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TAO TE CHING (Decimonoveno Umbral – El lugar de lo sagrado)

Era una estación de ferrocarril. Estaba abarrotada de gente. Gente muy pobre repartida en dos andenes. Sus ropas estaban muy raídas; algunos ni siquiera tenían zapatos. Había pocas maletas y muchos baúles con todo lo que poseían. Tuve la sensación de que los trenes simbolizaban la esperanza de días mejores. La gente estaba sentada en el suelo esperando algo que ni siquiera ellos conocían. Algunos estaban tumbados, visiblemente enfermos. El aire olía a sudor, miseria y dolor. Tenía ganas de irme de allí. Caminaba hacia la puerta de la estación cuando una mujer me llamó. Me pidió que la ayudara a sostener la cabeza de un hombre que estaba a punto de desmayarse mientras ella le servía un poco de leche, que él bebió con gran avidez. El hombre cogió suavemente las manos de la mujer y le dio las gracias con una sola palabra, pero de profunda gratitud. Había una hermosa e intensa luz en los ojos de la mujer. Sonrió y salió de la estación. Yo la seguí. Un hombre se le acercó para preguntarle la hora del tren a Allahabad. La mujer sacó un librito del bolsillo, comprobó algunos datos y, con una sonrisa en la cara, contestó al hombre. Éste le dio las gracias y entró en la estación.  Llevaba un sari blanco con líneas azules en el borde. Aunque era bajita y delgada, sus dulces rasgos transmitían una fuerza inconmensurable. Tuve la sensación de que sus gestos sencillos, silenciosos y sin pretensiones tenían el poder de cambiar la realidad de muchas personas, llevando luz donde hasta entonces sólo había oscuridad. Se lo dije mientras caminábamos. La mujer comentó :”Abandona lo sagrado, renuncia a la inteligencia. Será cien veces mejor para la gente”. Le dije que no tenía sentido, porque tanto lo sagrado como la inteligencia eran importantes. Ella se encogió de hombros y dijo :”Por eso”. Cuando se dio cuenta de que no entendía lo que decía, aclaró :”Tenemos la costumbre de separar lo sagrado de lo mundano. Estamos condicionados a considerar sagrados aquellos momentos en los que nos desprendemos de la realidad cotidiana para implicarnos en otra esfera dimensional, como cuando estamos en oración, asistimos a iglesias y templos o participamos en alguna experiencia mística”.

Al notar mi interés, prosiguió :”El misterio de encontrar las maravillas de la vida, entre otras prácticas, consiste en descubrir lo sagrado oculto en todas las cosas y situaciones, especialmente en nuestras experiencias mundanas. De ahí la importancia de nuestras relaciones con todo el mundo”. Hizo una breve pausa, como si recordara algo, y luego explicó :”Convivir, en contra de lo que mucha gente cree (aunque se lo nieguen a sí mismos), no consiste en estar al lado de otra persona que vive o hace lo que a nosotros nos parece mejor o correcto; consiste en aceptar y tratar de minimizar las diferencias.”

Pregunté si la verdad, al menos tal como la entendemos, no debería ofrecerse. La madre asintió y recalcó :”Por supuesto. Sin embargo, la verdad es el último límite de la propia conciencia. A medida que la percepción se amplía y la profundidad se profundiza, la verdad se eleva. Cambian los ojos con los que vemos la vida, el mundo, las personas y, lo que es más importante, a nosotros mismos. Por tanto, nunca insistas en que adopten tu verdad como la mejor. Siempre habrá quien se quede corto y quien la supere. Tu verdad debe exponerse siempre de forma objetiva, clara y serena, porque la irritación y las discusiones dificultan la comprensión. Las palabras deben tener la longitud exacta; cuando son demasiado pocas, dificultan la comprensión, cuando son demasiado numerosas, pierden fuerza y poder. Por último, las ideas deben exponerse de forma sencilla, como la auténtica sabiduría; los que hacen de su discurso un gran alboroto están más preocupados por brillar que por ayudar.” Luego me recordó :”La verdad debe ser como el faro que guía a los marineros, nunca la corriente marina que arrastra a los barcos sin rumbo hacia destinos desconocidos e indeseados, por muy bienintencionados que sean”.

