sí no puede ser feliz; quien no es feliz no puede irradiar felicidad a quien está alrededor. Por más paradójico que parezca, tu esposo, inconscientemente, percibía tu vacío interior y esto le incomodaba. Las relaciones naufragan en las tempestades de los abismos existenciales”.
“Renunciar al sueño personal como una prueba insana para mostrar, sea a sí mismo o a los demás, que somos capaces de sorprenderlos, no hace a nadie una buena persona. Esto, en verdad, no pasa de vanidad y orgullo; por lo tanto, no tiene ningún mérito”.
“Muchos desperdician toda una existencia en esa equivocación. Es importante resaltar el valor de cuidar de las personas y de las cosas del mundo. No obstante, es indispensable antes cuidar de sí mismo; siempre teniendo mucho cuidado para no perderse en los dominios del egoísmo. Por tanto, sentirse bien es fundamental para hacer el bien. No se puede ofrecer aquello que no se tiene”.
“Un individuo atento y agradable, pero triste, puede compartir una copa de vino con cualquier persona; nunca un cálice de felicidad”.
“En tu caso puede haber existido una ilusión de comodidad al alcanzar una situación de confort material, ofrecida por la buena situación financiera de tu marido, sin la necesidad de construirla, tú misma, con tus propios talentos y dones”. Bebió un sorbo de té y prosiguió: “Por ironía, los esfuerzos y las concesiones para mantener la dependencia, substituyendo los esfuerzos por las conquistas verdaderamente personales, acaban siendo mucho más pesados y dolorosos que la búsqueda por el poder de la propia vida”.
“Es el raciocinio absurdo de sentir miedo y de tener miedo de superar el miedo, por el miedo a lo desconocido; entonces la existencia se agota en las sutilezas del miedo inicial. El miedo más común es también el más corrosivo: El miedo a ser único y a dejar florecer toda su fuerza. Esta es la matriz de todas las dependencias y debilidades”.
Monique admitió que, em parte, eso había sucedido y preguntó si estaba mal. Li Tzu respondió: “No te dejes aprisionar por la fragilidad de los conceptos de lo correcto y lo incorrecto. Las elecciones están en consonancia con el nivel de consciencia personal; por tanto, con las experiencias que necesitamos enfrentar. Cada elección genera una consecuencia. He aquí la magia del Camino: en las consecuencias están las lecciones a ser decodificadas; el entendimiento refina las próximas elecciones y transforma el ser. Es una de las disciplinas electivas más importante en la escuela de la evolución”.
En un primer momento creí que Li Tzu había sido demasiado duro con la mujer. Después entendí de que ella necesitaba enfrentar la realidad sin subterfugios si quería superar la cuestión. No hay cura más allá de la verdad.
El maestro taoísta resumió según su filosofía: “Para ser único y conocer todo el poder personal es necesario ejercitar el propio don y vivir el propio sueño. Solo así será posible rescatar la belleza de la vida”.
Al oír sobre dones y sueños, Monique se irritó. Sarcástica, aplaudió y dijo que no era necesario viajar tan lejos para escuchar tal conclusión. Bastaba con uno de esos mensajes encontrados en las galletas de la suerte, típicos de la cultura china. Dijo que teorías sobre sueños y dones eran tan concretas como unicornios y nomos. Mencionó que vivía la vida real, con sufrimientos y cuentas por pagar, no un folletín barato de ficción existencial. Li Tzu no permitió que la ironía de la mujer perturbase su calma. Sereno le explicó: “No puedo hablar sobre unicornios y nomos, pues conozco muy poco sobre el asunto. Sin embargo, nada de lo que es abstracto deja de existir por ser invisible. En esencia, cada uno es la propia consciencia. La consciencia es moldeada, prioritariamente, por ideas y sentimientos; algo tan abstracto como dones y sueños. Abstracto no significa irreal. Somos más la consciencia abstracta e invisible, que el cuerpo físico concreto y visible. Aunque ambos tienen gran importancia, la consciencia tiene el valor de la eternidad, mientras el cuerpo tiene la utilidad restricta a la transitoriedad”. Monique le pidió que se explicara mejor. Li Tzu fue didáctico: “¿Cuál es el suelo fértil para que florezca el amor, la dignidad, la paz y la libertad? ¿En qué fábrica construimos y perfeccionamos las elecciones y las virtudes? ¿Quién nos define mejor, el cuerpo o la consciencia? A partir del instante en que comprendemos la importancia de lo abstracto en la vida en superposición a lo concreto, percibimos el tesoro que nos aguarda en lo intangible. El más puro diamante se traduce en luz; imposible de tocar, apenas para sentir y deleitarse. La verdadera historia de una persona no se cuenta a través de los logros del cuerpo, sino por las transformaciones de la consciencia”.
