El vaivén de la mecedora coincidía con la voz ronca y entrecortada de Canción Estrellada, el chamán que tenía el don de sembrar la filosofía ancestral de su pueblo a través de cuentos y canciones. En el porche de su casa, charlábamos sobre diversos temas a última hora de la tarde, cuando apareció en el cielo una espléndida luna llena, de esas que quedan inmortalizadas en los objetivos fotográficos y en los archivos emocionales de la memoria. Era imposible no quedar encantado. Comenté que aunque el calendario nos garantizaba luna llena esa noche, el espectáculo de magia y belleza siempre nos sorprendía. Las fotos son como las teorías, aunque no se puede negar su valor, ninguna de ellas, por muy bien elaborada que esté, puede sustituir las lecciones aprendidas a través de las experiencias que nos ofrece la vida; las imágenes y las palabras tienden a perderse, e incluso a confundirnos, en el complejo universo de ideas que pueblan la mente; son los acontecimientos vividos los que esculpen las transformaciones del alma. Ni mil fotos de París, ni el libro mejor escrito sobre esta hermosa ciudad, sustituirán la experiencia de pasear por sus calles, dijo una vez un escritor. Ninguna teoría será más útil que un viaje de descubrimientos y encuentros realizado por el propio individuo hasta el núcleo que lo identifica, nos enseñó un antiguo filósofo. Canción Estrellada sonrió conforme con el razonamiento; su mirada vagaba como si un recuerdo le llevase por caminos distanciados por el tiempo. Luego, con la tranquilidad que le era peculiar, comenzó a llenar de humo el horno de piedra roja de su pipa indestructible y dijo: “La voz de la mente no es la misma que la del alma. La mente es una aldea habitada por una enorme diversidad de voces procedentes tanto de las sombras como de la luz. La voz del alma lleva la sabiduría ancestral del origen del mundo; por eso es pura. Todo el mundo la tiene. Sin embargo, muy pocos saben diferenciar una de otra. Cuando pueden escucharla, la verdad se vuelve cristalina; de lo contrario, siguen adelante con los ojos nublados y, a menudo, distorsionados. Sin la claridad necesaria para distinguir el bien del mal, tomarán decisiones equivocadas en la convicción de que hacen lo correcto”.
Luego me sorprendió: “La luna es la protagonista de una de las leyendas más antiguas de la humanidad, anterior al mito del fuego”. Interrumpí para decir que la astrología siempre ha utilizado la luna para hacer lecturas sobre las emociones y los sentimientos. El chamán confirmó: “No sin razón; como la luna, reflejamos la intensidad de la luz que ya hemos conseguido irradiar. Los acontecimientos más variados, comunes al día de cada uno, generan emociones y arraigan sentimientos en la medida exacta de la luz que reverberamos; una misma situación, según quien la viva, será causa de irritación y tristeza si el sol intrínseco está nublado; o de serenidad y alegría si hay suficiente claridad para comprender el lado bueno de todas las cosas.”
“Los sentimientos sutiles liberan las ideas para que se expandan mucho más allá de las casillas del condicionamiento, el sufrimiento y el miedo. Por el contrario, las emociones amargas embotan la razón; la verdad queda disminuida, las virtudes debilitadas. La pasión aplasta al amor. Pregunté cuál era la diferencia entre amor y pasión. Canción Estrellada encendió su pipa, dio unas caladas y explicó: “El amor aporta la alegría de la disponibilidad; la pasión infunde adicción por saciedad. El amor se completa con cada gesto; la pasión queda incompleta después de cada acto. Mientras que el amor expande al individuo y la vida, la pasión los absorbe y agota”. Pareció distraerse un momento con el humo que bailaba ante sus ojos y retomó la conversación: “Cuando las mueven los buenos sentimientos, las ideas impulsan al individuo a volar con sus propias alas; cuando las alimentan las emociones densas, la razón las encajona dentro de los límites de una verdad cada vez más complicada. Entonces las ensoñaciones se confunden con los sueños, la locura se cree genio. No es diferente de la luna, que exhibe sus colores, olvidando, sin embargo, que su brillo es de alquiler”.
