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La montaña equivocada

«La depresión surge cuando dejamos de creer en nuestras propias capacidades», me dijo una vez el Viejo, como llamábamos cariñosamente al monje más viejo del monasterio. Siempre he llevado conmigo esta valiosa enseñanza, como si fuera una especie de chaleco salvavidas, para ponérmelo cada vez que una tormenta me diera la sensación de que sería imposible continuar mi viaje hacia las tierras sagradas de la plenitud. «Todos tenemos derecho a la felicidad, el amor, la dignidad, la paz y la libertad. Sin embargo, estas maravillas no aparecerán por encantamiento, magia o como un regalo. Son conquistas que surgen de las construcciones intrínsecas del ser para ser disfrutadas en el vivir.»

«Como toda conquista, requiere lucha. Por eso el apóstol Pablo, en una de sus famosas cartas, acuñó el término “un buen combate”. Porque esta batalla es un trabajo de autodescubrimiento, de las propias fuerzas, dones y habilidades para iluminar las propias sombras y superar las dificultades. A nadie se le niega lo esencial de la vida. Acepta tus dificultades con gratitud; en ellas estarán tus códigos de acceso a la plenitud. Son muy personales, es decir, cada individuo tiene las suyas y no se repiten para nadie. Por lo tanto, nunca compares tu vida con la de los demás. Sólo los tontos insisten en esto.

Volví a recordar esta lección cuando me encontré con Iván, un amigo de la universidad. Siempre había sido una persona muy alegre. Nos divertimos mucho durante el curso. Además de ser muy estudioso, Iván tenía manos sanadoras, término que utilicé para definir su don, un talento personal, que todos tenemos, pero que se manifiesta de diferentes maneras. Cuando aún era aprendiz en un hospital, varias veces le vi resolver situaciones aparentemente complicadas con una facilidad increíble, sorprendiendo incluso a los supervisores, que eran todos médicos experimentados. Cuando le pregunté cómo lo había hecho, me contestó que había hecho lo obvio de forma sencilla. Cuando le preguntaba dónde había aprendido a hacerlo, Iván se encogía de hombros y decía que parecía que siempre lo había sabido, aunque nunca había pensado en ello ni se había visto en esa situación. Poco a poco, la imprescindible técnica aprendida en sus numerosos estudios, a los que se dedicaba, había mejorado su don y aumentado su capacidad de medicar.

Iván no tenía el tipo físico de una estrella de cine. Por el contrario, era desgarbado, apenas se peinaba, llevaba la barba sin afeitar y no prestaba mucha atención a la ropa que llevaba. Sin embargo, tenía una hermosa sonrisa, un buen humor constante y una alegría contagiosa, características que lo convirtieron en un coqueto muy famoso en la universidad. Era un hombre feliz y en paz consigo mismo. La gente así tiene el poder de hacer que los demás a su alrededor tengan ganas de acercarse y acurrucarse.

Se especializó en ginecología y obstetricia y sin demora se hizo muy conocido. En su consulta era habitual esperar semanas para conseguir una cita. Fue una época en la que nos distanciamos, como es común, debido a los muchos compromisos y tareas que surgen en la vida diaria de cada uno, aunque el sentimiento de ser amigos se mantuvo. Pasaron los años; me enteré de que el consultorio se había convertido en una clínica y, tiempo después, en un hospital de maternidad. El talento de Iván lo había convertido en un hombre muy rico, gracias a su gran y justo trabajo. Algunas fotos de él, ahora médico de merecida fama, mostraban a una persona con un refinado corte de pelo, siempre bien afeitado y vestido con ropa elegante. «Se ha convertido en un hombre guapo», me reía para mis adentros, y cuando me lo encontraba, jugaba así con él. Estuvimos muchos años sin vernos. Muchas cosas cambiaron en nuestros días con la sagrada intención de transformarnos.

Un día, Había dejado el estudio de un excelente diseñador gráfico que a veces se encargaba de las portadas de los libros que publicaba la editorial. Siempre me había interesado seguir todos los detalles de la creación de los libros y me encantaba trabajar con este artista, porque además de admirar su talento, era un hombre que también amaba lo que hacía. Era su regalo y, como tal, el instrumento de su sueño. Era divertido estar con él, una persona alegre y de buen humor, a pesar de las dificultades económicas a las que se enfrentaba a menudo cuando disminuían las solicitudes de trabajo. Como era la hora de comer y su taller estaba en un modesto piso al final de una de esas calles olvidadas del resto de la ciudad, típicas de Humaitá en Río de Janeiro, decidí caminar hasta Botafogo, un barrio famoso por sus buenos restaurantes.

