La bicicleta estaba apoyada en el poste frente al taller de Lorenzo, el zapatero que cosía cuero con tanta destreza como alineaba ideas. La fina lluvia otoñal aumentaba la intensidad de la brisa fría que soplaba desde las montañas que rodeaban la pequeña y encantadora ciudad. La humeante taza de café recién hecho despertó su mente y sus ganas de hablar. Mientras el artesano ultimaba un precioso bolso hecho a medida, comenté que entender cuándo decir sí, así como cuándo decir no, era una de las causas de muchas insatisfacciones existenciales. Lorenzo estuvo de acuerdo: “La razón es simple, pero seria. Es una cuestión que implica a muchas otras, así como las consecuencias de cada decisión”. Antes de que pudiéramos continuar, nos sorprendió la entrada de Fred, un amigo de muchos años y muy querido por el zapatero. Ya le habíamos conocido en otra ocasión. Era un sastre especializado en vestidos de novia. Estaba jubilado. Durante décadas había estado muy solicitado. Las jóvenes venían de la capital para vestirse con él. Tenía un talento inusual para crear diseños insólitos. Los precios que cobraba estaban en consonancia con la enorme demanda. Eran bastante elevados. Sin embargo, el nivel de satisfacción de los clientes estaba a la altura. Nadie se quejaba. Amaury, su hijo, había heredado el talento y el negocio de su padre, continuando la marca y la creciente demanda. Esa semana, su tranquilidad sufrió un golpe inesperado. En un encuentro casual con el director del banco, se enteró de que la prestigiosa Casa Fèvre, que llevaba el apellido familiar y era símbolo de prestigio y respeto en el sector, estaba al borde de la quiebra.
Incrédulo, fue a hablar con el gerente de la sastrería. Le dijeron que la demanda seguía creciendo; las novias esperaban meses para ser atendidas. Cuando se reunió con el contable, se enteró de que el dinero seguía entrando en la empresa; sin embargo, las retiradas solicitadas por Amaury eran mucho mayores. Los préstamos bancarios necesarios para hacer frente a los pagos, garantizados por la credibilidad acumulada durante los años en que Fred había dirigido el negocio, habían llegado a su límite. Aunque su prestigio ante los clientes seguía intacto, el mercado financiero tenía la certeza de que se avecinaba la ruina.
Tardó días en comunicarse con su hijo. Fred no tardó en darse cuenta de que, a pesar de los enormes beneficios obtenidos, el lujoso estilo de vida de Amaury era la causa del desastre inminente. No había dinero para satisfacer sus placeres. La solución propuesta por su hijo fue que su padre vendiera las propiedades que poseía para saldar las deudas y evitar que Casa Fèvre cambiara de manos sin recibir ni un céntimo, dada la magnitud del déficit en las cuentas. Tras jurar que había aprendido la lección, Amaury aseguró a su padre que sería capaz de equilibrar las finanzas y recomprar gradualmente las propiedades, sin perder la prestigiosa sastrería, de donde procedía todo el patrimonio familiar. Fred tendría que deshacerse de todos sus bienes, tanto de la encantadora bodega donde pasaba sus días de jubilado como de la confortable casa donde vivía cuando estaba en la ciudad.
Fred tenía poco tiempo para decidir. Atónito, preguntó a Lorenzo cuál sería la decisión correcta. El zapatero fue sincero: “No tengo ni idea”. El antiguo sastre confesó que se inclinaba por hacer caso a las súplicas de su hijo. Sin embargo, una extraña sensación, que no supo identificar, le hizo sentirse incómodo con la elección. Lorenzo señaló: “El sí que ofrecemos a alguien no puede significar un no para nosotros”.
Fred dijo que no lo entendía. El zapatero explicó: “Al responder a una petición de ayuda o a cualquier otra solicitud, la decisión, aunque implique riesgos, tiene que estar alineada con la verdad hasta el límite extremo que tu conciencia ya comprenda. No se puede trocear la verdad en partes; lo bueno no puede disociarse de lo justo. La verdad tiene que estar entera para que pueda servir a la evolución. De lo contrario, te sentirás mal por la ayuda que te han prestado. No tiene sentido sentirse mal por hacer el bien. Cuando ocurre, significa que algo se ha escapado a nuestra comprensión, ya sea en relación con los hechos o en términos de nuestro conocimiento de quiénes somos”.