Estuve de acuerdo con lo que me parecía obvio. Sí, la luz de la Luna es prestada por el Sol, que, al alejarse, o mejor dicho, al tener a la Tierra como obstáculo, deja al satélite en la más absoluta oscuridad. Canción Estrellada miró al cielo y aclaró: “Esta comprensión es uno de los factores para identificar cuánta ilusión y realidad experimentamos en cada momento. Esto nos dice mucho sobre la pasión y el amor. Las pasiones, como me gusta llamar a las emociones desprovistas de virtudes -las mil caras del amor-sabiduría- que, ante la ausencia, la distancia, el desinterés o la negación del objeto o la persona deseados, se derrumban en el abandono. Los individuos apasionados necesitan buscar la luz fuera de sí mismos en un intento desesperado por escapar de la oscuridad interna que les atormenta; la sensación de descontento y displacer es permanente. Siguen siendo incapaces de dialogar con su alma, el sol interior que, al tener luz propia, les libera de cualquier dependencia emocional. No hay oscuridad que pueda asustarles; nada ni nadie puede impedirles ser radiantes. Al ser una fuente legítima de alegría para sí mismos, iluminan su entorno sin repartir billetes, exigir recompensas, armar alboroto ni hacer publicidad. Tampoco le importa que la luna se muestre vanidosa. En el teatro de los días, el público la ovaciona sin recordar que el espectáculo nunca tendría lugar sin su auténtica protagonista: alguien que nunca está presente en los escenarios de la noche. En el espectáculo de la luna, literalmente, el sol es la estrella oculta. Sin estar nunca triste o disgustado por ello, porque conoce su propio valor, no pide ningún reconocimiento; el sol es el signo del amor”. Me miró, como para escalar unos tonos de seriedad, y dijo: “A veces, como la luna llena, nos presentamos de forma chillona sin darnos cuenta de que sólo reflejamos una luz que no es la nuestra. Cuando el sol se va, caemos en picado en la oscuridad”. Aturdidos, muchos tardan en darse cuenta de la sencilla razón de su caída. No saben nada del amor ni de la pasión.
Las sorpresas de la noche estaban lejos de terminar. Koda, un joven treintañero de Sedona con las mismas líneas ancestrales que Canción Estrellada, apareció en la puerta. El chamán le hizo señas para que se acercara; le había visto crecer. Se había convertido en un hombre amable y educado; aunque hacía años que no vivía en Sedona, tenía muchos amigos en la ciudad. Aquel día parecía triste. Desorientado sería la definición más exacta. Se sentó y dijo que necesitaba hablar. No entendía por qué las cosas habían salido mal cuando él lo había hecho todo bien. Se sentía incapaz de entender las secuencias de los acontecimientos recientes; los miraba en retrospectiva sin comprender el momento, o el punto, en el que todo empezó a desmoronarse.
Desde que era adolescente, Koda había soñado con ser mecánico de coches. No se trataba de arreglar coches, sino de hacerlos únicos. Quería convertirse en el dueño de uno de esos talleres que utilizan coches viejos como base, llevando a cabo diversas modificaciones, desde insertar tecnología punta, desde los componentes electrónicos hasta el motor, pasando por personalizar la pintura. Antiguo por fuera, moderno por dentro. El resultado es un coche increíble sin igual. Era un nicho de mercado creciente y prometedor. Había leído todas las publicaciones sobre el tema; había hecho un curso en Las Vegas, donde operaban los talleres más prestigiosos de este ramo; le apasionaba la idea. Quería no sólo tener su propia pequeña fábrica, sino convertirla en la más famosa de todas. Como las condiciones económicas no se lo permitían, trabajó como mecánico en un taller corriente de Phoenix, a unas dos horas de Sedona.
Un día, tras arreglar un coche cuya avería nadie había sido capaz de encontrar, se le acercó Bill, el propietario del vehículo. Muy contento, Bill le invitó a ir a un partido de baloncesto en Phoenix para la final del campeonato. El hijo de Bill, que le acompañaría al estadio, tenía que viajar por trabajo. Koda aceptó. Los dos congeniaron de inmediato. Hablaron mucho aquella tarde; el mecánico le habló de su sueño. Al final, Koda le invitó a ser su socio; quería que Bill no sólo fuera inversor, sino que utilizara su experiencia administrativa para dirigir el negocio, y que el joven se encargara de la parte operativa de la fábrica de coches artísticos, como le gustaba referirse a los coches que transformaría. Bill, que casi dobla la edad de Škoda, tenía una exitosa carrera como director de una empresa tecnológica de Silicon Valley; explicó que no podía ni quería dejar su trabajo. Koda dijo que entendía cómo montar y desmontar coches, pero que no sabía nada de dirigir una empresa. No importaba que el ejecutivo viviera lejos y no pudiera estar presente en el taller. Tendrían reuniones semanales por vídeo, en las que se transmitirían las directrices y se haría un seguimiento. Sostuvo que la experiencia de Bill sería fundamental para mantener y hacer crecer el negocio. Koda se ocuparía del día a día de la fábrica. Bill tenía algunos ahorros; simpatizaba con el chico; siempre había trabajado en empresas sólidas y bien estructuradas; el reto de crear una empresa desde cero era apasionante.
