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La medicina del oso

“Vivir no siempre es suave. Hay momentos en la vida que todo parece extremadamente difícil. Son los inviernos de la existencia”. Fueron las palabras de Canción Estrellada después de relatarle el desgastante proceso de ruptura entre los socios de la agencia de publicidad de la cual yo hacía parte. Dos salieron para montar una nueva agencia con la intención de atender a una poderosa multinacional que, por exigencia contractual, imponía exclusividad. Los demás, otro más y yo, seguimos con las cuentas de los antiguos clientes. No obstante, los hechos no se desarrollaron de manera simple y delicada. Era una situación que envolvía dinero y sombras. Dicen que conocemos mejor a una persona cuando nos alejamos de ella que cuando estamos a su lado. Sinceramente, no estoy seguro si es verdad, mas en aquel momento los egos estaban exaltados. Vanidad, orgullo, envidia, celos y ganancia se hicieron presentes en nuestras reuniones. Hubo días en los que yo volvía a casa en completo agotamiento físico, emocional, mental y espiritual. Amigos movidos por pasiones descontroladas se volvieron enemigos mordaces. Todo empeoró con la participación de los abogados en las rondas finales de negociación; cuando las leyes son necesarias es porque perdimos el amor. Faltó sensatez y equilibrio; faltó amor. El día en que todos los contratos fueron firmados no volví a casa. Fui directo al aeropuerto, sin maleta, apenas con los documentos personales y tomé el primer vuelo para Arizona. Estaba enojado conmigo mismo, como si la vida me hubiera causado indigestión. Me sentía un espectro de hombre.

La casa de Canción Estrellada en Sedona era siempre un puerto seguro para las tempestades de mi alma. Fui recibido con un fuerte abrazo y una sonrisa sincera. Sentados en la terraza, el chamán encendió el hornillo de piedra roja de su pipa, me miró con compasión y dijo: “Estás muy enfermo. Debes tratarte”. Le comenté que estaba cansado así que lo que necesitaba era descansar y distraerme un poco. En algunos días todo estaría bien. Él se encogió de hombros, aspiró la pipa distribuyendo el aroma del humo por el aire y miró hacia las montañas. Enseguida, conversamos sobre amenidades.

Los siguientes días recorrí varios senderos, cabalgué, nadé en el río, participé de una ceremonia mágica, fui a un espectáculo musical, conversé con varias personas; en fin, me divertí bastante. Me sentía muy bien, como si tuviera el alma renovada. Se lo comenté a Canción Estrellada y le dije que pensaba regresar en pocos días. El chamán apenas me miró. Aquella tarde recibí una llamada del socio que continuó la sociedad conmigo y me relató un comportamiento abusivo por parte de los exsocios, una actitud que, aunque no estaba regulada en el contrato de rescisión societaria, era claramente deshonesta. Le narré con dureza los hechos al chamán.

Ante la acusación que acababa de hacer, Canción Estrellada me recordó lo necesario que era el equilibrio en esos momentos: “Un análisis hecho a través de una mirada acalorada debe ser contenido. Cuando dos personas se desentienden, a menudo, ambas tienen razón. Cada una tiene una parte de la verdad”.

Le dije que todo aquello era una bobada, pues yo sabía muy bien de lo que estaba hablando. Sin embargo, todo el bienestar que sentía había desaparecido por completo y en fracción de segundos la incomodidad que traía el día que llegué a Arizona volvió. El chamán me explicó con paciencia: “La convivencia con la naturaleza nos nutre de la indispensable energía vital, disuelve las pesadas nubes astrales. El contacto con los amigos vuelve a encender la llama del amor, nos hace danzar alrededor de la hoguera de la vida. Es todo muy bueno, pero no siempre es suficiente para la cura. La tempestad, por más violenta que sea, agita tan solo la superficie del lago; en su profundidad las aguas permanecen siempre tranquilas”. Hizo una breve pausa antes de concluir: “Es preciso entender dónde estamos, si en lo pando o en lo profundo. Esto determina el ánimo del alma. El nivel de armonía que cada uno tiene consigo establece el equilibrio que tendrá con relación al mundo. Para entenderlo, existen los momentos extremos; son los inviernos de la existencia. Es hora de aprender con el oso”.

Le pedí que se explicara mejor. Canción Estrellada profundizó: “Es el momento para que el oso hiberne en la caverna. En la tradición chamánica, el oso representa al guardián del Portal del Oeste, lugar donde el sol se pone y la oscuridad domina. El oso, el invierno y la caverna son arquetipos que proyectan situaciones existenciales. El invierno, desde tiempos inmemorables, representa días de dificultad, periodos de escasez. Así como el cuerpo, el alma también necesita alimentarse. El alma se nutre de buenos sentimientos que florecen en nuestras relaciones, de las virtudes que impulsan las elecciones que hacemos a cada momento, de las ideas que amplían los horizontes. No obstante, el ciclo de la vida tiene cuatro estaciones. Cuando llega el invierno, viene el frio, las mañanas son nubladas, las tardes lluviosas, nos sentimos desabrigados; la vida parece disminuir. Llega el hambre y la debilidad. Los inviernos del alma son difíciles de atravesar. Sin embargo, tienen su importancia”.

