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TAO TE CHING (trigésimo cuarto umbral – El héroe de todos los tiempos)

El emblema de la puerta era el de una prestigiosa universidad. A través de la ventana de cristal pude ver un aula en forma de anfiteatro, de esas en las que los estudiantes se sientan en pupitres dispuestos como si estuvieran en una tribuna. Entré. El profesor hablaba en voz baja y despacio. El silencio de la clase demostraba el interés y el respeto de los alumnos. Subí los escalones y me senté en uno de los pocos pupitres libres. A nadie pareció importarle. El profesor dijo: “La Vía es vasta, está en todos los lugares y movimientos”. Luego explicó: “Vasto es el atributo de algo cuyo tamaño es imposible de escalar; es difícil expresar su grandeza mediante números, tablas o conceptos; los límites de la vastedad van más allá del alcance de los ojos y las ideas. Todo lo que es vasto tiene amplitud y profundidad. La amplitud es el movimiento horizontal hacia el mundo para conocer a las personas y, a través de ellas, vivir las experiencias que mostrarán lo que está mal comprendido, y por tanto mal construido, en ti, para luego reconstruirlo. La profundidad es el movimiento vertical, que se eleva a las Alturas mientras desciende a las profundidades del propio ser, como el héroe mitológico que trae el fuego para cerrar la oscuridad de la caverna donde yace dormida la espada sagrada, la que consagrará la conquista de la propia totalidad. Iluminarse a sí mismo es la batalla sagrada para todos nosotros. Este es el mito no sólo del héroe moderno, sino de todos los tiempos, que a través de historias únicas vencen a las propias sombras que los aprisionan en cárceles de sufrimiento y miedo”.

Sus ojos mostraban una alegría serena, propia de quien la tiene en estado permanente. Y continuó: “Para que no quede incompleto, el movimiento horizontal requiere el vertical, sin el cual el individuo no alcanzará la comprensión adecuada y la consiguiente transmutación. Extrínseco e intrínseco; expansión y contracción; trabajo y elaboración; supervivencia y trascendencia; sombras y virtudes; yang y yin. Así se mueve la evolución.

Hizo una pausa y continuó: “Una de las maravillas ocultas de la vida es encontrar la presencia de la Vía en todos los lugares y movimientos de la existencia. La Vía está tanto dentro como fuera de nosotros, presente en cada momento del día. Absolutamente en cada momento. Es imposible recorrerlo desde un solo lado de la vida. Todas las relaciones son puentes o abismos, aprendizajes o prisiones, dependiendo de cómo el individuo elabore cada experiencia. Sin excepción. La decisión es tuya y mía. Así que cada uno se convierte en el héroe de sus propias batallas”.

Uno de los alumnos interrumpió para preguntar cuál era la mejor manera de recorrer el Camino. El maestro respondió: “Haz tu trabajo en silencio y no te asignes nada a ti mismo”. Volvió a hacer una pausa antes de continuar: “Hacer tu trabajo significa evolucionar, que es la razón última por la que todo espíritu pasa por innumerables experiencias de reencarnación para poder amar más y mejor. El amor tiene mil caras y matices que conocemos y perfeccionamos a través de atributos llamados virtudes. Cuando se combina con la sabiduría, el amor adquiere amplitud, alcanzando a un mayor número de personas; y profundidad, aumentando infinitamente su intensidad. Así es como nos iluminamos; así es como el héroe contemporáneo gana la batalla sagrada. No conozco otro camino. Este es el punto en el que la mitología y la religión se encuentran para contar la misma historia con tramas diferentes”.

Se dirigió a la pizarra. Con un palo de tiza, escribió: humildad, sencillez, compasión, bondad, delicadeza, sinceridad, honradez, justicia, dulzura, firmeza, pureza, misericordia, valor, prudencia, sabiduría, perdón, fluidez, fe… . Luego explicó: “Estos son sólo algunos ejemplos de virtudes. Hay muchos más. En el viaje hacia la iluminación, el viajero debe conquistar gradualmente cada una de ellas, añadiéndolas a su equipaje, es decir, a su forma de ser y de vivir, utilizándolas en todas sus relaciones y en cada situación que experimente”. Arqueó las cejas y aclaró: “En cualquier movimiento en el que una virtud no esté presente, señala la influencia predominante de las sombras y el consiguiente alejamiento de la luz”. Con tiza de otro color, enumeró en la pizarra las sombras más comunes: orgullo, vanidad, avaricia, celos, odio, dolor, victimismo, desprecio, ironía, miedo, ignorancia… .

