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La realeza del mundo

El tren me había dejado temprano en la estación de la pequeña y elegante ciudad localizada en la falda de la montaña que acoge al monasterio. Como mi transporte hasta la sede de la Orden estaba para el fin de tarde, decidí arriesgarme a encontrar abierto el taller de Lorenzo, el zapatero amante de los libros y de los vinos, legendario no solo por la habilidad del artesano en remendar tanto el cuero como las ideas, sino también por los horarios inusitados de funcionamiento. Aquel día la tienda estaba cerrada pese a que todo el comercio local estuviese en plena actividad. Un vecino me informó que mi amigo había trabajado toda la noche, cerrando las puertas así que amaneció. Resolví seguir hacia una cafetería en busca de una taza de café fresco, un pan y el delicioso queso de la región; para acompañarme, compré el periódico. Mientras andaba por las calles estrechas y sinuosas con pavimento en piedra, típico de aquel poblado, ojeé los titulares y leí que una famosa reina de un país europeo había fallecido. Aunque el cargo fuese solamente protocolario y simbólico, sin algún poder administrativo, el reportaje relataba una gran conmoción. El entierro ocurriría con toda la pompa.

Al entrar en la cafetería me deparé con Lorenzo, sentado en la última mesa, desayuno mientras leía el mismo periódico. Abrió una sonrisa sincera cuando me vio, se levantó para darme un fuerte abrazo y me convidó a sentarme con él. Era un hombre elegante. Delgado, alto, de cuerpo ágil y erecto a pesar de su edad, cabello completamente blanco. Vestía un pantalón negro de fina confección acompañado de una camisa inmaculadamente blanca, con las mangas dobladas hasta la altura de los codos y zapatos de manufactura propia. Su elegancia siempre me llamó la atención. Sentados, le comenté que me sorprendía que la muerte de la reina hubiera causado tanto alboroto. Sugerí que tal vez fuese por el hecho de la realeza estar ligada a la época romántica del mundo. No porque yo estuviera a favor de cualquier tipo de absolutismo, muy por el contrario, repudiaba la centralización del poder público y el cercenamiento de las libertades, individual y colectiva. Creía que la globalización dejaría al mundo “sin sal”. Reyes y reinas pertenecían a un tiempo en el cual el mundo era más elegante. Hoy, jóvenes de París, Tokio o Rio de Janeiro se visten iguales: jeans, camiseta y tenis. La ropa, que siempre marcó diferencias culturales, era cada vez más parecida, así como los hábitos y los gustos. Le dije que el planeta estaba volviéndose monótono y las personas lo estaban sintiendo.

Lorenzo esperó que la simpática mesera me sirviera el café y que yo lo probara. En seguida, dijo: “No creo. Pienso que muchas personas, inconscientemente, se sienten frágiles y abandonadas. Como reyes y reinas representan una época en la que los soberanos, en teoría, cuidaban de sus súbditos. La muerte de ellos en los días actuales da la sensación ancestral de abandono por parte de la población. Esto sólo ocurre cuando el individuo aún no consigue entender quién es, no puede cuidar de sí, se siente imposibilitado para equilibrar los propios sentimientos o no logra articular con claridad sus ideas; entonces transfiere la responsabilidad de su felicidad y por ello, el fallecimiento de un monarca es interpretado como una pérdida personal, capaz de afectar su bienestar”.

“De otro lado, estoy de acuerdo en que, lentamente, la diversidad cultural del planeta viene mezclándose y haciéndose una, hecho que no considero del todo malo. Esto no hace al mundo monótono, por el contrario, trae un nuevo gusto y sabor. Nos encaminamos a la construcción de una cultura diversificada, una cultura planetaria. Se abre la posibilidad de que cada uno conozca lo que considera más interesante de cada cultura, incorporando a su forma de ser y vivir los aspectos que escoja para sí. Como si todas las diferencias y posibilidades estuviesen a disposición de todos. Esto trae, aunque en segundo plano, pero no menos valioso, la idea del ciudadano planetario, la ruptura de fronteras, la igualdad de condiciones, la aceptación de las diferencias, el respeto por las libertades, las relaciones más justas, los derechos más amplios, siempre y cuando tomemos el debido cuidado para que ninguna característica, de cualquier tipo, quede enajenada en el montaje de ese nuevo mosaico. Por tanto, precisamos de la atención de todos para con todos, principalmente en las relaciones simples y comunes de lo cotidiano. Conozco personas que son así. Ellos son los verdaderos príncipes y princesas del mundo”.

