Era la hora de los estudios. Lectura y reflexión en la biblioteca del monasterio; silencio y quietud. La luz de fin de tarde entraba por la ventana ofreciendo claridad y el bello paisaje de las montañas. Como de costumbre, pasé antes por el comedor para buscar una taza de café. El Viejo, como cariñosamente llamábamos al monje más antiguo de la Orden, conversaba con un joven que fue a visitarnos, sentado a la cabecera de la enorme mesa. Al aproximarme fui sorprendido por las palabras del monje: “Transgredir es necesario”. Al percibir el impacto que la frase causó en mí, me hizo una señal con los ojos para que me acomodara junto a ellos.
El joven decía estar sin rumbo. Era una persona serena, trabajadora y cumplidora de su deber. Seguía con tranquilidad los senderos de la vida para la cual fue educado, sin ninguna anormalidad salvo un enorme vacío. El mundo le parecía una enorme esfera, con un montón de gente, sin sentido. No había brillo en su mirada; claramente estaba infeliz.
El Viejo dijo de manera suave: “Estamos aquí solamente para evolucionar. Nada más. No obstante, hay que entender el proceso. Sólo existe evolución cuando hay transformación. Por lo tanto, tenemos que permitirnos atravesar la frontera del miedo, de los límites impuestos por el mundo; volar más allá del pensamiento común. La dignidad es el único límite”.
El muchacho preguntó cómo eso era posible. “Es indispensable tener la osadía de ver y creer que todo puede ser diferente y mejor; atreverse a ser todo, todo lo que soñamos, a ser pleno, a revelar el propio don que se manifiesta secretamente en las entrañas. Esto nos da la fuerza, el poder y la magia”, resumió el monje. Sin embargo, el semblante del joven mostraba enormes signos de interrogación. Era necesario no quedarse en el bosquejo de la poesía y por ello el Viejo explicó a profundidad: “El Universo está bastante interesado en la evolución de cada persona. El motivo es simple: como cada uno es parte esencial del todo, la armonía cósmica solamente será alcanzada con el avance colectivo. No obstante, la jornada es individual; es decir, aunque la convivencia social sea de innegable valor para el perfeccionamiento del ser mediante lecciones infinitas de amor y sabiduría, escuela donde pulimos los sentimientos, iluminamos las sombras y esculpimos las nobles virtudes, los avances son personales ya que, en su justa medida, cada cual se capacita para el próximo paso. Todo este proceso es un enorme ciclo compuesto de innumerables ciclos pequeños, cada uno con sus lecciones. Cuando el alumno se rehúsa a aprender, por el motivo que sea, las lecciones se hacen más severas y con ello viene el dolor. No por castigo, mas con la finalidad de enseñar. A medida que el aprendiz avanza, consigue transformar el sufrimiento en polvo de estrellas al traer luz a los rincones oscuros del Camino. Esta es la alquimia de la vida”.
“Los cambios son piezas fundamentales en el progreso de la humanidad. Cuando progresamos, todo a nuestro alrededor es promovido. Así, tenemos el poder de alterar la realidad parcialmente. El vacío existencial, un tono leve de los variados matices del sufrimiento, surge cada vez que percibimos, inconscientemente o no, que no podemos caminar espiritualmente. La evolución es la llama que ilumina la naturaleza humana; el dolor es un maestro para los discípulos indisciplinados. La Ley de la Evolución es una de las leyes inexorables del Código No Escrito”.
El Viejo hizo una pequeña pausa y prosiguió: “No obstante, sólo caminamos cuando tenemos el coraje de vivir nuestros propios sueños, de despertar los talentos aún adormecidos en nuestro interior y aceptar que otra realidad sea posible. Entonces, es hora de transgredir. No digo esto apenas para las grandes acciones colectivas que alteraron los acontecimientos del mundo y que dieron nuevas páginas a los libros de Historia. Me refiero a los pequeños gestos, a las decisiones más íntimas, aquellas que están al alcance de cualquiera, las cuales tienen inconmensurable valor en el desarrollo del planeta y, sin duda, son las más importantes. Despertamos lo mejor que habita en nosotros o dejaremos de ser la sal de la tierra y perderemos el gusto por la existencia”.
