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TAO TE CHING (Trigésimo séptimo umbral – El capitán de sí mismo)

La carabela estaba atracada en un puerto de una ciudad que aún conservaba sus características y edificios actuales, lo que me permitió reconocerla de inmediato. Viajar en aquella época llevaba mucho tiempo; las dificultades eran mayores. Los marineros descendían con la preciada carga a cuestas o mediante un rudimentario sistema de poleas. Sólo después de vaciar las bodegas, sin dejar atrás seda, porcelana o especias, era posible descansar y disfrutar de las delicias del puerto hasta que llegaba la hora de volver a hacerse a la mar. Cuando se interrumpió la legendaria Ruta de la Seda, surgió la necesidad de abrir caminos a través de mares desconocidos. El mar siempre será un camino preparado para quien se atreva a cruzarlo, pensé mientras observaba el movimiento. “La vida también es un camino. No menos peligrosa, pero mucho más encantadora”, gritó el capitán como si pudiera leerme el pensamiento. Desde la cubierta, observaba cómo descargaban el barco. Me hizo una señal para que cogiera una caja y bajara con ella. El agradable aroma de las especias impregnaba todo el muelle. Me puse la caja sobre los hombros. Al pasar junto al capitán, le dije que el día había empezado con mucho trabajo. Comentó: “La vida es un viaje para algunos; para otros, es sólo un montón de días divididos en trabajo y juego; sufrimiento y placer”. Me pregunté cómo podía convertirse la vida en un camino placentero. Porque, comenté, ese camino al que se refería parecía favorecer a unos y desfavorecer a otros. El comandante fue enigmático: “El Camino no hace nada. Todo se hace a través de esta no-acción”. Le dije que no lo había entendido. El capitán me dijo que dejara la caja y me sentara a su lado. Entonces me explicó: “La vida no actúa sobre nadie; sólo reacciona al ritmo y al calibre de los pasos de cada uno. A partes iguales suavidad y dureza, amor y odio. Es necesario comprender el sentido y, no menos importante, elegir una dirección. La vida puede permanecer amarrada en el puerto, puede limitarse unas leguas al Algarve o a Gibraltar, pero también tiene la capacidad de llevarnos más allá de los límites de lo que somos. Una emoción o un pensamiento mal entendidos pueden hacer naufragar un alma; una idea o un sentimiento bien juzgados pueden conducirla a mundos maravillosos”, hizo una breve pausa antes de continuar: “El marinero que va por la vida sin esconderse en su alma, ni huir de ella, cuando vuelve de un viaje, por corto que sea, ya no es el mismo marinero. La vida permite muchos viajes diferentes, distintas rutas y rumbos, vientos y mareas, siempre con el objetivo de llegar a ser un capitán más de uno mismo.”

Quería saber cuándo un marinero se convierte en capitán. Me explicó: “La luz de una persona es su verdadero y eterno patrimonio. No quiero que me ocurra ninguna desgracia, pero no puedo evitar una condena injusta a prisión o la confiscación de mis bienes materiales por un tribunal torpe; no tengo forma de evitar la enfermedad o que lo imponderable derrumbe mi negocio. No tengo ningún control absoluto sobre estas hipótesis. Nadie lo tiene. Sin embargo, tengo autonomía absoluta para mantener mi luz encendida; un poder con beneficios y ventajas infinitamente mayores que cien ejércitos y mil carabelas repletas de sedas y porcelana. Para dejar que mi luz se apague, sin duda alguna, prefiero el destierro, la pobreza o la enfermedad”. Se alisó la barba con la mano, como si pensara en las palabras que iba a pronunciar, y dijo: “Un individuo se convierte en capitán de sí mismo cuando permanece en su eje de luz, fuera del alcance de la oscuridad del mundo y de sus sombras personales; no concede a nada ni a nadie la autoridad ni el permiso para desviarle de la verdad. Actúa virtuosamente, sin intenciones oscuras, intereses ocultos ni deseos viles, con el máximo cuidado y atención en cada elección que hace. Se caracteriza por una actuación justa, sensata, sincera y pura, porque un paso en falso puede bastar para alejarlo de su propia esencia y ponerlo todo en peligro. Un auténtico capitán fluye con suavidad por las situaciones ordinarias y extraordinarias de la vida cotidiana, sin conflictos, que casi siempre son innecesarios, incluso ante la incomprensión de sus pasos por parte de los demás. Aunque haya críticas, y sí, las habrá, no se detiene ni se pierde en discusiones. Conoce la virtud y la verdad que hay detrás de cada una de sus decisiones. La ligereza será su compañera mientras aleja el veneno de las penas y rompe los grilletes del resentimiento; sabe que no puede exigir a nadie una perfección que él no tiene que ofrecer. Sólo tales viajeros pueden doblar el Cabo de las Tormentas para llegar a las Indias”. Luego filosofó: “En Oriente he visto gente que ha convertido sus piernas en alas”.

