Uncategorized

La respuesta

Fueron días difíciles. Una serie de acontecimientos parecieron conspirar para sacarme del eje de conciencia en el que quería alinearme. Cuando hay desequilibrio, nos alejamos de la luz. En secuencia, todo parecía empeorar. La irritación y la impaciencia se mezclan en una combinación explosiva. No hace mucho, volví de un breve retiro en un templo budista, que me gustó mucho. Unos días de meditación, silencio y tranquilidad me hicieron mucho bien. Sin embargo, todo el equilibrio y la serenidad que tanto apreciaba, y que creía haber conseguido ya, me abandonaron poco después. Mi padre no gozaba de buena salud; intenté contactar con el médico que le había acompañado durante muchos años y que conocía todo su historial médico; no me contestó ni me devolvió la llamada. He enviado un mensaje y todavía no he recibido respuesta. Quería evitar un ingreso hospitalario, ya que el último no había sido una buena experiencia. Pero tendría que tomar una decisión en las próximas horas y la opinión del médico sería crucial, y no era sólo eso, La pequeña editorial que había creado tras el cierre de la agencia de publicidad tenía dificultades financieras y acumulaba pérdidas cada mes. Para colmo, había apostado las últimas fichas que tenía a la publicación de un nuevo autor de raro talento; había negociado un descuento con la imprenta por pago anticipado. Había preparado todo con mucho cuidado. Había contratado a un excelente diagramador para que se encargara del acabado de la obra y dejé la cubierta en manos de un artista plástico muy creativo. Ambos realizaron sus tareas con maestría. Me había comprometido directamente, y me endeudé un poco más, a publicitar el lanzamiento de la obra en una famosa feria literaria. Todo parecía perfecto hasta que llegó la noticia de que la imprenta se había declarado en quiebra. En la práctica, se suspendió el plazo de entrega de las copias y no hubo posibilidad de recuperar el dinero. Para avivar mis emociones, aunque no tengo la costumbre de hacerlo, esa noche encendí la televisión. Un comentarista económico hablaba de una encuesta que revelaba el alto índice de cierre de pequeñas empresas en el país. De cada diez, ocho cerraron antes de cumplir un año de actividad. Inmediatamente los pensamientos oscuros comenzaron a hablarme. Por si fuera poco, la siguiente noticia informaba del grave estado de salud de un cantante muy popular. Los médicos que le atendieron en el hospital no creyeron que se recuperara. Él y mi padre eran amigos desde que éramos niños.

El impulso inicial fue buscar al médico y al gerente, dueño de la imprenta, para decirles lo crueles que estaban siendo y cómo no medían las consecuencias de sus actos en la vida de otras personas, de las que asumían algún tipo de responsabilidad. Las reacciones impulsivas casi nunca son buenas consejeras ni nos llevan a las mejores elecciones. Con dificultad, logré contenerme. Recordé una valiosa lección: la gente sólo tiene tanto poder sobre ti como tú le des. No permitiría que nadie, hiciera lo que hiciera, tuviera la fuerza de apagar mi luz.

Sin embargo, confieso que no fue fácil. Las sombras bailaban a mi alrededor en una siniestra canción de miedo. El desánimo y la revuelta ofrecieron sus servicios. Como ya conocía sus mecanismos de acción, puse mis defensas para no permitir que me dominaran. Sí, sin mi permiso, el ataque sería infructuoso. Para eso está el conocimiento. Pero si no la utilizamos como herramienta en la vida cotidiana, no servirá de nada. Es en estos momentos cuando las elecciones cobran mayor importancia, porque definen los caminos que recorreremos. La conciencia es la que determina la ruta. Su grado de madurez será decisivo para evitar la injerencia indebida de las emociones que tratan de justificar, siempre a través de tortuosos razonamientos, las decisiones revanchistas y descabelladas, así como la tristeza y el desánimo. Son pruebas difíciles que exigen una gran determinación. Entre el saber y el ser hay una enorme distancia.