Se volvió hacia la clase y continuó: “El poder de la luz se manifiesta en la sutileza, la suavidad y la ligereza; la agresividad, la dureza y el exhibicionismo son características adversas a la evolución. La quietud y el silencio son importantes movimientos internos de elaboración y creación antes de manifestarse en forma de virtud en el mundo.” Un alumno le pidió que definiera los atributos de la luz que acababa de mencionar. Fue didáctico: “La sutileza es la virtud de no permitir que ninguno de sus movimientos se impregne de ningún elemento denso y deletéreo; aunque extremadamente eficaz, es suave, discreta y delicada. Suavidad es el atributo de moverse sin causar fricción, ruido, confusión y discordia, que casi siempre son innecesarios.  La ligereza es la virtud de no tomarse nunca a pecho ninguna situación desagradable; el viajero sabe que el mal pertenece a quien lo hizo y, por lo tanto, no hay ninguna buena razón para guardárselo. No hay sabiduría en cargar con el mal. Hay que tener compasión. Así que perdona y sigue adelante.

Miró alrededor de la clase y formuló una pregunta: “¿Dónde puedo encontrar tanta fuerza y equilibrio en mí mismo para atravesar los desiertos de la existencia, los incesantes obstáculos de la vida cotidiana?”. Como no hubo respuesta, empezó a explicar el arco filosófico de aquella lección: “Para atravesar las innumerables dificultades, presentes en distintos aspectos de la vida de cada uno, y seguir encantado por las maravillas ocultas que oponen los obstáculos, porque siempre traen consigo preciosas lecciones, es esencial tener equilibrio y fuerza en el equipaje del viajero. Este es el poder mitológico, el escudo y la espada, del héroe contemporáneo. El equilibrio es la capacidad de no dejar que nada ni nadie te saque de tu eje de luz. La fuerza es la voluntad inquebrantable de superarse a sí mismo; de este modo, trata cada dificultad como una oportunidad para evolucionar, en lugar de desesperarse o desanimarse como solemos hacer”.

A continuación, explicó algunos conceptos básicos: “Este poder se origina en la conjunción de dos fuentes: las virtudes y la verdad. Mitológicamente, son los ingredientes misteriosos que, mezclados, forman el elixir mágico capaz de transformar al hombre corriente en héroe. Cuando bebes de estas fuentes, la luz se manifiesta, permitiéndote superar tus propias sombras, la razón de todos tus miedos y sufrimientos. Las virtudes son herramientas de amor y sabiduría utilizadas en el Gran Arte, la construcción cada vez mejor de uno mismo. La verdad es el último límite alcanzado por la conciencia en el instante presente”. Miró a la clase y reflexionó: “Antes de que preguntéis, sí, la verdad de hoy cambiará mañana. No hay ningún problema con ello; al contrario, significa que ha habido una evolución. Sin embargo, para que la verdad se expanda, hay que aplicarla hasta el límite de su alcance, sin negociarla ni un milímetro. Aliada del error, es la forja fantástica de nuestro aprendizaje”. Y siguió definiendo: “La conciencia es la percepción y la sensibilidad del individuo sobre sí mismo y sobre el mundo que le rodea. Existe una relación simbiótica entre la conciencia y la verdad. La conciencia se expande, la verdad cambia, el viajero transmuta”.

Y prosiguió: “De las virtudes, de las que hablaremos mucho durante el curso, tres son primordiales: la humildad, la sencillez y la compasión. Reunidas en la alforja del viajero, ofrecen mecanismos internos capaces de permitirle atravesar los muros de la soberbia y la intolerancia, típicos de los comportamientos impulsados por el orgullo y la vanidad de quienes aún están en sintonía con las ideas cultivadas por las sombras, en las que el poder necesita brutalidad y coacción, fama, dinero y aplausos para existir, por lo que requiere pompa, espectáculo y propaganda. Por eso, al espectacularizar sus logros, por muy generosos y sinceros que sean, el individuo se alejará de la luz porque se ha dejado atrapar por el brillo seductor de las sombras”.

Hizo un gesto con la mano como si fuera un barco y dijo: “El viajero navega en contra de los deseos de la multitud. No se guía por los condicionamientos planetarios y mediáticos, sino por su verdad, con algunos elementos ya alineados con la verdad cósmica. Cualquier imagen disociada de la verdad, aunque pueda existir en el mundo, no es la realidad, sino un mero espejismo”. Uno de los alumnos reflexionó que si cada persona tiene su propia verdad, ¿cómo podría saber si está ante la realidad o ante un espejismo? El profesor arqueó los labios en una discreta sonrisa, como esperando la pregunta, y respondió: “Presta atención a lo que el tiempo devora. Lo que sobrevive es la realidad”.

