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El arte de ayudar a otros

Habíamos acabado de almorzar con Lorenzo, el zapatero amante de los libros y de los vinos, en uno de nuestros restaurantes preferidos de la pequeña y elegante ciudad, localizada en la falda de la montaña que abriga al monasterio. Al saber que aún conversaríamos por buen tiempo el mesero, un viejo conocido, dejó una jarra de café fresco en nuestra mesa, cuando fuimos sorprendidos por Paola, una sobrina querida del artesano. Ella había entrado al restaurante tan sólo para tomar café y divagar sobre algunas cuestiones personales; al vernos se puso feliz. Se sentó con nosotros y dijo que era bueno que estuviéramos allí, pues quería oír lo que el tío pensaba con respecto a algo que la incomodaba en los últimos meses. Hice mención de dejarlos a solas pero Paola, gentilmente, dijo que no era necesario. En seguida contó que, como bien el tío sabía, tenía una relación con Giovani hacía casi cuatro años. El primer periodo había sido de muchas alegrías y descubrimientos, viajes y total sintonía. Con el pasar del tiempo todo parecía desandar y los desentendimientos eran cada vez más constantes.

Ella narró que durante ese periodo se había interesado más en la espiritualidad. Comenzó a estudiar esoterismo, meditar y practicar yoga. Dijo que cuando comenzó a profundizar en la esfera del desarrollo íntimo las peleas se intensificaron. Sus intereses y amigos habían cambiado; Giovani comenzó a sentir celos por su nuevo estilo de vida, así que peleaban por situaciones que sólo existían en la imaginación de él. Ella venía esforzándose para llevarlo a ese mundo nuevo y maravilloso que descubría lentamente, pero él estaba a la defensiva. Paola conocía la grandeza de ayudar a todos y reconocía en el enamorado un enorme potencial de crecimiento, pues tenía un buen corazón. No obstante, entre ella más intentaba él más rechazaba la idea, hasta que en el último fin de semana discutieron y Giovani profirió palabras bastante agresivas.

Sin necesidad de pedirlo, el atento mesero colocó una taza adicional sobre la mesa. Lorenzo nos sirvió café y dijo: “Ayudar a quien encontramos por los senderos de la vida será siempre un compromiso con el universo. No por obligación o miedo de eventuales consecuencias, sino por entender que el amor que traemos en nosotros debe crecer en la misma proporción en que la consciencia se amplía, o de lo contrario, no habrá evolución. En verdad, todos somos hermanos dado nuestro mismo origen; en esencia, somos uno en la sabiduría de la semilla que se reparte en mil para que después de transformarse en flor y fruto, se vuelva semilla nuevamente y, entonces, se una a todas las partes”. Bebió un sorbo de café y acrecentó: “No obstante, cada uno florece a su tiempo, según las capacidades individuales de sabiduría y amor que posea en aquel trecho de la existencia, dependiendo de cuán despierto está, al ser presionado por fuertes influencias emocionales, condicionamientos socioculturales y experiencias pretéritas, a menudo desastrosas. Además de eso está el consejo de las sombras individuales y colectivas, como el miedo, la envidia, la ganancia, los celos, entre otras, ofreciendo ilusiones de ventaja y protección. Será siempre una bonita batalla de superación sobre sí mismo”.

Paola comentó que tal vez fuese mejor que cada uno cuidara de sí. Lorenzo la miró con dulzura y le devolvió una pregunta retórica: “¿Y dejar que el egoísmo extienda sus raíces y su influencia? Este es el consejo más común ofrecido por las sombras. El Camino es el sendero de la luz, en el cual el amor es la ruta y el destino. Avanzamos en la exacta medida que ampliamos la consciencia en consonancia con la capacidad amorosa, pues sabiduría sin amor suele traer sinsabores. Para entender el tamaño del corazón basta prestar atención al amor que ya somos capaces de ofrecer. Aquello que no podemos dar, en realidad, aún no lo poseemos ni lo somos”. La sobrina confesó estar perdida y sin saber qué hacer. El zapatero fue didáctico: “Las virtudes iluminan nuestras mejores elecciones”.

