Estaba de vuelta en Oriente. En el interior del suntuoso palacio, un grupo de sirvientes susurraba que el emperador estaba nervioso. Sus rasgos mostraban preocupación. Tal vez fuera miedo. Luego se dispersaron rápidamente. Continué por el pasillo y pasé por delante de algunas habitaciones exquisitamente amuebladas, aunque estaban vacías. Tras varias puertas, me encontré con un joven detrás de un escritorio escribiendo con tinta. Al verme, me ofreció una amable sonrisa y volvió a concentrarse en su trabajo. A diferencia de los demás, su rostro mostraba una serenidad inquebrantable, sin parecer reparar en el mal humor del emperador. Tuve la sensación de conocer a aquel hombre tranquilo. Descarté la idea por tonta. Me acerqué a él. Tras unos instantes de silencio, comenté que la gente estaba tensa en palacio debido a cierto descontento expresado por el emperador. El joven arqueó las cejas y aclaró: ¨Es parte de la rutina de todos aquí. No hay nada que hacer al respecto por ahora. Sin embargo, dejarse atrapar por la densa energía que genera el descontento de alguien es una elección personal¨. Le pregunté si le gustaba trabajar para el emperador. El hombre se mostró enigmático: ¨Hay muchas formas de gobernar. Los mejores gobernantes pasan desapercibidos. Los buenos son amados y alabados. Luego vienen los temidos. Por último, los despreciados. La comprensión es tuya. Le dije que no estaba en condiciones de hacer ningún análisis. El escriba me desconcertó: ¨Cada persona es dueña de su vida, o al menos debería esforzarse por serlo. ¿En qué modelo cree que encaja usted?¨.
Cuestioné la importancia de la pregunta. El hombre aclaró: ¨La respuesta exacta te ayuda a entender cómo te relacionas contigo mismo¨. Hizo una pausa para añadir: ¨También define cómo caminas por el mundo y ves la verdad¨.
Consideré que eran conceptos que necesitaban una mejor explicación para poder dar la respuesta correcta. Era un hombre amable: ¨Los mejores soberanos son los que van por la vida con ligereza; ofrecen mucho y no exigen nada a cambio. Sólo se llevan consigo las virtudes que ya se han añadido a su ser. Logran integrar la verdad, en la medida en que la han alcanzado, y los mejores sentimientos en el mismo propósito de Luz, y así viven en sintonía con las leyes cósmicas que ordenan la evolución de todos. Nada ni nadie obstruye su camino. Tienen la percepción y la sensibilidad para comprender que, dependiendo de cada movimiento, el flujo de la vida se intensificará o se ralentizará. Así, como un buen barquero que aprovecha las corrientes y las mareas para hacer grandes travesías, recorren los caminos de los acontecimientos, desconocidos para la gente corriente, y trascienden más allá de los días.¨ El escriba apoyó sobre la mesa el pequeño trozo de bambú con la punta fina, que utilizaba para escribir, y continuó: ¨Viviendo así, el pensamiento se vuelve claro y creativo, la energía vital se torna vibrante, las emociones se sutilizan, generando las condiciones adecuadas para que florezcan otras virtudes. Humildes y sencillos, prefieren desaparecer entre la multitud, como si fueran invisibles. No elogian ni critican a los demás. Siempre tienen una sonrisa en la cara y son cariñosos con todo el mundo. Construyen sin cesar y avanzan. Expresan la verdad con claridad y serenidad a quienes están dispuestos a conocerla, sin imponerla nunca a nadie. No se pelean ni entran en disputas por nada. Son tan gentiles que parecen volar. Son los sabios.
Y continuó: ¨Están los buenos. Son necesarios y me atrevería a decir que son indispensables por el bien que promueven. Siempre están dispuestos a sumar, ayudar, construir, proveer, ordenar y reparar. Son generosos y delicados. El mundo les necesita mucho y todos los homenajes que reciben son muy justos y merecidos. Sin embargo, siguen apegados a su propia obra; sienten la necesidad de que sus nombres sean recordados por sus hazañas. Les molesta que la gente les olvide; al fin y al cabo, son honrados benefactores. Sin embargo, cuando se apegan a su trabajo, este atisbo de apego y vanidad detiene el flujo de la siguiente transición que les llevaría más lejos en el Camino.¨
El hombre continuó explicando: ¨Hay quienes son temidos. Se gobiernan a sí mismos a través del orgullo y a los demás a través del miedo. Cuando hacen una buena acción, no actúan por virtud, sino por interés. Suelen tener una relación ambigua con el mundo, a veces de dependencia y a veces de dominación. Una relación carcelero-preso en todas sus relaciones, como si fuera la única forma posible de ser y vivir. Temen la cárcel y el infierno. Practican razonamientos retorcidos para justificar sus errores no reconocidos. Se mienten a sí mismos.
