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Basta poco

Tengo la costumbre de aceptar, en la medida de lo posible, todas las invitaciones que se me hacen. Creo que a veces pueden ser las puertas que busco para los inevitables cambios existenciales o las preciosas lecciones que tanto suman y preparan para las transformaciones que están por venir. Me habían invitado a participar en la primera edición de una feria literaria que tendría lugar en un pequeño y agradable pueblo del interior del país. Más por entusiasmo que por consideración, confirmé mi presencia. Más tarde, al razonar sobre la logística del desplazamiento y el periodo de estancia, me di cuenta de que me faltaría tiempo para cumplir otros compromisos, además de las cuestiones relacionadas con mi trabajo en la editorial. Estaba sentado en mi escritorio, con la agenda abierta sobre la mesa, y con mi teléfono móvil intentaba reasignar las tareas para poder participar en la feria. El mayor obstáculo fue el lanzamiento del primer libro de un joven escritor, también sociólogo, sobre la influencia de las redes sociales en las elecciones parlamentarias, un hecho nuevo y aún no del todo comprendido. Había realizado una investigación sobre el tema, de la que extrajo el material para escribir el libro. Existía la expectativa de saber cómo se recibirían las conclusiones a las que había llegado el autor, ya sea por parte de las personas que estaban directamente involucradas en el proceso electoral, o de aquellas que estaban influenciadas por estas prácticas. No me interesa la política de los partidos, pero me interesa saber cómo Internet y las redes sociales van a seguir cambiando las relaciones entre las personas. No puedo ni imaginar todas las posibilidades de su alcance y consecuencias. Creo que todas las cosas del mundo son sólo herramientas neutras; la forma en que cada individuo las utiliza determina la polaridad positiva o negativa. De un simple cuchillo a la compleja energía nuclear.

La feria literaria, en la que yo daría una conferencia, además de presentar los libros de la editorial, estaba programada para el mismo día en que habíamos programado el lanzamiento del libro de Álvaro, como se llamaba el joven sociólogo. Se empeñó en cambiar las fechas de su evento. Aunque haya habido un poco de resiliencia y buena voluntad por su parte, el error fue mío. Me correspondía resolver el problema, ya que yo lo había creado. Tener que elegir entre los dos me resultó difícil por la importancia que le daba a ambos. La madurez se consagra en la serenidad con la que afrontamos los hechos derivados de nuestras decisiones. Aunque nos cueste entenderlo, todo en la vida está relacionado con el estilo de ser que elegimos para vivir. Siempre estaremos en el lugar donde, en algún momento, nos conducimos a nosotros mismos. Sin embargo, debemos recordarlo cada día. 

Por un lado, la oportunidad de llevar personalmente los libros de la editorial a una ciudad en la que no había ninguna librería y la mayoría de sus habitantes nunca habían pisado una. La única biblioteca del pueblo estaba en un viejo garaje en la casa de Francisco, un vendedor ambulante que, como consumado lector, había coleccionado cientos de libros a lo largo de su vida. Cuando se jubiló, se deshizo del coche y creó la biblioteca, abierta a los habitantes del pueblo. Un amigo de la infancia, profesor de gramática, ofrecía cursos de escritura y narrativa a quienes querían escribir mejor o incluso soñaban con ser autores. Promovían veladas poéticas, debates, clases de alfabetización para adultos, sesiones de lectura para personas con dificultades para leer y, durante la feria, lanzaban una colección de cuentos escritos por los habitantes de la ciudad. El garaje se convirtió en un punto de luz por la energía que empezó a anclar. Aparte del libro que había sido financiado por la comunidad literaria formada en torno al garaje de Francisco, recaudado mediante rifas y un bazar de ropa usada, el acceso a los libros y a las clases era gratuito para los asistentes. No recibieron ni un céntimo de ayuda gubernamental ni patrocinio de ninguna empresa. Cada libro era un viaje, literal y metafórico. Esto fue suficiente. La fascinación que proporcionaban los infinitos universos que contenía cada historia, además del amor por lo que hacían, alimentaba, unía y emocionaba a todas esas personas. ¿Cómo podría uno rechazar la invitación a participar en semejante belleza? Cuando hablé con Francisco por teléfono, en un momento dado dijo: «Sin conocimiento no hay liberación». Los innumerables alcances de esta frase revelaron un jardín oculto, con flores de colores aún más vibrantes detrás de un jardín aparente, ya muy bello de por sí.