A petición de Bill, Koda había hecho un plan de costes, con una lista de todos los artículos que necesitarían para montar el taller. La pequeña fábrica tardó seis meses en estar lista. Al final, gastaron el doble de lo que habían presupuestado. Amablemente, como era su costumbre, Bill le recordó al chico que no volviera a ocurrir. Como querían que la empresa creciera continuamente, más adelante harían falta nuevas inversiones. Errores como éste suelen ser decisivos para el futuro de una empresa. Sin embargo, el ejecutivo no se enfadó, atribuyó el error a la inexperiencia del chico y creyó que le serviría de aprendizaje. Al principio, el negocio fue prometedor, con más contratos de lo esperado en los primeros meses. Había que estructurar el crecimiento. En reuniones semanales celebradas por videoconferencia, se trazaba la estrategia paso a paso. El mecánico siguió al pie de la letra las directrices de gestión de Bill. La pequeña empresa no tenía deudas; el taller prosperaba. El joven se sentía seguro, pero infeliz.
Al cabo de un tiempo, Bill notó cambios en el comportamiento de Koda. Varias de las máquinas que había comprado ya no se utilizaban. En lugar de repararlas, el mecánico las subcontrataba a otros talleres. Además de malgastar su inversión, sus márgenes de beneficio se reducían considerablemente. Y lo que es más grave, los coches se entregaban sin la calidad que había prometido para hacer de la empresa una de las más reputadas del mercado. Al ser interrogado, alegó que necesitaba más tiempo para sus asuntos personales. Irritado, el mecánico dijo que el trabajo duro se lo dejaba a él, y que el ejecutivo tenía la cómoda tarea de dar órdenes. Bill dijo que no era así; al principio de la asociación habían acordado que uno aportaría el dinero y el otro haría el trabajo. Es más, la experiencia del ejecutivo se utilizaría como herramienta de gestión a petición del propio mecánico. Ocuparse del sector administrativo había sido la única exigencia de Bill para invertir en la creación de la fábrica. Así que no había nada de malo en ello; era el acuerdo principal.
Bill decidió hacer una visita a la fábrica. Estaba muy disgustado; Koda ya no seguía ninguna de las directrices marcadas y empezó a tomar decisiones sin el consejo de su socio. Por si fuera poco, compró una máquina muy cara que el taller sólo podría utilizar más adelante, cuando la producción fuera mucho mayor. Los plazos por venir podían poner en peligro el equilibrio económico de la empresa, hasta entonces estable. Aunque las decisiones del joven fueron claramente equivocadas, no le importaron sus propios errores, como si quisiera un enfrentamiento con su socio. Decía que era él quien entendía de coches y del taller; por lo tanto, era responsable de todas las decisiones, incluidas las administrativas, que no se ajustaban a lo acordado cuando se creó la empresa. Se reveló una faceta desconocida de la personalidad del mecánico. Discutieron. Entonces, en lugar de ajustar el rumbo para mantenerlo, Koda dijo que ya no le interesaba tener un socio. No quería que nadie interfiriera en sus sueños. Dijo que compraría la parte de Bill en la sociedad. Las acciones se transfirieron de inmediato; decepcionado por el comportamiento del chico, Bill sólo quería salir cuanto antes de aquella red de malentendidos. No exigió ningún documento para garantizar la deuda; la dignidad del mecánico sería el factor determinante a la hora de honrar el pago. Koda se comprometió a devolver el dinero invertido por su ex socio en el plazo de un año. No es que el ejecutivo siguiera confiando en el joven después de los acontecimientos, pero sabía que no todas las peleas son ennoblecedoras.