La expresión de Paola demostraba curiosidad en saber más. El tío prosiguió con la explicación: “Quien quiere ayudar debe tener paciencia y respeto consigo y con el otro; además de humildad, compasión y firmeza, medidas con la misma regla”. Volvió a beber un sorbo de café y dijo: “Así como una madre posee el sagrado oficio de colocar al hijo en el sendero del bien, llega el momento de cesar el auxilio para que éste pueda ganar fuerza, seguir su propia ruta y decidir el destino que mejor le convenga. De la misma manera que por amor no abandona al crío todavía indefenso, existe el tiempo de dejarlo enfrentar solitario, también por amor, las lecciones que cabe a la vida suministrarle para no hacerlo débil. El amor precisa de la sabiduría para que pueda sembrar de la mejor manera los desiertos del mundo. Sirve tanto para quien lo ofrece como para quien lo recibe. Este es el arte de ayudar a los otros”.

La sobrina mencionó que no entendía cómo aplicar esa teoría a su relación con Giovani. El artesano enfatizó: “Lo más importante es recordar que el amor será siempre una herramienta de liberación para todas las personas involucradas, jamás de dominación”. Paola le pidió que fuese más claro. El zapatero prosiguió: “Siempre deseamos lo mejor a quien amamos. Entonces, ofrecemos razones y fundamentos para iluminar el destino de la persona amada. No obstante, a menudo, el otro tiene sus propias convicciones, deseos, sueños y percepciones. Acepta que él tiene derecho a escribir su propia historia, a trazar su propia ruta del viaje; es más, todos los anhelos están ligados directamente con las lecciones que le corresponden en aquel momento de la vida”.

Hizo una pequeña pausa y continuó el raciocinio: “Este es el punto en el que las virtudes entran en acción. Se necesita humildad para entender que no somos señores de la verdad, tampoco administradores de la vida ajena; tenemos nuestras limitaciones íntimas, mucha cosa para aprender, entre ellas, que las diferencias entre las personas son los entrenamientos adecuados para el pulimento de la humanidad”.

“La humildad junto con la sencillez, son primordiales para no olvidar en ningún momento que ayudar no nos hace superiores a quien le prestamos auxilio. Todos en algún momento de la vida necesitan amparo, sea material o emocional. Todo cuidado es poco para que la ayuda ofrecida no sea ejercicio de vanidad, dispensando con sinceridad cualquier gesto de retorno. La gratitud no debe volverse una deuda. Para que la ayuda sea verdadera nunca pueden existir acreedores ni deudores. El amor sólo florecerá del acto ofrecido sin imposición de condiciones, tributos o impuestos”.

“Las virtudes de la compasión y de la paciencia también deben estar presentes para recordarnos que cada uno sólo se mueve según la medida exacta de sus capacidades, pues no atravesar la puerta puede significar una eventual imposibilidad para verla; es más, entre ver la puerta y tener condiciones de atravesarla existe una enorme distancia; cada cual a su tiempo y a su paso, con sus dolores y delicias. La delicadeza es necesaria para que la ayuda no sea un peso para quien la recibe. La sensatez será útil para saber la hora de comenzar, de parar y para establecer los debidos límites. Finalmente, el respeto. Solemos confundir esta sutil virtud con emociones atávicas, obsoletas y diversas, tales como el temor o la irreverencia. Al contrario de lo que muchos piensan, el respeto no tiene nada que ver con evitar ofensas y humillaciones. Estas son situaciones poco profundas, fácilmente disueltas e incapaces de afectar al individuo que trae consigo las virtudes de la humildad y de la compasión. La consideración que tenemos en relación a la libertad ajena es el perfecto espejo del entendimiento que tenemos sobre nosotros mismos. Respeto por sí mismo significa no concederle a nadie ningún poder sobre las propias elecciones; de otro lado, y en consecuencia virtuosa, no ejercer cualquier tipo de dominación sobre la vida ajena es el perfecto ejercicio de respeto ante el mundo”.

“En fin, el detalle más importante es el detalle más olvidado: ayudar a los otros no significa escoger por ellos”.