En teoría todo parece sencillo. De hecho lo es. Pero la sencillez no es sinónimo de facilidad. Alcanzar la simplicidad exige un gran esfuerzo. Será necesario eliminar las brumas de las sombras y los escombros emocionales que nos alejan de nosotros mismos y de la pureza de la vida. Nada que sea sencillo es simplista. La mirada y las simples relaciones son banales, superficiales y de una vulgaridad atroz. La sencillez es profunda porque nos lleva a la esencia del ser, donde encontraremos la belleza de la vida, de los demás y, principalmente, de nosotros mismos. Sin este movimiento primordial, nunca seremos lo que hemos venido a ser. No podremos encontrar ninguna otra respuesta.

¿Cómo no iba a sentir frustración y rabia ante esos hechos? Se impregnaron en mis entrañas, dejando un sabor amargo. Era necesario interrumpir este flujo y luego invertirlo. De lo contrario, entraría en una espiral de sombras y oscuridad que podría crecer hasta llegar a consecuencias muy dañinas. El mundo está plagado de esta epidemia, cuyos síntomas son bien conocidos: depresión o agresividad. Nadie es inmune. La humildad, la compasión, la sencillez, la fuerza de voluntad y la firmeza sirven de antídoto y respuesta.

Era necesario rodear esas situaciones con estas virtudes. No podemos exigir a los demás la perfección que nosotros no tenemos; al igual que nosotros, ellos también tienen sus dificultades y sufrimientos. No podía permitir que mis problemas personales y mis recuerdos dolorosos influyeran en mi perspectiva. Tampoco podía tener ninguna relación de dependencia con el médico y la imprenta: «sin fulano o fulana, sin que se produzca esta situación, estaré perdido y será mi fin». No, definitivamente no. Este pensamiento es consecuencia de una conciencia aún inmadura basada en el miedo. Cuanto mayor sea la dependencia, mayor será el miedo.

Cuanto más miedo, más sombras, más oscuridad, más sufrimiento y aún más miedo. Esta es la espiral descendente y catastrófica. Peor aún, demasiado común. Aunque nadie depende de nadie para ser feliz, libre, digno, amoroso y sereno, necesitamos a todos para perfeccionarnos, para compartir lo que hay en nosotros y para recibir lo que se nos ofrece. El Camino es solitario y solidario al mismo tiempo. Se camina dentro y fuera de nosotros al mismo tiempo. Pero, ¿qué podemos hacer cuando nuestras relaciones son problemáticas y están dañadas? Por un lado, no podemos trivializar las relaciones y renunciar a ellas ante cualquier dificultad, pues siempre serán fuentes de aprendizaje. Por otro lado, es necesario entender que las relaciones no pueden convertirse en fuentes de maltrato, abuso y, sobre todo, de cualquier dependencia. La misma firmeza y voluntad que debe existir para resolver las delicadas cuestiones inherentes a todas las relaciones debe estar presente también para establecer límites y crear nuevos vínculos y ramificaciones de la vida. Los ciclos terminan y comienzan a lo largo de la existencia. No hay dramas. La vida necesita renovarse para seguir ofreciéndonos respuestas.

Me senté en el sillón del salón, apagué la televisión, encendí un poco de incienso y, en silencio, recé una breve y sincera oración para pedir luz y protección. Que mi propia luz podía guardarme de la oscuridad que me esperaba y que podía protegerme de las ideas oscuras que amenazaban con apoderarse de mí. Esto también es un ejercicio de fe.

La brevedad de la oración, no tiene nada que ver con su fuerza. No es en el número de palabras, sino en la intensidad invertida donde reside su poder. Los pocos segundos de oración resonaron durante un tiempo que no puedo precisar, tanto por el flujo de vibraciones sutiles como por el flujo y reflujo de las densas emociones que me envolvían. Como las olas, iban y venían. Poco a poco me fui llevando a un proceso de purificación y equilibrio. Envuelto en una enorme sensación de bienestar, mi corazón se serenó y mi mente pudo empezar a pensar con claridad en busca de soluciones. La esperanza y la fe, virtudes fundamentales, se hicieron presentes en mí. Con ellos, también volvió la alegría y el buen humor.

