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El tercer portal. El portal de la Paz

Mi búsqueda para decodificar los ocho portales del Camino proseguía. Había descubierto recientemente que las bienaventuranzas, parte inicial del Sermón de la Montaña, el lindo texto contenido en el Libro de Mateo ocultaba los ocho portales que todos los andariegos deben atravesar al recorrer el Camino. Cada portal, protegido por un guardián, solo permite el paso a quienes ya están en condiciones de proseguir la jornada. Esas condiciones, típicas de cada portal, se resumen en grupos específicos de virtudes sedimentadas en el alma del viajero. El texto posee una simplicidad absurda; sin embargo, es de una profundidad deslumbrante. El Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, venía orientándome en ese estudio. No obstante, extraer del texto toda la idea contenida en tan pocas letras era una tarea con la cual tenía mucha dificultad. Así había sucedido con los dos portales anteriores y no era diferente con el tercer portal: “Bienaventurados los mansos, pues ellos heredarán la tierra”, dijo el Maestro cuando hizo el discurso hace dos mil años.

Encontrar al Viejo disponible en el monasterio para conversar parecía una tarea más difícil que la decodificación del texto. Lo estaba buscando cuando fui abordado por otro monje, como denominamos a todos los miembros de la Orden, en uno de los corredores del monasterio. Richard era responsable de preparar la agenda de conferencias y cursos de cada período electivo, tanto los exclusivos para los miembros, como los abiertos al público. Desde hace tiempo yo venía preparando, por solicitud del Viejo, un curso de autoconocimiento a través de la interpretación de textos sagrados y esperaba dar las clases durante aquel año; sin embargo, Richard me comunicó que la agenda estaba completa. Tal vez, resaltó, sería para el año siguiente[PC1] , en caso de un posible espacio, pues la programación era intensa y había prioridades.

Yo había estado investigando en muchos textos, desde las poesías de Rumi hasta el Tao Te Ching, pasando por las parábolas cristianas, para estructurar la importancia de la transformación personal, enseñada hace milenios por las más diversas tradiciones filosóficas como proceso esencial de liberación de los sufrimientos. La decepción ante la cancelación del curso sumada a la ansiedad por entender más sobre los portales, más la dificultad de encontrar al Viejo para saciar mis dudas, se mezclaron en un mismo calderón, resultando en una enorme irritación. De inmediato reaccioné. Es impresionante como cada reacción revela dónde estamos en determinado momento de la existencia. Cuando aún no tenemos los pilares de la paz debidamente cimentados en el alma, reaccionamos mal. Así lo hice. De manera impulsiva lo acusé de envidioso. Le dije que había percibido que no le simpatizaba y que me perseguía hacía tiempo. A su vez, a Richard tampoco le gustó lo que oyó; la conversación se convirtió en discusión y otros monjes tuvieron que aproximarse para separarnos y así evitar algo peor. Lee, un monje vietnamita, muy generoso, se mostró solícito para conversar conmigo. Explicó que Richard y yo estábamos molestos e irritados. Era necesario el entendimiento. Ante aquellas palabras, le agradecí y rehusé la conversación. Le dije que prefería estar solo para no decir lo que no debía. Pasé por el comedor, me serví una taza de café y me refugié en uno de los lugares que más me gustaba del monasterio, la agradable terraza con la linda vista hacia las montañas.

Para mi sorpresa, al llegar a la terraza encontré al Viejo, tranquilamente sentado en una de las poltronas, leyendo un libro, ajeno a cualquier confusión. Yo que lo había buscado todo el día sin éxito, lo encuentro en el momento en que más deseaba estar solo. Pensé en dar media vuelta, pero el Viejo me vio y sonrió. En seguida, al percibir mi expresión sombría, comentó: “Las tempestades más terribles son las del corazón, pues solo en el propio corazón encontraremos abrigo definitivo. Según lo distantes que estamos del propio corazón será definida la duración y los daños de la tempestad”. Argumenté que siempre podemos encontrar ayuda en otro corazón. Él concordó parcialmente: “Sí, es verdad, pero solo por un breve momento, hasta entender cómo construimos el abrigo en nuestro corazón, o pronto estaremos vulnerables a las próximas tempestades”. Cerró el libro, lo colocó sobre las piernas y explicó: “No encontrarás la paz en ningún lugar, salvo dentro de ti. La paz es diferente de la calma, que está ligada a las circunstancias externas, ajenas a tu deseo. La paz es una mansión inexpugnable erguida en el alma y a nadie le es dado el poder de derrumbarla. Ni aún las peores tempestades tienen tal fuerza”.