“La nobleza en los días actuales no se caracteriza por esa bobada de títulos nobiliarios ni por lazos sanguíneos. Noble es el individuo que trata a los demás, sea hijo, vecino o un mero desconocido como si fuese la persona más importante del mundo. Y en verdad lo es. Lo hace no por fingir sino por sentimiento, con sinceridad y amor, por la consciencia y responsabilidad de saber el valor de los mínimos gestos individuales para la armonía de la obra colectiva”.

“Reyes y reinas del planeta son, desde siempre, aquellos que se perfeccionan en el arte de amar al otro como a sí propio. Aunque todavía no lo logren por completo, dada la dificultad de la misión, avanzan poco a poco y jamás desisten de tal conquista”.

“Pienso que el mismo raciocinio vale con relación a la moda. En esencia, da igual jeans o pantalón social, camiseta o camisa, traje de alta costura o ropa deportiva. Bonita es la delicadeza en el trato personal, la gentileza con toda la gente. La generosidad es bella. Ser dulce nunca pasa de moda. Es un estilo elegante de vivir la vida”.

“No es diferente con relación a la riqueza. El dinero siempre ha estado asociado con el poder y la nobleza, siendo una marca registrada de la monarquía de antaño. Los verdaderos reyes caracterizan una nueva generación de personas que pueden entender que ‘todo lo que tengo es solamente lo que soy; todo lo que soy es apenas lo que puedo compartir’. Compartir una moneda es muy importante para quien siente frío y hambre. Dar un abrazo y calentar el corazón de quien sufre y está hambriento de amor, ofrecer una sonrisa para espantar la tristeza, brindar una palabra de esperanza para endulzar un alma amarga, mostrar delicadeza en medio de la selva de la impersonalidad, son de una nobleza inconmensurable. Es la posibilidad de la belleza impensada. En esto reside toda la fuerza y poder. El resto son sólo máscaras tontas e ilusiones vulgares”.

Me callé por algún tiempo. Esos conceptos llegaron al fondo de mi alma y permanecí metabolizando las nuevas ideas. En seguida, comenzamos a conversar sobre otros asuntos hasta que la mesera, una estudiante de teatro que se sostenía con el trabajo en la cafetería, al traer mi sándwich, se tropezó y derramó el café en la camisa blanca del zapatero. La joven quedó desconcertada y afligida, pero el trastorno fue rápidamente manejado por Lorenzo, que dio una agradable carcajada y le dijo que no se preocupara, pues le había gustado el nuevo estampado de la tela. Todos reímos. Él, bromeando, dijo lamentar apenas el desperdicio del sabroso café y le pidió que trajera más para completar nuestras tazas. En eso llegó a nuestra mesa el dueño del establecimiento, conocido por su temperamento irascible. Cuando intentó pelear con la funcionaria, el zapatero lo interrumpió de manera educada: “La culpa fue mía. Tropecé con la bandeja mientras ella nos servía. Le pido disculpas por lo ocurrido y por mi falta de atención”. El propietario no dijo nada y salió. Me pareció que el dueño quedó decepcionado al no poder llamarle la atención a la empleada. Cuando la mesera retornó con la jarra de café para completar nuestras tazas, nos brindó una linda sonrisa y murmuró un “gracias” para Lorenzo. Él le sonrió de vuelta y susurró: “Ahora tenemos un secreto”. Reímos y una agradable sensación de bienestar me invadió el corazón.

La imagen de la sonrisa de Lorenzo en la cafetería, con la camisa blanca manchada de café, me vino a la mente en los días siguientes cuando yo estaba en el monasterio. Su elegancia y nobleza eran capaces de transformar el mundo en un lugar mejor para vivir. Percibí que mi amigo era un príncipe de verdad.

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

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