Por otro lado, estaba el lanzamiento del libro de Álvaro. Además de ser el editor del libro, tenía un agravante que me impedía estar ausente en el evento. Cuando me enteré de la investigación que había realizado, no sólo le animé a escribir un libro con sus observaciones y conclusiones sobre el tema, sino que le invité a ser autor de la editorial. Además, la fecha ya estaba fijada cuando recibí la invitación para asistir a la feria. Como mínimo, sería poco elegante por mi parte. Hay que tener la madurez necesaria para entender el compromiso asumido. Sin embargo, no fue sólo eso. Había leído los originales del libro y creía que contenía un contenido valioso para muchas reflexiones sobre cómo debemos hacer un buen uso de herramientas tan poderosas como Internet y las redes sociales. Yo mismo consideré inaceptable mi ausencia. Como Álvaro tenía compromisos en las semanas siguientes, no permitiría ningún aplazamiento.  

Tomé la decisión de cumplir el compromiso que había contraído anteriormente. Llamé al Sr. Francisco y le pedí disculpas por haber aceptado la invitación a participar en la feria antes de comprobar la agenda para ver si había algún impedimento. Le expliqué la situación. Añadí sinceramente que me gustaría mucho participar en el evento. Para mitigar la cancelación de mi participación, enviaría una remesa con varios ejemplares de todos los títulos del catálogo de la editorial. El resultado de las ventas se donaría al mantenimiento de la Biblioteca del Garaje, como se conocía en la ciudad. Indirectamente, sería una forma de participar en la feria y de colaborar en la hermosa labor de socialización de conocimientos y expansión de ideas que realiza Francisco. Fue muy educado cuando se lo expliqué. Dijo que comprendía la imposibilidad, común a todos. Añadió que ya había sucedido varias veces con él y me sorprendió: «Su voluntad de participar añade una buena energía a nuestro evento que, aunque sencillo comparado con las grandes ferias literarias del resto del país, es de gran importancia para nuestra región porque es un centro generador de infinidades». 

Curioso, pregunté de qué se trataba. El Sr. Francisco explicó: «A lo largo de mi vida, como vendedor ambulante, he visitado innumerables lugares. En todos ellos, algo en común: las personas están limitadas a las ideas que tienen sobre sí mismas y sobre cómo entienden el mundo. Sin darse cuenta, se colocan en cajas cuyas paredes son las fronteras que no pueden cruzar, porque los límites se establecen al alcance de su propia mirada. No es que no quieran ir más allá, sino porque no creen que ese lugar exista. Se vuelven incapaces sin siquiera darse cuenta de que siempre hay una posibilidad.

Luego añadió: «Cada libro esconde una galaxia de ideas. Así, con cada lectura se añade un universo diferente a los ya existentes en el lector, rompiendo los muros de la caja por las innumerables formas de ser y vivir que se presentan. Las opciones se amplían y los destinos se multiplican. En cada libro una nueva herramienta de transformación. Los muros desaparecen cuando nuestra creatividad nos muestra las infinitas posibilidades que antes no existían. Por eso nuestro garaje se ha convertido en un centro generador de infinitudes». Y bromeó: «No sin razón, en muchos momentos de la historia, los buenos libros han sido arrojados al fuego. Son instrumentos peligrosos; ayudan a abrir muchas cárceles». Generoso, dijo que me esperaba en cualquier momento en la Biblioteca del Garaje. Encantado por la grandeza y la ligereza de aquel hombre, le prometí que pronto nos encontraríamos. 

El lanzamiento del libro de Álvaro tendría lugar en el vestíbulo de la universidad donde impartía algunas asignaturas. Una huelga de profesores, empleados y alumnos, sin fecha de finalización, que había comenzado unos días antes, hizo imposible todo el programa. Sugerí otros lugares, pero para el autor era muy importante que el acto tuviera lugar dentro del espacio académico. Nos pidió que pospusiéramos el lanzamiento hasta que se normalizara la situación. Acepté sin rechistar. Ese mismo día, la imprenta me llamó para informarme de que no podrían entregar los libros en la fecha acordada, porque la fábrica de papel se había retrasado en el suministro. No me arrepiento. El azar no existe.

Con el fin de semana libre en mi agenda, llamé de nuevo a Francisco y confirmé mi presencia en la feria literaria. Invité a Álvaro a acompañarme. Estaba triste por el aplazamiento y aceptó. Un fin de semana fuera de la rutina suele ayudar a aclarar las ideas y calmar las emociones. El acto se organizó en una escuela municipal cedida por el ayuntamiento. Las aulas, vaciadas de pupitres, se utilizaban para que las pequeñas editoriales expusieran sus libros. Ninguna de las grandes editoriales estaba interesada en estar presente. Se instaló un auditorio en la pista polideportiva, donde se aplaudieron las conferencias, y el lanzamiento de la colección de relatos cortos escritos por residentes locales, que debían tener una cosa en común para estar en el libro: los relatos debían tener un garaje como elemento narrativo. Por ello, el título del libro, Los cuentos del garaje, era también un homenaje al lugar donde se produjeron las transformaciones en esa ciudad. Aunque sencilla y de pequeñas proporciones, la feria estuvo muy bien organizada y atrajo a los residentes de los municipios vecinos por la inusual propuesta que presentaba. Sin duda, fue un éxito, ya que alcanzó el objetivo que se había propuesto. 