No tuve ninguna dificultad, incluso después de tantos años, en reconocer a Iván, sentado solo en la mesa. Sus fotos eran ordinarias. El recíproco no se aplicó. Tardó en reconocerme y las razones eran justificadas. La larga melena negra estaba completamente extinguida y la barba casi blanca, sumada a los tirabuzones que había empezado a llevar en las orejas, dificultaban la identificación. «¡Pareces otro hombre, creía que eras un viejo gitano!», exclamó con simpatía antes de continuar: «Sólo la risa fácil sigue siendo una especie de marca registrada». Intercambiamos un fuerte y sincero abrazo.

Sentados a la mesa, actualizamos nuestras vidas. La botella de vino que ya estaba medio llena cuando llegué pronto fue sustituida por otra que se vaciaba rápidamente. Todavía estaba en el primer vaso. Se asombró cuando se enteró de los numerosos cambios de rumbo, profesionales o existenciales, que se habían producido en mi existencia. «No fue un camino recto», comentó. Estuve de acuerdo con él: «No, ciertamente no lo era. Tuve que cometer muchos errores para entender quién era y en quién me gustaría convertirme. Agradezco a cada uno de ellos las verdades reveladas y las transformaciones permitidas».

Le pregunté por su trayectoria, porque, aunque no había dicho nada al respecto, había notado una innegable tristeza en sus ojos. Iván frunció el ceño y afirmó: «Mi camino siguió recto. Las curvas que surgieron fueron para convertir el consultorio en una clínica; ésta, unos años más tarde, se convirtió en un conocido hospital de maternidad. Hoy no atiendo pacientes ni atiendo partos. La administración del hospital ya me exige demasiado. En resumen, modestia aparte, creo que ha sido un éxito. No ha habido ningún cambio significativo. Desde muy joven, alcancé el prestigio profesional y la tranquilidad financiera. No tengo motivos para quejarme».

Brindamos por la belleza de la vida. Charlamos de cortesías y, cuando se vació la segunda botella, casi únicamente por cuenta de Iván, en nombre de la vieja amistad que se había mantenido a pesar del tiempo que habíamos pasado separados, aventuré: «Aunque no hay motivos aparentes, tengo la sensación de encontrar tristeza en tus ojos. ¿Tienes alguna idea de lo que veo?».

Iván movió la cabeza afirmativamente, sin decir una palabra. Le pregunté qué razón le había llevado a ser así. Se encogió de hombros y murmuró: «No lo sé». Una lágrima corrió por su mejilla.

Luego se lamentó: «Creo que me ha atrapado esta epidemia silenciosa llamada depresión. Tengo una hermosa familia, el prestigio de los colegas y la mayoría de las cosas que el dinero puede comprar. Sin embargo, no encuentro motivos para alegrarme». Sin decir nada, ambos sabíamos por qué había consumido él solo casi dos botellas de vino en el almuerzo. El alcohol es un ansiolítico con un efecto rápido pero de corta duración, con consecuencias perjudiciales. Tal vez sea el medicamento más utilizado contra la depresión, sobre todo en sus primeras etapas, sin que la gente se dé cuenta de la verdadera razón por la que les gusta tanto utilizarlo. Es habitual utilizarlo para cubrir abismos existenciales con los mantos ilusorios de una breve euforia. Los grupos de amigos se reúnen con diversos pretextos, con el deseo subliminal de tener un motivo justificado para esconderse de la vida, como si fueran tribus que celebran a una diosa oscura que amenaza con arrojarlos al precipicio al día siguiente. No, no se trata de satanizar el alcohol; siempre será infantil actuar sin reflexión. El pensamiento único conduce a la barbarie. El perfeccionamiento de las ideas requiere que cualquier hecho sea pensado desde múltiples ángulos. El alcohol es una herramienta como todas las cosas que existen en el mundo. El uso adecuado no causa ningún problema, el mal uso genera abuso. El abuso y la inercia son fuentes turbias que riegan la decadencia. ¿Cuál es el vacío que me empeño en llenar con el alcohol? Una pregunta vital, sin la cual nada quedará lleno. Es la pregunta que no se calla, pero que pocos tienen el valor de afrontar. Por supuesto que Iván lo sabía, pero por alguna razón huyó de sí mismo.

