Había hecho calor el día entero. La brisa que bajaba de las montañas hacía bastante agradable el fin de tarde en el monasterio. Encontré al Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, sentado en una cómoda poltrona situada en uno de los balcones que ofrece una bellísima vista de los valles vecinos de nuestra sede. Le pedí permiso para sentarme a su lado y él asintió con un movimiento de cabeza. Por conocerme hacía algún tiempo fue directo al punto: “¿Qué te aflige?”. Le expliqué que muchas veces, aún seguro de tomar la decisión correcta, alguna incomodidad se instalaba en mí, lo que era contradictorio. Me pidió que fuera más específico y adicionó: “Vamos al caso concreto”.
Le comenté que un gran amigo me había pedido dinero prestado; era un valor considerable. Aunque tenía la cuantía que estaba guardada para otros fines le negué el préstamo. Esto estaba robando mi paz en los últimos días. Ponderé que desconocía mis propios sentimientos pues la convicción de mi decisión debería apaciguar mi corazón. Con los ojos vagando en el horizonte el Viejo dijo: “El espíritu, la verdadera identidad eterna de todos nosotros, en su infancia, nuestro nivel actual, tiene el ego distante del alma como si estuviéramos divididos en dos. Por un lado, el ego se empeña en las conquistas materiales y los placeres sensoriales, los aplausos y el brillo social. Por otro, el alma se alegra con las victorias de los sentimientos sobre los instintos, con la superación de las dificultades, con la transmutación de las propias sombras en luz. El ego quiere el reconocimiento del mundo; el alma quiere que lo mejor de sí brote para el mundo. El ego está ligado a las pasiones; el alma al amor. El ego está en el ámbito del yo; el alma piensa en nosotros. En el viaje del perfeccionamiento el Camino nos impone elecciones. Con el ser dividido en dos las decisiones crean conflictos internos. Estos conflictos generan desequilibrio a todo nivel”. Hizo una pausa antes de acrecentar: “Tenemos que alinear el ego con el alma, en el sentido que los deseos de aquel estén en armonía con las búsquedas de ésta. De la misma manera tenemos que trabajar el ‘yo’ sin olvidar el ‘nosotros’, siendo que lo contrario también se aplica. Es decir, cuidar del mundo sin olvidarse de sí. Son partes del mismo arte; de esta manera el ser se torna uno, se libera de las angustias mundanas, conoce la plenitud y la paz”.
Le pregunté si el ego debería ser aniquilado. El monje negó: “El ego es importantísimo, sólo necesita ser educado, pues ofrece ejercicios para fortalecer el alma; son las exactas etapas de superación del ser. Aunque en su estado inicial el ego está más relacionado con la apariencia que con la esencia al preocuparse con el cuerpo y el bienestar físico, fundamentales para mantener la vida, necesitamos del interés del ego en lo mundano para que allí lo sagrado que habita en el alma se manifieste, no para suprimir el uno por el otro sino para que ambos se armonicen. Para el buen andariego toda dificultad material, requerida para seguir adelante, acaba fortaleciendo lo emocional, mental y espiritual. Las luchas, las dudas, los conflictos, los problemas y las angustias son importantes para desenterrar la percepción sobre sí, todavía adormecida en lo profundo del ser. Al entenderse a sí mismo, el individuo gana la sabiduría del mundo, potencializa su don y descubre la magia de las virtudes; el amor florece. El ego, en estado primario, es muy susceptible a las sombras de la envidia, del orgullo, de la vanidad, del resentimiento, de la ganancia y de los celos. Son terribles prisiones sin rejas. El primer paso es aceptar las sombras para más adelante transmutarlas en luz, durante la jornada de liberación del ser. Así la vida se muestra perfecta gracias a las imperfecciones”.
Quise saber si cada vez que pensase en mí en detrimento del otro estaría siendo egoísta. El Viejo levantó las cejas y habló seriamente: “Claro que no. Cada cual es responsable por la fuente de la propia vida y debe cuidar para que nunca se seque. Saciar la sed ajena con agua que brota en sí nos vuelve sagrados, pero pensar que es obligación del otro permitirnos beber en su fuente es la raíz de los conflictos”. Volvió el rostro hacia mí y preguntó: “¿Cuál es la lección principal del Sermón de la Montaña?”. Respondí ‘amar al prójimo como a sí mismo’. El monje movió las manos como si las palabras no fuesen suficientes para explicarme lo obvio y dijo: “¿Entonces? Si no te amas a tí mismo no serás capaz de amar a nadie”. Hizo un breve silencio para que reflexionara y cuestionó de manera retórica: “¿Cómo será posible alimentar al otro si no traemos pan en el equipaje? ¿Cómo dar lo que no se posee? Tenemos que colocar el alma para mostrarle al ego la alegría de sembrar los campos del mundo y abastecer el granero del corazón; recoger el trigo, transformarlo en pan; comer del pan y repartirlo con los demás”. Sin esperar por mi respuesta, continuó: “Sólo podemos compartir lo que tenemos. Y lo que tenemos, de verdad, es tan sólo aquello que ya conseguimos compartir. Este es el único y verdadero patrimonio”. Frunció el entrecejo y dijo con seriedad: “No obstante, la real necesidad del otro algunas veces puede no ser exactamente lo que él pide; por esto existe el sí y el no”.