¨Por último, están los despreciables. No hace falta explicar mucho sobre ellos. Son aquellos que se guían por sus propias sombras y no tienen ni rastro de virtud. Son codiciosos, celosos, mezquinos, sarcásticos y no sienten empatía por el pueblo. Sólo viven para sus propios intereses. Sus corazones son impenetrables.
El escriba me miró seriamente y me preguntó: ¨¿En cuál de estas clasificaciones crees que encajas?¨. Al darse cuenta de mi vacilación, me aclaró: ¨No hace falta que me lo digas, basta con que seas capaz de escucharte a ti mismo con sinceridad¨, hizo una pausa y me explicó: ¨Te ayudará mucho situarte en qué punto del viaje hacia la verdad te encuentras; luego, corregida la plomada, se ajustará el rumbo. No apresures tus pasos, pero asegúrate de que sean firmes. Los grandes saltos conducen a caídas abismales. Sé paciente, hazlo siempre lo mejor que puedas y presta mucha atención. El Camino es un sabio que te enseña todo lo que necesitas aprender. Sin embargo, no olvides que tú eres tu propio maestro. Aunque todavía está en construcción.
Le pedí que hablara más sobre los que él llamaba los mejores gobernantes. La amabilidad del hombre parecía no tener fin: ¨Hacen el trabajo sin decir dos palabras¨. Le dije que no lo había entendido. Me contestó: ¨Hay poder y magia en las palabras. Algunos aspectos merecen consideración. Hay una métrica exacta en las palabras que puede acentuar la fuerza de una idea; menos de lo necesario lleva a malentendidos, los discursos largos dispersan la energía del pensamiento¨. Hizo una breve pausa antes de continuar: ¨Utiliza las palabras más sencillas para facilitar la comprensión; deja la sofisticación para los que ansían la admiración. Habla con calma; la irritación roba la comprensión a quienes prestan sus oídos. Asegúrese de que no haya dudas sobre sus intenciones; deje a los políticos y magistrados la tarea de escapar entre líneas¨. A continuación, señaló: ¨Lo más importante. Nunca actúes de forma que desvirtúes la palabra; nadie es lo que dice, sino lo que hace¨. Y añadió: ¨Por tanto, que tus logros sean siempre mayores que tus palabras; que la acción haga innecesaria la retórica¨.
Le pedí que me hablara de las características de estos sabios. El escriba sonrió y dijo: ¨Tienen el don de la sutileza; esparcen semillas en el desierto con cuidado para que nadie las vea. Después de que el jardín haya florecido, la gente pensará que la obra surgió por casualidad. Pero los sabios no se preocupan por eso. Se dan cuenta de que, en realidad, la obra no es el jardín, sino el gesto de amor, ya sea una palabra, un abrazo o un momento de atención; un acto de aparente sencillez, pero capaz de hacer que alguien descubra su propia belleza allí donde antes no había florecido ninguna rosa frente a la aridez de su corazón¨. Mi encantamiento le hizo continuar explicando: ¨Los auténticos sabios enseñan sin que sus aprendices se den cuenta de la lección que se les ofrece; aprenden apegándose a la belleza de la vida. Es la estética del ser. No ansían un máster, honores o seguidores; se limitan a mantener encendida su propia luz para iluminar los rincones oscuros de cualquiera¨.
¨A veces la gente acude a nosotros aquejada de problemas irresolubles. Con la delicadeza habitual, sabiendo que siempre es posible cambiar el punto de vista de cualquier situación, el sabio sugiere un pequeño paso adelante. Al cambiar el ángulo de visión, la ecuación cambia y se presenta la solución impensada. Se abre una puerta. Sin darse cuenta del movimiento, muchas personas creen que son ellas las que han encontrado la salida. Como trabajan al servicio de la Luz, la persona sabia no se preocupa ni espera agradecimientos; se alegra de la evolución que ha provocado. Eso es todo. No destacan entre la multitud ni dejan huellas por donde pasan. Tener seguidores es crear entornos de dependencia. Este es el lenguaje de las sombras; un lenguaje que te niegas a usar¨.