Fue entonces cuando sonó el teléfono. Mi padre había empeorado mucho en cuestión de pocas horas. Desde el taxi, mientras me dirigía a su casa, pedí una ambulancia. Como no había tomado ninguna decisión, ya que seguía esperando el contacto del médico, la vida había elegido por mí. Siempre será así. Y lo que es peor, cuando ocurre, las consecuencias suelen ser severas, no como castigo, sino como método educativo. No hay mejores maestros que las elecciones. Disfrútalos o no aprenderás nada. La vida ejercita el valor para que el miedo no establezca un imperio. Pasé toda la noche y parte del día siguiente ocupándome de la hospitalización de mi padre. Dejé el hospital cuando creí que se habían proporcionado todos los cuidados. No estaba en condiciones de trabajar. Cansado, me fui a casa a descansar. Me di un baño y traté de relajarme, pero fue difícil. Había que tomar decisiones vitales en la editorial. No podía dejar que la vida decidiera por mí una vez más. Sin embargo, el cansancio no me permitía pensar a la ligera. Era inútil seguir. Una buena noche de sueño me pondría en condiciones de explorar mejor mi potencial al día siguiente. Así somos todos. Como mi mente seguía agitada, envuelta en mil pensamientos, decidí leer para relajarme. El cansancio hizo que las letras bailaran ante mis ojos. Encendí la televisión para ver una película. Opté por una película antigua, muy buena, que ya había visto más de una vez. Creía que esto facilitaría el «no pensar» que, a su vez, ayuda a alterar el estado de conciencia que conduce al sueño profundo. Sin embargo, la película tenía un guión excelente, con diálogos interesantes entre el protagonista y el antagonista. Esto me despertó. Era delicioso ver que el personaje siempre tenía la respuesta perfecta en cada escena. «Ah, cuando tenemos una buena respuesta en momentos de dificultad, en encuentros insólitos, la mejor palabra ante la perplejidad de todos, tenemos la sensación de haber resuelto la vida y cerrado un capítulo de la existencia», murmuré para mí. Tenía que aprender a tener las respuestas exactas para cada escena de mi vida, pensé.

Necesitaba dormir para despertarme de buen humor. Cerré los ojos y me dije: «Eres la luz del mundo. Pase lo que pase, la vida me proporcionará las herramientas perfectas para superarlo. Basta con que ofrezca lo mejor de mí. Basta con que serene mi corazón y piense con claridad. Me basta con abrazar la vida con todo el amor que hay en mí. Sin penas ni remordimientos. Todas las soluciones provienen de mí, pues habitan en mí. Soy la luz del mundo. Esto también es fe y la mejor respuesta que podemos darnos a nosotros mismos frente a los problemas inherentes que tenemos. Esto es cierto. Con estos pensamientos en mente, el cansancio pudo con las preocupaciones y me dormí.

Al día siguiente, me senté a la mesa con una taza de café fresca y empecé a deconstruir el problema. Sí, siempre es posible. Cuando me parece demasiado grande, utilizo un método infalible: por partes y por etapas. Me aseguré de que el médico de mi padre había devuelto la llamada. No hay respuesta. Mi padre ya estaba hospitalizado y con una buena asistencia, no había razón para que me alterara y me bajara de mi eje. «Sólo tengo el dominio sobre mí mismo y esto es suficiente», murmuré. Sin embargo, por experiencias anteriores, sabía que en el hospital los médicos se turnan según los turnos. Esto creó un círculo de opiniones y responsabilidades que, aunque no es necesariamente malo, me dio la sensación de que podía ofrecer a mi padre algo mejor. Hice algunos contactos y me remitieron a un médico que aceptaría el papel de mediador en el tratamiento hospitalario. Quedamos en reunirnos y hablar a la hora de comer, en la habitación donde mi padre estaba hospitalizado. El siguiente paso fue llamar a la imprenta y pedir hablar con el responsable. Tenía que explicarle al menos mi situación para intentar convencerle de que imprimiera los libros ya pagados. Llamé varias veces y las excusas cambiaban a medida que la persona que llamaba atendía el teléfono. Dejé un mensaje pidiendo una devolución, pero ya había entendido la respuesta. En esa etapa de resoluciones, hice mi parte. Agotar las posibilidades es importante para la tranquilidad necesaria para cerrar un ciclo.