Cogió un vaso de agua de la mesa, bebió un sorbo y continuó: “El amor es sereno; la sabiduría es silenciosa. Los celos provocan escándalos; la ignorancia, ruido. La virtud no necesita aplausos ni escenas espectaculares; se conforma con la grandeza intrínseca del movimiento, aunque nadie lo sepa ni se dé cuenta. Aunque haya críticas, indiferencia o desprecio, sabe qué idea y qué sentimiento le movieron. Si son dignos, serán suficientes. El mérito no reside en los elogios recibidos, sino en el valor virtuoso de la acción libre de recompensas de cualquier tipo. Toda riqueza se traduce en la sencillez del amor sembrado, nunca en la arrogancia de un granero desbordado. Sólo cuando el bien que se genera resulte ser un manjar apreciado por tu alma, llegarás a conocer la grandeza del amor y comprenderás así por qué los sabios dicen que el verdadero amor te hace libre. Ama por la alegría de pavimentar caminos y colorear días. Nada más.

Frunció el ceño y añadió: “Un cimiento prepara el siguiente, igual que un paso precede a otro. Así que cuida de las personas, sin exigirles nada, sin dominarlas nunca. El amor no es un contador de negocios ni un libro de contabilidad; tampoco puede asemejarse, financiera, física, emocional o mentalmente, a una prisión”. Se sentó en una silla junto a la mesa, cruzó las piernas y prosiguió su discurso en voz baja: “A su paso, tocará el corazón de algunas personas, traerá en su equipaje el mapa de muchas rutas existenciales que conducen a curas existenciales, aclarará los ojos y reavivará la llama de la esperanza en quienes ya no creen en sí mismos. Su luz servirá de guía a los que se pierden en los oscuros callejones de la incomprensión”. Volvió a fruncir el ceño al tiempo que aumentaba su tono de seriedad y advertía: “Nunca se es demasiado precavido. Situaciones como ésta llevarán a muchas personas a creer que no podrán vivir sin tus consejos, tus palabras y tu acogida; surgirá la tentación de que te conviertas en un gurú o en algún otro tipo de dominador. Las relaciones de dependencia surgen en entornos profesionales, familiares, religiosos y fraternales. Toda dependencia es oscura. Nadie la necesita, nadie camina si no es sobre sus propios pies. El amor no genera acreedores ni manipuladores. Todo movimiento movido por el quid pro quo, las ventajas y el control de los demás es contrario al Camino y, por tanto, a la luz.”

Otro alumno preguntó si ésta era una forma de encontrarse con Dios. El profesor explicó: “Descarta la imagen antropomorfizada de Dios; es demasiado rudimentaria. Trabaja con el concepto de evolución para alcanzar las plenitudes. Son el Cielo en la Tierra. Vivirás con Dios a medida que te alinees con la verdad y la expandas en tu interior; lo sentirás latir en tus venas cada vez que utilices una virtud para iluminar una situación, pacificar una relación o superarte a ti mismo. Todo lo demás es una alegoría de la misma idea”.

No satisfecho, el mismo alumno trató de provocar al profesor afirmando que no veía grandeza en una vida sostenida por esas ideas. Sin inmutarse, el maestro dijo: “El Camino no obliga a nadie a recorrerlo. No todo el mundo está interesado, muchos aún no han madurado. No ocurrirá en mil años. La razón es fácil de entender. Esta multitud no encontrará las riquezas que admira y codicia; en el Camino, el poder brota de una fuente real, pero muchos aún se dejan embrujar por los encantos de los espejismos. Cuando miran al viajero, lo encuentran pequeño. Incluso insignificante. No importa. El concepto de poder basado en la imposición de intereses y deseos, así como la idea de éxito ligada a la fortuna y la fama, carecen de importancia para el viajero. Sólo sirven para crear gigantes de papel, superhéroes efímeros, arrogantes, artificiales, desequilibrados y frágiles, pronto devorados por el tiempo. Distribuyen miedo y sufrimiento; sirven a la oscuridad contra la luz, pero ellos no tienen ni idea de esto”.