Aconsejado por amigos, el joven había hecho una proyección financiera. Calculó que devolvería la cantidad adeudada antes de la fecha límite. Estaba eufórico; como único propietario de la fábrica, sin la interferencia de Bill, podría volar cada vez más alto. Gritó sobre el enorme poder de sus alas. Estaba ante el punto de inflexión de su existencia. No podía salir mal.
Las matemáticas de la vida tienen ecuaciones insólitas. Como había muchos contratos en vigor, al principio el dinero seguía entrando, así que pudo pagar las facturas y algunos plazos de la deuda con su ex socio. Sin embargo, una sucesión de errores de gestión hizo que, sin demora, empezara a funcionar con dificultades financieras. La primera opción fue dejar de cumplir el compromiso mensual contraído con Bill. Como forma de reducir la salida de capital, dejó de subcontratar ciertos sectores del servicio. Aunque sabía mucho sobre el proceso de transformación de vehículos, no tenía la práctica; conocía la teoría, le faltaba la experiencia. Esto era evidente con cada coche entregado. El descenso de la calidad era causa y consecuencia. Los contratos empezaron a menguar. Sus colegas, que le habían animado con palabras y proyecciones a abandonar a su socio, no le ayudaron con sus crecientes deudas. Tuvo que recurrir a préstamos bancarios para mantener abierta la empresa. Aunque no poseían ni una sola acción de la empresa, en la práctica los bancos se convirtieron en socios mayoritarios de Koda, ya que los intereses eran superiores a su retirada mensual para gastos personales. Al final del plazo, no había saldado su deuda con Bill como había prometido; deber a los bancos era más peligroso.
Finalmente, admitió que no podía entender por qué la vida había sido tan injusta. Canción Estrellada apoyó su pipa en una mesita auxiliar junto a la mecedora y preguntó: “Según tengo entendido, mientras tuviste a Bill como socio, la empresa se desarrolló de forma constante y segura, ¿estoy en lo cierto?”. Koda cerró los ojos, no sólo para retrotraerse a una época lejana, sino también por la inadmisible incomodidad que encerraba aquel recuerdo. Asintió con la cabeza. El chamán continuó: “Siempre has destacado por ser un buen mecánico. ¿Has tenido alguna vez la experiencia de dirigir una empresa?”. El chico susurró que no. Las preguntas indispensables continuaron: “¿Qué te llevó a creer que podías dirigir la empresa mejor que alguien que la dirigía correcta y prósperamente?”. El mecánico murmuró que era él quien entendía el día a día del taller, por lo que las decisiones debían estar en sus manos. Canción Estrellada reflexionó: “Montar un motor es un oficio muy importante; construir una empresa tiene el mismo valor. Los conocimientos de distintas áreas no deben batirse en duelo, sino complementarse. Un ingeniero construye un escáner; el médico diagnosticará y prescribirá la terapia adecuada gracias al aparato; ambos son fundamentales para la curación del paciente”.
El chamán le preguntó si había oído hablar del Mito de Ícaro, una bella historia de la preciosa mitología griega. El chico respondió que lo había estudiado en sus clases de filosofía en la escuela. En resumen, cuenta la aventura de un hombre que, para escapar del laberinto en el que estaba encerrado, se construye unas alas con plumas de pájaro y cera de abeja. Cuando escapa, se enamora de volar y se lanza al sol; la cera se derrite, las alas se deshacen e Ícaro cae en picado. Canción Estrellada me miró y me preguntó qué había aprendido sobre el significado de los mitos y las leyendas. Le contesté que sabía muy poco. Como todas las buenas historias, tenían varias capas de interpretación. Lo que más me llamó la atención fue la teoría de que hablan de un conocimiento que es común a toda la humanidad, pero mientras no se descifre a través de las experiencias vividas, seguirá siendo inaccesible. Hemos estado presentes, a veces como actores, a veces como espectadores, en diversas situaciones a lo largo de innumerables existencias. Hemos vivido y asistido a historias que no han sido plenamente asimiladas, porque siguen siendo incapaces de ser utilizadas como instrumentos de evolución. Por eso los mitos y las leyendas han sobrevivido a lo largo de los siglos; hay algo familiar en ellos que no podemos identificar y comprender plenamente. Para poder utilizarlo, es necesario despertarlo o, dicho de otro modo, emerger del inconsciente, donde se guardan los recuerdos ancestrales, a la superficie de la razón, el consciente. Sólo las experiencias bien desarrolladas nos conducen de la oscuridad a la luz. Sólo entonces servirán como instrumentos para vivir bien.