“Es necesario estar dispuesto a traspasar las barreras del sentido común; creer que existe vida más allá de los muros altos que aprisionan en vez de proteger. Negarse a repetir fórmulas desgastadas, las cuales nos hicieron creer que el miedo es necesario para la paz. Esto aprisiona. ¡Liberarse es transgredir! Coraje y osadía no son hiervas dañinas que brotan en el jardín del corazón como maleza; son semillas escogidas por el jardinero que entiende la fuerza y el poder de esas flores”.
El joven pareció no haber entendido y dijo que era un sujeto calmado al que no le gustaba la brutalidad ni quería volverse un criminal. El Viejo frunció la frente y dijo: “¡Por el amor de Dios, hijo! Aunque exista la necesidad de entender que ley y justicia no están siempre del mismo lado, no hablo de los que se encaminan por los senderos de la criminalidad y de las tinieblas. Tampoco me refiero a la fuerza física. Los verdaderos revolucionarios, aquellos que impulsaron y cambiaron el rumbo del planeta eran totalmente pacíficos y pacificadores. Jesús, Buda, Francisco de Asís, Gandhi, Luther King, Teresa de Calcuta, Chico Xavier, sea en la Historia remota o reciente, apenas para citar los más conocidos, todos fueron transgresores en sus épocas. Ellos creían que podían hacer diferente al identificar lo absurdo del sentido común, detestaban cualquier forma de violencia, incluso la verbal o de pensamiento. Tenían la sabiduría de aliar el amor con la firmeza necesaria para seguir adelante. Estremecieron las bases sociales sin valerse de mentiras o de la brutalidad. Sus semillas continúan germinando al ofrecer los mejores frutos que ya hemos probado, pues a lo sumo, todavía dejan la dulce miel del amor. La bandera de ellos era la paz y la unidad entre las personas; la belleza de ser único y, al mismo tiempo, hacer parte del todo. Ellos sabían que la transformación de la humanidad apenas sucede cuando está cimentada en la metamorfosis de cada ser. El mundo sólo se altera a cada paso de los cambios individuales”. Miró al joven a los ojos y dijo de manera sentida: “Todos los demás que intentaron imponer la propia verdad o interés valiéndose de la violencia o de la mentira no generaron cambios, tan sólo maquillaron al mundo con los pinceles de la intolerancia y con las pinturas de la sangre”. Volvió a hacer una pausa antes de concluir: “Absolutamente nada posee tanta fuerza transgresora como el amor. La paz es su único idioma. Transfórmate a tí mismo y verás como tu ejemplo promueve una enorme revolución a tu alrededor”.
El muchacho confesó que si bien algunas veces sentía ganas de hacer algo diferente, nunca se imaginó usando ropas y cabello extravagantes. El Viejo se rió con gusto y dijo: “Pienso que cada uno se debe vestir como mejor le parezca y respeto mucho esto, cada cual según su gusto y necesidad de expresarse. Sin embargo, transgredir los cánones de la sociedad no es alterar la apariencia, y sí cambiar la esencia. Los hábitos pueden ser sencillos, pues la sofisticación está en el pensar y sentir. En esto reside la transformación. El cambio es de contenido, no de forma. La diferencia no está en lo estético y sí en la actitud. La autoridad no está en el cargo, en la retórica o en las condecoraciones. Está en cada una de las muchas las decisiones que tomamos a lo largo de cada día”.
El joven argumentó que tenía dificultad para realizar cambios, pues no era capaz de vislumbrar alternativas. El Viejo respiró profundo y dijo: “¿Por qué nos negamos a aceptar el poder inconmensurable que tenemos? Cada cual puede hacer lo que quiera con la propia vida. ¿Puedes imaginar las infinitas posibilidades? Claro que toda la libertad trae en contrapartida la misma dosis de responsabilidad. Efecto inexorable de la Ley de Acción y Reacción. Las decisiones son libres, las consecuencias las acompañan con perfecta justicia. Esto es maravilloso, pues te responsabiliza por el propio destino. Entender las elecciones es plantar las raíces de la madurez en el suelo de la existencia. Después es abrir la cárcel de invisibles rejas para ir en busca de los sueños. Acepta definitivamente tus alas. ¡Úsalas! Todos tiene el derecho de hacerlo. Cada vez que retrocedemos por miedo, éste mueve nuestras vidas hacia el lado errado”.
