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El perfecto espejo

Una vez más, durante mi período anual de estudios en la Orden, me encontré con el Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la hermandad, sentado en una cómoda poltrona en la agradable terraza del monasterio. Él adoraba aquel lugar, pues allí hacía sus reflexiones diarias ante el bello escenario proporcionado por las montañas. Siempre que deseaba conversar sabía que, generalmente, lo encontraría allí al final de la tarde e, invariablemente, sería recibido con una sonrisa sincera. Aquel día no fue diferente. Llegué con dos tazas humeantes de café, le entregué una en sus manos y me acomodé en la poltrona a su lado. En seguida coloqué tema. Le dije que el foco de los estudios de la Orden era el autoconocimiento como camino que conduce a lo sagrado, dado que no encontraremos a Dios en ningún lugar, salvo dentro de nosotros mismos. Cité las famosas frases “Conócete a ti mismo y conocerás la verdad” y “Conoce la verdad y serás libre”, de Sócrates y Jesús, respectivamente, como eje filosófico conductor de la búsqueda. Agregué que las virtudes eran las herramientas que me permitirían avanzar a medida que las sedimentara en mí, posibilitando la liberación del sufrimiento, esa cruel prisión sin rejas. El monje oía todo con paciencia y tan solo meneaba la cabeza en concordancia. No obstante, con relación al entendimiento de quién yo era en realidad, le comenté que a veces tenía una visión demasiado rigurosa, mientras que otras era excesivamente generoso. La dificultad para observarme con claridad complicaba mi proceso de perfeccionamiento. Confesé que tenía la sensación de no estar avanzando hacía algún tiempo. El Viejo arqueó los labios con una leve sonrisa y me orientó con su usual simplicidad: “Presta atención a cómo reaccionas cada vez que eres contrariado; cuando el mundo te dice ‘no’. En las acciones solemos oír antes al corazón y, así, reverberar en luz. Es común ofrecer lo mejor de nosotros. Sin embargo, en las reacciones quienes suelen hablar son nuestras sombras. Es cuando reflexionamos ante la faz aún oscura del ser. Las reacciones nos muestran los rincones que todavía no fueron iluminados”. Hizo una pausa para concluir: “Las reacciones son el perfecto espejo del ser, pues muestran lo que aún no queremos o no podemos ver”.

Argumenté que era común reaccionar mal al ser sorprendidos con actitudes mezquinas y retrógradas que ya no deberían tener lugar en el planeta. El monje se encogió de hombros y dijo: “Nada más mezquino y retrógrado que no respetar las elecciones ajenas. Cada cual con sus lecciones, al compás del nivel de consciencia y capacidad de amar que ya posee”. Sostuve que no debemos ser tolerantes con el mal. Él concordó: “El mal debe ser estancado con firmeza”. Sin embargo, hizo una aclaración: “No obstante, la manera de hacerlo hace toda la diferencia”. Bebió un sorbo de café y prosiguió: “A menudo veo que las personas apuntan en los otros exactamente aquellas dificultades que aún no consiguen superar, como manera absurda de sentirse mejor o aplazar la inevitable batalla interna”.

“Exigimos de los otros un patrón de comportamiento que, en realidad, no practicamos. Clamamos por justicia cuando en verdad estamos sedientos de venganza, pues no veo preocupación por educar al individuo, tan solo en hacerlo sentir un dolor igual o todavía mayor al sufrido. Preferimos segregar en vez de educar; entonces tenemos mal por mal, como manera absurda de maximizar las sombras colectivas en vez de detener la oscuridad”. Se encogió de hombros como quien dice lo obvio y dijo: “Por principio, para iluminar es necesario… Luz”.

Comenté que el problema con las reacciones surge al ser tomados por sorpresa, pues reaccionamos por impulso, sin tiempo para pensar. El Viejo volvió a concordar: “Exacto. Lo ‘automático’ es el punto de la cuestión, pues muestra nuestros instintos más primitivos: preconceptos, condicionamientos culturales que nos moldean, papeles sociales que nos limitan, deseo de poseer, necesidades ancestrales por dominar, deseo de aceptación y aprobación. Son vicios que por estar tan entrañados ni percibimos cuánto interfieren en nuestras elecciones, impidiendo todo aquello que podemos ser. Siempre es posible ir más allá de lo que ya conocemos”.

“Lo ‘automático’, movido por la fuerza del inconsciente colectivo, barre nuestra consciencia debajo del tapete de la existencia; entonces es cuando nos anulamos.” Bebió un sorbo más de café y continuó: “No es solo eso. Es en las reacciones cuando comúnmente se manifiestan las sombras del miedo, los celos, el orgullo, la vanidad, la envidia; todas, consecuencias de la ignorancia. Ignorancia de no saber quién soy; ignorancia que aprisiona en la cárcel del dolor”. Me miró a los ojos y dijo: “Para conocer a alguien, niégale un deseo. La capacidad de reaccionar, y de exponer las virtudes ya florecidas, es la exacta medida de la evolución del ser”.

“En primer momento, observa cada reacción surgida ante la adversidad. Después, apaga el botón del ‘automático’. Intenta entender cómo podrías reaccionar diferente y mejor cada vez que el mundo te diga ‘no’. Así avanzamos”.