Con repentino interés ante las palabras de Li Tzu, Monique le pidió que hablara sobre los dones y los sueños. El maestro taoísta reveló: “Dones son los instrumentos que interpretan la música de la existencia personal: una habilidad, un talento nato que, claro, no dispensa el estudio y el perfeccionamiento. Calcular, curar, construir, proteger, proveer, educar son algunos de los innumerables dones posibles manifestados en diversas actividades profesionales, artísticas o filantrópicas. Un don, un instrumento. Descubrir, perfeccionar y usar el don le concede ritmo a la vida”.
“Los sueños son los ideales de vida, aquellos proyectos que nunca envejecen en el corazón; la sinfonía impar de una existencia única. Es el deseo visceral de componer una canción de amor para que la humanidad baile. Deleitarse consigo mismo y, al mismo tiempo, sentirse parte del mundo. Es el todo tocado por la parte en notas de amor. Se vive el sueño en el ejercicio del don. El don es la flauta; el sueño, la melodía. La canción de la vida; de tu vida”.
“La idea de medir la supuesta importancia entre individuos, a través de sus dones y sueños, aún se conecta a las terribles sombras del orgullo y de la vanidad”.
“Todos los sueños y dones son igualmente preciosos. No existen grados de importancia. Todos son como pequeños engranajes esenciales de una sofisticada máquina. El mal funcionamiento de una pieza compromete el producto final. Así es nuestra relación con el universo; ese es el valor inconmensurable del don y del sueño de cada persona”.
“Fuera de los sueños y de los dones no se llega al destino en la jornada del encuentro personal. Distante de sí, lejos de la plenitud”.
Desconcertada por el raciocinio de Li Tzu, con el semblante más tranquilo, Monique le pidió disculpas ante su reacción y le agradeció por la explicación. El maestro taoísta le ofreció una sonrisa tierna y ponderó: “No hay de qué disculparse. Entiendo la reacción, es bastante común. Cuando salimos en busca del oro de la vida, tenemos en mente algo muy diferente de lo que, en realidad, vamos a encontrar. Procuramos en lo concreto aquello que solamente encontraremos en lo abstracto; entonces se manifiesta la negación, rebelión o la tristeza”.
“Cuando entendemos que lo abstracto es tangible por el alma, todo comienza a transformarse”.
En seguida, Li Tzu trazó la terapia de Monique. Yoga al despertar; después clases sobre el Tao seguidas de meditación. Las tardes serían dedicadas a la lectura de alguno de los libros disponibles en la casa, alternando con paseos al aire libre por las montañas o por la villa. Me pidió que la acompañara. Al inicio torcí la nariz. No me agradaba la idea de convivir tantos días con una mujer pesimista y desesperada, pero a medida que Monique se desintoxicaba de sus memorias, al permitir la agradable sensación proporcionada por nuevas experiencias basadas en el conocimiento personal a través del Tao, comenzó a mostrarse como una mujer alegre y bienhumorada; características que confesó haber olvidado durante el tiempo que no las permitió en su vida. En los paseos hacíamos picnics a la orilla del riachuelo y conversábamos sobre las clases, los libros y sobre nosotros. Reíamos mucho, principalmente de las equivocaciones que habíamos cometido en el pasado. Los errores ya no eran semillas de dolor; eran lecciones de amor. Monique reía de sí, de la vida. Poco a poco encontraba belleza en todas las cosas vividas.