El capitán prosiguió: “Aunque acaben reverberando en otras personas, el bien y el mal actúan con mayor eficacia en quienes los utilizan. Cada uno es su propio heredero al establecer la intensidad de la luz o de las sombras que lleva consigo, así como la alegría o la tristeza, la dulzura o el conflicto, la ligereza o la agitación de sus días. La presencia de la verdad y de las virtudes en nuestras elecciones representa la manifestación de la bondad y, por tanto, la intensidad de la luz que hemos alcanzado. En la luz, somos un barco plenamente capaz de definir nuestro propio destino; en las sombras, somos un barco a la deriva, sin timón ni dirección, al antojo de las olas, bajo el mando de las mareas”. Interrumpió un momento su discurso para advertir a un marinero que no se echara a la espalda más peso del que podía soportar, se volvió hacia mí y prosiguió: “Para empezar, hacer el bien significa practicar virtudes que ya forman parte de tu vida. Por la facilidad y naturalidad del gesto, cuya esencia está debidamente arraigada, será una actitud que no requiera mayor esfuerzo. De ahí viene uno de los significados de la expresión no actuar o actuar sin actuar, utilizada en algunas tradiciones filosóficas orientales, que es diferente de no hacer nada, como interpretan algunos.”

Y prosiguió: “La vida requiere movimiento para evolucionar; hay que añadir nuevas y diferentes virtudes al equipaje del viajero, como un carpintero que, armado con múltiples herramientas, consigue abrir puertas insalvables para quien tiene las manos vacías. Mientras permanezcan cerradas, el viaje disminuye y el Camino se cierra en los laberintos de los malentendidos y los conflictos. Conquistar nuevas herramientas para avanzar en la vida requiere el esfuerzo de la transformación”. Miró al horizonte y añadió: “Quien soy me ha traído hasta aquí. Para más, necesito dar paso a alguien que aún no conozco. Alguien diferente y mejor está esperando dentro de mí para llevarme más allá de los límites conocidos”.

Hizo una pausa antes de continuar: “No importa cuáles sean las tormentas, lo que cuenta es la capacidad del marinero para enfrentarse a ellas. Los vientos fuertes pueden provocar naufragios o impulsarte a destinos inimaginables. Todo depende de la voluntad, la percepción y la sensibilidad para navegar de un modo antes impensable. Las maravillas de viajar no están en el paisaje, sino en perfeccionar las habilidades del viajero. Cuanto más nos familiarizamos con las dificultades, menos problemas y miedos nos surgen. Un verdadero capitán no teme las tormentas, sino que las venera porque se dedica a ellas”.

Le pedí que fuera más claro. El capitán fue didáctico: “Así, la no-acción personal, o moverse sin esfuerzo, se produce con la madurez existencial, cuando se alcanza un cierto nivel de responsabilidad y compromiso, posible cuando se comprende que los vientos contrarios o las mareas favorables son consecuencias de las habilidades de navegación. No hay arrepentimientos ni quejas, sólo aprendizaje cuando los movimientos han sido equivocados; o felicidad, cuando te das cuenta de que diferentes elecciones han hecho evolucionar tu capacidad de no detenerte más ante las tormentas de la vida. El criterio de las elecciones, al estructurar pilares bien establecidos en el alma, coherentes con sus nobles principios y valores, permite una fluidez fantástica a través de las dificultades inherentes al día a día. Los principios son las verdades, las metas que guían al viajero, las estrellas que indican la dirección del destino deseado. Los valores son las virtudes, los instrumentos de navegación que permiten mantener el rumbo, así como realizar los cambios necesarios para que el barco pueda superar la furia de las olas, bordear las rocas y avanzar. El individuo ya no se dejará seducir por deseos o intereses meramente mundanos que puedan traicionar su verdad, ni por aquellos que estén vacíos de virtudes. Mientras no haya malicia en el pensar, amargura en el sentir o mala voluntad en el hacer, cada acción los impulsará hacia adelante. De este modo, la vida deja de ser un amasijo de días y se convierte en una escuela y un taller; aprender de otro modo para hacerlo mejor”.