«Cuanto más dura sea la batalla, más luz extraeré de ella», pensé mientras me dirigía al hospital. Llegué a la hora prevista. Para mi sorpresa, la doctora no sólo estaba ya en la sala esperándome, sino que era muy joven, recién salida de la universidad. Tenía más o menos la misma edad que mis hijas. El impacto inicial no fue positivo, porque inmediatamente, sin decir nada, me cuestioné si tendría capacidad para atender a un paciente cuyo problema se multiplicaba en varios. De la diabetes a la insuficiencia cardíaca. Sin embargo, algo acalló mis prejuicios. Charló alegremente con mi padre. Hablaron de varios asuntos relacionados con su vida, llena de acontecimientos curiosos, pues había sido un hombre aventurero y arriesgado. Este interés despertó en él una alegría helada, como si el joven médico hubiera aumentado la intensidad de una llama moribunda. En ese momento, comprendí que, independientemente de la carrera elegida, sea médico o panadero, abogado o albañil, no importa si es recién graduado o experimentado, es indispensable comprender si el individuo ejerce esa actividad como profesión o como sacerdocio. Nada hace tanta diferencia. Nada tiene tanto poder de transformación como el amor. La joven doctora cuidaba en extremo a sus pacientes porque amaba curar. Para ella, la medicina no era un medio de vida, sino el hilo conductor de su propia vida. En ese momento me di cuenta de que nadie, por muy experimentado o renombrado que fuera, podía ofrecer a mi padre tanto. En silencio, agradecí a la vida su respuesta.

Con ánimos renovados, fui al banco. Me quedaba conseguir un préstamo, no sólo para mantener la editorial en funcionamiento, sino para poder imprimir los libros a tiempo para lanzar la obra en la feria literaria, donde ya había reservado el espacio. El problema de los préstamos es que el banco acaba convirtiéndose en una especie de socio privilegiado de la empresa. Empezaría a trabajar para mí y para él. Pero a veces es la mejor alternativa. Cuando entré en la sucursal, estaba razonando sobre qué tipos de interés serían aceptables. Me saludó amablemente el gerente, al que conocía desde hacía muchos años. Una nueva sorpresa. Ni siquiera llegamos a discutir las condiciones del préstamo; mi crédito estaba agotado. Aunque durante muchos años, durante el boom, había realizado inversiones de las que el banco se había beneficiado, ahora había dejado de ser interesante como su socio comercial. Con educación, el director dejó clara mi situación: «Usted es un riesgo que el banco no puede permitirse.

Comprendí que, como gestor, estaba limitado a las directrices del banco, pero también sabía que podría haber sido sensible y, al menos, haber intentado conseguir el préstamo de la junta. Hubo una historia que ni siquiera se tuvo en cuenta. Oh, cómo deseaba que un guionista de Hollywood escribiera la respuesta exacta y merecida al gerente, y en consecuencia, al banco, como ocurre en las buenas películas. Como no había ninguna, ofrecí el silencio como respuesta. No dejé que ningún tipo de resentimiento me dominara. «Soy dueño de mí mismo y caminante de la luz», me aconsejé en un diálogo relámpago entre el ego y el alma. Apreté su mano con firmeza y fijé mis ojos en los suyos. Esta fue la parte final de mi respuesta. No pudo sostener su mirada ni siquiera un segundo y bajó la mirada. A su debido tiempo, su conciencia le permitiría encontrar las palabras no dichas de esa respuesta.

La idea de ser considerado un riesgo no me produjo ninguna pena. Al contrario, me gustaba imaginarme así. No se puede vivir una buena historia sin riesgos. No habrá vida ni evolución. Para cualquier riesgo, el amor es la respuesta perfecta.