Canción Estrellada cerró los ojos unos instantes, como si buscara las palabras adecuadas. Cuando habló, su voz tenía un tono dulce, pero con una firmeza inquebrantable: “Cuando conociste a Bill, estabas insatisfecho con tu rutina. Abrigabas un sueño que no podías cumplir”. Hizo una breve pausa para subrayar: “Realizar significa convertir una idea en realidad”. Luego continuó: “Puede parecer una definición sencilla, y lo es. Pero no es nada fácil. La sencillez reside en eliminar los engaños y las fantasías que encubren y enmascaran la verdad. De lo contrario, la realidad se convertirá en ficción; las alas se derretirán y los sueños más hermosos caerán en picado a la categoría de ensoñaciones”.
Frunció el ceño como una forma de pedir atención y dijo: “Te acercaste a Bill de forma amable y le invitaste a montar un negocio juntos. Sin su participación no habría sido posible, al menos en aquel momento, hacer realidad tu sueño. No sólo en términos de inversión financiera, sino en la orientación de los movimientos fundamentales de la estructura fundamental para el crecimiento equilibrado y seguro de la empresa. Fue el comienzo de un largo y hermoso vuelo. Las soluciones adecuadas parecen fáciles a ojos distraídos e inmaduros, porque no se dan cuenta de cuántos experimentos se han llevado a cabo para extraer los conocimientos necesarios para un conjunto indispensable de decisiones sensatas. La empresa despegó; un vuelo tan suave que parecía sencillo. Y lo era. Pero la sencillez no es simple ni superficial; hay más sabiduría y profundidad en ella de lo que la multitud cree”.
Cogió su pipa, comprobó que el humo seguía encendido y dijo: “Fue un vuelo tan suave y prometedor que tenías la sensación de que lo estabas logrando sólo con tus alas. Llegaste a creer que la participación de Bill era innecesaria e inapropiada. Volarías mejor solo. Dio una calada a su pipa y continuó-: Resulta que confundiste sus alas con las tuyas. No niego la importancia de su participación en la empresa, pero fue él quien mantuvo estable el vuelo. La proximidad del sol derritió las alas de Ícaro. No todos los ojos están preparados para la luz intensa; a riesgo de ceguera, nadie se acerca a la luz sin amor. La pasión le cegó.
Sin comprenderlo del todo, Koda se preguntó qué le había cegado; al fin y al cabo, la luz no tiene nada de malo. Canción Estrellada asintió y explicó: “Sí, la luz no tiene nada de malo. Sin embargo, la luz se basa en la verdad y las virtudes, y el amor es un elemento esencial tanto para ver la verdad como para practicar las virtudes. La pasión proviene de la verdad distorsionada; trae la ilusión de volar con alas que aún están en su infancia. La caída es inevitable. Así ocurre cada vez que volamos con las alas de otro, por precipitación o inmadurez, y creemos que son las nuestras”. Hizo una pausa para que el chico reconociera el arco filosófico y continuó: “El amor necesita humildad. Por una sencilla razón: sin comprender la importancia de las personas, éstas se convierten en objetos. Como en la pasión, son para usarlas, nunca para consagrarlas”. Hizo un gesto con la mano para subrayar lo evidente y dijo: “Consagrar es, al mismo tiempo, sacralizarse con alguien. Sagrado es todo aquello que nos hace intrínsecamente mejores; consagrarse es caminar junto a otra persona bajo el mismo propósito de transformación y evolución. Para saber si hay amor, entender si ha habido consagración. Todo lo demás es menos.
Luego aclaró: “Al olvidar la importancia de la humildad, se ha desperdiciado el poder de la sencillez; se ha defraudado la verdad en aras de intereses mezquinos. Cuando eso ocurre, la realidad se pierde en el camino. Fuiste incapaz de darte cuenta de que las alas que te mantenían en el aire no eran tuyas; el vuelo no se sostenía. Cuando lo quiso todo para usted, cambió el amor por la pasión; entonces la luz se convirtió en fuego. No contento con la claridad, optó por entregarse a las llamas. Miró al mecánico y le hizo una pregunta retórica: “¿Entiende por qué se derriten las alas?”.