Hizo un gesto con la mano para enfatizar sus palabras y dijo: “Vale la pena señalar que la verdad y las virtudes se perfeccionan en el camino. Siempre. No hay evolución sin transformación. Cuanto más el individuo se mueve sincera y virtuosamente, más el Camino lo acoge y le devuelve el movimiento, como el viento que espera la posición exacta de la vela para impulsar el barco más allá de las tierras conocidas. Este es otro significado de la expresión no actuar o actuar sin actuar”. El comandante señaló su propio corazón y aclaró: “De este modo, el Camino abre y cierra puertas, en un diálogo intenso y constante con cada movimiento que hacemos. La no acción es la respuesta de la vida, apalancando el avance del viajero cuando está alineado con el propósito del viaje y la verdad alcanzada por su mirada; o impidiéndole continuar en caso de error. A veces habrá impulsos, a veces impedimentos, hasta que comprenda y conquiste todas las partes de sí mismo. De este modo, los acontecimientos se explican por sí mismos y expanden toda la belleza que existe en cada detalle del viaje. Un poder manso y suave, tranquilo y silencioso, se multiplica en las entrañas del viajero”.

Se encogió de hombros y comentó: “Si los reyes y los príncipes hicieran eso, el pueblo se transformaría”. Le pregunté si se refería a la política o al reino que hay dentro de cada uno de nosotros, como me habían explicado otras veces durante mi extraño viaje por el inconsciente colectivo para conocer el Tao Te Ching. Y reflexionó: “Todos los conflictos externos tienen su origen en malentendidos internos. Los problemas surgen cuando vamos en contra del movimiento natural y silencioso de no acción en el que se basa la vida, al insistir en que los demás nos sigan en ideas o acciones”. En el Camino de la Verdad y la Virtud no se nos permite llevar a nadie a la espalda porque, aunque siempre somos solidarios, el viaje también es solitario porque la evolución es un logro muy personal, es decir, intransferible, algo que una persona nunca puede hacer por otra. Insistimos en nuestra adicción a la aprobación de lo que somos, a la pertenencia a determinados grupos y a la admiración en un intento de llenar el vacío del amor propio que aún es frágil e inmaduro; así proliferan las revueltas y las tristezas a través de un sufrimiento que, hasta que se comprende y se cura, necesita ser adormecido con placeres vacíos y honores ociosos. La incomprensión lleva al individuo a contracorriente de la vida y genera un dolor sin fin. El reino se agota hasta perecer. Pacificar el corazón nos permite poner fin a las guerras en nuestras relaciones personales. Aunque no me acepten ni me comprendan, aunque esté solo, gracias a la verdad y a las virtudes adquiero la capacidad de seguir adelante. Digno, libre y en paz. Todo el mundo tiene ese poder”.

Luego añadió: “Aunque son indispensables para frenar los excesos y los errores de los inmaduros, los necios creen que las leyes transforman a las personas. Se equivocan. Las leyes son como jaulas que sólo reprimen los instintos más salvajes. Yo cambio mi forma de ser y de vivir porque me encanta, no porque se me haya impuesto un determinado comportamiento. Las verdaderas transformaciones se producen de dentro hacia fuera, nunca en sentido contrario. La parte es el engranaje que cambia el todo. No hay otra forma de que sea eficaz. Mientras no comprendas la belleza de la Vía, cualquier progreso será mero maquillaje, un cambio aparente, incapaz de sostenerse con la primera lágrima o la repentina lluvia de verano.”

Y continuó: “Las elecciones maduras en la virtud y alineadas con el límite extremo de la verdad ya alcanzada iluminan las sombras, disipan los malentendidos y ofrecen soluciones. Los sufrimientos se transforman en lecciones, las penas en perdón, la tristeza en alegría. Poco a poco, desaparecerá cualquier disonancia entre la luz y la forma de navegar del viajero”.