Permanecí un tiempo sin decir nada para concatenar las posibilidades de perfeccionamiento que las reacciones ofrecían. Quebré el silencio para mencionar que la reacción podría ser un problema serio, dependiendo de su dimensión y despropósito, origen de tristezas y de otras reacciones aún más violentas. No obstante, podría ser un buen maestro al indicarme los cambios que debería operar en los ámbitos del corazón, de la mente y de las elecciones. El Viejo concordó, pero hizo una preciosa aclaración: “Ten cuidado para no sofocar o negar las sombras que mueven las reacciones. Nunca las trates como enemigas; siempre como aliadas”. Lo interrumpí para decir que aquello no tenía sentido. Al final, ¿las sombras eran buenas o malas? Él explicó con paciencia: “Depende de cómo te relaciones con ellas. Si las reprimes, resisten; si las niegas, acaban dominándote al moverse sueltas dentro de ti. Cuídalas y edúcalas. Las sombras hacen parte de ti. Si quieres ser entero será necesario aprender a evolucionar con ellas en infinitas transmutaciones. Ellas muestran las heridas que sangran y duelen, y dónde la cura es necesaria. Usa las sombras como un can rastreador de ti mismo, nunca como un animal de ataque”.

“Mantente atento a las situaciones que te ponen triste o agresivo. Allí es donde está enterrado el tesoro. Allí hay un punto a ser transformado; el impulso de la evolución. Muchas veces, en la búsqueda para aproximarse al ‘modelo perfecto’ nos preocupamos más con la imagen externa que con el perfeccionamiento interno. Sin la transformación vital de la esencia la apariencia no se sustentará. Como una construcción sin cimientos, tarde o temprano aquel personaje se desmoronará en actitudes infantiles, depresivas o violentas, como forma de repulsión y negación de sí mismo”.

Le pedí que se explicara mejor. El Viejo fue didáctico: “De tanto negar la propia esencia, de tanto rehusarse a oír al corazón, de tanto cerrar los ojos ante la verdad latente, el individuo llega a creer que encontrará la plenitud mediante un personaje encajado en patrones moldeados según el agrado social, en vez de transformarse en aquella persona que nació para ser”.

“A todo momento, por puro amor, la vida nos coloca ante el espejo, pero insistimos en cerrar los ojos. La reacción de incomodidad explica el personaje. Cuando una situación rasga el disfraz, surge el dolor al ser desnudado. Sin embargo, es necesario revelar la personalidad auténtica olvidada dentro del personaje de ficción. Tú puedes escoger continuar huyendo de ti mismo. Otra opción es decidir renacer. Esto define la perpetuación del sufrimiento o la cura”. Bebió un sorbo más de café antes de concluir: “Las reacciones sirven como diagnóstico”.

Le comenté que ya había observado reacciones pavorosas en mí. Confesé que había actuado así muchas veces. Bastaba rescatar los muchos hechos existentes en mi memoria con sinceridad. Admití que era deplorable actuar de esa manera. El monje ponderó: “Depende de la manera en que encares la situación. La reacción dolorosa, revelada a través de la tristeza, resentimiento o agresividad, no es más que un grito del alma por una comprensión diferente. Es la señal de un alma que ansía libertad, que necesita ser ella misma. Ni mejor ni mayor que las demás, pero única y entera para que pueda ser bella. Se trata de un alma que no puede permanecer más sin volar, por más cómoda que sea la jaula. La esencia del alma son las alas”.

“Aléjate siempre de la culpa, de lo contrario quedarás estancado. La culpa y el estancamiento nutren la tristeza y la agresividad. Asume la responsabilidad de reparar las eventuales equivocaciones. Lo más importante, empeña tus esfuerzos para hacer diferente y mejor la próxima vez. Mantén este compromiso contigo mismo. Así nos conectamos con la Ley de las Infinitas Oportunidades y apalancamos la evolución”.

Desocupó la taza de café y finalizó: “Aquel que busca el oro de la vida en el mundo, quedará perdido y fragmentado. Pleno es aquel que lo encuentra en el propio corazón; entonces, ilumina el mundo”.

Volví a estar en silencio. Aproveché el bello escenario proporcionado por las montañas para reflexionar sobre todas aquellas palabras proferidas por el Viejo. Todo me pareció claro, sensato y no tan difícil de practicar. Tuve certeza que no tendría dificultad. Sí, estaba listo. Se lo dije al Viejo quien apenas me miró sin decir nada. En ese instante se aproximó otro monje, Mateo, para decir que había resuelto extender su estadía en el monasterio una semana más, situación me impediría irme con él hasta la ciudad donde se localiza el aeropuerto más próximo. Como yo volvería a casa en tres días, quedé profundamente irritado, pues había devuelto el pasaje en tren que me llevaría al aeropuerto por causa del trasporte ofrecido por Mateo. Argumenté que yo tendría dificultad en conseguir un nuevo lugar en el vagón, ya que era período de alta temporada en la región. Insistí que él no podría actuar de aquella manera. Usé palabras duras con la claro intención de hacerlo sentir mi frustración. Mateo dijo que lo lamentaba, mas que para él era importante permanecer algunos días más. Agregó que contaba con mi comprensión, se dio vuelta y salió. Inconformado, me volví hacia el Viejo en busca de apoyo ante mi indignación. Para mi sorpresa, él miraba hacia las montañas y sonreía. Tenía la sonrisa de un niño travieso que veía al amigo tropezar con los propios pies.

Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.

 

 

1 comment

Ilwen lafekn junio 13, 2018 at 10:06 pm

Muchas gracas de corazoncito ❤

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