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De vuelta a la cima del mundo

Le comenté al Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, que pasaría mi cumpleaños en el monasterio de Takshang, próximo a la ciudad de Paro, en Bután. Deseaba el silencio y la energía de ese monasterio budista, de difícil acceso, incrustado en el Himalaya, para meditar y reflexionar sobre el momento en que me encontraba, más precisamente con respecto a la empresa de la cual era socio. Habíamos recibido una propuesta de otra compañía, mucho mayor y de ámbito internacional, para una fusión que traería grandes lucros financieros y un cambio significativo en mi estilo de vida: Desde tener que usar traje en el día a día hasta vivir en otra ciudad, sin contar las incontables reuniones y rutinas típicas de las grandes empresas. Mis socios, éramos tres, estaban animadísimos con la posibilidad que se presentaba. Mi corazón no me dejaba compartir tal entusiasmo. Nuestra empresa navegaba con tranquilidad, no éramos ricos pero teníamos una vida cómoda y, especialmente, tenía tiempo para dedicarme a otras actividades que me eran valiosas como la Orden, los estudios, la escritura, los encuentros con amigos, la convivencia familiar, entre otros bienes intangibles. No obstante, no es siempre que surge una oportunidad para incrementar el nivel financiero y todos me presionaban para que decidiera pronto. El cambio en la manera de vivir era lo que me angustiaba. La duda me corroía.

 

El Viejo me aconsejó: “Me gustan las transformaciones, pues son buenos indicios de evolución. Sin embargo no toda fruta es dulce, ni toda regla es absoluta; no todo cambio es transformación. Al salir de Bután, toma el camino que baja del Himalaya por el lado chino. Te depararás con una agradable villa. Allí busca a Li Tzu, el maestro taoista. Déjate encantar con todo lo que suceda”. Le agradecí y partí sin entender exactamente a lo que el monje se refería.

 

Cuando estaba saliendo de Paro pensé en desistir de buscar al amigo del Viejo, pero me dejé llevar por el flujo de los acontecimientos y seguí al encuentro de Li Tzu. La primera buena sorpresa fue la pequeña villa china. Bonita y agradable, daba una extraña sensación de comodidad, apesar de la extrema simplicidad. Las personas eran gentiles y parecían no tener prisa. Además de la gran cantidad de flores por toda parte, noté muchos occidentales por las calles y, para mi sorpresa, tuve dificultad en encontrar lugar en la única posada de la ciudad, siendo salvado a última hora por un dinamarqués que tuvo que regresar a su país por un imprevisto. Todos aguardaban al maestro taoísta. Supe entonces que Li Tzu se había formado en botánica en una prestigiosa universidad inglesa y ejercía la tradicional medicina china con tratamientos a base de acupuntura, té de hiervas y el Tao, la milenaria sabiduría oriental escrita por Lao Zi en el Tao Te Ching, el Libro del Camino y de la Virtud. Él usaba agujas, hiervas y plantas para curar el cuerpo y el alma.

 

La casa de Li Tzu es uno de los lugares más encantadores que he conocido. Plantas por todos lados -lo que era de esperarse-, toda la construcción en madera, un hermoso lago al frente y un bello jardín de bonsáis en el patio trasero. Un elegante gato se comportaba como dueño del lugar. La música que brotaba por todas partes era el sonido del silencio armonioso. El botánico se movía con extrema serenidad, su voz era baja, sus gestos revelaban tranquilidad. Cuando me presenté, él me ofreció una sonrisa sincera y dijo que me esperaba. Agregó que poseía una enorme admiración por el Viejo, a quien había conocido hace muchos años cuando jóvenes en la universidad, aunque frecuentaban diferentes cursos. “La ley de la afinidad es inexorable”, dijo con la seguridad de haberme dado una explicación obvia. Calculé que deberían tener más o menos la misma edad. En seguida me ofreció un té y nos sentamos en cómodas poltronas. Le expliqué la razón por la cual lo había buscado. Él tan sólo movió la cabeza como quien dice haber entendido. Le dije que admiraba mucho la tranquilidad que reinaba en aquel lugar. Li Tzu me explicó: “Toda casa refleja el alma del dueño. Hice las paces con el tiempo y con mis emociones para que la felicidad encontrara morada definitiva”. En seguida me dio un pequeño papel con el capítulo cuarenta y cuatro del Tao:

 

“¿La fama o la persona, cuál es la más importante;

la persona o el dinero, cuál es el más valioso?