“Cuando se ayuda, hay que alejar la mente de la nefasta idea de que ‘tiene que ser a mi manera o no será’. Esto es imposición de la propia voluntad sobre la voluntad ajena. Deja de ser ayuda y se vuelve subyugación. Es común errar en el método a pesar de las mejores intenciones. Aconseja, orienta, extiende la mano, apoya durante los momentos más críticos de necesidad, incentiva a alzar vuelos solitarios, pues la dignidad está fuertemente relacionada con las propias alas. Nunca establezcas cualquier relación de subordinación para que la ayuda sea real y verdadera. Ayuda material y financieramente cuando sea necesario, teniendo en mente que la caridad afectiva es extremamente más rara y valiosa. No dudes que un abrazo o la disponibilidad para una conversación amigable es más valioso que un cheque. Y por encima de todo, ten en mente que los más nobles andariegos son los que perciben la necesidad de ayuda ajena sin que sea preciso rogarla. Ayuda siempre en silencio, pues divulgar el auxilio no es amor, es mero exhibicionismo. De otro lado, acepta amorosamente cuando el otro esté cerrado y se rehúse a recibir ayuda. Entiende, sin cualquier trazo de resentimiento, que es su derecho. Puede ser la falta de entendimiento o un momento de introspección, quietud y silencio; así como el oso que hiberna en la oscuridad de su caverna para digerir todos los acontecimientos vividos y prepararse para la primavera de la vida. Tan sólo mantén la puerta de tu casa y de tu corazón abiertos en caso de que él cambie de idea”.

La sobrina comentó que nunca pensó que una simple ayuda pudiese ser tan compleja. El zapatero sonrió y dijo: “La ayuda no es compleja, por el contrario, es bastante simple. No obstante, es rica en virtudes y precisa, para complementarse, estar desprovista de cualquier sombra. ¿Entiendes por qué el otro es fundamental en nuestras vidas? El acto de la caridad mueve muchas virtudes y perfecciona el ser. Este entendimiento nos permite percibir que quien socorre acaba más beneficiado que aquel que recibe la ayuda. Aunque la plenitud, traducida en las conquistas de la felicidad, la paz, la libertad, el amor incondicional y la dignidad, sea una construcción interna, independiente del mundo exterior, necesitamos de las personas para perfeccionar las virtudes que, a su vez, iluminarán nuestras elecciones, herramientas únicas de evolución individual y, en consecuencia, planetaria”.

Paola argumentó que reconocía el valor de todo lo que el tío había dicho, pero persistía la duda de cómo proceder frente al novio, ante tantas peleas y ofensas. Lorenzo levantó las cejas y dijo con seriedad: “Somos todos viajeros rumbo a las más diversas estaciones, cada cual según su afinidad vibratoria. Dada esta sincronía energética y también por necesidad evolutiva, hay momentos en que estaremos solos; en otros, acompañados al seguir en la misma dirección y ritmo. Lo importante es percibir el valor y la belleza de ambas situaciones. Mientras haya sintonía estaremos juntos en el sendero, en desarmonía cada uno debe seguir en busca de su música, lecciones y sueños. Así el Camino se recorre de modo solitario y solidario, como perfecta lección de que no dependemos de nadie para hacer que el corazón cante melodías sinceras de amor y felicidad; sin embargo, precisamos del otro para ayudarnos a afinar el instrumento personal, indispensable para la gran sinfonía del universo: el espíritu, la verdadera identidad de cada uno de nosotros”.

Arqueó los labios con una leve sonrisa y dijo: “Eres libre para permanecer, pero también eres libre para partir. Esto, claro, también vale para Giovani. Esa es una bella y simple lección: cuando la decisión es buena para uno también lo será para el otro; si hay incomprensión, será momentánea, reflejo de un ego aún desajustado”.

“Sólo ten cuidado para no engañarte, disfrazando tus deseos más egoístas, de querer al otro a tu lado, a cualquier costo, con la disculpa de ayudarlo. El peso insoportable y doloroso de las influencias indebidas y, por lo tanto, opresivas sobre las elecciones ajenas, traerá como reacción inevitable la desaparición de la alegría. La ligereza en las relaciones siempre será la elección más saludable y deliciosa, aunque haya nostalgia, revela que el amor se transmutó a otro nivel por haber alcanzado su límite”. Guiñó el ojo y dijo secretamente a la sobrina: “Permanecer tiene que ser bueno; partir también. Siempre existe una elección que tiene el sagrado poder de quitarnos de la espalda una enorme mochila de piedras. Tu corazón sabe cuál es. Ten el coraje para escucharlo y ¡sé feliz!”

Los ojos de Paola estaban perdidos en un lugar distante. Sin decir palabra abrazó fuertemente al tío y se fue. A pesar del silencio, tuve la certeza de que ella estaría bien después de aquella conversación, pues la sonrisa que llevaba en el rostro no existía cuando llegó.

Gentilente traducido por Maria del Pilar Linares.

 

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