Se volteó para mirar las montañas, como si los pensamientos viajasen a lo lejos y filosofó: “Cuenta la historia que Pablo, el apóstol de la transmutación, estando ante Nero, emperador de Roma y el hombre con mayor poder sociopolítico del planeta en la época, acusado por actos que no practicó y amenazado con sufrir dolorosas torturas, le respondió al tirano que no podía hacerle ningún mal a pesar del enorme poder mundano que poseía. El dictador fue avisado que apenas podría alcanzar el cuerpo del apóstol, pero que el alma de aquel hombre humilde e iluminado estaba en un lugar inalcanzable al emperador. Claro que Nero no entendió las palabras de Pablo. Cuentan que el apóstol entonó una dulce melodía para el verdugo al momento de su decapitación. Así que la espada bajó, fue acogido por el Maestro con la más bella sonrisa”.

Comenté que todo esto era muy bonito, pero bastante distante de la realidad; al menos de mi realidad. Yo no estaba dispuesto a ofrecerme en sacrificio. El Viejo explicó: “Ni Pablo, que con seguridad preferiría continuar recorriendo el mundo para difundir las enseñanzas de amor, a las cuales se dedicó los últimos treinta años de su vida. No obstante, ante la fuerza bruta que no podía impedir, aun así, escogió el amor como fortaleza íntima para la paz que había florecido en su corazón, en absoluta consonancia con las palabras amorosas que profería, escribía y, sobre todo, vivía. Su alma se volvió un templo impenetrable a cualquier maldad”.

“Sé que estamos distantes del nivel alcanzado por Pablo, mas si él lo logró nosotros también podemos. Así, un poco a cada día, nos hacemos a imagen y semejanza de Él. No por casualidad, el Tercer Portal del Camino es conocido como el Portal de la Paz. Para llegar a el tenemos que atravesar otros dos difíciles portales, los Portales de la Lucidez y de la Bondad. Con certeza, la paz es un logro todavía más difícil para el andariego, sin embargo, el Camino lo llevará a ella inevitablemente”.

Sorprendido, dije que casualmente lo había buscado todo el día para hablar sobre el Tercer Portal codificado en las bienaventuranzas. Él sonrió, se encogió de hombros, y comentó: “La casualidad no existe. El guardián del portal lo está indicando, con un pequeño ejemplo, la enorme dificultad que todos encuentran para seguir adelante”. Enseguida, le hablé sobre mi discusión con Richard y cómo me parecía injusta su decisión. El Viejo ponderó: “Es común confundir la exacta percepción de la justicia cuando se mezcla con nuestras frustraciones e insatisfacciones. En este nivel, las negativas que se oponen a nuestros deseos se vuelven raíces de dolorosos sufrimientos en vez de ser vistas como obstáculos de perfeccionamiento y superación. Entonces, nos sentimos infelices y culpamos a los otros por nuestros sufrimientos.  Esto sucede por estar distantes de nuestra esencia. Distantes por falta de entendimiento sobre la fuerza de las virtudes y el enorme poder que tenemos. Una vez más, nos perdemos en las calles del mundo buscando algo que solo encontraremos en casa, o sea, dentro de nosotros”.

“En franca contradicción, en la búsqueda por la felicidad, recurrimos a los instintos primarios, métodos ancestrales de reacciones y conquistas, anteriores a la formación de los sentimientos nobles y de la consciencia despierta. Los instintos, al contrario de las virtudes, nos remiten a la dominación del otro, a la adecuación ajena a nuestros deseos, a la fuerza bruta, a la violencia en todas sus formas. Recuerda que los instintos suelen moverse alimentados por las ilusiones de las sombras personales. Perdidos con relación a la ruta de la luz, renunciamos a la mansedumbre, como si fuese posible conquistar la plenitud utilizando métodos agresivos, con la absurda idea de construir la paz a través de la subyugación violenta de aquellos que se oponen a nuestros deseos. Actuamos con violencia cuando sentimos miedo; sentimos miedo al desconocer el verdadero poder que tenemos”.

Le pregunté si deberíamos tolerar el mal. El Viejo fue taxativo: “No se negocia con el mal, con la mentira ni con la injusticia, que deben ser combatidos con firmeza, sin olvidar el carácter educativo indispensable en la construcción del bien. No obstante, los logros, sean individuales o colectivos, deben ser alcanzados a partir de las transformaciones internas para que no se derrumben ante la primera tempestad. Solo la fuerza de un alma que ya entendió lo imprescindible de una nueva forma de ser y de vivir sustenta las intemperies de las transformaciones y el peso de las inevitables lecciones de la vida. Hay que tenerse amor siempre”.

“Solo pueden atravesar el Tercer Portal aquellos que renunciaron a cualquier tipo de violencia como instrumento de conquista. Sea violencia física o violencia verbal expresada en la agresividad de las letras escritas o de las palabras proferidas. Existe también la violencia moral presente en las mentiras y en todos los tipos de manipulación y fraudes. Sin olvidar la violencia espiritual manifestada a través de las elecciones más simples que hacemos día a día movidas, por ejemplo, por el mal humor. Existe violencia hasta en los pensamientos sombríos que contaminan la psico-esfera planetaria, creando nubes vibracionales densas. Son energías que terminan determinando las tempestades emocionales que tanto influyen en una colectividad”.