“Esto no significa que el universo nos haya abandonado, lo que nunca sucede. En la naturaleza, con la llegada del invierno, el oso se recoge en lo profundo de la caverna para digerir todo lo que comió durante las estaciones precedentes. La caverna significa lo más íntimo del ser, el lugar donde cada uno se encuentra consigo mismo. El oso necesita ese tiempo de quietud y soledad. En otras palabras, es el momento de la introspección. Es la hora de profundizar en sí mismo para entender todo lo que se vivió y superarlo. Decodificar las lecciones ocultas atrás de cada hecho. Aprender con las pérdidas; alegrarse con los logros. Digerir las decepciones; maravillarse con las lecciones. Al terminar el invierno, llega la primavera. Ciclo de renovación de la vida, cuando los campos vuelven a florecer, el sol retoma su intensidad; entonces, el oso sale de la caverna, más fuerte y sabio”.

“Sin entrar en la caverna el oso no sobrevivirá al invierno. En el invierno de la existencia, cuando nos rehusamos a la introspección, sucumbimos ante la tristeza o la agresividad. Sin atravesar el invierno nadie llega a la primavera”.

En aquel momento, estaba claro para mí que el cambio de ánimo que tuve en aquellos días de paseo y diversión era aparente. Nada en esencia se había transformado. Al menor movimiento contrario, todas las emociones desagradables estaban de vuelta. Era necesario que enfrentara el invierno; por tanto, era preciso ir al fondo de la caverna.

Siempre es posible recurrir a la medicina convencional con ansiolíticos, antidepresivos y afines. Sabía de amigos que habían vivido esa experiencia y no les gustó lo que vino después. Entraron en un espiral descendente de dependencia; pocos pudieron regresar. Percibí casos de paralización existencial sin ninguna evolución. Yo estaba convencido de que los dolores del alma no se tratan con remedios; se curan con terapias, meditación, oraciones y estudios. Vivencias valiosas desde que lleven al inevitable encuentro. Aquel que cada uno tendrá consigo mismo.

Le pedí ayuda al chamán. Él mencionó una antigua cabaña de caza que pertenecía a su familia y que estaba deshabitada, localizada en las montañas, en medio del bosque. Conseguí provisiones. Canción Estrellada me llevó en carro hasta allá. El acceso era difícil. Aunque la cabaña estaba en desuso y le faltaban algunos arreglos, aún se podía habitar. Yo permanecería allí solitario. Al despedirse de mí, le pregunté al chamán cuando volvería, a lo que respondió: “Al terminar el invierno. Cuando el sol de la primavera vuelva a brillar en tu alma”. Me asustó. Allí no había teléfono ni cualquier otro medio para comunicarme con él. No había ningún supermercado cerca para abastecerme. Además del riesgo de visitas inoportunas de animales salvajes. El chamán se rio de manera divertida y dijo: “Debes entender la importancia de vivir solamente con lo necesario, lo que ayuda al encuentro consigo mismo. Superfluos materiales generan basura emocional, interfieren al desviarnos del foco”.

Le pregunté qué foco era ese al que se refería. Canción Estrellada explicó: “El ego sufre a medida que se envuelve con las sombras que le son propias. El ego necesita encontrarse con el alma para conocer el valor de las virtudes y las posibilidades de otras elecciones. Se deleitarán, confraternizarán y, finalmente, se alinearán sobre el mismo eje: la luz. La caverna iluminada establece el fin del invierno”. 

Hizo una pausa y concluyó: “Ese día aquí estaré para buscarte”. Antes que yo dijese que aquello era una locura, que no podía quedarme en la cabaña en aquellas condiciones, sin ningún contacto con el resto del mundo, Canción Estrellada se encogió de hombros y comentó: “Si fuera diferente no sería una caverna”. Entró en el carro y partió.

Me quedé absoluta y literalmente solo. Estar cercado de gente no significa estar acompañado; de la misma manera, estar solo no significa estar solitario. Sin embargo, estar solo tampoco significa estar consigo mismo. Demoré en entenderlo. Aquellos días fueron fundamentales.