Mientras atendía al público en el stand de mi editorial -en realidad, sólo una mesa donde se exponían los libros-, Álvaro cogió un ejemplar de la colección escrita por las personas que frecuentaban el garaje de Francisco y, por mera curiosidad, lo hojeó. Algo le llamó la atención, se sentó en un rincón de la sala y lo leyó hasta el final de la noche, cuando la fiesta terminó. De vuelta al hotel, confesó estar asombrado por la calidad de la mayoría de los relatos: «Sin la menor duda, autores de renombre firmarían algunos de esos relatos como si fueran suyos, porque les gustaría haberlos escrito. Como si algo más le hubiera agitado, se enredó en sus pensamientos y permaneció en silencio.

Al día siguiente, su Francisco nos recogió en el hotel para que pudiéramos conocer su garaje. Cuando entro en ciertos templos, siempre he tenido la agradable y extraña sensación de ser transportado a otra dimensión, tal es la diferencia de frecuencia energética que existe dentro de algunos de estos lugares. Son lugares con las debidas protecciones etéreas debido a la luz que guardan en su interior. El garaje de Francisco no era diferente. Había una fuerza encantadora en aquel lugar, como si maestros invisibles se hubieran reunido allí para intuir, facilitar la comprensión y la expresión de quienes lo frecuentaban. Dispuestos cuidadosamente en estanterías, los libros se exponen como las obras de arte que son. A diferencia de un museo, cuyas piezas están dispuestas sólo para ser expuestas, los libros estaban allí para ser manipulados y leídos; una forma diferente de interacción. En el centro, algunas mesas con sillas para leer y estudiar. Miré a Álvaro, acostumbrado al ambiente de las universidades, de las catedrales consagradas al conocimiento, y me di cuenta de que su sensación era similar a la mía: todo muy simple, todo muy poderoso. Era pequeño, pero grande. El conocimiento como herramienta para transformar vidas y mover dones y sueños. Su garaje se había convertido en un templo sagrado. Como sagrado es todo lo que nos mejora y nos impulsa hacia la evolución.

El señor Francisco, un hombre de existencia modesta y maneras humildes, era el sacerdote y guardián de ese templo. En su interior, había varios portales disponibles para aquellos que estuvieran dispuestos a prepararse para atravesarlos. Me vino a la mente un pasaje del Sermón de la Montaña: «Buscad y encontraréis». Llama y se te abrirá». El camino nunca será negado al caminante que esté dispuesto a recorrerlo.  Sin embargo, lo sagrado habita en los detalles de todas las cosas del mundo, en lo insólito de los días y en la sutileza de cada momento; está en la entrega comprometida, en la alegría del movimiento interior, en el amor que envuelve el gesto. Para ello, lo único que se necesita es comprensión y voluntad. 

Poco a poco fueron llegando los asistentes al garaje. Noté el interés de Álvaro por hablar con cada uno de ellos. Emocionados, me contaron cómo había cambiado su vida desde que empezaron a leer diferentes libros, a hablar de sus descubrimientos, a comprender que las fronteras del mundo las establecen los límites de nuestra mirada. El interés de Álvaro se convirtió en asombro cuando la gente le dijo que el cambio generado en el pequeño grupo del garaje empezaba a reflejarse en el comportamiento de toda la ciudad. Sin discursos incendiarios, mecanismos tecnológicos ultramodernos ni grandes sumas de dinero. Los efectos de la transformación sincera y serena en el interior de cada frecuentador mostraron cómo los pequeños gestos tienen más fuerza transformadora que el poder de mil ejércitos, de enormes fortunas o la influencia de cualquier propaganda. Cuando los cambios se realizan desde fuera hacia dentro, se convierten en transitorios debido a la ausencia de pilares de conciencia que apoyen cualquier transformación. Por el contrario, cuando la voluntad de cambio surge en el núcleo del individuo, fundada por la conciencia en pleno progreso y por las virtudes presentes en las pequeñas actitudes, la transformación es como una avalancha imposible de contener. Cuando se produce en el interior de una persona, se dará el paso primordial para llegar a todos los que le rodean.