«Llegué a la cima y no había lo que creía que iba a encontrar», comentó Iván con sinceridad. Le dije: «Tienes que entender qué montaña estás escalando para saber si lo que buscas estará en la cima. Hay que tener mucho cuidado de no escalar la montaña equivocada. Iván me miró como si mis palabras tuvieran algún sentido para él.

Hablamos mucho. Recordé su innegable talento para curar. Cómo había sido un distinguido académico, con un ingenio superior a la media. Recordamos muchos casos y hechos, e incluso conseguí hacer reír a Iván a carcajadas. Por unos instantes, pude ver matices de luz en aquel joven soñador que se había dedicado a utilizar su don como instrumento para vivir bien. La felicidad es la manifestación de la plenitud a través del encanto de la vida. Le hice recordar lo alegre y de buen humor que era siempre y cómo estos factores hacían que la vida pareciera un camino infinitamente iluminado. En aquella época, el día de hoy se vivía con intensidad y sin preocuparse por el mañana. Porque existía la certeza de que sería aún mejor. La paz es el sentimiento de plenitud al superar el miedo.

En un momento dado, le pregunté: «¿En qué momento se perdió Iván? Él, un hombre inteligente y sensible, respondió con increíble claridad: «El día que olvidé quién soy realmente».

Luego concluyó su razonamiento: «Entonces empecé a escalar la montaña equivocada». Le recordé la necesidad de pensar de múltiples maneras: «No habrá montaña equivocada si razonamos que de alguna manera aprendemos de nuestros errores. Sin embargo, hay una montaña correcta. La que tu corazón se alegra de subir y tu alma te espera en la cima».

«La mayoría de las personas, al menos las que tienen un mínimo grado de conciencia, si se les pregunta qué anhelan en la vida, responderán lo mismo: amor, paz, felicidad, libertad y dignidad. Sin embargo, nos perdemos en cuanto a la forma en que alcanzaremos estas plenitudes. No es raro que subamos la montaña equivocada. Entonces, por supuesto, cuando lleguemos a la cima, encontraremos muchas cosas, pero lo esencial de la búsqueda no estará allí. Muchos continúan sin entender la razón del vacío, después de todo, ¡han llegado a la cima!». Tomé un sorbo de vino y concluí: «No saben nada de la montaña equivocada».

«Cuando se sube a la montaña adecuada, aunque llueva, los días serán soleados; por muy empinada que le parezca al incauto, la caminata será ligera. No habrá riesgos que te impidan seguir adelante, no habrá miedo capaz de detener tu avance; el único peligro es ser traicionado por ti mismo».

Iván me miró durante unos segundos y admitió: «Eso es lo que pasó. En el descuido de un día cualquiera, me perdí de lo que soy». Hizo una pausa y luego añadió: «O más bien, quién era yo. Le recordé de nuevo: «Podemos alejarnos, negar o abandonar la esencia de lo que somos, pero nunca muere. Te esperará hasta el día de la reconciliación, cuando rescates la verdad que guía tu camino. Es la máxima expresión de dignidad en el trato personal. La dignidad es la conciencia de plenitud en el ser y la libertad es su expresión total en el vivir».

Sacudió la cabeza como para decir que no había salida y comentó en tono resignado: «Me he perdido. Tomé el camino equivocado. Soy demasiado viejo para volver. Sólo puedo disfrutar de las cosas buenas que aún existen en el mundo». No estoy de acuerdo con él: «Lejos de ti, lejos de las maravillas de la vida. Sin lo primero no habrá lo segundo».