Hizo una breve pausa antes de continuar :”Siempre debemos ayudar. Sin embargo, en la búsqueda de la verdad, por mucho que queramos, no podemos cargar con nadie a la

espalda ni obligarle a hacer algo sin voluntad ni comprensión. Es un viaje solitario y solidario; enseñamos y aprendemos de todos, pero sólo avanzamos por iniciativa propia”. Hizo un gesto con la mano para explicarse :”El arte de vivir juntos consiste en dar un paso lejos de donde nunca has estado para encontrar a la otra persona en un lugar donde nunca ha estado. Cuando eso ocurre, todo el mundo evoluciona. Dejó de caminar, me miró a los ojos y me dijo :”Este encuentro es sagrado”.

Y concluyó :”Lo sagrado que existe en el mundo sólo se revela cuando estamos en sintonía con lo sagrado que nos habita. Uno siempre será el espejo perfecto del otro. Lo divino se manifiesta a través de gestos humanos llenos de sencillez y pureza, desprovistos de cualquier orgullo, vanidad u otro interés espurio”. Se encogió de hombros y concluyó :”Sólo hace falta un poco para ser mucho”.

Mientras nos alejábamos de una familia apresurada que parecía llegar tarde al embarque, explicó :”Sin embargo, no podrás encontrar lo sagrado en todas las personas y situaciones hasta que lo descubras dentro de ti mismo. Para ello, tendrás que encontrar el improbable equilibrio ante el torbellino de emociones abrumadoras; la armonía entre las necesidades de supervivencia y los impulsos de trascendencia; en mantener la coherencia de las elecciones entre los principios rectores y los valores creativos de la realidad deseada; la confianza en la verdad construida por el amor y la sabiduría en la última frontera alcanzada por tu conciencia y tu corazón.”

Antes de que pudiera hacer preguntas, la Madre aclaró :”El encuentro con lo sagrado comienza cuando se descubre el poder contenido en la esencia de lo que somos”. Le pregunté cómo ocurría esto en la práctica. Explicó :”Las virtudes son fuentes intrínsecas de luz, al alcance de cualquiera. A medida que las añado, una tras otra, como herramientas para vivir bien, manifiesto más amor y sabiduría en mis acciones, palabras y elecciones. Gano equilibrio y fuerza. La percepción se agudiza, la sensibilidad se refina, los límites de la verdad se expanden más allá de lo imaginable. Mi perspectiva cambia. Evoluciono. Soy yo, pero me he convertido en otra persona. En ese momento me di cuenta un poco más de la fuente del auténtico poder: la luz intrínseca.

Me llamó la atención un niño pequeño, de unos cinco años, sentado junto a su madre; apoyado en la pared de la estación, el niño clamaba. Impasible, la madre mantenía los ojos cerrados. Pensé que se negaba a ver las travesuras del niño. La madre fue a un puesto cercano, compró un bocadillo y se lo dio al niño. En ese mismo momento, dejó de llorar. Devoró el pan relleno de queso como quien gana la guerra contra el hambre. Al menos en ese momento. La madre del niño abrió los ojos, sonrió agradecida y dijo que sus plegarias habían sido escuchadas. No tenía forma de alimentar a su hijo. La madre cogió cariñosamente la mano de la mujer y le indicó un lugar cercano donde recibirían ayuda. Acarició al niño y seguimos adelante. Un poco más adelante, le pregunté si el pan que le daban al niño era sagrado. Ella me corrigió :”Lo sagrado está en el amor. El pan era sólo el instrumento a través del cual se manifestaba la virtud. Lo sagrado nos acerca a la luz y las virtudes son sus herramientas porque son el ejercicio de la verdad que hemos alcanzado. La misericordia es sólo una de ellas. Comenté que sufrir el dolor del mundo debía hacer mis días tristes y pesados. La Madre me miró con compasión y me enseñó :”Debemos sentir el sufrimiento de los demás, nunca sufrir el dolor de nadie”. La razón es sencilla. Cuando sufro, amplifico el dolor y la oscuridad, pierdo la capacidad de ayudar. Sentir el problema de alguien agudiza la sensibilidad y la percepción, encuentro caminos y salidas; el momento se ilumina”.