Al percibir un signo de interrogación en las facciones de su amigo, Lorenzo aclara: “La buena voluntad no basta. Hay que tener cuidado de no perder el propósito. A veces las buenas intenciones agravan las consecuencias de los desastres”. Fred seguía sin entender. El zapatero le explicó: “Entiende las verdaderas razones por las que dices que sí. Podemos ayudar porque sentimos la dificultad de alguien, un verdadero sentimiento de solidaridad y compasión. Creemos sinceramente que el traslado proporcionará ayuda inmediata hasta que la persona pueda recuperarse o incluso superar su dificultad. Esto es virtud. Otras veces, decimos que sí por orgullo o vanidad, por la vil sensación de sentirnos poderosos ante la necesidad ajena, como si hubiéramos obtenido la absurda autorización de colocarnos en un pedestal para ser adorados. Hay casos en los que decimos que sí por la enorme dependencia emocional que tenemos de esa persona concreta, a la que nos apetece decir que no pero somos incapaces de hacerlo; o por el miedo a convertirnos en una mala persona y al supuesto castigo divino resultante de esa negación. Decimos que sí aunque no creamos en la eficacia de la ayuda solicitada o en la falta de merecimiento de la persona a la que se ayuda. Son casos en los que decidimos decir que sí cuando nuestra conciencia nos ha dicho que no. Esto es oscuro.
Tomó un sorbo de café y concluyó: “Hay muchas variantes que pueden llevarnos a equívocos. No es raro que el no sea la verdadera ayuda, ya que anima a las personas a salir de la inercia o del círculo vicioso de movimientos repetitivos que les hace hundirse aún más, como quien está empantanado en arenas movedizas e insiste en hacer lo que ya ha demostrado ser improductivo o perjudicial”. Hizo una pausa antes de continuar: “Por otra parte, el no puede ser estimulado por nefastos sentimientos de mezquindad, en algunos casos, o de venganza por algún daño reprimido, en otros. Entonces se perderá una oportunidad maravillosa de iluminar las propias sombras. En cualquier situación, es esencial comprender la razón genuina que nos mueve a decir sí o a decidirnos en contra. La verdad y la virtud deben estar siempre presentes”.
Fred pidió al zapatero que fuera más concreto. Lorenzo le dijo: “Analiza si no sería preferible renunciar a tu negocio de sastrería, por doloroso que sea, antes que perder la bodega, cuya explotación te produce alegría, y la casa que has construido para vivir con comodidad en la etapa final de tu existencia. Si decides hacerlo, debes saber que no cometerás ninguna injusticia ni te convertirás en un mal hombre. Le diste a tu hijo las condiciones para una vida próspera y pacífica. Nunca te muevas por culpa o por miedo”. Hizo una breve pausa para que su amigo reconociera el arco de su razonamiento, y luego añadió: “La piedra angular de la decisión reside en la confianza que tienes en la transformación de Amaury. Nadie se traduce en discursos, sino en actitudes. La credibilidad reside en la acción, nunca en las palabras. Un cambio de rumbo es posible siempre y cuando él sea capaz de cumplir su promesa. Entonces valdrá la pena el esfuerzo de vender la bodega y la casa para rescatarlo de la complicada situación en la que se ha metido. Ese, me parece, es el quid de la cuestión. También es el origen del malestar que siente por la decisión que tiene que tomar.”
Fred confesó que no soportaba que Casa Fèvre dejara de estar en manos de su familia. Había empezado a atender a los clientes en el salón de un pequeño piso de alquiler donde, por entonces, vivía en la minúscula habitación de atrás. Casi medio siglo después, se había convertido en una de las marcas más importantes de su sector. A pesar de su tono sereno, el zapatero fue firme: “No puedes dejarte llevar por el orgullo o la vanidad. Su historia en la sastrería se escribió maravillosamente con letras de competencia, dedicación y talento. Pero terminó por decisión propia cuando se jubiló y cedió el negocio a Amaury. A partir de entonces, Casa Fèvre dejó de ser su responsabilidad. Apégate a la verdad, nunca al pasado”.
“Por otro lado, si piensas que le ofreciste a Amaury todas las condiciones materiales, pero algo faltaba en los aspectos emocionales y morales, date cuenta de que la vida te está dando la oportunidad de retocar la obra con los colores del amor y la sabiduría. Aférrate a la verdad, nunca a las cosas.
Tomó un sorbo de café y continuó: “Pregúntate si la decisión de desprenderte de todos tus bienes ayudará realmente a tu hijo a salvar la empresa o si sólo prolongará un estilo de vida insensato. Tiene que saber si ha aprendido la lección y es capaz de hacer frente a sus propias dificultades y cumplir su promesa. No hay duda de que Amaury tiene talento; sin embargo, aunque es adulto, necesitamos entender si ha alcanzado la madurez que le faltaba hasta hace poco para enfrentarse a sí mismo, a sus deseos, inseguridades y sombras. El cambio se consigue con actitudes; no basta con intenciones sinceras”.