Volví a casa. Era casi la hora de que la tarde se convirtiera en noche. Me senté en el escritorio. Con una taza de café recién hecho delante de mí, empecé a crear soluciones. En todo laberinto hay una salida. Siempre. La salida nunca está en los bordes, sino en el centro. En otras palabras, no mires a los demás, sino a ti mismo. Se me ocurrieron mil ideas. Los primeros eran oscuros. Sí, siempre están presentes, pero los refuté tal y como vinieron. Los sutiles los examiné con cuidado. Ahora bien, ¿cómo puedo saber si un pensamiento es denso o sutil? Es sencillo. Cuando trae consigo deseos de venganza, de retribución, de dolor, de resentimiento, de frustración, de victimización, de ira, de tristeza y de emociones similares, tienen sus raíces en las sombras. No los dejes entrar. Si son portadores de entusiasmo, de esperanza en la vida, de fe en uno mismo, de humildad y de compasión para ofrecer al otro el rostro, el rostro de la luz, abrir las puertas de la mente y del corazón. Así es la escena inicial de una nueva y hermosa película. Yo creía en esto. Creo en esto.

Las horas pasaron. Lo siguiente que supe es que el cielo estaba lleno de estrellas. La luna nueva aún no se había encontrado con el sol, pero estaba lista para renovar su ciclo. Las ideas iban y venían, incesantemente. Entonces, en un momento dado, mirando la estantería que había sobre el escritorio, vi un libro de fotos que la agencia había publicado, hace muchos años, para un fabricante de coches. Era una colección de fotos de una expedición que había salido de la Patagonia y terminado en Alaska. Las Américas de Sur a Norte. En aquel momento, el propietario de una imprenta muy pequeña se dirigió a mí para pedirme una oportunidad. Sabía que no podía competir en muchos aspectos con las grandes imprentas, pero decía que ofrecía una dedicación personal imposible para otros, ya que se implicaba personalmente en cada detalle de la producción. «Me encanta lo que hago», dijo. Me prometió que no me arrepentiría si confiaba en él. Era un riesgo. En contra de la lógica empresarial, aposte por él, y el resultado fue maravilloso.

He encontrado el número de teléfono de la imprenta. Era tarde, pero llamé de todos modos. El propio propietario contestó. Todos los empleados ya se habían ido, pero él seguía allí comprobando algunos detalles. Hay luz en los detalles de todas las cosas. Me identifiqué, Se acordó de mí con alegría, Me dijo que aquel pedido había sido angular para su empresa, ya que le había permitido adquirir una moderna imprenta que le había llevado a conseguir nuevos contratos. La imprenta había crecido y él estaba muy agradecido por la oportunidad que le había dado. Le conté que la agencia había cerrado y que, ahora como editor, tenía serias dificultades. Se lo expliqué. Entonces le pedí que imprimiera los libros que se utilizarían en la feria literaria. Insistí en que sólo podría cumplir con el pago después de vender un determinado número de ejemplares. Añadí que no podía fijar una fecha. Fui sincero con él: era un riesgo y entendería si no podía o no quería ayudarme. El grado de dificultad fija el valor de las virtudes. Ahí está la puerta estrecha. Hubo unos segundos de suspense, que parecieron durar una eternidad. Me contestó: «No puedes imaginar la alegría que siento. Por supuesto que imprimiré los libros. Me pagarás cuando puedas. Con los ojos llorosos, solo en casa, agradecí a la vida esa respuesta.

Unos días más tarde, entre el cuidado de mi padre, que mejoraba rápidamente con la atención del joven médico, y el trabajo que suponía el lanzamiento del libro, que determinaría el futuro de la editorial, recibí un mensaje del médico que había acompañado a mi padre durante muchos años y que no me había contestado hasta entonces. En pocas palabras y de manera formal, dijo que estaba en un congreso en el extranjero y preguntó cómo estaba mi padre. Sin entrar en detalles sobre la hospitalización y el joven médico, le agradecí su contacto, le dije que el susto había pasado y que mi padre estaba bien. Esa fue mi respuesta.