Recordé un mantra nórdico que aprendí durante la travesía del desierto y lo cité: «Donde hay voluntad, hay camino». Nos quedamos sin palabras durante mucho tiempo. Los ojos de Iván vagaban por el universo, buscando algo que sólo él sabía qué era. Hasta que rompió el silencio: «He dado a luz muchas veces, pero no tengo ni idea de cómo renacer. Sonreí e hice una sugerencia: «Tengo una idea. ¿Quieres probar?». Le tocó sonreír y responder con sabiduría: «Errar es mil veces mejor que no arriesgar». Entonces quiso saber cómo lo haríamos. Sin entrar en detalles, le pedí que me diera la oportunidad de enseñarle durante un día. Un solo día fue suficiente. Parecía una idea sencilla, pero tenía que aportar un significado a su corazón o no tendría ningún valor. Si despertaba su alma, se abriría la puerta a una nueva realidad. Iván volvió a sonreír, se encogió de hombros y dijo: «Las mejores ideas se caracterizan por su sencillez». Quedé con él a las siete de la mañana del día siguiente.

Las numerosas comunidades de Río de Janeiro, y tal vez de todo el país, están marcadas por la ausencia absoluta del Estado y, por tanto, de los servicios básicos de seguridad, educación y salud. Como el editor trabajaba en una de ellas, enseñando técnicas narrativas para fomentar la formación de nuevos escritores, tenía acceso a las zonas fronterizas de la comunidad, donde los desplazamientos pueden ser peligrosos si se hacen sin permiso previo. Junto al edificio donde se impartían las clases, había un puesto de salud con asistencia precaria. Sí, esa era la idea absurdamente sencilla; hacer que Iván volviera a los orígenes de sí mismo, para rescatar su don y sus sueños. Ahí está la esencia de todos nosotros.

Como si adivinara mis pensamientos, cuando aparqué frente a su casa, Iván ya me estaba esperando en la puerta. Parecía alegre. Lo más interesante era que no llevaba la ropa elegante del día anterior. Aunque llevaba una camisa de vestir, vestía pantalones vaqueros y zapatillas deportivas; tenía el pelo revuelto y la barba sin afeitar. Tenía una bata blanca de laboratorio en las manos y el estetoscopio colgando del cuello. Aunque unas décadas más viejo, pude ver allí al amigo que había conocido durante algún tiempo en la universidad. Su risa alegre al entrar en el coche indicaba que no era un accidente. El resto fue como la ejecución perfecta de una ópera anunciada. Fuimos muy bien recibidos en el centro de salud. La cola de pacientes que esperaban a ser atendidos era enorme; el responsable nos mostró una sala para ejercer la medicina en la que sólo había una pequeña mesa y una camilla. Muy diferente de la moderna y bien equipada maternidad que poseía. La dificultad no fue vista como un obstáculo, sino que fue vista como un reto por Iván y esto siempre será el diferencial. El día transcurrió y seguí la enorme voluntad de mi amigo ante diversos tipos de problemas. Cuanto mayor era la dificultad, más fuerte era la voluntad de Iván de aplicar la medicina y promover la curación. En un momento dado, una chica entró sintiendo un gran dolor. El proceso de parto había comenzado y no había tiempo para llevarla a un hospital, donde estaría mejor asistida. Iván pidió unas toallas limpias y una palangana con agua caliente. Él y yo nos conmovimos al ver al pequeño bebé en sus manos. La vida nos encanta con su magia cuando estamos en sintonía con ella. «Ha sido un éxito», celebré con Iván al salir de allí. Su sonrisa era suelta como la de un niño que juega al sol justo después de la lluvia.

Como se acercaba la noche, le invité a cenar y aceptó. Volvimos al mismo restaurante en Botafogo. Le sugerí un vino y, sin darse cuenta, me dijo que no estaba de humor. Fijé mis ojos en los suyos. Se rió y sacudió la cabeza como para decir que entendía que todo empezaba a cambiar. Iván me dio las gracias. Fui sincero: «En realidad, he hecho muy poco. Si prestas atención, te darás cuenta de que no hubo resistencia por tu parte para realizar la experiencia. Tu alma te había invitado a este baile desde hace tiempo. Ya estabas preparado para rescatar tu esencia. Sólo he sugerido una posibilidad. Hablamos un rato y al final le dije que era él quien debía seguir adelante si le apetecía. O volver a donde lo había encontrado la tarde anterior. Sin embargo, ese día había abierto un portal a una nueva realidad, un camino para que encontrara lo mejor que se había perdido de sí mismo. La elección y el destino, como siempre ocurre, estaban en sus manos. En respuesta, Iván sólo me ofreció una mirada serena y alegre.