Este fue el comentario de Álvaro como conclusión de las conversaciones que había mantenido con los habituales, a última hora de la tarde, cuando nos quedamos los tres solos. El sociólogo estaba profundamente impresionado por cómo su Francisco había logrado tanto con tan poco. El vendedor ambulante frunce el ceño y explica: «No hay nada original en lo que he hecho. Hace siglos, los antiguos griegos y chinos, ya sea a través del estoicismo o del taoísmo, enseñaron que la única revolución que no retrocede es la de la conciencia. Un poder infinito e inconmensurable. Todos los demás son vanos y temporales».

Su Francisco continuó: «Si prestamos atención, veremos que las verdaderas y profundas transformaciones históricas fueron realizadas por individuos que no poseían más que unos pocos centavos, sin dispositivos tecnológicos, armas o discursos de odio. El más anguloso de ellos era un hombre que sólo tenía una túnica y un par de sandalias, que, junto a una docena de hombres sencillos, algunos incluso analfabetos, recorría unos cuantos pueblos y aldeas, en un rincón casi olvidado del mundo, lejos del poder político y económico de la época, con sólo el amor, las virtudes y una voluntad inquebrantable como herramientas.  En realidad, estas personas sólo se tenían a sí mismas. Fueron perseguidos, maltratados, renegados y casi todos fueron asesinados. Sus gestos y palabras sirvieron como líneas de un libro que este hombre nunca escribió, pero que cambió definitivamente el curso de la humanidad en los milenios siguientes. Después de él, siguieron surgiendo innumerables generales y emperadores, con sus máquinas de matar y destruir, con sus mecanismos financieros de negación, dominación y persuasión. Erigieron monumentos y estatuas en su honor. Todos, sin excepción, se convirtieron en tristes notas a pie de página en la enciclopedia de la historia. La mayor revolución de la humanidad se hizo sin necesidad de usar armas ni dinero. Cuando la voluntad sale del corazón, con poco se puede hacer mucho». 

Era el momento de volver. Nos despedimos de Francisco, con la sincera promesa de volver para la próxima edición de la Feria Literaria del Garaje. Me enteré de que algunos de los asistentes ya se estaban aventurando a escribir novelas. Me ofrecí como editor a los autores nacidos de esa simple y brillante idea.

En el coche, Álvaro y yo seguimos las curvas de la carretera en silencio. Había muchas ideas que necesitaban una mejor comprensión para convertirse en buenas herramientas. En un momento del viaje, el sociólogo me preguntó si era posible añadir otro capítulo al libro que había escrito sobre la influencia de Internet y las redes sociales en las elecciones parlamentarias. Le dije que si la impresora aún no había empezado a imprimir, sí se permitiría cualquier adición o cambio en el texto. Quería saber qué pensaba cambiar en el libro. Álvaro explicó: «La conclusión de mi investigación me hizo creer en la enorme influencia conductual que generan las redes sociales; cómo intereses segmentados y oscuros derramarían océanos de dinero para servirse de este instrumento que aún estamos aprendiendo a utilizar. ¿Es una mentira? Por supuesto que no. Sin embargo, cuando utilizamos las herramientas del mundo como medio de manipulación, no se produce ninguna transformación efectiva, son cambios temporales que sólo duran hasta la siguiente estación. A pesar de la enorme influencia que ejercen, en realidad no cambian nada porque no provocan ninguna transformación en el interior de las personas. Cuando los discursos y las creencias cambian, pero la conciencia individual no se expande, nada avanza. Se habla mucho del poder financiero en las elecciones, de las mentiras y engaños que provocan deliberadamente; de la violencia incitada por la disputa de intereses. ¿Es esto cierto? Sí, no se puede negar. Sin embargo, todo es maquillaje y, como tal, sólo dura hasta el amanecer. ¿Puede Internet ofrecer buenas soluciones? Sin duda, ya se han hecho muchas cosas maravillosas a través de ella. Toda comodidad es bienvenida, pero no podemos seguir pensando en cambios sociales a gran escala, como formas de vivir bien, impactadas sólo por las políticas gubernamentales, sin transformaciones de conciencia. La evolución individual es un camino que hay que seguir para que haya un progreso efectivo en el mundo. Necesitamos más garajes como el tuyo Francisco. Tengo que escribir un capítulo sobre eso. Para las verdaderas transformaciones necesitamos muy poco. Todo lo que se necesita es amor y fuerza de voluntad». 

Luego comentó: «Aunque el camino es largo, es sorprendente lo poco que necesitamos para iniciar cambios significativos en nuestras vidas. No hace falta mucho para que lo esencial florezca y para que un sueño comience a hacerse realidad.

Seguimos en silencio hasta que dejé a Álvaro en la puerta de su casa. Antes de salir del coche, me pidió que le dijera al diseñador que hace las portadas para la editorial que iba a cambiar el título de su libro. Sorprendido, pregunté qué sería. En serio, el sociólogo contestó: «Sólo un poco es suficiente».

Gentilmente traducido por Leandro Pena

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