Comenté que la necesidad de mi amigo era lo que él me había pedido y yo le había negado. El monje sugirió: “Ofrece la otra cara”. Le dije que no entendía. Él explicó: “Colócate en su lugar”. Pensé por algunos instantes y respondía avergonzado que me había equivocado al no atender el pedido de socorro de una persona querida.
“Tal vez sí, tal vez no”. El Viejo me sorprendió.
Aquellas palabras me dejaron algo irritado y le dije que él estaba complicando las cosas. El monje dio una agradable carcajada y dijo: “Este es un ejercicio lleno de trampas”. Lo interrumpí para decirle que no estaba entendiendo. El Viejo prosiguió tranquilamente: “Enfrentar el problema a través de los ojos del otro no significa entregarle exactamente lo que desea. Además de amor y generosidad, hay que tener sabiduría y sensatez; virtudes poderosas que se complementan. Ellas te darán la exacta medida de si el otro, en aquel momento, precisa ser cargado en brazos o estimulado para andar con las propias piernas. Hay momentos para hacer una cosa y hay otros para realizar otra. Hay diferencia entre alimentar a un débil o criar a un débil; la frontera es tenue”.
Le dije que no entendía la importancia del ego en ese proceso. El monje explicó: “Es la fuerza del ego que nos mueve hacia las conquistas materiales, pues está relacionado con cuestiones referentes a la apariencia y a la supervivencia. Esto tiene valor, pues es en esas batallas que los valores espirituales afloran, muestran su importancia y mueven las transformaciones esenciales. La victoria consiste en hacer con que el ego siga su marcha, sin embargo, a cada día más apasionado por los valores iluminados del alma y teniendo las nobles virtudes como armas de lucha. Las conquistas materiales no deben ser despreciadas, al contrario, tan sólo tienen que estar en concordancia con las conquistas espirituales; entonces descubrimos que el ego puede ser un villano cruel o un valioso aliado. El ego se vuelve un guerrero poderoso si prestamos atención a cuáles sentimientos mueven las elecciones. Esto es de fundamental importancia. Cuando el ego pasa a danzar arrullado por las canciones de amor del alma las angustias se pacifican, las batallas se hacen sagradas y las victorias se consagran en pura luz”.
Insistí diciendo que todavía tenía dificultad para entender como el ego era útil. El Viejo fue didáctico: “Como te dije, el ego está más relacionado con el ‘yo’ y el alma más preocupada con el ‘nosotros’. Imagínate la situación al atravesar un desierto, estar al límite de la sed y encontrar un jarro de agua fresca. Beber todo el jarro es desamparar a los demás; no beber del agua es morir de sed; beber una parte y dejar otra para quien viene atrás lo hace sagrado. Es la perfecta integración del ser; es amar al otro como a sí mismo”.
Guardé silencio durante algunos minutos. Después confesé que me arrepentía de haber ignorado en el pasado manos que me solicitaban ayuda. No quería incurrir en el mismo error. El monje me corrigió: “No debes sentir culpa por no haber atendido los pedidos. Acepta que hiciste lo mejor dentro de los niveles de consciencia y amor que poseías en aquella época. Lo importante es ser responsable con la evolución, compromiso que cada cual asume consigo al no incurrir en las actitudes que ya entiende como equivocadas. Sigue sin la culpa que paralisa, pero con la responsabilidad que transforma. Recuerda que las más bellas historias son las de superación. No te preocupes, el Camino siempre te ofrecerá una nueva oportunidad para que corrijas la ruta. Después más y más, en infinitas posibilidades de perfeccionamiento. Intenta aprovechar cada una de ellas y acepta que es normal que algunas sean desperdiciadas. Las oportunidades siempre volverán a surgir, aunque en grados distintos, de acuerdo con la necesidad de aprendizaje del andariego”. “
“‘Siempre hacer diferente y mejor’. Esto es un mantra y una oración”.
“La expansión del Universo es constante e infinita. Somos parte de él, por lo tanto está contenido en nosotros. De este modo nuestras oportunidades van más allá de la imaginación vulgar. Si no creces, el todo se estanca. Esto nos permite entender porque somos esenciales y nunca seremos abandonados por el Universo, aunque muchas veces no comprendamos su pedagogía y determinación en hacernos avanzar. Como aún no tenemos la sensibilidad para sentir su infinito amor y entender su inconmensurable sabiduría, dudamos de esta interacción. Sin embargo, presta atención pues lo contrario también se aplica: aunque caminemos individualmente tenemos un innegable compromiso con la obra o con el todo, como quieras denominarlo. En este nivel de existencia nuestras lecciones se presentan a través de las relaciones personales, con las dificultades y oportunidades que ellas nos ofrecen. En cada conflicto puedes encontrar un problema o un maestro; depende sólo de tu mirada”.
“El Camino es solitario y solidario. Independiente y acompañado. En absoluta sincronía”.
“Somos ego y alma; somos la parte y el todo. Este es el poder, la grandeza y la belleza de la unificación del ser; consigo mismo y con la más distante de las estrellas”. Volvió a mirar hacia las montañas que nos abrazaban, aquietó el corazón y la mente por segundos para enseguida finalizar con una pregunta: “Yoskhaz, si traes toda la fuerza del Universo en tí, ya imaginaste de lo que eres capaz?”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.
3 comments
Genial me encantó
Genial me encantó
Muchas gracias yoskhaz