El maestro explicó con suavidad y sin prisas: “El verdadero poder es dominar tus sombras personales, encender tu propia luz como forma de iluminarte a ti mismo y al mundo. No hay otra victoria que resista la prueba del tiempo. Cualquiera que crea que este movimiento le hará famoso o millonario está aún lejos del Camino. Como diría un antiguo sabio, vive por la belleza de las ideas y la pureza de los sentimientos aplicados a la vida cotidiana. No hagas daño bajo ningún pretexto; haz todo el bien en cualquier contexto”. Miró a la clase con afecto y comentó: “Me fascina especialmente el bien distribuido en los pequeños gestos de la vida cotidiana, que es posible para cualquiera, independientemente de sus circunstancias económicas. Dar de comer al hambriento y abrigar a los que sufren frío son sin duda acciones importantes. El bien de la donación material es bien conocido y justamente valorado. Pero también es muy publicitado. Por otro lado, está el bien emocional, que no cuesta dinero, tiene un valor inconmensurable y pasa desapercibido para la mayoría de la gente. Me refiero a la buena palabra para los desesperanzados, el abrazo para los que se sienten perdidos o abandonados, el hombro disponible para recoger las lágrimas de desesperación, el oído atento para los que necesitan desahogarse, la compasión ofrecida a los que aún no pueden ver la verdad y persisten obstinadamente en sus malentendidos, la tolerancia para los que culpan al mundo de sus propios malentendidos, entre otros innumerables ejemplos en los que es posible llevar luz a la oscuridad. Acciones como éstas significan el más puro amor sembrado. Un jardín secreto, silencioso y lleno de luz. Es a través de movimientos como estos que el viajero sabe lo grande que es. Con eso les basta. Los periódicos no dirán nada, no habrá honores. El viajero prescinde de aplausos y homenajes. Simplemente ofrece lo mejor de sí mismo y sigue adelante. Su luz se intensifica, la verdad se expande, las virtudes se profundizan. Al día siguiente, un poco más. El viaje avanza con sutileza, suavidad y ligereza. Imperceptible para la multitud.

Una alumna comenta que le gustaría ser libre como un pájaro. El profesor la corrige en un concepto básico: “Aunque la imagen es inspiradora y, por tanto, debidamente utilizada por los poetas, los pájaros vuelan por determinismo biológico, igual que los peces nadan y los caballos galopan. Los pájaros no vuelan porque sean libres”. Hizo una pausa para aclarar: “Comprender la libertad nos ayuda a alcanzarla. La libertad empieza por pensar libremente, sin las ataduras de los prejuicios y los condicionamientos socioculturales que a menudo interfieren en nuestras decisiones sin que nos demos cuenta. Nos dejamos llevar por los caminos que nos han impuesto, mientras creemos que somos dueños de nuestras decisiones. La libertad necesita humildad para tener espacio para crecer dentro del viajero, sencillez para disipar sus engaños y compasión para deshacer los pesares que ciegan”. Esperó un rato a que los conceptos calaran hondo y siguió explicando: “La libertad consiste en pensar sin dependencias emocionales, intereses oscuros y deseos viles. En resumen, la libertad necesita una mente clara y un corazón sereno para ser completa. Por último, la libertad es completa en la total falta de interés por influir, subyugar o dominar a nadie. Tampoco exige nada a cambio. Recuerda que todo amo es también prisionero de su esclavo por la vigilancia que debe ejercer para evitar que éste se escape”.

El profesor llevó la clase a terrenos inimaginables: “El trato con uno mismo se traduce en gran parte en libertad, pero también enseña el arte de la dignidad, que se manifiesta en la forma en que trato a la gente. Si no es como espero ser tratado por todos, habrá indignidad en mi forma de vivir. Esta es la base de toda verdad comprendida y vivida hasta ahora. Esta coherencia del ser en el vivir define un importante código ético de comportamiento y elecciones, fundamental para el proceso evolutivo. Ser libre es la forma más sublime de tratarse a uno mismo; aplicar el mismo rasero en el trato con todos conduce al máximo exponente de la dignidad. Vívelo sin distinciones. De lo contrario, surgirán deudas y ataduras en todas las relaciones. Una vida en la que el amor, la libertad y la dignidad reverberan a través de gestos sencillos y palabras suaves es la belleza de una vida y la consagración del héroe moderno.”

Sonó la sirena. Los alumnos le dieron las gracias, guardaron sus cuadernos y se marcharon. Nos quedamos solos. El profesor me miró amablemente, sonrió, cogió la tiza y dibujó un mandala en la pizarra. Se despidió con la mano y se fue. Yo sabía lo que tenía que hacer. 

Poema treinta y cuatro

El Camino es inmenso,

Está en cada lugar y movimiento.

Haz tu trabajo en silencio y

No tomes nada para ti.

Cuida de diez mil seres

Sin exigir nada

Sin dominarlos nunca.

Muchos te encontrarán pequeño.

No importa.

Los sabios conocen su tamaño.

Con eso basta.

Prescinde de aplausos y honores.

Gentilmente traducido por Leandro Pena.

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