Papá fue dado de alta el día antes de la presentación del libro, a mitad del programa previsto. Volvió a su casa con rasgos de bienestar y una alegría como no le había visto en mucho tiempo. La dedicación y el afecto tienen ese poder, imposible de alcanzar por cualquier frasco de medicina que se pueda encontrar en los estantes de una farmacia.

La difusión del libro llegó a sus destinatarios. El lanzamiento contó con la presencia de un gran público y la conferencia del autor fue multitudinaria. Las ventas se mantuvieron altas durante toda la feria. Uno de los días, el viejo médico de mi padre pasó por el stand de la editorial. Al verme, se acercó a saludar. Con un rastro de resentimiento en el tono de sus palabras, comentó que se había enterado, a través de canales difusos, de que mi padre había sido hospitalizado y estaba ahora bajo el cuidado de un joven médico. Podría decirle muchas cosas, pero comprendí que no era necesario. Sabía que le había buscado y que había tardado en volver. El tiempo de asistencia que necesitaba mi padre no era necesariamente el que podía ofrecer en ese momento. Si él tenía sus necesidades y motivos, mi padre y yo teníamos los nuestros. No había ningún rastro de dolor por nuestra parte, pero tampoco había culpa o dependencia. Su conciencia, cuando todas las sombras fueran eliminadas, le haría comprender la respuesta. Una mirada firme en sus ojos, fue mi respuesta. No necesitaba añadir lo que, en su fuero interno, ya sabía pero aún no aceptaba. Tras unos segundos de silencio que llevaban en sí el contenido de una buena película, a la vista de las innumerables ideas que se me ocurrieron, y probablemente también al médico, dijo: «Espero que no te arrepientas de la elección que has hecho. Se refería a la distancia en términos de experiencia, y quizás incluso de prestigio profesional, que existía entre él y el joven médico. Reflexioné como si las palabras se me escaparan de los labios: «No hay arrepentimiento cuando las decisiones son impulsadas por el amor». Era la respuesta de mi alma, o mejor dicho, lo mucho que ya estaba agregado en mi conciencia. El médico giró sobre sus talones y se fue. Tuve la sensación de que había tomado prestada esa respuesta del diálogo de alguna película.

El último día, cerca de la hora de cierre de la feria, me sorprendió el gráfico, el que había aceptado asumir mi riesgo como propio, hojeando uno de los libros del stand. Cuando lo vi, fui hacia él. Le ofrecí una sonrisa sincera y le agradecí profundamente que aceptara mi apuesta. Me corrigió: «La vida no es un juego. Cuando hay luz, siempre habrá victoria. No hay necesidad de peleas o lamentos. En ausencia de luz, la mayor de las ganancias no traerá ninguna victoria, aunque se insista en lo contrario». Hizo una breve pausa antes de concluir: «De todas las preguntas que me he hecho, ésa ha sido la mejor respuesta.

Comenté que las ventas habían superado las expectativas. Esa misma semana haría una transferencia bancaria para saldar la deuda con la imprenta. Sonrió y aclaró: «No he venido a la feria por eso. Otra razón me trajo aquí. En un momento muy difícil de mi vida, incluso sin conocerme, creíste en mí. Eso fue transformador. En ese momento vine a buscarte a la agencia. Quería darle las gracias personalmente. Me informaron de que te habías ido de vacaciones. Ibas a pasar un tiempo estudiando en un monasterio. Me miró con curiosidad y me preguntó: «¿Es así? Me limité a sacudir la cabeza en señal de confirmación. El gráfico terminó: «Así que estoy aquí, con algunos años de retraso, para darles las gracias.

No tenía palabras. No pudieron llenar el sentimiento. Con los ojos llorosos, en silencio, intercambiamos un fuerte y largo abrazo. Era la respuesta perfecta.

Gentilmente traducido por Leandro Pena.

 

Leave a Comment