Koda argumentó que había sufrido muchas influencias y consejos que le habían llevado a tomar esa decisión. El chamán le corrigió de inmediato: “Eran palabras que encontraron resonancia y aceptación en tu interior. De lo contrario, las habrías desechado. Todo desequilibrio revela lo desconocido que me domina. Todo lo que no comprendo me aprisiona y me quema en la hoguera de la estupidez”.
Enfadado, el joven acusó al chamán de menospreciarle. Eran de la misma etnia. Desde niño, había aprendido que todo el mundo tiene alas. Canción Estrellada no permitió que Koda utilizara la máscara de víctima para esconderse de la incómoda verdad: “Eso no es lo que he dicho. Sí, todos tenemos alas. El alcance y la altura de nuestros vuelos dependen del tamaño de nuestras alas. Todo el mundo puede alcanzar las estrellas, siempre que se desarrolle para ello. Para saber el tamaño de tus alas, basta con que mires tu corazón. Tienen el mismo tamaño y la misma fuerza.
Una lágrima rebelde reveló la agitación interior del joven. Sin confesar ningún remordimiento, Koda dijo que la conversación no le serviría de nada. Al igual que el chamán, llevaba consigo la filosofía ancestral de su pueblo; en ella encontraría las soluciones que buscaba. Estaba comprometido con la verdad; ella le guiaría, dijo, una lección importante y un fundamento existencial indispensable. Canción Estrellada le recordó: “Nadie conoce la verdad sin antes conocerse a sí mismo”. Miró al cielo y resumió brevemente una poderosa leyenda nativa: “La tradición de nuestro pueblo cuenta la historia de una manta que, colocada sobre el cuerpo, otorga el poder de la invisibilidad. El hombre que la descubre podría utilizar la manta para hacer cosas maravillosas, pero revela la verdad sobre sí mismo oculta en absurdos deseos reprimidos. Sucumbe a sus ideas erróneas. Todo lo que pudo ser, no fue. Koda conocía esa historia; su abuela solía contarla, al igual que otras, en las tardes de invierno. Su función era moldear el carácter de sus nietos. El chamán continuó: “Nadie es lo que sabe, sino lo que hace. Pero eso no es todo. Somos lo que pensamos, sentimos y, sobre todo, hacemos cuando no nos ven. Las acciones a los ojos del mundo dicen más del carácter que de la identidad”. Koda dijo que no entendía cómo la leyenda de la manta encajaba con su historia. Canción Estrellada llegó al meollo de la cuestión: “Montaste el taller gracias a Bill. Luego lo descartaste. No querías interferir en algo que habías llegado a creer que era sólo tuyo. Nunca lo fue. El compromiso que adquiriste se olvidó, tanto al tenerle como socio como al pagar la cantidad que, por tu elección, te convertía en su deudor. La dignidad era el único factor a cobrar. El compromiso con Bill era anterior a las deudas bancarias, pero ante la imposibilidad de cobrar en los tribunales, quedó atrás. Ante la feroz artillería de los bancos, el honor se acobardó. No hacer lo correcto por falta de un requisito legal es lo mismo que hacer lo incorrecto cuando no te ven. Ganó el miedo. El amor no negocia con el miedo; el amor sin compromiso es amor de superficie, parecido a las pasiones. Entiende las pasiones y entenderás las caídas”.
Contrariado, Koda se levantó. Había venido en busca de ayuda, pero sólo había oído groserías y palabras insensibles. Había perdido el tiempo con un hombre grosero y anticuado. Sin despedirse, abrió la verja con los pies y la cerró con la espalda. Cuando me volví hacia Canción Estrellada, me di cuenta de que no había ningún signo de dolor, enfado o resentimiento. Se lo comenté. Me explicó: “Su irritación no es conmigo, sino que habla de un alma incomprendida. Las muchas voces de la mente le ensordecen ante la voz del alma. Koda es un buen hombre. Se ha perdido y arde en la hoguera del error por huir de la verdad. Permanecerá donde está hasta que decida resucitar de una forma diferente y mejor; no hay forma más eficaz que a través de la humildad y la sencillez. Sin orgullo ni engaño, hará las paces con la verdad. Sólo entonces podrá comenzar una nueva y hermosa historia, en la que por fin volará con sus propias alas.
Aquella noche aprendí un poco sobre el sol y la luna. Y cómo se relacionan con las alas y el vuelo.
Gentilmente traducido por Leandro Pena.