Pregunté por qué los sabios utilizaban este método de enseñanza. El escriba aclaró: ¨Lo sagrado habita en el interior de cada persona; nadie lo encontrará en ningún otro lugar. En su nivel más elevado, la virtud de la fe consiste en mover este poder inconmensurable que yace latente en el núcleo de cada individuo a favor de la Luz. Para ello, la confianza en uno mismo es fundamental. La fuerza y el equilibrio están en la mente; la belleza y la grandeza aguardan en el corazón. Mientras creamos que somos incapaces de encontrar respuestas y soluciones a todos los problemas cambiando nuestra perspectiva, nos será imposible superar los obstáculos y, en consecuencia, evolucionar. Y lo que es más grave, estaremos atrapados por nuestros miedos y tendremos el sufrimiento como compañero.
Le pregunté si esta práctica podía engañar a la gente sobre poderes ficticios. No estuvo de acuerdo: ¨Todo árbol alto y robusto nace de una semilla pequeña y sencilla que, si dijera a los tontos que alberga el potencial de todo un bosque, sería objeto de burla. Creyendo en ti mismo, harás brotar árboles en sucesión interminable. Movemos la fe a través de la confianza sin restricciones. Cuando la confianza es limitada, no hay confianza en absoluto; todo el poder se va por los desagües de la existencia¨. Arqueó los labios en una hermosa sonrisa antes de concluir: ¨Todo comienza con el movimiento que hace aparecer una simple ramita de confianza en el suelo del alma. Si lo cultivas para que un día se convierta en un árbol frondoso, lleno de flores y frutos, habrás realizado el poder de la vida. Es como enseñar a andar a un niño: primero le animas a confiar en sí mismo tendiéndole la mano, y luego, como cree que puede andar solo, lo hace¨.
Le dije que no me había dado cuenta de que la confianza era un atributo tan importante para el Camino. El escriba aclaró: ¨Más que un atributo, es una auténtica virtud, un peldaño hacia otra virtud mayor, la fe. No me refiero a creencias tontas e idolatrías que casi siempre están impulsadas por el miedo y los intereses mezquinos. Porque la cuna del miedo es la incredulidad en la capacidad de las fuerzas individuales y de los intereses viles que no dialogan con la Luz¨.
Le pedí que explicara mejor la afirmación de que creer en mí mismo sería conmover lo sagrado que me habita. Aclaró: ¨Es hacer los cambios necesarios, confiar en la capacidad de escribir la propia historia, es deconstruir las dificultades a través del inconmensurable poder de superación que cada uno trae consigo. Es encontrarme, rescatarme, pertenecer y caminar. Descubrir la belleza que llevamos dentro y que desconocíamos es una de las manifestaciones más sagradas del universo. La fe me da el poder de emprender vuelos inimaginables. Es esencial para convertirme en todo lo que puedo ser¨. Hizo una pausa antes de concluir: ¨Sólo la fe disuelve el miedo; sin ella, no hay paz. No me refiero al orden público, sino a un corazón alegre y sereno¨.
A continuación, señaló una trampa común y vulgar: ¨Atención, confiar en uno mismo pero no dejarse mover por el amor no es fe. Es mera arrogancia.
Nos interrumpió una joven sirvienta. Tuve la sensación de conocerla también. En voz baja y tono tranquilo, llamó al hombre por su nombre. Luego dijo: ¨El emperador le llama¨. El escriba se despidió y, sin inmutarse por la llamada, salió de la habitación. Fue entonces cuando recordé de dónde los conocía. Cerré los ojos para recordar los detalles, pero un fantástico mandala apareció en mi mente para continuar el extraño viaje.
Poema Diecisiete
Los mejores gobernantes pasan desapercibidos.
Los buenos son amados y alabados.
Luego vienen los temidos.
Por último, los despreciables.
Hacen su trabajo sin decir dos palabras.
La gente piensa que el trabajo surgió por casualidad
O que fueron ellos los que encontraron la salida.
Cuando la confianza es limitada,
no hay confianza.
Gentilmente traducido por Leandro Pena.