Hizo una pausa para aclarar :”La etimología de las palabras es útil para entender su significado. Misericordia viene de la combinación de dos palabras latinas, misereree cordis. Es decir, usar el corazón para aliviar la miseria o el dolor de alguien”. Confesé que esta virtud había adquirido colores aún más vibrantes tras la comprensión ofrecida. Volvió a insistir :”Encuentra la presencia de lo sagrado en todas las cosas y situaciones. Sin embargo, hazlo sin paranoia, fanatismo o histeria. Crea una conexión constante con tu esencia, dialoga intensamente con tu verdad para poder eliminar las capas que impiden que se revele. De este modo, cualquier situación banal cotidiana puede convertirse en un portal luminoso, en una palanca para tu proceso evolutivo”. Hizo una pausa para concluir :”Sagrado es todo lo que me hace mejor persona. Se manifiesta de maneras impensadas, en lugares insólitos, en situaciones inesperadas y a través de personas inverosímiles. Cada día, cuando menos lo imaginamos, lo sagrado nos ofrece una oportunidad. Sólo tenemos que aprender a ver.

Caminamos sin decir palabra. Necesitaba concatenar esas ideas. Me acordé de preguntarle por qué decía que había que renunciar a la inteligencia. La joven me explicó :”Me refería a la inteligencia utilizada sin amor. El razonamiento debe seguir un camino virtuoso para que no degenere en malicia, cuando hacemos mal uso de una buena herramienta; entonces la inteligencia pondrá excusas para justificar decisiones injustificables. Un cuchillo, indispensable en la cocina, también sirve para herir. La inteligencia es un cuchillo. Comprende el origen de las razones por las que se mueve”. Arqueó los labios en una leve sonrisa y reveló :”Entonces empezarás a conocerte a ti mismo. Es el comienzo del encuentro más importante en la vida de cualquiera”.

Asentí con la cabeza, dando a entender que entendía lo que decía. Poco a poco, me di cuenta de cómo la suma de esas experiencias vividas a través del inconsciente colectivo formaba el armazón de un conocimiento fantástico que iba más allá de mi imaginación.

Pregunté cuál sería el siguiente paso. La mujer dijo :”Abandonar la bondad, renunciar a la justicia”. Había oído algo parecido antes y sabía a qué se refería. Hablaba de equilibrio interno, de saber cuándo ser bueno y cuándo ser justo, virtudes esenciales que no son paradójicas sino complementarias, siempre que se utilicen correctamente. Le expliqué lo que pensaba. Ella me aclaró :”Hay que conocer tanto la belleza como el mal. Una conexión firme con la verdad aportará claridad a tus elecciones y serenidad a tus movimientos. Tener alas es moverse por amor, pero es necesario evitar las hondas que siempre están listas para derribar pájaros. Entonces la gente conocerá el amor maternal. Ella se esforzó en explicarlo sin que yo tuviera que hacerlo :”El amor es la mayor expresión de lo sagrado. El amor es el camino y también el destino de la verdad. Como todo, el amor también evoluciona. El amor tiene etapas de desarrollo, desde el primitivismo hasta la sublimación. Así que hay que aprender a amar. La familia es la escuela del amor primordial. El sentimiento de una madre por sus hijos es tal vez una de las formas más intensas de amar que conocemos en la media conciencial planetaria.” Hizo una pregunta como quien divaga en un sueño :”¿Os imagináis que sintiéramos por todos el mismo amor que una madre siente por su hijo?”.