Pensaba que el camino hacia la luz presentaba infinitas dificultades, cómodos atajos y atractivos precipicios.  El capitán asintió y comentó: Toda evolución es un proceso de maduración de nuevos conocimientos, infinitas formas de perfeccionamiento del ser durante la vida. En este viaje, habrá caídas, situación común durante los constantes cambios de patrones existenciales. Cuando lo hagas, vuelve a la esencia del Camino. Sin que se lo pidiera, me explicó: “Al igual que las dificultades, los errores son inevitables e incluso necesarios para el aprendizaje. Ten una buena relación con ellos. Bien utilizados, actúan como maestros para mostrarnos la importancia de la verdad, de las virtudes y, por tanto, de la luz. Los errores son lecciones para mejorar y forjar la evolución en esta maravillosa escuela y fantástico taller planetario”. Frunció el ceño y dijo: “Cuando tropieces, vuelve a la quietud y al silencio de tu núcleo; busca la simplicidad del alma, donde no hay lugar para las mentiras con las que nos engañamos constantemente. Sé humilde para que haya aceptación de los errores y espacio sincero para el crecimiento intrínseco esencial. Aleja el orgullo, la vanidad y la avaricia. Sé firme contigo mismo para que la caída sirva de fragua para la evolución, no te conformes con excusas cómodas y tortuosas, sino trátate con dulzura para que no haya maltrato en esta relación tan importante y vital. Mantén tu alma desnuda ante el espejo de la verdad. Sólo así será posible comprender dónde el trabajo sobre ti mismo queda incompleto o mal construido. Entonces rehaz lo que sea necesario y añade más. Infinitas veces.

Extendió los brazos para enfatizar sus palabras y dijo: “De este modo, el cielo y la tierra vuelven a unirse”. Antes de que pudiera hacer preguntas, sonrió y explicó: “El cielo y la tierra están en la imaginación de los que están en el mar. Lo mundano se consagra moviendo lo sagrado oculto en sí mismo; lo sagrado sólo se realiza cuando está contenido en las situaciones ordinarias del mundo. Supervivencia y trascendencia; acción y sublimación. La simbiosis es fundamental, no hay dicotomía ni separación”. Volvió a mirar al horizonte y dijo: “Toda caída proviene de la inadecuación de cualquier movimiento con la verdad; cuando mi acción en el mundo provoca una ruptura en lo sagrado que me habita. No he actuado como sabía que podía hacerlo. Me siento mal. Cuando esto sucede, y sucederá muchas veces, la solución es volver a la esencia del Camino; realinearme con las fuentes de fuerza y equilibrio, es decir, la verdad, tal como la alcanzo, y las virtudes que ya he conquistado. La humildad, la sencillez y la compasión serán fundamentales en este momento. De este modo, reconozco los errores, desando el camino, amplío los límites de la verdad y añado nuevas virtudes para navegar más y mejor a partir de ahora. El cielo se alinea con la tierra en mi interior. Mi luz se reaviva, se intensifica y restablece el reinado”. Me miró a los ojos y concluyó: “He aquí un poder inconmensurable e incomprendido. Una herramienta de navegación al alcance de cualquiera y de todos. Sólo hay que aprender a utilizarla”.

Señaló el lugar donde los marineros dejaban las cajas en el muelle y me hizo un gesto con la mano para que volviera al trabajo. Me eché la caja a la espalda, me despedí con una inclinación de cabeza y la llevé al enorme patio destinado al comercio de ultramar. Cerca, en una bandeja, había muestras de pimienta, clavo, canela, azafrán y nuez moscada. El olor de las especias alteró mis sentidos como un mandala aromático. Me emborraché y me fui.

Poema treinta y siete

El Tao no hace nada.

A través de esta no-acción todo se hace.

Si los príncipes y los reyes hicieran esto

Los diez mil seres se transformarían.

Habrá caídas;

Cuando ocurran, vuelve a la esencia del Tao.

De este modo, el cielo y la tierra vuelven a unirse.

La paz restablece el reinado.

Gentilmente traducido por Leandro Pena.

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