Hizo una pausa antes de continuar: “Cualquier ayuda ofrecida debe ser sincera para nosotros y honesta con los demás. Tiene que estar envuelta en humildad, porque la solidaridad alegra, equilibra y fortalece el alma. En silencio y mansedumbre, como son las verdaderas virtudes, porque las sombras son espectaculares y ruidosas. La ayuda prestada, por grande que sea el esfuerzo, debe mantenernos en pie y nunca hundirnos. Siempre existirá el riesgo de que la ayuda no logre el resultado deseado; no hay problema con ello, siempre y cuando la elección que se haga esté alineada con la verdad. Ésta aporta bienvenida y luz incluso ante el posible fracaso del empeño”.
Vació su taza y señaló: “Debemos comprender otra cuestión importante. Debemos iluminar los caminos de los que están perdidos en la oscuridad. Nunca podremos encender la luz de nadie. Puedes guiar y ayudar a alguien a levantarse. No puedes arrastrar o llevar a alguien que no quiere caminar. El aprendizaje y la consiguiente transformación son logros personales y forman parte de cada ciclo evolutivo”.
Sirvió otra ronda de café y dijo: “Si se cree que las posibilidades de naufragar junto a un barco condenado son mayores que las de rescatarlo, porque la tripulación del barco a la deriva no es capaz de realizar los movimientos esenciales para el éxito de la operación, entonces hay un claro error en la ecuación utilizada. Hay que idear otra solución.
Fred preguntó cómo saber la respuesta correcta. Lorenzo volvió a decir: “La respuesta está en la verdad”. El viejo sastre quiso entender cómo encontrarla. El zapatero explicó: “Porque es la frontera más lejana alcanzada por la conciencia hasta ahora, la verdad es una construcción personal. Y necesaria. Cuanto más nos acercamos a la verdad, más intensa se vuelve la luz interior que guía nuestros pasos y, por tanto, nos impulsa y protege en el Camino. La verdad se intensifica a medida que mejoran la percepción y la sensibilidad. Para ello, busca un instante de quietud y silencio. Escucha todas las voces que te habitan. Somos muchos en uno. Algunas son viejas conocidas, otras aún las rechazamos. Logros y fracasos, alegrías y tristezas, dudas y certezas, metas y sueños, sombras y virtudes, ego y alma. Al principio, no interfieras; deja que cada uno dé su opinión. Observa como un espectador imparcial. Luego separa las voces que hablan de miedos de las que están llenas de culpa; no son buenas consejeras porque siguen viendo la vida a través de la lente de la oscuridad. La vida exige valor y regeneración; pero ten cuidado y vigila, los deseos son traicioneros y temerarios. Evita las tentaciones del privilegio y del estancamiento; la vida exige sencillez y movimiento. Rehúye el engaño, por muy dulce que sea. Nunca te abandones a ti mismo; tienes que ser fuerte y equilibrado para mantener encendida tu luz. Nunca evites los compromisos, nos enseñan el amor y establecen la belleza de la vida. Sé siempre humilde, sencillo y compasivo; son requisitos seguros para tener días serenos y alegres”.
Tomó un sorbo de café y concluyó: “Cuando alcances el punto de encuentro en el que todas estas características y significados estén presentes, habrás encontrado la verdad misma del asunto.” Fred le preguntó cómo podía estar seguro de haber encontrado la verdad. Lorenzo arqueó los labios en una leve sonrisa y respondió: “Paz; te envolverá una sensación inolvidable de claridad y tranquilidad. Libertad; todos tus miedos y dudas se derrumbarán como el edificio de la prisión de la que se han desprendido los cimientos que te habían sostenido hasta ese día. La elección será madura y la solución se presentará con increíble transparencia. Nada podrá impedirte hacer lo correcto. Después, la dignidad. Ningún juicio, crítica o comentario despectivo importará. La certeza de nadie tendrá el poder de hacer tambalear tu verdad”.
Fred se quedó pensativo unos instantes, como quien necesita meter nuevas ideas en los cajones de su mente, hasta que dijo: “En cierto modo, es como una guerra. No será fácil”. Lorenzo asintió y comentó: “Ese es el origen del término buena lucha. Una lucha intrínseca en la que ilumino cada rincón oscuro que me impide ir más allá de lo que soy. Ninguna guerra es fácil. Tendré que enfrentarme a los fantasmas de experiencias infelices que insisten en atemorizarme, a los verdugos de la culpa que nunca me atreví a educar, a las trincheras de los miedos que insisten en no dejarme marchar, para sanar los sufrimientos que me impiden encontrar la belleza en la vida. La transformación de mis sombras en virtudes es la síntesis del Gran Arte. Soy el creador y la criatura; soy la obra y el artista. Cada problema señala una verdad desconocida o una virtud no utilizada”.
El viejo sastre se quedó un rato más sin decir palabra. Nos tomamos el café en silencio hasta que Fred nos dio las gracias por la conversación, le dio un fuerte abrazo al zapatero, se despidió de mí y se marchó. Me dirigí montaña arriba al monasterio para otro periodo de estudio.