Sonrió y añadió :”Las penas y frustraciones nos impiden amar más y mejor. Pasamos por infinitos procesos de demolición y construcción intrínseca a través de nuestras experiencias cotidianas. Por ahora, soy polifacético, dividido en partes; un día, cuando estas voces que me habitan estén afinadas en el mismo diapasón de sabiduría y amor, estaré entero. Entonces sólo seré luz.

Habíamos llegado frente a un enorme cobertizo. A la entrada, muchas personas se acercaban a hablar con ella, que atendía a todos con paciencia, cariño y atención. La llamaban Madre. Luego, a solas, la mujer me presentó :”Esta es mi iglesia actual”. Más adelante, me sorprendí. Vi decenas de hombres, mujeres y niños olvidados por el mundo. Le comenté que la situación era muy triste. Ella lo negó :”¿Recuerdas lo que hablábamos antes? Tienes que entender la diferencia entre sentir y sufrir. Cuando sufro, pierdo mi capacidad de ayudar, porque arrojo sombras con mi sufrimiento. Mi luz se apaga. Al sensibilizarme ante las dificultades de los demás, profundizo en mi percepción y amplío las posibilidades de ayuda. Ilumino donde antes había oscuridad. A continuación, conectó todos los razonamientos de nuestra conversación: ”Este es un lugar sagrado, aquí hay mucho amor. A pesar de las enormes dificultades, la alegría, la esperanza y la fe son las claves de este lugar”.

Encantado, quise saber cómo lo conseguía. La respuesta fue lacónica: ”Abandonar la estrategia, renunciar a los intereses”. Le dije que no lo había entendido. Fue amable conmigo, como con todos: ”La estrategia se refiere a los atajos indebidos que a menudo buscamos para intentar hacer el menor esfuerzo. El Camino es largo y difícil, no hay otro camino. Es largo para que la verdad y las virtudes maduren, de lo contrario pronto perderán su vigor y su sabor. Difíciles como son todas las batallas, especialmente aquellas en las que tenemos que enfrentarnos a nosotros mismos. Los atajos nos llevan a negociar con la verdad innegociable. Cualquier conquista resultará efímera. Frunció el ceño y dijo: ”Estamos condicionados a pensar que los valores del mundo nos darán la miel de la vida. Tenemos que replantearnos qué intereses nos llevarán a conquistas eternas. Ahí es donde reside el verdadero poder”.

Comenté que su vida era un bello ejemplo. La mujer volvió a advertirme :”Sin embargo, no hagas lo que yo hago. Aunque la verdad es única, tiene capas de comprensión. Somos únicos; para cada individuo hay un camino. Encuentra el tuyo.

Le dije que entendía los fundamentos, pero que no eran fáciles de hacer. Ella me corrigió :”No dije que fueran fáciles, dije que eran necesarios. Siempre y cuando, por supuesto, exista una voluntad sincera de recorrer este camino invisible para el ojo inexperto. Para los viajeros del Camino, no habrá ladrones ni bandidos”. Volví a no entender. La paciencia de la mujer parecía no tener fin :”Actuamos como ladrones de nuestras propias conciencias, robamos nuestra paz y dignidad; robamos la verdad que debería guiarnos”. Mientras sostenía un bebé en brazos, concluyó :”Aunque haya logros en mi día, yo soy la mayor villana de mi historia. Lo mismo ocurre con todo el mundo. Nunca se es demasiado precavido”. Y añadió :”Las conquistas eternas, las que se añaden al equipaje del alma, nunca serán susceptibles de hurto o robo. Nadie podrá arrebatárselas a quien las alcance. La luz es la verdadera riqueza. Siempre la tendrás contigo, en la intensidad exacta de tu evolución”.