“Transgredir también es ver la importancia de las divergencias. Es permitirse las infinitas posibilidades en ser y del ser. Las tuyas y las de los otros. Es la sabiduría de respetar y permitir que todas las diferencias coexistan en perfecta armonía. La elección de un “no” no anula ni se sobrepone la preferencia del otro. Esto se llama respeto. Hay una belleza incalculable en esto. Finalmente, transgredir es tener buenos ojos ante lo nuevo. No me refiero a las novedades típicas de la moda o tendencias de comportamiento que no van más allá de válidos intereses comerciales, pero de superficie poco profunda. Me refiero a la profundidad de la renovación al despojarse de un ropaje pequeño para el alma, vistiendo trajes más adecuados que permitan la libertad de los nuevos movimientos del ser que emerge de la noche rumbo a la mañana. La verdadera transgresión va más allá de las fronteras de la apariencia, pues se trata de un viaje para transmutar la esencia”.
Atónito, el chico preguntó si el monje estaba proponiéndole que naciera nuevamente. El Viejo sonrió y dijo: “Sí, de preferencia todos los días. Transgredir es reinventarse siempre y hacer las paces con tus sueños más lindos; es revelar lo sagrado que habita en tu alma, es aceptar que debemos movernos a través de la fuerza transformadora del amor o apenas repetiremos el grito de quien está perdido en la narrativa de la propia historia”.
El joven afirmó que entendía las palabras del monje y aunque sentía la necesidad de cambiar, confesó que no sabía cómo hacerlo. El Viejo esbozó una dulce sonrisa y dijo: “Comenzamos no permitiendo involucrarnos más en situaciones que sabemos que nos hacen mal. Detente y sal del mundo durante algunos instantes. En la quietud y en el silencio, encuéntrate contigo mismo para entender qué no sirve más; qué ideas y actitudes necesitan ser modificadas para alinearlas a tu nuevo momento. Este es el proceso de liberación de todo el sufrimiento: transgredir la visión para transformar el ser. Abre los sótanos oscuros y deja que el sol entre. Dirán que el brillo de tus ojos está más intenso, un agradable perfume con sensaciones de amor y paz emanará de tu alma. Cambiarán, por afinidad, las personas y las situaciones que te rodean”. El Viejo bebió un sorbo de café y comentó: “¿Has notado que cuando cerramos la puerta del corazón, impidiendo que alguien entre, experimentamos una sensación desagradable? Presta atención que cada vez que dejamos de escoger por amor, aunque el ego sienta una vana satisfacción mundana, acaba por dejarnos un gran vacío. El amor tiene el infinito poder de transformar cualquier situación en un momento sagrado. Así de simple, así de grandioso”.
De esta manera, poco a poco, refinamos la consciencia y alteramos el destino. Entiende, perfecciona y valoriza el fantástico poder de las elecciones. Son herramientas valiosísimas”. El joven volvió a interrumpirlo y dijo que siempre escuchó que dinero, poder y sexo movían el mundo. El Viejo lo miró profundamente a los ojos y le preguntó: “¿Hacia dónde lo mueve, hijo?” La pregunta era apenas retórica, así que el monje respondió: “Lo mueve hacia el lado errado”. Hizo una pequeña pausa y prosiguió: “No suelo encontrar serenidad, alegría y paz en quien busca esos objetivos como primordiales. Veo mayor sufrimiento, lágrimas y mucha agonía. Esos son los dominadores que a diferencia de los transgresores, no buscan cambios en favor de la evolución, y se pierden en los engaños de la dominación y en las ilusiones del poder. No perciben cuán efímero es este poder. Todo dominador es un esclavo de la propia dependencia, a cualquier nivel, desde las políticas gubernamentales hasta las relaciones afectivas. Hay dominadores de muchas especies. Créeme, todos ellos sufren”.
La campana del monasterio sonó. Era la hora de la meditación que antecede a la cena. El joven le agradeció al monje por sus palabras. El Viejo pidió permiso, se levantó y antes de salir dijo: “El transgresor es un ser libre, pues el amor es la fuerza que orienta sus pasos y, al ser amor, con toda su belleza, no permite que haya dominador ni dominado. Tan sólo libertad. Créelo, el amor es la única energía capaz de transformar para siempre y apalancar la evolución. Todo lo demás es ilusión y sombras”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar Linares.