¿Ganar o perder, qué es peor?

Quien mucho se apega, mucho va a sufrir.

Quien mucho guarda, mucho más perderá,

quien se satisface con poco no tiene que temer,

quien sabe cuando parar no corre peligro.

Así perfumamos la vida”.

 

Y pidió: “Léelo atentamente muchas veces y regresa mañana”. Le agradecí e hice conforme me orientó. En los días siguientes a veces me ofrecía un té, otros me hacía una sesión de acupuntura, siempre con el pedido de que continuase leyendo y volviera al día siguiente. Esto sucedió durante una semana. En otra ocasión yo habría perdido la paciencia y con seguridad habría partido lamentando el tiempo perdido, pero no fue así aquella vez. Recordé las palabras del Viejo y fui dejándome contagiar por la agradable energía que me envolvía y toda aquella serenidad se mostró posible para mí sin mayor esfuerzo. Aunque a esas alturas ya conocía el texto de memoria, me negué a tener prisa al dominar conscientemente la ansiedad. ¿Por qué perdería la paciencia si la calma era lo que más apreciaba en aquel lugar? Tuve la extraña percepción de que, al contrario de lo que imaginaba, el tiempo también puede esperar. La consecuencia inmediata fue la claridad de raciocinio que lentamente fortalecía las decisiones que me aguardaban. Poco a poco iba abandonando los tambores del mundo para oír la dulce flauta del corazón. Comencé a divertirme intentando adivinar si al día siguiente sería recibido con hiervas o agujas. El séptimo día fue de palabras.

 

Li Tzu se sentó a mi lado y me pidió que interpretara el poema. Le dije que percibía ritmo y sonoridad en los versos pero que se me hacían confusos, pues hablaban de varias cosas al mismo tiempo sin aclarar mucho. El taoísta dijo con voz suave: “Ese capítulo habla de un asunto crucial: una importante elección que define el destino cercano”. Hizo una pequeña pausa y prosiguió: “Habla del sentido que el individuo le dará a la propia vida. Una bifurcación donde por un lado se indica la fortuna y la fama, la conquista del éxito y del poder a través de los bienes materiales; por otro, la evolución personal en busca de la plenitud y de la integridad del ser, teniendo la paz como consecuencia natural de la evolución”. Lo interrumpí para cuestionar si dinero y espiritualidad se confrontan o se anulan. Li Tzu me miró como a un niño y aclaró: “Claro que no. Es posible hacer muchas cosas buenas con el dinero. Es un instrumento maravilloso que puede animar sonrisas en toda la gente. También puede alimentar las sombras de la humanidad. Es como un cuchillo que puede auxiliar al cocinero a preparar un delicioso guisado o ser usado por un asesino para infringir dolor”. Levantó las cejas y dijo con seriedad didáctica: “Observa internet y sus redes sociales -apenas para ser más actual- pueden aproximar personas y crear puentes o sembrar discordia y construir muros. Cuchillos, internet, dinero, etc. son tan sólo herramientas. Cada uno define la obra que construirá con ellas. Podemos adornar una bella plaza donde todos serán invitados para un alegre baile o erguir un castillo fortificado para ocultar el miedo”. Calló por instantes y dijo: “Cada cual decide la función y el poder que el dinero tendrá en su vida. Esto define el propio destino y revela el actual nivel de consciencia y de amor”.

