Andaba malhumorado por los rincones del monasterio. Evitaba tareas en las que tuviera que conversar con los otros discípulos o monjes. Todo me incomodaba. Al percibir mi descontento, el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, me invitó a dar un paseo por el jardín. Él intentaba conversar mientras que yo insistía en respuestas monosilábicas que demostraban mi estado de ánimo. En cierto momento el Viejo dijo: “Entre más iluminado es un espíritu, más bienhumorado es su comportamiento. Las Esferas Superiores, independientemente de la forma como tu las concibas, están revestidas de un ambiente alegre. Al contrario de lo que muchos intelectuales imaginan, no existe sabiduría en la irritación y en la impaciencia. La verdad es liberadora, tornándose fuente de infinita alegría y paz”. En ese instante me detuve, miré al monje y le dije que el motivo de mi desánimo estaba relacionado con la humanidad, pues la verdad de una persona no era necesariamente la verdad de la otra; por ello no veía un final feliz para el mundo. El Viejo se sentó en un banco de madera, como quien no tiene prisa, y con voz suave dijo: “La verdad es aparentemente inestable pues la consciencia de las personas está en diferentes niveles y en constante evolución”. Lo interrumpí alegando que ese era el motivo de eternos conflictos. “No”, refutó el monje. “Exactamente es en este punto donde reside la Inteligencia Cósmica. Al imponer la convivencia entre aquellos que se encuentran en diferentes momentos evolutivos, permite que unos enseñen a los otros. Ella nos hace alumnos y profesores a través de incesantes lecciones. Tenemos la oportunidad de experimentar la belleza de compartir amor y sabiduría mediante la convivencia. A medida que el entendimiento se amplia, las personas, cada cual en su momento, comienzan a percibir la importancia de los bienes inmateriales en detrimento de las riquezas aparentes; dan valor a los sentimientos más sublimes en lugar de las emociones más sensoriales. Poco a poco el amor muestra su grandeza ante el odio; el perdón libera el dolor. Solamente en la belleza de la transformación individual será posible modificar y alinear el planeta”.
Le comenté sobre mi agonía al ver al mundo envuelto en tanta inequidad y luchas insensatas por orgullo y vanidad. En seguida enumeré diversos hechos dolorosos de la actualidad. El monje escuchó mis quejas con enorme paciencia hasta que me cansé de hablar. Después prosiguió: “El mundo está exactamente de la forma que debe estar, pues siempre va a reflejar el exacto grado de evolución intelectual, emocional y espiritual de sus habitantes. Elefantes no vuelan”.
Recordé a Dumbo, el personaje de la fábula cinematográfica del genial Walt Disney y reí del chiste. El Viejo no se hizo de rogar, también rió bastante y comentó: “Es verdad, pero si prestas atención aquel joven elefantico estaba repleto de buenos sentimientos, muy por encima de lo encontrado en su especie. En un ejercicio absurdo de imaginación, podríamos creer que su grado elevado de evolución marcó la diferencia entre los suyos, motivo por el cual transformó sus orejas en alas. Pienso que con nosotros sucede lo mismo; la percepción de la verdad perfecciona nuestros sentimientos y nos permite volar cada vez más alto”.
Persistí diciendo que mi duda continuaba con relación a cuál era la definitiva y liberadora verdad. El Viejo arqueó los labios dando una leve sonrisa y preguntó: “¿Ya reparaste que tus verdades de algunos años atrás no son necesariamente las mismas? ¿Sabes por qué? Por el simple hecho de que no eres el mismo. Las verdades se amplían en la exacta medida de nuestra evolución. En la proporción en que las verdades son decodificadas por el consciente, enviadas y encajadas definitivamente en los estantes de los sentimientos para uso interno, externo y eterno, ocurren transformaciones en tu ser, pues el saber se incorpora al sentir. Corazón y mente al mismo compás, como músicos de una afinada orquesta.”.
“La verdad final reside en vivir el amor sin límites. Esto es liberador, mas todavía difícil de entender y aceptar en nuestro momento evolutivo. Ya lo percibimos, pero aún tenemos dificultad para experimentar la más valiosa energía que existe en el universo de forma incondicional. La sabiduría de entender que la gran batalla es librada dentro de nosotros, hace del incesante ejercicio de iluminar las propias sombras un decisivo paso en la búsqueda de la verdad. Todos conocemos el amor y sabemos su importancia como fuente de Luz, sin embargo aún no podemos experimentarlo en su completa magnitud. Infelizmente todavía desperdiciamos su fuerza. Una lástima, pues el amor es la materia prima esencial de los milagros, que no son más que las transformaciones ocultas en nosotros”. Dio una pequeña pausa, sonrió con los ojos y finalizó: “Entre más amor, más poder. Esta es la verdad en toda su amplitud y sencillez”.