Pasaron algunos meses, hasta que recibí una llamada de Iván. Era su cumpleaños y me llamó para cenar en su casa. Para mi sorpresa, cuando llegué, además de su mujer y sus hijos, era el único invitado. Explicó: «Siempre hice grandes fiestas. Invité a personas y autoridades famosas, con las que nunca tuve afinidad. Pero necesitaba sentirme importante. La razón era que ya no me sentía valioso para mí mismo, Cuando nos desconectamos de nuestra propia esencia, rompemos el vínculo que deberíamos mantener con la vida. Disfrutar de los placeres del mundo es diferente a disfrutar de la vida. Es esencial comprender el significado de cada cosa. Me guiñó un ojo y fingió contarme un secreto: «Si no, nos equivocaremos de montaña». Cuando ocurra, encontraremos muchas cosas buenas, pero no el bien que buscamos».

Durante la cena, Iván explicó que por la mañana había firmado un documento en el que cedía la dirección de la maternidad a su hija mayor, que ya le ayudaba a gestionar la maternidad. Había contratado a gestores profesionales para que la ayudaran en la tarea. Estaba seguro de que el hospital estaría en buenas manos. En cuanto a él, volvería a ejercer de clínico y a atender partos. A partir de ahora, trabajaría como uno de los médicos de la maternidad, sin preocuparse de los asuntos administrativos y financieros. Me miró seriamente y me reveló: «Seguiré atendiéndote, dos veces por semana en el puesto de salud de la comunidad». Hizo una pausa, intencionadamente dramática, y, aunque poética, dijo con sinceridad: «Para mí, la medicina no es sólo una profesión, sino también un sacerdocio y un arte. Sacerdocio porque hay una intensa participación de mi alma, de lo sagrado que me habita, en cada acto de mi obra; arte porque me sirve de instrumento para seguir avanzando más allá de las fronteras de la realidad haciéndome comprender nuevas y diferentes verdades». Ser médico formaba parte de su esencia; este ejercicio le mantenía conectado con la vida, en constante simbiosis. Sólo así podría volver a su eje de luz y ampliar y profundizar de nuevo sus capacidades. Infinitamente.

Se me ocurrió un pasaje del Evangelio de Tomás en el que Jesús dice: «Si dos viven en armonía en la misma casa, le dirán a una montaña: ‘Sal de aquí’ – y saldrá». Los dos a los que se refiere el aforismo son el Universo y tu alma; si están alineados en la misma casa, es decir, dentro de ti, todo será Luz.

Esta capacidad de mover el Todo a través de la Parte significa la Fe en su nivel más alto. Es un poder capaz de mover montañas. La alegría que transmitía Iván era indescriptible y contagiaba a todos en su casa. La magia de la vida había vuelto. Recordé que así lo había conocido en la universidad.

Fue una velada maravillosa. La mujer y los hijos de Iván eran personas muy agradables e interesantes. Hablamos mucho. Era el amanecer cuando me despedí. De camino a casa, pensé en lo que había pasado. No podía negar la admirable voluntad de Iván de abandonar la cima de la montaña para volver a escalarla. El amor es la esencia de la plenitud aplicada al vivir. Recordé las palabras del anciano: «Hay quienes aún no saben quiénes son ni quiénes quieren ser. Hay quienes, a pesar de saberlo, por alguna razón se niegan a ir hacia su esencia. Alejados de su esencia, pierden el contacto con la vida. Al distanciarse de sí mismos, se debilitan. Entonces se acerca la tristeza».

Recordé que terminó aquella conversación proponiéndome un enigma: «La montaña equivocada es relativa, porque está ligada al proceso de aprendizaje de quienes la escalan. Sin embargo, la montaña correcta se convierte en absoluta cuando se entiende su verdadero significado.

En medio de la noche, detenido en un semáforo, durante una fracción de segundo tuve la sensación de ver al Viejo cruzando la calle. Sus pasos eran lentos, pero seguros.

Gentilmente traducido por Leandro Pena.

1 comment

Alex noviembre 22, 2022 at 12:50 pm

Gracias Maestro 🙏

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