Al final del período de estudios nos despedimos. La acompañé hasta el único bus que hacía el trayecto a la mayor ciudad en la región, en donde tomaría un vuelo con conexión a París. Mientras aguardábamos, Monique dijo que la mujer que volvía a Francia era muy diferente de aquella que había llegado al pueblito hacía dos semanas. Se sentía alegre, con confianza y repleta de esperanzas. Un extraño y agradable poder latía en sus venas. Me contó que antes de casarse había hecho un curso de panadería en una excelente escuela de la región de Provenza, famosa por su culinaria. Le encantaban los panes. Le gustaba ver como las personas se deleitaban con los panes que ella fabricaba. En aquella época abandonó el proyecto de montar una pequeña panadería en el garaje de la casa de su madre, cercana a una universidad con gran movimiento, para acompañar la carrera profesional del esposo. Ahora, esa idea había retornado a su mente con mucha fuerza y estaba animadísima con la posibilidad de tener una panadería y realizar algo que amaba. Hacer panes era su don. Tan pronto llegara tendría una conversación con la madre para usar el garaje. Le pregunté si ella tenía dinero para montar el negocio, a lo que respondió que no, pero que tenía un sueño. Cuando el bus llegó, me dio un beso y dijo que la visitara cuando pudiera. Riendo, señaló que no me cobraría por el pan. Antes de partir susurró por la ventana que estaba segura de que los mejores días de su vida aún estaban por venir.
Regresé a casa de Li Tzu. Yo estaba feliz. Acompañar la transformación de Monique me había enseñado mucho y ayudado a entender el Tao. Recordé el trecho de uno de los capítulos iniciales mientras andaba por la villa y lo asocié a los conceptos de Li Tzu sobre lo concreto y lo abstracto. Sonreí solo:
“… el sabio se guía por su interior,
Por lo que siente, no por lo que ve;
aparta lo que ve, acepta lo que siente”.
Al encontrarme con el maestro taoísta comenté que habían sido días muy provechosos. Sin embargo, tenía una duda sobre los sueños. Él dejó de podar los bonsáis y me miró. Le pregunté de qué estaban hechos los sueños. Pensó durante algunos segundos y respondió: “Nuestros sueños se parecen a nuestras casas”. Li Tzu percibió un enorme signo de interrogación en mi frente y fue generoso: “Nuestras casas suelen reflejar quienes somos. ¿Recuerdas la conversación que tuvimos hace días?” Moví la cabeza confirmando. Él explicó: “Nuestros sueños también reflejan quiénes somos”.
Enseguida, prosiguió: “Si eres una persona que cree en la propia fuerza, estás en paz con la vida, tienes una existencia ligada a la jornada evolutiva, posees ideales equilibrados, no confundes prosperidad con riqueza, siembras las virtudes por donde pasas, ejerces tu don como manera de aprender sobre ti mismo y de compartir lo mejor que hay en ti con el mundo, con seguridad eso se reflejará en un sueño armonioso y agradable; una buena casa para habitar”.
Me invitó a continuar la conversación en la cocina. Mientras colocaba las hiervas en infusión para el té, comentó: “Has notado que a veces dos personas viven una misma situación de infortunio. Mientras una no puede salir de la tempestad de inconformismo, victimización y sufrimiento, la otra rápidamente logra retornar a las mañanas alegres de sol. ¿Sabes por qué sucede eso?” Sacudí la cabeza negando. Li Tzu reveló: “Una se intoxica con las fuentes turbias de las pesadillas de la incredulidad sobre sí misma y de la desesperanza con relación a la vida. La otra bebe de las fuentes puras de las infinitas renovaciones: el sueño y el don”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
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Excelente, sin palabras