 

“A continuación el poema habla de ganar o perder. Estamos condicionados a entender que ganar nos hace victoriosos, ¿cierto? ¿La victoria está en el brillo de la apariencia o en la luz de la esencia? ¿De qué vale ganar una lujosa prisión sin rejas y perder la simplicidad de las alas para tener vuelos inimaginables? Es necesario entender el límite y el sentido de la fuerza del dinero dentro de nosotros en cada elección que hacemos o perderemos según las ganancias obtenidas. A cada instante podrá ofrecernos un banquete para el ego o una fiesta para el alma. Cada cual escoge a cual irá”.

 

“En seguida el escritor menciona la importancia del desapego”. Cerró los ojos como si procurase las mejores palabras y dijo: “El individuo que aún tiene el ego desalineado con el alma trae una fragilidad que compensa con la admiración de quien lo cerca. El dinero, sin mencionar un sin número de ideas y conceptos, debido a condicionamientos culturales, acaba por ser el objetivo llano a ser alcanzado en la ilusión de la felicidad posible a través del tener en detrimento del ser. Acabamos creando una infinidad de dependencias, que inician con las materiales y al no saciarlas desembocan en crisis emocionales. Cualquier dependencia, sea material o emocional, es por  desconocimiento de sí mismo. Tales apegos forman las raíces de todos los dolores. Entonces engañados con el remedio, tomamos el veneno ilusionados con la cura: mutilamos el espíritu para mantener intacto el patrimonio; permitimos que la paz muera de inanición para engordar la cuenta bancaria; agigantamos el egoísmo para doblegar al otro según nuestro deseo; lo atropellamos todo para que nuestra razón prevalezca. ¿Cuántas veces, por tener miedo del mañana nos desviamos del camino para tomar más y más frutos de los cuales comeremos algunos, muchos apodrecerán y los demás serán guardados en el cesto, haciéndolo tan pesado que nos impedirá seguir adelante? En seguida concluyó: “Todo aquello que tenemos o somos pero no podemos compartirlo no se traduce en Luz”.

 

“Entonces el texto milenario ofrece valiosas indicaciones al andariego al decir que ‘quien se satisface con poco no tiene que temer’, pues el Universo en su infinito amor y sabiduría nunca dejará de proveer, en la exacta medida de lo necesario, según cada aprendizaje. El Universo no tiene ningún compromiso en relación a tus deseos”. Bebió un poco de té y explicó: “Claro que nadie debe maltratarse, imponer privaciones al cuerpo, volverse un asceta, vivir como un mendigo o renunciar a la miel de la vida. Esto sólo muestra desconocimiento de las leyes cósmicas y es una afronta al espíritu, a la esencia de cada uno, y al universo como un todo, del cual hacemos parte, que se expande a cada segundo y trabaja en pro de la evolución y del bienestar. Es necesario armonía y equilibrio. Conocer las fronteras de sí mismo significa entender la virtud de la ligereza: cuanto menos necesitemos más libres seremos”.

 

“Toda dependencia, al ser una creación mental del ego en estado primitivo, cubierto por las propias sombras, acaba por volverse una cárcel. Todo deseo desmedido es un carcelero que oprime”. Me miró a los ojos y quiso saber: “¿Entiendes un poco más de las luchas que debes librar? ¿Percibes dónde está tu campo de batalla? Para ser grande a los ojos del mundo no podemos ni debemos perder la grandeza que florece en el corazón”. Me miró profundamente antes de decir: “Solamente los pequeños quieren conquistar el mundo. Los grandes saben que la fortuna está en la conquista de sí mismo”. En seguida finalizó: “Así perfumamos la vida”.

 

Cuando bajé la montaña parecía que mis pies no tocaban el piso. Nunca me pareció tan sencilla una decisión.

 

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

3 comments

Tibisay mayo 4, 2017 at 6:50 pm

exelente relato

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Felipe Maldonado agosto 11, 2017 at 11:00 pm

Gracias yoskhaz

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psiul agosto 21, 2017 at 8:39 pm

Gracias!

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