Fueron días difíciles. La dificultad, cuando es bien aprovechada, trae muchas enseñanzas y transformaciones. El desequilibrio impulsa la búsqueda por un nuevo punto de equilibrio; así avanzamos. Pronto percibí que para sobrevivir en aquellas condiciones tendría que reformular mi modo de vivir. Reprogramar la mente para alterar las prioridades. Allí, las tarjetas de crédito no tenían algún valor; nada había para comprar. Tener un buen cuchillo me hacía un privilegiado, una pala me volvía un hombre bendecido. Por la noche contar con una antorcha o velas era una fortuna. Un libro me generaba una alegría indescriptible. A cada refección, todas muy sencillas, hacía que lo sagrado latiera en mis venas. Yo debía raciocinar para racionar con sabiduría; esto me hizo entender la belleza de la simplicidad, pues se refiere a lo esencial. Lo esencial pavimenta el camino hacia la esencia. Así, un poco a cada día, pude encontrarme conmigo mismo.

Encontrarme conmigo mismo me brindó una visión más generosa con mis socios. Una perspectiva más justa. Admitir mis sombras me hizo tener paciencia con el comportamiento de ellos al entender que, así como yo, ellos también tenían sus motivos, necesidades y razones; debilidades y cualidades. Era preciso, sin olvidarme de mí, ver a aquellos hombres con delicadeza. Yo conocía muchas cosas, pero desconocía muchas más; así como ellos. Esto hizo con que yo me envolviera en un triángulo amoroso con la humildad y la compasión. Me aproximé a la sinceridad, a la justicia y a la mansedumbre. A medida que me sentía mejor, percibía que ellos también eran mejores de lo que yo inicialmente suponía. Al juzgar mediante mis intereses y necesidades, con mi visión y capacidad, calificaba con rigor las dificultades ajenas, en el intento inconsciente de ignorar mis propias dificultades. Este es el motivo por el cual los errores de los otros son siempre más graves que los de nosotros. Así la raíz de la intolerancia y del atraso se plantan en la tierra, brotando en ramas de orgullo y vanidad; surgen las flores pálidas de la envidia, de la ganancia y de los celos. Sus frutos amargos provocan graves indigestiones; si están envenenados, enferman al propio árbol. Revertir este raciocinio para dulcificar los propios frutos con la finalidad de alimentar a todos alrededor, más allá de sí mismo, es el comienzo del proceso de aproximación entre el ego y el alma bajo un mismo eje. El eje de la luz del cual habló Canción Estrellada.

La necesidad de solucionar cuestiones prácticas, típicas de aquellos días en la cabaña, valían como ejercicios existenciales, pues me llevaban a enfrentar cuestionamientos íntimos que terminaban iluminando el interior de la caverna. Todas las decisiones estaban interrelacionadas. Era preciso evaluar la trayectoria, trazar metas, calificar valores e invertir algunas prioridades, tanto en la cabaña como en la caverna. Avanzo de acuerdo con las expansiones de consciencia y de amor conquistadas, reflexionadas en cada elección que hago, en lo que quiero a partir de ahora y en aquello que ya no quiero más. Comprensión y superación personal hacen al mundo más bello. Los colores de la vida están directamente ligados a mi belleza interna. Solamente una persona mejor puede encontrar lo mejor en otra persona. Tan solo con admitir la coexistencia de las diferencias podré usufructuar del poder de ser único y deleitarme con la diversidad de todos, con sus virtudes y sombras, así como con las mías. Al tener perfecta afinidad, al reclamar menos del mundo, me sobra más tiempo y energía para perfeccionarme; a menudo, tenemos los mismos defectos. Esta es una manera segura de revolucionar la vida. Esta es mi fuerza. Este es el poder de la transformación por medio de la introspección. Esta es la magia de la caverna y la lección del oso.

Las dificultades se presentaron como desafíos; la insatisfacción inicial se convirtió en alegría primordial. Me sentía más fuerte a medida que la mente estaba más clara. Los sentimientos se serenaron cada día un poco más, hasta darme cuenta de que era hora de volver. Había un nuevo hombre dispuesto a recorrer el mundo de una manera diferente; a relacionarse con sigo mismo, a través de los otros, de una manera mejor. Nada más sangraba; deseo, sabiduría y amor curan.

El invierno llegó a su fin. Era el momento de salir de la caverna.

Como si las coincidencias existieran, en aquella tarde fui sorprendido con la llegada de Canción Estrellada. Quise saber cómo había sabido que era momento de volver. Él sonrió y dio una explicación enigmática: “El pensamiento es el lenguaje de los espíritus. Los corazones son sus tambores. Oí cuando me llamaste”.

Ese conocimiento quedaría para otra oportunidad; por ahora, era suficiente. Coloqué los objetos personales en una mochila y partimos. Una extraña sensación me conducía. Me sentía rejuvenecido; traía la fuerza del oso dentro de mí.

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

1 comment

Elisa mayo 26, 2019 at 8:42 pm

Genial!

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