Dos semanas después, Lorenzo fue invitado por el Viejo, el monje más anciano de la Orden, a dar una charla en el monasterio. Estábamos charlando despreocupadamente en la cantina, entre tazas de café y rebanadas de torta de avena, cuando nos sorprendió oír que Fred estaba en la puerta. Autorizado a entrar, nos explicó muy educadamente que necesitaba hablar con el zapatero. Intentamos levantarnos para dejarles solos, pero Fred dijo que no era necesario. A diferencia de nuestro reciente encuentro, el viejo sastre rebosaba ligereza. Fue directo al grano. Había decidido dialogar con todas sus voces. Había pasado unos días envuelto en la quietud y el silencio. Escuchó, pensó y se dio cuenta de que era lo correcto. Su hijo aún no estaba preparado para reestructurar la Casa Fèvre; sin embargo, necesitaba ayuda para liberarse de las adicciones comportamentales que le atrapaban en la oscuridad y el sufrimiento. A pesar de tener un estilo de vida deseado por muchos, sus días estaban vacíos. La forma en que gastaba su dinero no le hacía mejor persona; al contrario, agravaba el vacío que se extendía hasta corroer su esencia. Si le abandonaban en ese momento, sin negar el enorme talento que tenía, dudaba que Amaury fuera capaz de levantarse de sus propias ruinas ante el enorme desequilibrio emocional que le dominaba. Cumpliría la petición de su hijo. Vendería la bodega y la casa.
Yo no dije nada, pero dada la incoherencia de su razonamiento, parecía algo completamente obvio. Hasta que Fred empezó a dar sentido a su decisión. Anunció que revocaba su jubilación. Iba a hacerse cargo de la sastrería, manteniendo a Amaury como su mano derecha, sobre todo a la hora de crear los modelos que tan hábilmente confeccionaba. Se haría cargo de la administración de la antigua empresa familiar y se aseguraría de que su hijo viviera de su sueldo. Ni un céntimo más. Amaury aprendería a adaptarse a la realidad y, lo que es más importante, que la felicidad nunca será proporcional a la cantidad de dinero gastado. Aunque el dinero es una herramienta capaz de proporcionar muchas situaciones buenas y agradables, y siempre es bienvenido, la felicidad está ligada a la evolución, a la capacidad de convertirse cada día en una persona diferente y mejor. Serenidad, ligereza y alegría son sus claves.
Su amor por su hijo era más importante que su casa, su bodega y valía la pena el esfuerzo de volver al negocio. Cuando dialogaba con sus voces, una de ellas le dijo que el amor sin compromiso es amor superficial. El padre tenía algo que enseñar a su hijo, no sobre su profesión, sino sobre la vida. Fred podía ofrecer a Amaury algo que tal vez nadie más podía, al menos de una forma que mezclaba dulzura y firmeza, como sólo pueden hacerlo quienes implican amor con sabiduría. Esta era la piedra angular para comprender la cuestión que tanto le había atormentado.
Sólo cuando llegó al meollo de la cuestión, aceptando la inmadurez de su hijo adulto, así como su sincera voluntad de renunciar a la tranquilidad de sus días para ofrecer algo más a su relación, la solución se presentó con increíble claridad. Sin conflictos internos, le envolvió una tranquilidad indescriptible. No había dudas ni miedo. A pesar de las enormes pérdidas financieras, el sí que le dijo a Amaury era también un sí a sí mismo. Sin peso ni sacrificio, sólo le quedaba una voluntad inquebrantable de hacer lo que había que hacer. Había llegado a la verdad y se había dado cuenta de su poder liberador.
El objetivo principal no era salvar Casa Fèvre de la quiebra, sino rescatar a Amaury de la oscuridad. Perder la bodega sería malo; tener la oportunidad de devolver a su hijo a la luz era un regalo que se hacía a sí mismo. Había honestidad en sus palabras. El propio Fred comentó que le sorprendían la voluntad, la alegría y la serenidad con que renunciaba a la paz y la tranquilidad de la jubilación para volver a la ajetreada rutina de la sastrería. Fue el anciano quien le explicó por qué: “Quien camina por placer nunca se cansa”. Fred se había dado cuenta de que el buen uso del sí y del no trae consigo el poder de claridad y creatividad que encierra la verdad; entonces basta con utilizar las virtudes como herramientas en la elaboración del Gran Arte. Juntas, la verdad y las virtudes son auténticas fuentes de fuerza y equilibrio. En la cantina del monasterio, sin pompa ni solemnidad, tomamos otra ronda de café recién hecho con tortitas de avena para celebrar un logro genuino y eterno.
Gentilmente traducido por Leandro Pena.