Le agradecí sus enseñanzas. Me esforzaría por aplicar cada una de ellas a mi vida cotidiana. Sin embargo, consideré que habría períodos difíciles, en los que podría creerme incapaz de afrontar el rigor de algunas tormentas, comunes a la vida de todos. La mujer sonrió y advirtió :”Si estas lecciones no bastan ante las dificultades graves, el descontrol ocasional y los malentendidos, vuelve a la sencillez, abraza la humildad, déjate encantar por la compasión”, me miró dulcemente y explicó :”Éstas son las tres virtudes fundamentales del Camino; forman los pilares del buen combate, la lucha que cada uno libra para iluminar sus propias sombras. La humildad es la virtud de volver a la propia esencia para comprender el universo. La vida evoluciona de lo pequeño a lo grande, dentro y fuera de nosotros. La sabiduría necesita sus propios campos de ignorancia para expandirse; el amor también necesita aprender a amar. El ego es una pata indispensable para moverse por la existencia, pero son los ojos del alma los que la ven clara, amplia y profundamente”.

La mujer no esperó a que preguntara y se adelantó para aclarar :”La sencillez es la virtud de quitarnos las máscaras de los personajes que no somos y que tanto nos estorban al alejarnos de nuestra esencia; de quitarnos los disfraces que usamos en nuestro afán de aprobación y pertenencia social, así como los que nos hacen víctimas en la comodidad de la inercia. La sencillez es la virtud de la transparencia y del alma desnuda”.

Por último, añadió :”La compasión es la virtud que nos permite comprender con amor las dificultades de los demás. Si alguien no lo ha hecho mejor, es porque no ha sabido o no ha tenido un poco más de amor. De este modo, la compasión nos libera de las prisiones de la pena y la ira”.

Y concluyó :”Al realinearte con las tres virtudes primordiales, podrás volver invariablemente al camino de la verdad y redescubrir el eje de tu propia luz”.

Le señalé que hay situaciones difíciles de afrontar. Ella estuvo de acuerdo, pero hizo una salvedad :”Todo depende de la voz a la que escuches. El miedo aumentará el tamaño de la dificultad; la valentía me hará más grande que el mayor problema. El miedo y el coraje habitan en el pueblo de la conciencia. Define quién será tu consejero.

Volví a darle las gracias y me despedí. Habíamos hablado de muchas virtudes importantes. Cuando salía del cobertizo, me llamó :”Oh, deshazte del egoísmo. Si no sabes cómo, recuerda que tú eres la piedra angular de tu vida, pero lejos del alma del mundo y del corazón de la gente, tus días no tendrán sentido. Además, vigila tus deseos; son la causa de todas nuestras caídas porque nos atraen a la trampa de la inmadurez y el gusto barato. Nada termina aquí y ahora; todo tendrá sus efectos inevitables. Es esencial ser consciente del siguiente paso. Tropezamos con nuestros propios pies. Guiñó un ojo como quien cuenta un secreto y susurró: ”Entonces serás capaz de encontrar lo sagrado escondido en todos los lugares y situaciones. Después de todo, ya lo habrás encontrado dentro de ti”. Asintió con una sonrisa en el rostro y se volvió hacia sus compromisos, cimientos de aquella alegría serena y contagiosa. Cerca de la salida, había un altar muy sencillo con varias velas encendidas. La mayor de ellas, de llama intensa, tenía un extraño color violeta. Al acercarme, me di cuenta de que era un mandala. En el centro había una puerta. Entré.

Poema Diecinueve

Abandona lo sagrado, renuncia a la inteligencia,

Será cien veces más provechoso para el pueblo.

Abandona la bondad, renuncia a la justicia,

El pueblo conocerá el amor maternal.

Abandona la estrategia, renuncia a los intereses,

No habrá ladrones ni bandidos.

Si estas lecciones no son suficientes,

Vuelve a la sencillez,

Abraza la humildad,

Déjate encantar por la compasión;

Aleja el egoísmo, Vigila tus deseos.

Gentilmente traducido por Leandro Pena.

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