“Es un portal disponible solo para aquellos que se niegan a imponer su voluntad sobre la voluntad del otro. Respetan las elecciones ajenas, aunque piensen diferente. Exponen sus ideas de manera clara y serena; escuchan con paciencia, pues saben que todos tienen algo que aprender y enseñar. Entienden que respetar la opinión ajena es una manera de respetarse a sí mismo. Se trata de un principio filosófico contenido en el código de ética del andariego que alcanzó ese punto del Camino. En hipótesis alguna desea el mal de alguien. Las diferencias entre culturas, visiones y elecciones no le impiden seguir en busca de sus objetivos; ni de prohibir que el otro lo haga a su manera. Entiende que toda conquista precisa ser pacífica para ser legítima y definitiva”.

Quise saber sobre las virtudes necesarias para atravesar el Tercer Portal. El Viejo las reveló: “La mansedumbre y el coraje”.

Comenté que en principio parecía contradictorio. El monje sonrió y explicó: “Apenas para ojos distraídos. La mansedumbre es la virtud de la fuerza serena de Jesús, del poder suave de Buda, de los pasos firmes de la desobediencia pacífica de Mahatma Gandhi. Es el ánimo tranquilo soñado por Martin Luther King, son los brazos acogedores de Teresa de Calcuta. Guardadas las magnitudes individuales, fueron almas que cambiaron el rumbo de la humanidad sin un único trazo de violencia, solo con el ejemplo de la mansedumbre y de la determinación en sus elecciones de ser y de vivir. Ni mil ejércitos, con todo el baño de sangre, tuvieron tal fuerza revolucionaria. Ningún general tuvo tanto coraje como estas personas sencillas y humildes”.

“La mansedumbre no puede confundirse con la acomodación y la inercia. Al contrario, la mansedumbre es un movimiento intenso en los campos del corazón, a través de los jardines y desiertos del alma. Es el acogimiento del otro en sí. Por tanto, la mentira, la manipulación de ideas, el discurso interesado, el aprisionamiento del conocimiento, el desprecio por el dolor ajeno y la ausencia de perdón son interpretados como medios violentos de ser y de vivir, en consecuencia, contrarios a la evolución personal al tratarse de conquistas de mera apariencia”.

“La determinación exige coraje. Necesitamos de mucha firmeza para mantener la mansedumbre como guía de luchas y logros. Mansedumbre no se confunde con la cobardía, la inercia, la omisión o el desinterés. Estancamiento, en verdad, es insistir en cualquiera de las formas de violencia como método para la evolución. El estancamiento se mantiene por el miedo. La mansedumbre habla con el lenguaje del amor, sentimiento esencial para legitimar y fijar los avances de la plenitud en lo íntimo del ser, entre ellos, la paz”.

“Los condicionamientos ancestrales, los instintos con sus energías animalizadas, las ilusiones de las sombras, los deseos primitivos de dominación sobre los otros, el hambre de brillo del ego que está desalineado con el alma, las reacciones agresivas ante las frustraciones inherentes a la experiencia evolutiva, el deseo de imponer la propia voluntad sobre las elecciones ajenas, la manipulación de la justicia a través de las leyes, el ejercicio indebido de poder, sea en la esfera pública o dentro de casa, son algunas de las situaciones e influencias brutales con las cuales nos deparamos todos los días. Para huir de sus trampas y prisiones es preciso escoger la ruta del amor, de la dignidad, de la libertad, de la felicidad y de la paz. Todas conquistas internas que, una vez sedimentadas en el alma, compartimos con el mundo a través de nuestras elecciones”.

“No obstante, muchos intentarán convencerte de lo contrario, argumentarán que el mundo no tiene arreglo, basados en inúmeras ventajas existentes en las vastas posibilidades del egoísmo. Entonces, hay que tener coraje para enfrentar los miedos; para modificar los deseos, para transformarse y florecer por entero. Será preciso mucha valentía para escoger por amor, para renunciar a las facilidades aparentes de conquistas a través de todas las formas visibles e invisibles de violencia. La mansedumbre, así como el amor, es una virtud permitida solo a las personas verdaderamente valientes”.

“A los mansos es concedido el poder de la vida y de la plenitud”.

“Esta es la herencia de la tierra”.

Cerró los ojos y repitió el pequeño trecho del Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los mansos, pues ellos heredarán la tierra”. Enseguida, concluyó con la dulzura que le era típica: “Es una fuerza cuya raíz nace en el corazón”. Se encogió de hombros y finalizó: “No siendo así, el guardián le impedirá al andariego atravesar el portal y seguir en el Camino”.

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.


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